3. Historia del maestro Hsueh Yen

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El tiempo no espera a los hombres. Antes de lo que crees, te verás en medio de la próxima encarnación. Por lo tanto, ¿por qué no esforzarse por entender (el Zen) y estudiar seriamente, humildemente, con el fin de que nos aparezca en su transparente claridad? ¡Cuán felices sois de vivir aquí, en medio de célebres montañas y grandes lagos! ¡Qué felices sois de vivir en un mundo lleno de dharmas y de grandes maestros! Vuestro monasterio es claro y aseado, la comida es buena y nutritiva. Hay abundancia de agua y leña en la vecindad. Si no utilizáis esta rara oportunidad para entender (el Zen) en forma clara y total, estáis desperdiciando vuestra vida. Os hundís en la desidia y toleráis el convertiros en personas estúpidas y de baja mentalidad. Si tenéis dudas al respecto, ¿por qué no hacéis preguntas a los ancianos y meditáis en lo que os dicen con el fin de hallar el sentido?

Soy sacerdote desde los cinco años de edad. Cuando en una ocasión oí a mi maestro que trataba el tema con unas visitas, yo entendí inmediatamente que era el Zen. Y tuve fe en él. Muy pronto aprendí a meditar. Me ordené a los dieciséis años y a los diecisiete empecé a realizar viajes de estudio. [Nota final 2-33] En la morada del maestro Yuan de Shuang Ling ingresé a un grupo de meditación. Desde el alba hasta el atardecer no abandonaba la habitación. Aun en el momento de entrar al dormitorio común, cruzaba las manos dentro de las mangas de mi hábito y miraba fijamente delante de mí sin ver nada a derecha ni a izquierda. Clavaba la mirada en un punto que estaba a una distancia de tres pies. Al comienzo me concentraba en la palabra wu. Una vez interioricé bruscamente mi pensamiento, procurando descubrir de dónde y cómo había surgido el primer pensamiento. Inmediatamente sentí que mi mente se había congelado, se había vuelto clara, serena, límpida, sin temblor ni movimiento. Todo el día pasó como un segundo. Ni siquiera oí el ruido de los tambores y las campanas que sonaban a plazos fijos en el monasterio.

A los diecinueve años paré en el monasterio Lin Yin, en condición de peregrino. A todo esto, había recibido una carta de Chu Chou, en la cual se decía: "Querido Chin: Tu Zen es un Zen muerto. Has estado trabajando con agua muerta: todo es inútil. Tú divides a la tarea en actividad e inactividad. Lo importante en el Zen consiste en suscitar la "sensación de duda". [Nota final 2-34] Una ligera sensación de duda producirá una ligera iluminación y una sensación de duda más profunda producirá una iluminación más profunda". Las palabras de Chu Chou dieron en el blanco. Decidí cambiar mi Hua Tou de wu en "estiércol seco" y continué con mis observaciones. Atendiendo a la meditación desde distintos ángulos, constantemente dudaba de esto y de aquello, en consecuencia me veía asaltado por somnolencia y pensamientos vagos. No podía encontrar un solo instante de paz.

Después fui al monasterio de Shin Tsu y me uní a siete hermanos del dharma. Decidimos meditar en forma severa. Dejamos a un lado los colchones y nos negamos a utilizar las camas. El monje principal, el hermano Hsiu, se quedaba fuera. Todos los días, cuando se sentaba a meditar parecía tan inmóvil y fijo como una varilla de hierro. Cuando caminaba abría los ojos y bajaba los brazos de tal manera que parecía una varilla de hierro. Nunca nadie tenía intimidad o podía hablar con él.

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Durante dos años no me acosté. Un día me sentí tan cansado que no pude aguantar y me eché a dormir. Pasaron dos meses antes de que pudiera tomarme en mano y volver a meditar de nuevo. El descanso que tuve en esos dos meses me vigorizó. Me sentía fuerte y lleno de vida. La experiencia me enseñó que, si se quiere entender el problema no puede abandonarse totalmente el sueño. Es necesario dormir a medianoche con el fin de descansar el organismo.

Un día vi al monje principal Hsiu, junto a la balaustrada. Era la primera vez que tenía oportunidad de hablar con, él. "En el último año he querido hablarte, ¿por qué me evitas?", pregunté. Hsiu contestó: "El que practica realmente el Tao no tiene tiempo ni de cortarse las uñas. ¿Quién tiene tiempo libre para hablar contigo?" Yo le pregunté entonces qué debía hacer en relación a la somnolencia y los pensamientos vagos que se apoderaban de mí. Él me dijo: "Estas cosas te ocurren porque no eres bastante serio. Siéntate derecho, mantén recta la columna vertebral, convierte a todo tu cuerpo y toda tu mente en Hua Tou y no prestes atención a la somnolencia o a los pensamientos casuales". Seguí sus instrucciones y sin darme cuenta me olvidé de mi cuerpo y de mi mente, de su existencia misma. Por tres días y tres noches mi mente estuvo tan serena y tan clara que no cerré los ojos ni un solo instante.

A la tarde del tercer día pasé las tres puertas del monasterio [Nota final 2-35] como si hubiera estado sentado. Nuevamente me encontré con Hsiu. "¿Qué haces aquí?", me preguntó. "Trabajo el Tao", contesté. "¿Qué es eso que llamas el Tao?", me preguntó. No le pude contestar y me sentí confuso y perplejo. Con el propósito de seguir meditando, me dirigí a la sala de meditación. Pero volví a encontrar casualmente a Hsiu, que me dijo: "¡Abre los ojos y mira!" Después de esta advertencia sentí aún más deseos de volver a la sala de meditación. En el momento de sentarme, algo se abrió ante mí, como si el suelo se quebrara. Querría expresar lo que sentí, pero me resulta imposible. No existe en el mundo una imagen que pueda describirlo. Inmediatamente fui a ver a Hsiu. En cuanto me vio, éste me dijo: "¡Felicitaciones, felicitaciones!". Tomándome de la mano me llevó fuera del monasterio. Caminamos a lo largo del muelle del río, que estaba cubierto de sauces. Miré al cielo y luego hacia la tierra. (Realmente sentí) que todos los fenómenos y manifestaciones, las cosas que veía con mis ojos y oía con mis oídos, las cosas que me disgustaban -incluidos los deseos de la pasión y las cegueras- todas surgían de mi propia mente, brillante, verdadera y maravillosa. Durante la siguiente quincena ningún fenómeno llamativo se produjo.

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Desgraciadamente, en aquellos tiempos yo no tenía maestros Zen adelantados que me instruyeran. A causa de esto, erróneamente, me detuve durante muchos años en este estado. Este es el estado en el cual "la visión no es plena y, por lo tanto, entorpece la comprensión verdadera". No lograba mantener la visión cuando dormía (literalmente: "en el estado onírico, la visión se quebraba en dos partes"). En este estado podía comprender los koans inteligibles, pero cuando me encontraba con un koan como "El de la Montaña de Plata" o "El del Muro de Hierro" no podía entenderlos en absoluto. Aunque durante muchos años había practicado con mi difunto maestro Wu Chun, ninguna de sus explicaciones o conferencias me había llegado al corazón. Ninguno de los libros Zen o de los Sutras tenía mucha sentido para mí. Este impedimento constituía una opresión y así pasaron diez años. Pero un día, caminando por el salón del monasterio Tien Mou, levanté la cabeza y vi un ciprés que estaba delante de mí. De repente, como un relámpago entendí. La experiencia adquirida hasta ese instante y el obstáculo que oprimía mi corazón se desvanecieron al mismo tiempo. Era un sentimiento semejante al que produciría un sol brillante que ilumina de golpe un cuarto oscuro. A partir de entonces no he tenido dudas sobre el nacimiento y la muerte, ni he formulado preguntas sobre el Buda y los patriarcas. Y cuando vi donde estaba el viejo Chin Shan, me acerqué y le di treinta golpes.

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