5. Historia del maestro Kao Feng

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La comprensión de este punto (Zen) requiere mucha determinación y seriedad, pues tan pronto como se la obtiene, surge la verdadera sensación de duda. (A veces) dudarás de esto o aquello, la duda surgirá automática e instintivamente por sí misma. Del alba al crepúsculo se aferrará a ti desde la cabeza a los pies. Se convierte en un todo, en una pieza continua que no puede disgregarse, por fuerte que la sacudamos. Aunque intentes echarla, seguirá aferrada a ti. En todos los momentos, se manifiesta claramente ante ti. Ahora es cuando puedes progresar. Al llegar a este estado, debemos mantener la mente recta e impedir los pensamientos secundarios. Cuando descubrimos que no sabemos que caminamos cuando caminamos, o que estamos sentados cuando estamos sentados, cuando somos inconscientes del frío, el calor, el hambre, entonces estamos a punto de llegar a la meta (la Iluminación). A partir de entonces podrá alcanzar y mantenerse. (No tendrás que hacer nada) sino esperar que llegue el momento. Pero no dejes que esta frase te induzca a esperar perezosamente, ni te excites para afirmarte, luchando para llegar a ese estado con una mente ansiosa. Tampoco dejes pasar las cosas sin hacer nada. Debes conservar tu claridad mental y mantenerla continuamente hasta que llegues a la Iluminación.

A veces encontrarás ochenta y cuatro mil soldados-demonios esperando la ocasión de irrumpir por la puerta de tus seis órganos. [Nota final 2-38] Las proyecciones de tu mente aparecerán ante ti con el disfraz de buenas o malas, agradables o desagradables, como visiones raras o sorprendentes. El aferrarse levemente a estas cosas será una trampa que te esclavizará al servicio de sus órdenes y direcciones. Entonces hablarás y actuarás como un demonio. A partir de entonces, la causa justa de Prajna morirá para siempre, y la semilla de Bodhi no brotará jamás. En este tiempo debes contenerte y no mover tu mente y convertirte en un cadáver viviente. Después, mientras continúas y continúas, súbita y bruscamente sentirás como si te hicieran pedazos. Entonces llegarás a un estado que aterrará a los cielos y sacudirá a la tierra.

Entré en el sacerdocio a los quince años y me ordené a los veinte, en el monasterio de Chin Tzu. Me comprometí a aprender el Zen en tres años. Primeramente trabajé con el maestro Tuan Chiao. Me enseñó a trabajar en el Hua Tou: "¿Dónde estaba yo antes del nacimiento y dónde estaré después de la muerte?" (Seguí sus instrucciones y prácticas, pero no pude concentrar mi mente a causa de la bifurcación de este Hua Tou). Mi mente también se dividió.

Después vi al maestro Hsueh Yen. Me enseñó a observar la palabra wu. También me dijo que le informara diariamente. Explicó que esto era como realizar un viaje, y que diariamente debíamos averiguar qué progreso habíamos realizado. Como sus explicaciones eran tan sistemáticas y claras (me volví tan dependiente de ellas que), no realizaba ningún esfuerzo propio. En una ocasión, al entrar a su cuarto, me dijo: "¿Quién ha traído este cadáver en tu nombre?" No bien hubo terminado de decir esto, me echó del cuarto.

Más adelante seguí el ejemplo de Chin Shan y me quedé en la sala de meditación. Una vez, en sueños, recordé el koan: "Todas las cosas se reducen a la unidad, pero, ¿a qué es reducible la unidad?" En ese instante la "sensación de duda" surgió de repente en mí, al punto que no lograba distinguir al este del oeste o al norte del sur. Al sexto día de estar en este estado, mientras musitaba las plegarias colectivas, levanté mi cabeza y vi las dos últimas frases del poema compuesto por el Quinto Patriarca, Fa Yen: [Nota final 2-39]

"Oh, eres tú, a quien
yo siempre he conocido,
y que vienes y te vas
en los treinta mil días de un siglo"

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Inmediatamente me puse a trabajar la frase: "¿Quién ha traído este cadáver en tu nombre?" (Me había quedado grabada desde el día en que el maestro Hsueh Yen la había dicho). Sentía como si mi espíritu hubiera perecido y como si mi mente hubiera resucitado después de la muerte. Era lo mismo que soltar el peso de una vara de transporte que pesara veinte libras. Yo contaba entonces veinticuatro años y había logrado ya mi deseo de realizar el Zen en el término de tres años.

Más adelante, se me preguntó: "¿Puedes dominarte a ti mismo a la plena luz del día?" "Sí, puedo", contesté, "¿Puedes dominarte cuando estás soñando?" Mi respuesta fue nuevamente: "Sí, puedo". "¿Cuando duerme sin sueños, dónde está el maestro?" No encontré respuesta ni explicación a esta pregunta. El maestro me dijo: "De ahora en adelante no quiero que estudies el budismo ni el dharma, no quiero que estudies nada, ni antiguo ni nuevo. Sólo quiero que comas cuando tengas hambre y que te acuestes cuando estés cansado. En cuanto te despiertes, pon alerta tu mente y pregúntate: ¿Quién es el maestro de este despertar, y dónde descansa su cuerpo y hacia dónde conduce su vida?"

En ese momento decidí que habría de entender esto de alguna manera, aunque en el empeño diera la impresión de ser un idiota para el resto de mis días. Pasaron cinco años. Un día, cuando trabajaba este punto en medio del sueño, un monje compañero que dormía a mi lado, en el dormitorio común, empujó la almohada y ésta cayó ruidosamente al suelo. En ese instante mis dudas desaparecieron de golpe. Sentí que había logrado saltar fuera de una trampa. Todos los koans desconcertantes de los maestros y los budas, y todos los diversos problemas y acontecimientos de los tiempos actuales y pretéritos, se volvieron claros para mí. A partir de entonces todo quedó en orden: no hubo bajo el sol nada ya que no fuera la paz.

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