3. Las tres etapas sucesivas de la meditación

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La Primera Etapa

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Lo primero que experimenta el meditador es la aparición continua de pensamientos que distraen. El meditador se encuentra con que su mente es tan ingobernable que ni siquiera por un breve período de tiempo puede controlarla. Los pensamientos casuales se presentan unos tras otros, como una catarata, sin parar ni un segundo. El principiante se encuentra con que los pensamientos divergentes son aún más frecuentes que antes: en vez de disminuirlos, la meditación parece haberlos multiplicado.

Muchos principiantes quedan confundidos y decepcionados por esta experiencia inicial. Su frustración los lleva a dudar de la eficacia de la práctica de la meditación y de la posibilidad de obtener alguna vez el samadhi. Algunos cambian entonces técnicas de meditación y terminan perdiendo la fe completamente y abandonando toda práctica.

La verdad es que los pensamientos casuales nunca aumentan por obra de la meditación; la meditación nos vuelve más conscientes de ellos. Sólo una mente tranquila puede volverse consciente de este flujo mental, que hasta ahora ha fluido sin ser notado. Por lo tanto, esta experiencia es un síntoma de progreso y no de retroceso. Se suele decir que, si el meditador ha realizado realmente algún progreso, notará que muchos pensamientos se presentan y desaparecen dentro de una fracción de segundo. De este hecho da cuenta el mismo Buda en el Sutra de la Elucidación de la Profundidad Oculta. [1] [Nota final 4-6]

[1. El más importante de los Sutras Yogachara. en.wikipedia.org/wiki/Sandhinirmocana_Sutra ]

La Conciencia Alaya (Adana) es muy sutil y muy profunda: en ella todas las semillas se agitan como torrentes impetuosos. Yo no expongo esta Conciencia a los tontos y a los ignorantes, porque temo que se aferren a ella, tomándola por El Ser Verdadero.

De acuerdo con la filosofía de yogachara, la corriente siempre renovada de pensamientos que se experimenta en la meditación es la vivificación (en chino: hsien hsing) de las "semillas de impresiones" que, hasta el momento, han pasado inadvertidas en el Depósito (Alaya) de la Conciencia. Estas "semillas", infinitas en número, ilimitadas por su alcance, están conservadas en la conciencia alaya y constituyen el material esencial que forma la estructura básica de la mente humana. Todo el reino del samsara está comprendido en esta conciencia alaya y es puesto en movimiento por estas "semillas".

La labor de meditación consiste, primeramente, en reconocer la acción de estas "semillas", y se manifiesta como corriente mental; en segundo término, parar la actividad incontrolada de estas semillas y, finalmente, transformarlas o sublimarlas dentro de la infinita capacidad del estado de Buda. Por lo tanto, uno no debe descorazonarse al descubrir esta corriente mental ingobernable, sino que debe continuar la práctica de la meditación hasta alcanzar el estado samadhi.

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La Segunda Etapa

Si el yogui no presta atención a la dificultad inicial de controlar sus pensamientos errantes, y persiste en la meditación, gradualmente notará que hay una disminución de la corriente mental, y que le resulta más fácil el control de ésta. Al principio, los pensamientos casuales irrumpen con ímpetu, pero después la corriente mental empieza a moverse lentamente, como ondas ligeras en un río ancho y tranquilo. Al llegar a este punto, el yogui tendrá probablemente muchas experiencias excepcionales: verá extrañas visiones, oirá sonidos celestiales, olerá fragancias maravillosas y cosas de este estilo. La mayoría de estas visiones, según los análisis del tantrismo, son producidas por el prana, que estimula los distintos centros nerviosos. Muchas de ellas tienen un carácter engañoso. El yogui es advertido por su gurú, quien le dice que no debe prestarles ninguna atención: de no ser así, se extraviará. La anécdota que se cita a continuación es un ejemplo típico de las visiones engañosas a las cuales se halla expuesto el yogui en la segunda etapa de la meditación.

En los alrededores del lamasario de Par Pong, en el Tibet Oriental, había un pequeño ashram llamado "La Casa de la Meditación", en el cual treinta y seis lamas habían hecho votos de meditar durante tres años, tres meses y tres días sin alejarse de los limites del ashram, sin dormir en camas, sin ver ni hablar con nadie, salvo el gurú y sus compañeros de meditación a ciertas horas determinadas. En el ashram debía reinar un absoluto silencio en todas las otras horas, y se observaba una estricta disciplina.

Al cabo de los tres años, tres meses y tres días de meditación, se celebró un gran acto "de fin de curso", en el cual todos los monjes del monasterio y la gente de la aldea participaron. Después de las preparaciones necesarias, comenzó la clase siguiente. Este programa había sido cumplido durante más de doscientos años en el lamasario de Par Pong.

En 1937 yo estudié allí algún tiempo, y tuve oportunidad de conversar con un lama que había sido uno de los "graduados" de "La Casa de la Meditación". Él me contó la siguiente historia:

"A mediados del quinto mes de mi estadía en la Casa, una vez que estaba meditando vi una araña a una corta distancia de mi nariz. Decidí no prestarle ninguna atención"

"Pasaron unos cuantos días, y la araña no desapareció en el transcurso de ellos, sino que cada vez la veía más cerca de mi cara. Molesto por esta presencia continua, traté de diversas maneras de librarme de ella. En primer término medité sobre la Compasión -envié toda mi buena voluntad a la araña, pero ésta no se iba-. Luego invoqué la ayuda del Protector del Dharma, y recité su belicoso mantram con la esperanza de verme libre de la araña, pero esto tampoco dio resultados. Por último intenté meditar en el carácter ilusorio de todos los seres, procurando entender que la araña no era real, sino nada más que un engendro de mi imaginación. Tampoco esto dio resultados.

"Pasaron unas semanas más y, durante ellas, a pesar de mis esfuerzos por librarme de la araña, aumentaba cada vez de tamaño, y se acercaba cada vez más a mi nariz. Llegó un momento en que era tan grande y estaba tan cerca que me asustaba intensamente y ya no podía meditar. Entonces le conté esta experiencia a mi gurú.

"El me dijo, sonriendo: "Al parecer, has hecho todo lo que puede hacerse. No creo que puedas hacer ya nada más. ¿Qué intentas hacer ahora?

"Esto me perturbó a tal punto que le dije: "Si nada de resultados, no tendré más remedio que matar a la araña con un puñal, pues en este momento no puedo meditar y la araña no obtiene de mí ningún beneficio. Aunque la muerte de un ser sensible es un crimen que prohíbe Nuestro Señor el Buda, lo importante es que yo no puedo continuar con mi meditación a causa de este estorbo. En esta forma no me sirvo ni a mí mismo ni a la araña. Por otra parte, si mato a la araña, el estorbo desaparecerá. Entonces tendré una vez más la posibilidad de lograr la iluminación, lo cual redundará en beneficio de todos los seres interesados.

"Mi gurú dijo: "¡No te apures! No la mates hoy. Espera a mañana: Escúchame atentamente y haz lo que te digo. Ve a tu cuarto y medita nuevamente. Cuando aparezca la araña, hazle una cruz en el abdomen con un pedazo de tiza. Después, ven a verme"

"Seguí sus instrucciones y, al aparecer la araña, le hice la cruz que me había ordenado mi gurú. Después volví a su habitación y le dije: "Querido Lama, hice lo que me dijiste" "Mi gurú me contestó: "¡Desnúdate!" Me sentí muy confundido, pero lo obedecí. Cuando me hube desnudado, el Lama me indicó con el dedo el vientre y me dijo: "¡Mírate!" Bajé la cabeza y miré. Quedé atónito: ¡tenía una cruz marcada con tiza! Si hubiera matado a la araña imaginaria, en realidad me habría matado a mí mismo".

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La Tercera Etapa

De este modo, si el yogui no presta atención a pensamientos errantes, incomodidades físicas, visiones engañosas y otras formas negativas, y persiste en su meditación, eventualmente logrará la realización deseada y alcanzará el estado de samadhi. A partir de aquí, podrá emprender la práctica más adelantada del prajnaparamita, prosiguiendo el camino hacia la iluminación perfecta del Buda.

 

[ fin ]

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