Breves autobiografías de cinco maestros Zen

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1. Resumen de la autobiografía del Maestro Han Shan

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Master Hanshan Deqing

Han Shan (1546-1623)
[Hanshan Deqing]

Nací en Chuan Chiao en la comarca de Nanking. Mi madre, una budista piadosa, durante toda su vida fue una devota de la misericordiosa Kwanyin. [1] Una vez mi madre soñó que la Madre Misericordiosa traía consigo un niño, al cual ella, recibía con cálidos abrazos. A consecuencia de esto quedó embarazada, y el doce de octubre de 1545 [Nota final 2-19] me dio a luz.

[1. en.wikipedia.org/wiki/Guanyin ]

En 1546, cuando yo contaba doce meses de edad, una grave enfermedad estuvo a punto de poner fin a mis días. Mi madre oró a la Muy Misericordiosa y prometió que, si yo me recobraba, me entregaría al monasterio para que me hicieran monje. Cuando me sané, ella anotó mi nombre debidamente en el Monasterio de la Longevidad.

Cuando yo contaba tres años de edad, me gustaba estar solo y no me sentía atraído por los juegos con los niños de mi edad. Mi abuelo solía decir: "¡este niño es como un palo!"

A los siete años de edad, mi madre me envió a la escuela. Hacia ese entonces yo tenía un tío que me quería mucho. Un día, un poco antes de regresar de la escuela, mi tío murió. Lo vi tendido en la cama y mi madre trató de engañarme y me dijo: "Tu tío duerme. Trata de no despertarlo". Pero yo lo llamé varias veces, y é1 no reaccionó. En ese instante mi tía, muy afligida, hizo una invocación: "¡Oh, dioses! ¿Adónde te has ido?" Confundido, le pregunté a mi madre: "El cuerpo de mi tío está aquí. ¿Por qué dice ella que él se ha ido?" Entonces mi madre dijo: "Tu tío ha muerto". "¿Adónde va uno cuando muere?", le pregunté y, desde entonces, esa pregunta quedó grabada en mi mente.

Al cabo de algún tiempo, mi tía dio a luz un niño. Cuando mi madre me llevó a ver por primera vez al recién nacido, yo le pregunté: "¿Cómo pudo entrar este niño en el vientre de mi tía?" Mi madre me acarició y me dijo: "¡Tontito! ¿Cómo entraste tú en mi vientre?"

Desde aquel día, el problema de la vida y de la muerte ocupaba mi pensamiento. No me abandonaba, y pesaba como plomo en mi corazón.

A los ocho años fui a vivir a casa de unos parientes que estaban en la otra orilla del río, con el fin de estar más cerca de la escuela. Mi madre me prohibió que fuera a verla más de una vez por mes. Sin embargo, en una ocasión me negué a volver a la escuela después de las vacaciones. Cuando le dije a mi madre que no podía tolerar el separarme de ella, se enfureció. Me abofeteó y me arrastró hasta la orilla del río. Pero yo no la soltaba y me negaba a entrar en la barcaza. Encolerizada, mi madre me asió por los cabellos y me arrojó al río; luego se dio vuelta, sin mirar qué había ocurrido conmigo. Mi abuela, que andaba por el lugar, pidió socorro a gritos, y me salvaron. Cuando volví a casa, mi madre exclamó: "¿Por qué le han salvado la vida a este pillo? ¡Lástima que no se haya ahogado!" A continuación, empezó a azotarme e intentó echarme de la casa. Yo llegué a la conclusión de que mi madre era demasiado severa y cruel y que, por lo tanto, no volvería a casa.

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Más adelante me enteré de que mi madre, muchas veces, iba a la orilla del río y lloraba. Una vez mi abuela la sorprendió y le preguntó por qué lloraba. Mi madre contestó, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas: "Tengo que vencer en él su naturaleza demasiado tierna, a fin de que pueda estudiar como se debe".

A los nueve años ingresé al monasterio. Un día oí a un monje que recitaba el Sutra del Todo-Misericordioso. [2a, 2b] Así pude enterarme de que la Kwanyin nos libraría de todos los sufrimientos de este mundo. Al comprender esto, quedé muy conmovido y pedí prestado el Sutra, para leerlo y estudiarlo en privado.

[2a. La compasión de todos los Budas está representada por el bodhisattva Avalokiteśvara (masculino) y también representado como Guanyin o Kwan Yin (femenino), ver enlace arriba.]

[2b. Para Avalokiteśvara Sūtra ver: en.wikipedia.org/wiki/Avalokiteśvara ]

En otra ocasión, mientras acompañaba a mi madre a quemar incienso ante la Kwanyin y reverenciarla, yo le pregunté: "¿Conoces el sutra de la bodhisattva Kwanyin?"

Mi madre me dijo que no y yo, en seguida, le recité el sutra. A ella esto le gustó mucho, y me preguntó: "¿En dónde lo has aprendido?, pues la forma y la voz con que yo había recitado el sutra eran las del viejo monje.

En l555 yo tenía diez años. Mi madre insistía todo el tiempo en que yo debía estudiar, y me atormentaba.

-¿.Por qué he de estudiar? -preguntaba yo.

-Para obtener un puesto en el gobierno [Nota final 2-20] -contestaba ella.

-Y, ¿qué puesto puedo obtener más adelante en el gobierno? -preguntaba yo.

Mi madre contestaba: -Puedes empezar con una posición modesta y puedes llegar a ser Primer Ministro. -Y si llego a ser Primer Ministro -decía yo-. ¿Qué importa eso? -Es tan lejos como se puede ir.

-¿De qué sirve convertirse en un alto dignatario? Trabajar toda la vida y no obtener nada en cambio es tonto. Yo quiero obtener algo que tenga valor eterno.

Mi madre exclamó: -¡Oh, un hijo inútil, como tú, sólo puede llegar a ser un monje peregrino!

-¿De qué sirve ser monje? -pregunté.

-Un monje -contestó ella- es un discípulo del Buda y puede ir a cualquier parte de la Tierra. Es un hombre realmente libre. En todas partes la gente le hace ofrendas y lo sirve.

-Eso me parece muy bien. Me gustaría ser monje.

-Temo -contestó mi madre- que no tengas los méritos suficientes.

Como yo me mostré sorprendido, mi madre siguió diciendo:

-Ha habido muchos chuang yuang (grandes sabios) [Nota final 2-21] en este mundo, pero los patriarcas y los budas no son frecuentes.

-Tengo esos méritos -dije yo- pero temo que tú no me dejes seguir mi camino.

-Si tienes esos méritos -contestó mi madre- te dejaré seguir tu camino. Guardé en mi corazón esta promesa.

Un día en l556, teniendo yo entonces once años, varios hombres con sombreros de anchas alas de bambú y unos palos al hombro se aproximaron a nuestra casa. En seguida yo le pregunté a mi madre:

-¿Quiénes son esos forasteros?

-Son monjes peregrinos -me contestó.

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Yo quedé encantado y los observé más detenidamente. Cuando ya estaban muy cerca, dejaron los palos a un lado y descansaron bajo la copa de un árbol. Nos preguntaron dónde era posible encontrar comida. Mi madre les dijo que esperaran y en seguida se puso a cocinar para ellos, sirviéndolos con grandes muestras de respeto y veneración. Después de comer, los monjes se pararon y se echaron el palo al hombro, pero sólo levantaron una mano para dar las gracias. Sin embargo, mi madre hizo un gesto de rechazo, diciendo: "Por favor: no me deis las gracias". Los monjes partieron sin decir palabra. Entonces yo le dije a mi madre: -¡Estos monjes son descorteses! ¡Ni siquiera han dicho gracias al irse! -Si me hubieran dado las gracias -explicó mi madre- mi mérito por la buena obra sería menor.

Entonces yo me dije, a solas, que este proceder constituía la perfección en el sacerdocio. Este encuentro estimuló más que ninguna otra cosa mi decisión de hacerme monje. El obstáculo entonces era que la oportunidad no se presentaba.

En 1557 yo tenía doce años. Por lo general, no me gustaba mezclarme con personas mundanas o participar de sus historias. Cuando mi padre intentaba arreglarme un matrimonio, yo lo disuadía. Un día oí decir a un monje de la capital que en el Monasterio de Pao En vivía un gran maestro, llamado Hsi Lin. Inmediatamente quise ir a verlo. Pedí el permiso a mi padre, pero él se negó. Luego le pedí a mi madre que intercediera, y ella observó: "Es mejor que nuestro hijo satisfaga su deseo, y que nosotros lo ayudemos". En el mes de octubre me enviaron al monasterio. En cuanto el gran maestro me vio, quedó muy contento y dijo: "Este muchacho no es un ser vulgar. Sería una pena que se convirtiera en un monje como tantos otros". En este tiempo el maestro Wu Chi estaba predicando un sutra en el monasterio. El Gran Maestro me llevó ante ellos. Cuando el maestro Ta Chou Chao me vio, se mostró encantado y exclamó: "Este niño llegará a ser un maestro de los hombres y de los cielos" [Nota final 2-22] luego me palmeó el hombro y preguntó: "¿Qué preferirías ser, un alto funcionario o un Buda?" "Un Buda, por supuesto", contesté yo. El se volvió hacia los otros y dijo: "No debemos dejar de lado a este niño. Hay que darle una buena educación".

Aunque yo no entendí una palabra de la prédica, mientras la escuchaba, mi corazón estaba atento y fervoroso, como si supiera algo pero fuera incapaz de expresarlo en palabras.

En 1564, teniendo yo diecinueve años, muchos de mis amigos obtuvieron honores al aprobar el examen oficial. [Nota final 2-23] Mis amigos también me alentaron a que rindiera examen. Cuando el maestro Yun Ku se enteró de esto, temió que yo me interesara en aspectos mundanos; por lo tanto, me instó a practicar la religión y el Zen. Me contó varias historias de los maestros del pasado, y me mostró un libro llamado "Biografías de los grandes Monjes". Antes de terminar la lectura de la Vida de Chung Feng, [3] me sentí tan conmovido y exaltado que suspiré entre mí, diciéndome: "¡Esto es lo que querría ser!" En ese momento decidí dedicar mi vida al budismo.

[3. en.wikipedia.org/wiki/Zhongfeng_Mingben ]

Después me puse a buscar al Gran Maestro, para que me ordenara. Apartando de mí todos los asuntos mundanos y de estudio, me dediqué a la práctica del Zen, pero no realizaba ningún progreso. Después me concentré en la repetición del nombre del Buda Amida, [4] de día y de noche, incesantemente. Al poco tiempo el Buda Amida se me apareció en un sueño; estaba sentado alto sobre el horizonte, en dirección al sol poniente. Al ver su rostro bondadoso y sus ojos que irradiaban compasión clara y lúcida, yo me prosterné ante él con sentimientos mezclados de amor, pena, felicidad y alegría. Me decía a mí mismo: "¿Dónde están los Bodhisattvas-Kwan Yin Y Ta Shih Chih? Quiero verlos". Inmediatamente los Bodhisattvas Kwan Yin y Ta Shih Chih me mostraron la parte superior de sus cuerpos. [5] Al ver a los Tres Bienaventurados, me convencí de que habría de obtener resultados positivos en mis esfuerzos.

[4. en.wikipedia.org/wiki/Amitabha ]

[5. Ver en.wikipedia.org/wiki/Mahasthamaprapta ]

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Ese invierno fue invitado a nuestro monasterio el maestro Wu Chi con el fin de que nos expusiera la filosofía de Hua Yen. [6, 7] Cuando la conferencia llegó al punto de referencia a las Diez Puertas misteriosas [Nota final 2-24] -el eterno reino del Sello del Océano- comprendí de repente la totalidad infinita y omnicomprensiva del universo. Quedé tan profundamente impresionado por Ching Liang [8] que adopté uno de sus nombres y me hice llamar Ching Yin. [Han Shan está hablando.]

[6. Escuela de guirnaldas de flores, enfatizando el Avatamsaka Sutra. en.wikipedia.org/wiki/Huayan ]

[7. en.wikipedia.org/wiki/Avatamsaka_Sutra ]

[8. Chengguan (738-839) el fundador de la secta Hua Yen. en.wikipedia.org/wiki/Chengguan_(monk) ]

Después expuse mi propósito al maestro Wu Chi. Este me dijo: "¿De tal modo que deseas seguir el camino de Hua Yen? Está bien, Pero, ¿sabes por qué se llamaba Ching Liang (Puro y frío)? Se hacía llamar así porque le gustaba recogerse en la montaña Ching Liang que es fresca en verano y fría y helada en invierno". A partir de ese momento, estuviera yo caminando o inmóvil, siempre tenía ante mí un mundo fantástico de hielo y de nieves. Entonces decidí ir a vivir en aquella montaña; nada en el mundo podía atraerme más. El anhelo de renunciar a este mundo nacía siempre en mí.

En 16 de enero de 1565, cuando yo tenía veinte años, murió mi gran maestro. Unos pocos días antes de su muerte llamó a todos los monjes del monasterio y dijo: "Tengo ochenta y tres años y muy pronto he de abandonar este mundo. Tengo actualmente ochenta discípulos, pero el discípulo que habrá de continuar mi obra es Han Shan. Después de mi muerte, debéis obedecerlo y habréis de respetar su palabra, sin tomar en cuenta su edad." El séptimo día del año nuevo el gran maestro, vestido formalmente, llamó a todos los monjes a su cuarto con el fin de despedirse. Esto nos sorprendió mucho. Tres días más tarde puso en orden sus asuntos e hizo testamento. En ese momento no tenía nada más que una ligera indisposición. Nosotros quisimos hacerle tomar un medicamento, pero él se negó diciéndonos: "Ya me voy: ¿para qué sirven las drogas?" Después convocó a todos los monjes del monasterio y les pidió que recitaran el nombre del Buda Amida para él. Así fue que oramos por él durante cinco días y cinco noches. Murió sentado con el rosario en la mano, recitando apaciblemente el nombre del Buda Amida. Poco tiempo después de su muerte el cuarto en que había vivido durante treinta años, fue destruido por el fuego, como si fuera una advertencia a sus discípulos.

En octubre de ese año, el maestro Yun Ku inauguró una "Asamblea de la Meditación" (en chino: Chan Chi). Congregó a cincuenta y tres notables elegidos en el ámbito de todo el país con el fin de que revelaran y propagaran las prácticas de meditación mediante el ejercicio real. En virtud de una recomendación del maestro Yun Ku, pude participar de esta asamblea. En el primer momento no sabía cómo proceder (meditar) y me sentía muy perturbado por mi ignorancia. Después de quemar incienso como una ofrenda al maestro, le pedí instrucciones. El maestro empezó enseñándome la manera de practicar el koan "¿Quién recita el nombre del Buda Amida?" En los tres meses siguientes me concentré en la práctica de este koan, sin dejarme distraer por ningún otro pensamiento. Al comienzo tenía la sensación de estar soñando. Durante este tiempo, yo no percibía la presencia de nadie en la asamblea ni de nada en el ambiente que me rodeaba.

Pero durante los primeros días de esta práctica mi estado de ánimo era ansioso e impaciente. Mi impaciencia era tan grande que motivó la aparición de un ántrax en la espalda, que se hinchó considerablemente y estaba muy inflamado. Mi maestro se apiadó de mí. Yo me echaba un trapo sobre los hombros y oraba compungidamente y con mucha sinceridad delante del bodhisattva Vatu (uno de los guardias del Dharma), diciendo: "Este achaque debe ser una culpa kármica que proviene de una encarnación previa y que yo debo pagar en esta vida. Pero con el fin de completar este período de meditación te ruego que lo reserves para más adelante. Tú eres mi testigo; prometo pagar esta culpa después de mis prácticas de meditación y también prometo recitar el Sutra de Hua Yen (avatamsaka) [nota arriba] diez veces para demostrarte mi agradecimiento". Esta fue mi promesa. Esa noche me sentía muy cansado y me fui a acostar. Cuando llegó el momento de la meditación, no logré despertarme a tiempo.

Al día siguiente, el maestro me preguntó: "¿Cómo está tu achaque? Yo contesté: "Ahora no siento nada". Entonces él me miró la espalda y comprobó que el ántrax se había secado. Los monjes quedaron llenos de asombro y admiración. De esta manera yo pude continuar con mis prácticas de meditación.

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Cuando terminó la Asamblea de Meditación, yo seguía sintiéndome en estado de meditación, hasta en los momentos en que atravesaba un bazar o una calle llena de gente.

En 1566, yo tenía veintiún años. Ese invierno asistí a las conferencias que dio el maestro Wu Chi sobre el Sutra Fa Hua. [9] Estaba decidido a retirarme para meditar en forma sostenida, y buscaba un compañero adecuado, pero aún no lo había encontrado. Un día, sin embargo, me encontré con un monje peregrino llamado Miao Feng, que parecía ser una persona auténtica y excepcional. Sin embargo, al cabo de unos días, se alejó del monasterio sin decirme palabra; supongo que temió que una asociación muy estrecha conmigo pudiera comprometer su libertad.

[9. Sutra del loto. en.wikipedia.org/wiki/Lotus_Sutra ]

En 1571 yo tenía veintiséis años. Ese año hubo una fuerte nevada y cuando llegaba a Yang Chow, me sentí muy enfermo. Desde hacía algún tiempo me sentía mal y tuve que mendigar comida en las calles. Pero nadie me daba nada. Yo estaba sorprendido y me preguntaba: "¿Por qué nadie me quiere dar de comer?" De repente me di cuenta que todavía conservaba unas monedas de plata en el bolsillo. Entonces reuní a todos los monjes budistas y taoístas que no podían obtener comida en la época de las nevadas, les compré alimentos en una posada y gasté en ellos todo el dinero que tenía. A la mañana siguiente, cuando volví al bazar, no tuve ninguna dificultad en mendigar y obtener comida. Quedé tan contento que me dije a mí mismo: "Tengo ahora fuerza suficiente para contrarrestar el peso de centenares de toneladas".

En 1574, yo tenía veintinueve años y me había encontrado con Miao Feng en la capital. En septiembre viajamos juntos a Ho Tung. El magistrado local, señor Cheng, fue nuestro protector sincero. El nos dio una suma de dinero para que imprimiéramos el Libro de Shao Lung. Yo corregí las pruebas.

La tesis de la obra me resultaba difícil de comprender, especialmente la parte referente a la "inmutabilidad", al Torbellino, a la Montaña que Descansa. Estas partes ya me habían despertado dudas años atrás. Pero ahora, al llegar a la parte en que el brahmin viejo vuelve al hogar después de una larga vida de sacerdocio, y oye que los vecinos, dicen "Mira, el hombre de aquel entonces todavía existe", a lo cual contesta: "Oh no, parezco ser ese viejo, pero en realidad no lo soy", me sentí súbitamente iluminado. Entonces me dije: "En realidad los dharmas no tienen ni comienzo ni fin, ¡cuán verdadero es esto, cuán verdadero!" Me levanté inmediatamente y me prosterné ante Buda. Al prosternarme, pensé: "Nada se mueve y nada surge".

Luego aparté el cortinado y salí a la calle. Una ráfaga de viento agitaba las copas de los árboles y las hojas temblaban contra el cielo. Sin embargo, pese a ver que las hojas se movían, a mí me parecía que todo estaba inmóvil. "Esto, me dije, es el significado del Torbellino y de la Montaña que Descansa. ¡Ahora comprendo! A partir de entonces, hasta en los momentos en que orinaba, no tenía la sensación da que algo fluyera. Me decía a mí mismo: "Esto es lo que se quiere dar a entender cuando se dice que los ríos fluyen incesantemente, pero que nada fluye". A partir de entonces, el problema de la vida y de la muerte -las dudas en relación al "desde dónde" anterior al nacimiento y el "hacia dónde" después de la muerte- quedaron completamente destruidas. En esta época compuse el siguiente poema:

"La vida llega y se va la muerte, el agua fluye y la flor se marchita.
¡Oh, hoy sé que los hoyuelos de mi nariz miran hacia abajo!"

Al día siguiente de esta experiencia, vino a verme Miao Feng. En cuanto me vio, exclamó muy contento: "¿qué has encontrado?". "Anoche, dije, vi a dos bueyes de hierro que lucharon en la ribera del río hasta que los dos cayeron al agua. Desde entonces no he sabido nada de ellos". Miao Feng sonrió: "Felicitaciones -me dijo-, has encontrado la manera de poder vivir en la montaña y seguir en ella".

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Poco después de esto el maestro Fa Kuang, admirado por mí, también vino. Yo me alegré de la oportunidad de conocerlo y de estudiar con él. Después de cambiar algunas palabras quedó muy impresionado y le rogué que me instruyera. Me dijo que yo debía trabajar en el Zen, disociando la mente, la conciencia y las percepciones, y que debía mantenerme alejado de los senderos sagrados y mundanos del conocimiento. Me beneficié grandemente de sus instrucciones. Cuando él caminaba, su voz era como el repiqueteo de un tambor celestial. Entonces me di cuenta que la manera de hablar y el comportamiento de aquellos que entienden la Verdad de la Mente son muy distintos de la manera de hablar y el comportamiento de la gente común.

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Un día, después de leer algunos de mis poemas, el maestro Fa Kuang suspiró: "Esta es realmente una poesía hermosa. ¿En qué otra parte podrían encontrarse versos más hermosos? Sí, estos poemas son buenos, pero todavía hay un agujero sin abrir". Rió. Pregunté: "Maestro, ¿tú ya has abierto ese agujero?" Contestó: "En los últimas treinta años he atrapado tigres y cazado dragones, pero hoy un conejo surgió de la maleza y me inspiró un miedo mortal". Dije: "Maestro, no eres tú quien caza dragones y atrapa tigres". El maestro levantó su bastón y estaba a punto de golpearme, cuando me precipité y agarré el bastón, tiré de su larga barba y le dije: "Dices que era un conejo, pero en realidad era un sapo". Entonces el maestro rió y me dejó ir.

Un día el maestro me dijo: "No es necesario que vayas a un lugar lejano a buscar un maestro Zen. Espero que te quedes con este viejo, para que podamos trabajar juntos con el fin de someter al buey". [Nota final 2-25] Le dije: "Tu ingenio, tu elocuencia y tu entendimiento del budismo no son inferiores a los de Ta Hui. Pero hay algunas cosas en tu manera de ser que me intrigan. Me doy cuenta de que tus manos se mueven siempre, y de que tu boca murmura constantemente, como si leyeras o cantaras algo. Lo cierto es que tu manera de ser parece la de un loco. ¿A qué se debe esto?" El maestro Fa Kuan replicó: "Es mi enfermedad Zen. [Nota final 2-26] Cuando la experiencia Wu (satori) se presentó por la primera vez, automática e instantáneamente, poemas y relatos surgieron de mi boca, como un río que se precipita día y noche, sin cesar. No podía detenerme, y desde entonces he adquirido esta enfermedad Zen". Pregunté: "¿Qué podemos hacer cuando se presenta por primera vez?" Contestó: "Cuando esta enfermedad Zen se presenta por primera vez, debemos notarla inmediatamente. Si no estás consciente de ella, un maestro Zen puede corregirla golpeando severamente y castigando para que salga. Después el maestro debe echarse a dormir. Cuando se despierte, la enfermedad habrá pasado. Lamento decir que mi maestro no estaba alerta y que no fue lo bastante severo para echarla a golpes fuera de mí, en aquel tiempo".

En 1575 yo tenía treinta años. Fui con Miao Feng a la montaña de Wu Tai. Nos quedamos en Lung Men, en el lado norte. El 3 de marzo limpiamos la nieve de una vieja casa de varios cuartos y nos pusimos a vivir allí. Hileras de montañas completamente cubiertas de nieve y hielo nos rodeaban. Este era el lugar en que yo había soñado por largo tiempo. Me sentí tan feliz como si hubiera entrado a un paraíso celestial. Tanto la mente como el cuerpo se sentían tranquilos y cómodos.

Después de algún tiempo Miao Feng fue a Yeh Tai y yo me quedé solo. Concentré la mente en un solo pensamiento y no hablaba con nadie. Si alguien llamaba a mi puerta me limitaba a mirarlo sin decir palabra. Después de cierto tiempo, cuando miraba a los hombres, me parecía que miraba a troncos de leña. Mi mente llegó a un estado en el cual no podía reconocer una palabra de otra. En los comienzos de esta meditación, cuando oía el bramido de las tormentas y los ruidos de los hielos en la montaña, me sentía muy perturbado. El tumulto era semejante al producido por regimientos de soldados y caballería de batallas. Cuando yo le hablé a Miao Feng de esto, él me dijo: "Todos los pensamientos y las sensaciones surgen de la propia mente, no vienen de afuera. ¿Conoces la opinión de los monjes de la antigüedad, que decían: "Si no permites que tu mente se perturbe al escuchar el sonido del agua que corre durante treinta años, llegarás a la comprensión Milagrosa del Avalokistevara"? [10] [Nota final 2-27]

[10. en.wikipedia.org/wiki/Avalokitesvara ]

Yo me sentaba en un solitario puente de madera y meditaba allí todos los días. A principio oía el rumor del agua muy claramente, pero a medida que pasaba el tiempo, oía el rumor a voluntad. Si dejaba moverse a mi mente, podía oírlo, pero si mantenía la mente en calma, no oía nada. Una vez junto al puente, sentí de golpe que no tenía cuerpo. El puente había desaparecido junto con los rumores que me rodeaban. Desde entonces no he sido molestado por ningún rumor.

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Mi comida diaria consistía en un cocido de granos, tallos y agua de arroz. Cuando llegué a la montaña alguien me dio tres bolsas de arroz, que me duraron más de seis meses. Un día, después de comer mi cocido, salí a caminar. De repente me paré y comprendí súbitamente que no tenía ni cuerpo ni mente. Sólo podía ver un Todo iluminador, omnipresente, perfecto, lúcido y sereno. Era semejante a un espejo que todo lo reflejaba, y desde el cual las montañas y los ríos de la tierra fueran proyectados como reflejos. Al despertar de esta experiencia me sentí "claro y transparente", como si mi cuerpo y mi mente no existieran, y en esa ocasión compuse el siguiente poema:

"De repente se para la violencia de la mente;
el cuerpo interior, el mundo exterior se vuelven transparentes después del Gran Vuelco,
y el Gran Vacío es atravesado.
¡Oh, cuán libremente las in-númeras manifestaciones
se presentan y desaparecen!"

A partir de entonces tanto la experiencia interior como la exterior se volvieron lúcidas. Los ruidos, las voces, las visiones, las escenas, las formas y los objetos ya no constituían obstáculos. Mis antiguas dudas se desvanecieron. Cuando volví a la cocina, me encontré con que la cacerola estaba cubierta de polvo. Habían pasado muchos días durante mi experiencia y yo, en medio de mi soledad, no lo había advertido.

En el verano de ese año, Hsuen Lang vino a visitarme desde el norte. Pero sólo se quedó un día, porque no pudo soportar el frío y la tristeza de mi morada.

En 1576, yo tenía treinta y un años. Aunque había obtenido la experiencia wu, no tenía conmigo a ningún maestro que pudiera aprobarla o comprobarla. Por lo tanto, me puse a leer el Sutra de Leng Yen (Saramgama) [11, 12] con la esperanza de comparar mi experiencia con lo que allí se decía. Como nunca había estudiado este Sutra con ningún maestro, su contenido me era desconocido. Decidí leerlo, utilizando mi propia intuición, y detenerme cuando el menor razonamiento intelectual surgiera. De este modo leí durante ocho meses el Sutra, y llegué a entender completamente su sentido.

[11. en.wikipedia.org/wiki/Surangama_Sutra ]

[12. En inglés: Surangama Sutra, comentario de Han Shan, traducido por Charles Luk (pdf, 352 páginas, 2 megas): buddhanet.net/pdf_file/surangama.pdf ]

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En octubre de aquel año mi protector, el señor Hu, me invito a su casa. Su amigo, el señor Kao, me pidió que le escribiera un poema. Contesté: "En mi corazón no existe ahora una sola palabra. ¿Cómo podría escribirte un poema?" Sin embargo, tanto él como el señor Hu insistieron en que escribiera un poema. Tras repetidas instancias, no pude rehusar. Eché entonces una ojeada a libros de poemas antiguos y contemporáneos para estimular mi pensamiento. Mientras casualmente volvía las páginas, mi mente se sintió inspirada. Los versos surgieron de mí y unos minutos después, cuando regresó el señor Hu, yo ya había escrito unos veinte poemas. Súbitamente percibí el peligro de esto y me previne: "Cuidado, esto es lo que el diablo-en-palabras, tu pensamiento habitual, te está haciendo".

Inmediatamente dejé de escribir. Di uno de los poemas al señor Kao y guardé en secreto los otros. Sin embargo, parecía imposible contener el torrente creador que yo había desatado. Era como si todos los poemas, libros o sentencias que había aprendido o visto en mi vida aparecieran simultáneamente ante mí, agolpándose en busca de aire y de espacio. Aunque hubiera tenido miles de bocas en todo mi cuerpo, no hubiera podido agotar el torrente de palabras. Confuso, no podía discernir cuál era mi cuerpo y cuál era mi mente. Al observarme noté que estaba a punto de volar. No sabía qué hacer.

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A la mañana siguiente pensé: "Esto es lo que el maestro Fa Kuan llama la enfermedad Zen. Ahora estoy en medio de ella. Oh, ¿quién podrá curarme? Bueno, como no hay aquí ninguno que pueda hacerlo, lo único que puedo hacer es dormir., dormir tanto y tan profundamente como pueda. ¡Seré muy afortunado si puedo dormir de este modo!" Cerré cuidadosamente la puerta y me esforcé en dormir. Como no podía hacerlo en actitud horizontal, me senté. Antes de poco tiempo olvidé que estaba sentado y me quedé profundamente dormido. Al rato, el muchacho de servicio golpeó la puerta, pero no obtuvo respuesta de mí. Trató de abrir la puerta, pero ésta estaba atrancada. Cuando el señor Hu regresó y se enteró de esto, ordenó al muchacho que rompiera la puerta.

Por último al entrar en la habitación me encontraron inmóvil, me llamaron pero yo no reaccioné. Trataron de sacudirme, pero mi cuerpo permaneció inmóvil. El señor Hu vio una campanita que estaba sobre la mesa y recordó que yo le había dicho una vez que la campanita se usaba a veces para despertar a los yoguis de los trances profundos. En seguida acercó la campanita a mi oreja y la hizo sonar varias veces. Poco a poco empecé a despertar. Al abrir los ojos no pude darme cuenta de dónde estaba y por qué tenía tal postura. El señor Hu me dijo: "Desde la otra mañana, cuando me fui, vuestra reverencia ha permanecido en este cuarto. ¡Hace ya cinco días!" Contesté: "¡Yo creía que sólo había transcurrido un segundo!"

Me senté en silencio y empecé a observar el ambiente, sin saber muy bien en dónde estaba. Entonces recordé las experiencias pasadas y tanto éstas como las actuales me parecieron partes de un sueño, inalcanzables o inutilizables. Lo que me perturbaba se había desvanecido como gotas de lluvia a la salida del sol. El espacio parecía claro y transparente, como si lo hubieran lavado. Todas las imágenes y las sombras habían sido absorbidas por el vacío grande y tranquilo. La mente estaba vacía, el mundo sereno, y mi alegría era tan grande que no podía expresarla con palabras. En esa ocasión compuse el siguiente poema:

"Cuando reina la serenidad perfecta
se logra la verdadera Iluminación.
Como la reflexión serena incluye a todo el espacio,
puedo volver a mirar al mundo
que está formado de sueños y sólo sueños.
¡Hoy comprendo realmente
la verdad y la justeza de las enseñanzas del Buda!"

En 1579, yo tenía treinta y cuatro años y me ocupaba en copiar los Sutras. Mientras trabajaba, al trazar un rasgo o un signo de puntuación, recitaba una vez el nombre de Buda. Cuando algún monje o seglar me visitaba en el templo, yo hablaba con él, pero seguía con mi labor de copista. Si se me hacía una pregunta, la contestaba sin vacilar. Sin embargo, mi trabajo no era entorpecido, y no cometí ningún error por culpa de la conversación. Procedía así todos los días, metódicamente, pues en mi mente no había el menor vestigio de actividad. Esto sorprendía a mis visitantes, que manifestaban dudas al respecto. En una ocasión enviaron a muchas personas a que me visitaran, con el propósito expreso de distraerme y apartar mi atención de mi trabajo. Después de la visita, yo les mostré la copia que había hecho y, al no encontrar en ella ni un solo error, quedaron convencidos. Hicieron preguntas a Miao Feng sobre mi capacidad y Miao Feng contestó: "Oh, no tiene ninguna importancia. Ello se debe simplemente a que mi amigo conoce bien este determinado samadhi. Eso es todo".

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Siempre tenía yo maravillosos sueños, cuando me iba a las montañas a copiar los Sutras. Una noche soné que entraba en una cueva de diamantes. A la entrada de la cueva se podía leer esta inscripción grabada: "Templo de la Gran Sabiduría". Al entrar, un inmenso espacio se abría ante mí. En el ámbito central se veía un espacioso diván en el cual descansaba el Gran Maestro Ching Liang y, a su lado, estaba mi amigo Miao Feng. Yo me prosterné ante él y me coloqué a su izquierda. Entonces el gran maestro Ching Liang nos expuso la doctrina Hua Yen. Empezó por explicarnos el reino inescrutable de la totalidad que todo lo incluye, la enseñanza de la "Entrada al Dharmadhatu". [13]

[13. en.wikipedia.org/wiki/Dharmadhatu ]

Nos explicó que las tierras búdicas se penetran las unas a las otras, y que la Principalidad y el Servicio constituyen una mutua "conversión", [Nota final 2-28] un estado que consiste en avanzar y retroceder en medio de una firme inmutabilidad. Mientras comentaba, aparecían ante nosotros cuadros reales que ilustraban sus palabras. Es así que yo entendí la manera en que el cuerpo y la mente se penetran mutuamente. Después de esta demostración, Miao Feng preguntó: "¿Qué reino de experiencia es éste?" El maestro rió y dijo: "Es el reino del no-reino". Cuando desperté de este sueño, sentí que mi mente y mi cuerpo eran armoniosos y traslúcidos, libres de todo obstáculo y toda duda.

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Otra noche soñé que mi cuerpo se elevaba hacia los cielos y flotaba hasta la altura ilimitada del firmamento. Luego, poco a poco, empecé a descender hasta un lugar en donde vi que nada existía. Allí el suelo era traslúcido y brillaba, como un inmenso espejo de cristal. Empecé a mirar a la distancia lejana y divisé un gran palacio, tan grande que ocupaba todo el cielo. Todos los acontecimientos y los sucesos, las personas y sus acciones, incluso la multitud de los bazares, se reflejaban y eran manifestados en este vasto palacio. En el centro se veía un sitial elevado de color púrpura." Este -me dije a mí mismo- ha de ser el maravilloso sitial Vajra". [Nota final 2-29] El esplendor de aquel palacio no puede ser concebido por la mente humana. Encantado por la contemplación de aquel espectáculo, quise aproximarme. Luego pensé: "¿cómo pueden manifestarse las cosas impuras y triviales de este mundo en esta mansión pura y celestial?" En cuanto surgió en mí este pensamiento, el palacio se alejó de mi vista. Entonces me dije: "La pureza o la impureza dependen enteramente de nuestra mente". En seguida, el palacio apareció ante mí.

Después de un rato, observé la presencia de acólitos. Todos ellos eran agraciados, hermosos y grandes, y estaban de pie ante el Gran Sitial. De repente apareció un monje con un rollo de sutra en una mano y me dijo: "El maestro va a predicar este sutra. Me ordenó que te lo diera". Tome el rollo y lo examiné. Estaba escrito en sánscrito, idioma que yo no entiendo. Le pregunté al monje: "¿Quién es el Maestro?", y él contestó: "Maitreya Bodhisattva". [14] [Nota final 2-30]

[14. en.wikipedia.org/wiki/Maitreya ]

Seguí al monje y subí las gradas de una plataforma, en la cual permanecí quieto, con los ojos bajos, lleno de excitación y de placer. Al oír el tañido de una campana, abrí los ojos y vi al bodhisattva Maitreya, ya instalado en el sitial del maestro. Me prosterné ante él. La cara del maestro tenía una irradiación dorada que no podría compararse con nada de este mundo. Era evidente que yo era el invitado de honor y que el bodhisattva Maitreya habría de explicar el sutra especialmente para mí. Me hinqué y abrí el rollo, y entonces le oí decir: "Lo que en nosotros discrimina es la conciencia: lo que no discrimina es la sabiduría. Si dependes de la conciencia, te corrompes; si te apoyas en la sabiduría, obtendrás la pureza. De la corrupción proviene la vida y la muerte. (Si uno alcanza la pureza) no habrá necesidad de Budas". De repente mi mente y mi cuerpo se sintieron vacíos, y me desperté, con el eco de estas palabras en los oídos. A partir de entonces comprendo plenamente y claramente las diferencias entre la conciencia y la sabiduría. Yo sabía que había visitado el Cielo de Tushita, el palacio de Maitreya.

Otra noche tuve el sueño siguiente: Un monje me dirigía la palabra, diciendo: "El bodhisattva Manjusre [15] te invita a que te bañes con él en la Montaña del Norte. Sígueme". Así lo hice, y me encontré en medio de un inmenso templo, lleno hasta la mitad del fragante aroma del incienso. Los monjes que servían eran indios.

[15. en.wikipedia.org/wiki/Manjusri ]

Me condujeron hasta el lugar que me había sido designado. Me desnudé y ya me disponía a entrar al estanque cuando advertí que ya había allí alguien. Examinando la figura más detenidamente, me pareció reconocer en el a una mujer. Lleno de repugnancia, vacilé un instante, sin decidirme a entrar al estanque. La persona que estaba en el estanque mostró su cuerpo aún más y pude comprobar que el cuerpo era de hombre, no de mujer. Entonces entré al estanque y me bañé con él. Con una mano, recogió agua y la dejó caer sobre mi cabeza. El agua penetró en mi cabeza y en mi cuerpo, corrió por las cinco vísceras y las limpió del mismo modo que se lava la carne en la cocina y se arrojan las vísceras al basurero. Mi cuerpo estaba tan limpio que todas las vísceras habían desaparecido: en mí sólo quedaba la forma de mi piel. Mi cuerpo se volvió transparente y radiante, luminoso como un cristal.

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Mientras tanto, el hombre del estanque había dicho: "¡Traedme té!" Entonces apareció un monje indio con una calavera en la mano, que parecía un melón corlado por la mitad, pero que dejaba caer pedazos de médula y de sesos. Al observar mi asco, el monje extrajo de la calavera un poco de la sustancia blanda y preguntó: "¿Es impuro esto?" En seguida se metió la sustancia en la boca y la tragó. Continuó haciendo esto, como si estuviera degustando un jarabe delicioso. Cuando sólo quedó un poco de sangre y de humores en el cráneo, el hombre del estanque le dijo al monje: "Dale a beber". El monje me tendió el cráneo-copa y yo bebí. Tenía el gusto de un delicioso néctar. Después de beber, el líquido corrió por todo mi organismo, y llegó a la raíz de cada uno de mis pelos. Cuando terminé, el monje indio me frotó la espalda con la mano. De repente, me dio un golpe vivo con la palma de la mano, y yo me desperté. Mi cuerpo estaba cubierto de gotitas de sudor, como si acabara de salir del baño. A partir de ese momento, mi mente y mi cuerpo se sienten tan ligeros y tan cómodos que me resulta difícil expresar esta sensación en palabras. Sueños y presagios auspiciosos empezaron a presentarse con mayor y mayor frecuencia. Por medio de los sueños pude ponerme en contacto con los santos Sabios y con las enseñanzas del Buda. Cada vez estaba más convencido de la verdad de las enseñanzas del Buda.

En 1581 yo contaba treinta y seis años de edad. Me comprometí a organizar un Congreso sobre el Dharma. En el mismo año. Miao Feng escribió el Sutra Hua Yen (Avatamsaka) con su sangre; asimismo, quería formar un Congreso sobre el Dharma. Con este fin fui a la capital a reunir dinero. Al poco tiempo no sólo había reunido el dinero y las provisiones necesarias, sino que había invitado a quinientos maestros conocidos y monjes de todo el país a que concurrieran. Todos los asuntos administrativos, como la preparación de provisiones, el alojamiento, etcétera, corrían por mi cuenta. Estaba tan atareado que no logré dormir durante noventa días con sus noches. Un cierto día de octubre Miao Feng llegó con los quinientos monjes. En esos momentos el Congreso contaba con unas mil personas. El alojamiento, provisiones y abastecimientos estaban bien dispuestos. No hubo escasez ni discrepancias durante el congreso.

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Durante los primeros siete días celebramos una convocación a los seres sensibles de las aguas y las tierras. Mientras esto duró, yo no comí ni un solo grano de arroz, y me limité a beber agua. Todos los días yo caminaba las quinientas mesas ofrendadas a Buda, y lo hacía en forma ordenada. La gente se asombraba de que yo pudiera hacerlo, creían que tenía algún poder mágico. Pero yo sabía que podía hacerlo gracias a la bendición del Buda.

En 1582 yo tenía treinta y siete años. Esa primavera prediqué la filosofía Hua Yen durante cien días. Llegaban personas de todas partes a oír mis conferencias: había más de diez mil personas por vez. Todos comíamos al mismo tiempo y lugar, pero nadie hacía ningún ruido mientras comía. Estas comidas eran dirigidas por mí únicamente y, de esta manera, quedaba muy cansado. Después de la Convención, yo verificaba nuestros fondos. Quedaban diez mil unidades de dinero, que yo entregué al templo. Después me fui con Miao Feng, y no llevé conmigo nada más que una cazuela de mendigo.

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En 1586 yo tenía cuarenta y un años. Después de mucho viajar y trabajar tuve oportunidad de pasar una temporada tranquila en una choza recientemente construida. Tanto mi mente como mi cuerpo empezaron a descansar, y empecé a sentirme muy feliz. Una noche, durante la meditación, vi claramente el gran Todo Iluminado, translúcido, transparente, vacío y claro como un océano límpido.., ¡nada más existía! Entonces pronuncié la siguiente estrofa:

El limpio Océano brilla claro y vacío,
tan claro como la luz de la luna reflejada en la nieve.
No hay vestigios de hombres ni de dioses.
Oh, cuando se abre el ojo de Vajra
se desvanece el miraje y la Tierra
se desvanece en el reino de la paz.

Después de esta experiencia volví a mi cuarto. Sobre mi escritorio estaba el Sutra de Leng Yen (Surangana). [nota arriba] Lo abrí al azar y me encontré con estas frases:

"Entonces comprenderás que tanto tu cuerpo como tu mente, junto con las montañas, los ríos, el espacio y la tierra del mundo exterior están dentro de la mente verdadera, maravillosa e Iluminada".

De repente comprendí claramente la esencia de todo el sutra, que apareció claramente ante mis ojos. En esa ocasión dicté una tesis. "El espejo de Leng Yen", en el tiempo que toma el consumo de media vela. Acababa de terminar cuando se abrió la sala de meditación. Llamé al monje administrativo y le hice leer la tesis que acababa de escribir. Mientras escuchaba la lectura, tenía la impresión de oír palabras en medio de un sueño.

En 1589 yo tenía cuarenta y cuatro años. En este año empecé a leer el Tripitaka completo. Asimismo, hablé en público sobre el Sutra del Loto y El Despertar de la Fe. [16, 17, 18]

Desde el momento en que había abandonado la montaña Wu Tai, tenía pensado visitar a mis padres, pero tenía miedo de verme cegado por ataduras mundanas. Me examiné cuidadosamente con el fin de decidir si estaba en condiciones de visitar a mis padres. Una tarde, durante la meditación, me encontré casualmente con la siguiente estrofa:

Las olas y las ondas fluyen por el cielo fresco; los peces y los pájaros se mueven dentro del mismo espejo: una y otra vez, día tras día. Anoche la luna cayó de los cielos. Ha llegado el momento de iluminar la Perla del dragón negro. [Nota final 2-31]

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Inmediatamente llamé a mi ayudante y le dije: "Ahora puedo regresar a mi tierra natal, a ver a mis padres".

El Templo de la Gratitud, en mi distrito natal, había pedido, desde hacía algún tiempo, una edición completa del Tripitaka. En octubre yo me dirigí a la capital con el fin de hacer un llamado a mis compatriotas. El Emperador decidió hacer la dádiva de un Tripitaka completo. Yo fui con los sutras desde la capital hasta Lung Chiang, y llegué en noviembre al templo de mi ciudad natal. Antes de mi llegada, la pagoda del templo empezó a brillar, en forma continua e inexplicable, durante varios días. El día en que llegaron los sutras la misteriosa luz que emanaba la pagoda tomó la forma de un puente irisado, que bajaba desde los cielos hasta el suelo. Los monjes que venían a recibir los sutras marchaban en medio de esta luz. Durante todas las ceremonias y las plegarias que acompañaron la recepción de los sutras, la luz brillaba en forma incesante. Los espectadores, que eran más de diez mil por día, llegaban de todas partes para asistir al milagro. Todos pensaron que éste era un signo raro y auspicioso.

Mientras tanto mi vieja madre se había enterado de mi llegada. Me envió mensajeros que querían saber cuándo habría yo de visitar su casa. Yo contesté que la corte me había mandado con el fin de custodiar los sutras, y que yo no volvía a mi hogar. De todos modos, si mi madre estaba dispuesta a recibirme en forma afable, sin pena ni lamentos, como si nunca la hubiera abandonado, yo estaba dispuesto a detenerme dos días. Cuando mi madre oyó estas palabras, exclamó: "Este encuentro es muy extraño. Es como encontrarse con alguien en otra encarnación. Llena como estoy de alegría, ¿podría encontrar tiempo para las recriminaciones? ¡Oh, estoy muy contenta de verlo, aunque sólo sea por un ratito! ¡Dos noches es más de lo que yo nunca esperé!"

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Al llegar a casa, mi madre estaba muy contenta. No mostró ningún síntoma de pena. Sólo había alegría y buen humor en ella. Esto me sorprendió considerablemente.

Al anochecer vinieron a visitarnos los ancianos parientes. Uno de ellos preguntó: ¿Llegaste en barco o por tierra?" Mi madre contestó en seguida: "¿Qué quieres decir., en barco o por tierra?" "Lo que quiero saber -dijo el viejo- es de dónde viene". Mi madre dijo: "Viene a nosotros desde el Vacío". A mí me sorprendió que se expresara de esa manera. En medio de mi sorpresa, dije: "¡Es natural que esta vieja me haya dedicado al sacerdocio!" Entonces le pregunté: "¿Has pensado en mí?" "Por supuesto, ¿cómo podría no haber pensado en ti?" Entonces yo pregunté: "¿En qué forma te consolabas?" Ella dijo: "Al principio no sabía qué hacer. Luego supe que tú estabas en la Montaña Wu Tai. Le pregunté a un monje en dónde estaba, y me dijo que estabas bajo la estrella polar. Entonces me prosterné ante ella y recité el nombre del bodhisattva. Después de hacer esto me sentí mejor y no pensé más en ti. Últimamente pensaba que te habías muerto, pues ya no sufría ni pensaba en ti. Ahora te veo como si estuviéramos en otra encarnación".

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A la mañana siguiente yo visité las tumbas de mis antepasados con el fin de rendirles homenaje. Asimismo, escogí el lugar en que habría de estar la tumba de mis padres. Por entonces, mi padre tenía ochenta años. Logré hacerlo reír, diciéndole: "Hoy te enterraré, y de este modo te ahorraré el trabajo de volver de nuevo a la tierra". Al decir esto, golpeé la tierra con una pala. En seguida mi madre me la quitó y dijo: "Deja que esta vieja cave. No necesita que nadie se moleste por mí". Inmediatamente se puso a cavar vigorosamente.

Me quedé tres días en casa. Cuando llegó el momento de partir, mi vieja madre seguía de muy buen humor. ¡Sólo entonces comprendí que mi madre era una mujer extraordinaria!

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