Introducción por Evelyn Underhill

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[Wikipedia]

"En el agua vive el pez, la planta en la tierra,
El ave en el aire, el sol en el firmamento,
La salamandra debe siempre mantenerse ardiendo,
Y es en el corazón de Dios donde Jacob Boehme se siente en su elemento".
—Angelus Silesius [Wikipedia, español]

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Parte 1 - La vida de Boehme

Evelyn Underhill Evelyn Underhill (1875-1941) [Wikipedia]

Jacobo Boehme, que en este libro nos revela algunos de los secretos de su vida interior, figura entre los más originales de los grandes místicos cristianos. Con un genio natural por las cosas del espíritu, exhibía asimismo muchos de las características del vidente y del metafísico; y su influencia sobre la filosofía ha sido por lo menos tan grande como su influencia sobre el misticismo religioso.

Los místicos no nacen. Son como todo otro hombre el producto de la crianza tanto como el de la naturaleza. La tradición y el medio ambiente condicionan tanto su visión como su presentación. Así, la peculiar y a veces difícil doctrina de Boehme será mejor comprendida cuando sepamos algo de su vida exterior y las influencias que tuvo.

Descendía de campesinos y nació en 1575, en un pueblito cerca de Goerlitz, en la frontera de Sajonia y Silesia, y mientras fue niño cuidaba ganado en el campo. Dotado de una disposición piadosa, soñadora y reflexiva, se dice que ya en la niñez tuvo visiones. Como no era suficientemente robusto para el trabajo del campo, se le hizo aprendiz de zapatero; pero sus excesivamente severas ideas relativas a moral le trajeron problemas con los otros trabajadores, así fue despedido y se hizo zapatero remendón ambulante.

Durante este forzado exilio, que coincidió con la época más impresionable de su juventud, Boehme captó algo de las insatisfactorias condiciones en que se debatía la religión de su tiempo, las amargas disputas y mutuas tolerancias que dividían a la Alemania protestante; el formalismo vacío que pasaba por cristianismo. Entró en contacto con las especulaciones teosóficas y herméticas que caracterizaban el pensamiento alemán contemporáneo y que parecían ofrecer a muchos un escape de las irrealidades de la religión institucional hacia regiones más espirituales.

Él, personalmente, estaba lleno de dudas y conflictos interiores; torturado no solo por el ansia de certeza espiritual sino también por los ingobernables impulsos y apasionados anhelos de la adolescencia -ese "poderoso contrarium" del cual habla tan a menudo- que suele ser sentido por el místico en su forma más exagerada. Sus apetencias re ligiosas eran de las formas más simples: "Nunca deseé saber nada de la Divina Majestad... Yo sólo buscaba el corazón de Jesucristo para refugiarme en él de la colérica ira de Dios y los violentos asaltos del Diablo".

Como San Agustín en su estudio de los platónicos, Boehme estaba buscando "esa patria que no es mera visión sino un hogar"; y en esto se revelaba ya como un místico cabal.

Sus anhelos y luchas en busca de la luz fueron recompensados, como han sido en el caso de muchos buscadores al comienzo de su peregrinación, por una intuición de la realidad, lo cual le resolvió por un tiempo las desarmonías que le atormentaban. El conflicto dio lugar a un nuevo sentido de estabilidad y una "bendita paz". Eso duró pro siete días, durante los cuales él se sintió "rodeado por la Divina Luz". Experiencia similar en la vida de muchos otros contemplativos. [1]

[1. Ver Conciencia Cósmica por Richard M. Bucke, el capitulo 10, sobre Boehme (deletreado "Behmen") que comienza en la página 97: PDF (español, 204 páginas, 1.4 meg) ]

A los diecinueve años Boehme volvió a Goerlitz, donde se casó con la hija del carnicero. En 1599 se transformó en maestro zapatero y se estableció en este oficio. Al año siguiente, tuvo lugar su primera gran iluminación. Su carácter fue peculiar e indicativo de su constitución psíquica anormal.

Habiendo pasado de nuevo por un periodo depresivo y atormentado, un día él miraba soñadoramente un plato de peltre pulido que captaba y reflejaba los rayos del sol. Esto condujo (de una manera que cualquier psicólogo entendería) su mente a un estado tal de sugestivilidad, que la facultad mística tomó posesión abruptamente de su campo mental. Le pareció que percibía una visión interior del verdadero carácter y significado de todas las cosas creadas.

George Fox (1624-1691)

George Fox (1624-1691)

Manteniendo este estado de lucidez, tan maravilloso en su sentido de renovación que él lo compara con la resurrección de los muertos, Boehme salió hacia el campo. Como Fox, [2] poseído por la misma conciencia extática halló que "toda la creación despedía otro olor más allá de todo lo que las palabras puedan expresar", así Boehme ahora miró dentro de lo profundo, dentro del corazón de las hierbas y el pasto, percibiendo que toda la naturaleza ardía con la luz interior de lo Divino.

[2. Quaker y disidente inglés (1624-1691). Artículo en español: es.wikipedia.org/wiki/George_Fox ]

Era pura intuición, excediendo totalmente sus facultades de discurso y pensamiento; pero la caviló en secreto "laborando en el misterio como un niño que va a la escuela", y sintió su significado "creciendo dentro de él" y desarrollándose "como una planta nueva".

La luz interior no era constante: su incontrolable naturaleza inferior persistía, y a menudo le impedía el acceso hacia la mente exterior. Este estado de desequilibrio psíquico y lucha moral, durante el cual él leyó y meditó profundamente, duró casi doce años.

Por fin, en 1610, aquello se resolvió con otra experiencia, que coordinó todas sus intuiciones dispersas en una grande y única visión de la realidad. Boehme sintió la urgencia de escribir lo que había visto, y empezó en sus ratos de ocio su primer libro, la "Aurora". El título de este libro, que él describe como "la Raíz o Madre de la Filosofía, Astrología y Teología", muestra hasta qué punto él había absorbido las nociones corrientes de teosofía; pero su propio y vivido relato -una de las más notables descripcione s de primera mano de escritura automática o inspiracional que existen- muestra también qué pequeña parte juega su mente exterior en la composición de este libro, que él "se apresuró a poner por escrito en el impulso de Dios".

Boehme, como los antiguos profetas y muchos videntes menores, estaba poseído por un espíritu, el cual ya sea que elijamos considerarle un poder exterior a él o una fase de su propia y compleja naturaleza, estaba disociado del control de su propia voluntad e "iba y venía como una lluvia súbita". Se manifestaba en chorros de extraña y turbia elocuencia, no controlada por la acción crítica del intelecto.

El nos ha dicho que durante los años cuando su visión estaba incubándose dentro de él, "escudriñó muchas obras maestras de la literatura". Estas de seguro incluían las obras de Valentine Weigel [3] y sus discípulos, como asimismo otros libros herméticos y teosóficos; y el fruto de estos estudios semi digeridos se manifiesta en el simbolismo astrológico y alquímico que se suma a un estilo que ya es de por sí oscuro.

[3. (1533-1588) Artículo en inglés: en.wikipedia.org/wiki/Valentin_Weigel ]

Como muchos visionarios, él era anormalmente sensible al poder evocativo de las palabras, que usaba a menudo por su cualidad sugestiva tanto como por su sentido. Se cuenta de él una historia, que oyendo por primera vez la palabra griega "idea", se excitó vivamente y exclamó: "Veo una doncella pura y celestial". Es a esta facultad que debemos atribuir probablemente su amor por los símbolos alquímicos y la altisonante jerga mágica de su época.

Habiendo caído una copia del manuscrito de "Aurora" en las manos de Gregorius Richter, el "Pastor Primarius" de Goerlitz, Boehme fue violentamente atacado a causa de sus opiniones nada ortodoxas y aun amenazado con el exilio inmediato. Finalmente se le permitió permanecer en la ciudad pero se le prohibió seguir escribiendo. Él obedeció este decreto durante cinco años que para él fueron un periodo de renovada lucha y depresión, durante el cual estuvo dividido entre su concepto del respeto por la autoridad y la imperativa necesidad de autoexpresión.

Sus opiniones, sin embargo, ya eran conocidas. Le trajeron muchas persecuciones, "vergüenza, ignominia y reproches", dice él "brotando y floreciendo día a día", pero también le ganaron amigos y admiradores de la clase educada, especialmente entre los estudiosos locales de la filosofía hermética y del misticismo.

Fue bajo su influencia que Boehme -con su vocabulario ahora notablemente enriquecido y sus ideas clarificadas como resultante de numerosas discusiones- empezó de nuevo a escribir en 1619. En los cinco años entre esta fecha y la de su muerte compuso sus principales obras. Su volumen -y también, debemos confesar, sus frecuentes oscuridades y repeticiones- son prueba suficiente de la furia con que el espíritu manejaba "la mano del escriba".

Algunas, sin embargo, parecen haber sido escritas con un cierto arte consciente, para explicar puntos cruciales; pues las intuiciones de la realidad de Boehme, primero confusas y desorientadoras, habían cedido su lugar a una visión más lúcida. La "Aurora" se había convertido en "un día encantador y brillante", en el cual su vigoroso intelecto era capaz de expresar lo que había percibido "depositado y envuelto en las profundidades de la Deidad".

Así, las "Cuarenta Contestaciones" [4] establecen su respuesta a problemas planteados por el muy docto Dr. Walther, jefe de los laboratorios químicos de Dresden. Su reputación se extiende ya a toda Alemania, y eminentes estudiosos vienen a su taller a aprender de él. En 1622 renunció a la práctica de su oficio y se dedicó enteramente a escribir y exponer.

[4. Tcc: Cuarenta preguntas del alma. Forty Questions of the Soul, inglés: Archive.Org ]

La publicación del hermoso "Sendero hacia Cristo", que fue impreso privadamente pro uno de sus admiradores en 1623 provocó un nuevo ataque de parte de su antiguo enemigo Richter. Por una única vez, Boehme condescendió a la controversia, y replicó con dignidad a las violentas acusaciones de blasfemia y herejía que se le hicieron. Fue, sin embargo, obligado por los magistrados a abandonar la ciudad donde ya tenía una gran cantidad de discípulos.

Primero fue a la corte electoral de Dresden; allí se reunió con los principales teólogos de la época, que quedaron enormemente impresionados por su seriedad profética e intensa piedad y rehusaron mantener la acusación de herejía. En agosto de 1624, la muerte de Richter le permitió volver a Goerlitz; pero ya estaba moralmente enfermo, y murió el 21 de noviembre de ese año, a la edad de cuarenta y nueve años.

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Parte 2 - Enseñanzas de Boehme

Al tratar de estimar el carácter de las enseñanzas de Boehme, es importante examinar las fuentes de sus concepciones. Aunque sus primeras revelaciones, surgiendo abruptamente de la región del inconsciente, le parece a él que nada deben al arte de la razón, es indudable que estaban fuertemente influidas por recuerdos de libros leídos, creencias aceptadas y experiencias soportadas.

Este "resplandor de relámpago" en el cual él tenía sus súbitas visiones del Universo, también iluminaban la estructura de su propia mente y le daban un nuevo significado y autoridad. Así, a menudo es su propio drama interior el que ve reflejado en la pantalla cósmica; un procedimiento que la doctrina "teosófica" del hombre, como el microcosmos del Universo, le ayudaba a justificar.

Su temperamento inestable, con alternativas entre la depresión y la iluminación, su constante sentido de lucha, sus abruptas evasiones hacia la luz -"el poderoso contrarium" con el cual se mantenía en permanente combate- condicionan este cuadro del eterno conflicto entre la luz y las tinieblas en el corazón mismo de la creación; la materia prima de la naturaleza en pugna y el formativo Espíritu de Dios. La "corriente de fuego vivo" que él siente en su propio espíritu es su certeza de la fogosa energía creativa Divina.

Además, el Cristianismo Luterano que formó la base de su vida religiosa contribuyó con muchos elementos a este esquema. De allí el intenso dualismo moral, la oposición Paulina entre el "mundo oscuro" de la naturaleza no regenerada y el "mundo de la luz" de la gracia, las doctrinas de la Trinidad y de la regeneración, generalmente esos símbolos tomados del Credo que él a menudo usa en un sentido teosófico. Es familiar con la Biblia, haciendo constante, aunque a veces fantástico, uso de su lenguaje e imaginería.

Finalmente, los místicos germanos y los filósofos herméticos del Renacimiento, [5] a los cuales leía con fruición, le dieron mucho de la materia prima de su filosofía. La alquimia en su época era todavía un juguete favorito de las mentes especulativas; siendo comprendida parcialmente en su sentido físico y parcialmente en su sentido trascendente. La "doctrina de las correspondencias", que es el tema de uno de los últimos trabajos de Boehme, todavía era tomada seriamente como una guía para la medicina práctica; el cocodrilo embalsamado todavía colgaba en el laboratorio, y el sapo y la araña, eran cuidadosamente destilados.

[5. (inglés) en.wikipedia.org/wiki/Hermeticism#Renaissance ]

Pero así y todo para los alquimistas espirituales la búsqueda de la Piedra, era la búsqueda de una perfección ultraterrena, y la naturaleza humana era la materia para la "gran obra". Esta "ciencia hermética", en la cual la química, la magia y el misticismo estaban extrañamente combinados, es evidente que fueron una poderosa atracción para Boehme; y su influencia sobre su trabajo no siempre fue afortunada.

Pero su deuda con los más genuinamente místicos escritores del siglo XVI, especialmente el reformador silesiano, Caspar Schwenckfeld [1489-1561 Wikipedia, inglés], y Valentine Weigel [1533-1588 Wikipedia, inglés] es de muchísima mayor importancia.

Ciertamente, a través de Weigel, y tal vez también de primera mano, se relacionó con Paracelso, [6] cuya doctrina de la humanidad como la suma de tres órdenes -el natural, el astral y el divino- él adoptó en "La Triple vida del hombre" y "Tres Principios de la Divina Esencia".

[6. Vea en este sitio, La vida y las doctrinas de Paracelso, por Franz Hartmann (inglés): /magic/paracelsus/hartmann-life-of-paracelsus/contents.htm ]

Es también a través de Weigel que él traza su origen de los grandes místicos germanos del siglo XIV; porque el santo pastor de Zschopau estaba totalmente empapado en los trabajos de Tauler, y editó esa perla del misticismo cristiano, que es la Theología Germánica.

Boehme, por lo tanto, estuvo muy lejos de ser un fenómeno espiritual aislado. Fue alimentado por infinidad de fuentes; pero todo lo que recibió fue fundido y rehecho en el crisol de su propia vida espiritual. El resultado fue una nueva creación, tan única como la Piedra Blanca, que los alquimistas hacían de su mercurio, azufre y sal; pero no le hacemos ningún honor ignorando los elementos de los cuales surgió.

No es posible extraer de la vasta, prolífica y a menudo difícil obra de Boehme ningún sistema cerrado de filosofía. A menudo se repite, algunas veces se contradice, o esconde su sentido bajo un laberinto de símbolos inconsistentes porque su trabajo jamás perdió el toque de su carácter inspiracional. Pero a medida que estudiamos estos escritos, gradualmente se esbozan ciertas líneas madres, ciertos caracteres fijos, que nos ayudan a encontrar el camino en ese laberinto. Estas, cuidadosamente captadas, nos capacitan para reconocer un orden y un sentido en ese caos, que a menudo es solo aparente; gozar y comprender algo de esa revelación que transformó al pequeño remendón sajón en un profeta del Reino de Dios.

El mapa de la realidad de Boehme está basado, como el de la mayoría de los místicos, en el número tres; y tiene varios interesantes puntos de contacto con el Neoplatonismo. El universo en su esencia consiste en tres mundos, que son "nada menos que Dios mismo en Sus maravillosas obras". Fuera y más allá de la Naturaleza está el Abismo de la Deidad, "el Eterno Bien que es el Eterno", una definición plotiniana del Absoluto que puede haber llegado a Boehme a través de Eckhart y su escuela.

Los tres mundos son la trinidad de emanaciones, a través de las cuales la trascendente Unidad adquiere su autoexpresión. Boehme les llama el mundo de fuego, el mundo de la luz, y el mundo de las tinieblas. Estas esferas no se excluyen sino que son aspectos de un todo. Por ellas debemos entender un Ser triple, o "tres mundos en uno", y todos tienen su parte en la producción del mundo exterior de los sentidos, en el que vivimos.

El Fuego es la eterna y energética voluntad Divina hacia la creación: esa vida en permanente agitación, nacida de un deseo vehemente, que inspira el mundo natural del devenir. "Todo lo que está destinado a ser algo debe tener Fuego"; es la autoexpresión del Padre.

Del fuego primordial o fuente de la generación, en su vigor, nace el par de opuestos a través de los cuales la Divina energía se manifiesta: el "mundo de las tinieblas" o del conflicto, el mal y la ira, que es la Eterna Naturaleza en sí misma; y "el mundo de la luz", de la sabiduría y el amor, que es el Eterno Espíritu en sí mismo, el Nous platónico, el Hijo de la teología cristiana.

El mundo de las tinieblas representa aquella cualidad de la vida que es reacia a todo aquello que llamamos divino; "la naturaleza no regenerada", que para Boehme no era una ilusión, sino una espantosa realidad. Es la esfera de la lucha indiscriminada y amoral, y de todo lo que "muerde, odia, ataca y manifiesta arrogante voluntad propia tanto entre los hombres como entre las bestias".

El mundo de la luz es la esfera de toda la determinada bondad y belleza; el estado del ser hacia el cual debiera tender con todas sus fuerzas el impulso del devenir. Es el Verbo, o el "Corazón de Dios", para diferenciarlo de Su Voluntad, que mantiene dentro de sí todos aquellos valores a los cuales nos referimos como divinos. En la Luz reside "el eterno original de todos los poderes, colores y virtudes".

Aquí de nuevo, percibimos la influencia platónica en una de las más características ideas de Boehme. Dentro y a través de esta Luz, los bastos impulsos de la fogosa fuerza de vida son sublimados; su titánico celo se transforma en necesario para ello, porque "nada sin oposición puede llegar a manifestarse".

El mundo exterior en el cual residimos de acuerdo al cuerpo, es la creación del Fuego y de la Luz. Ignorando la existencia separada del mundo de las tinieblas, que es así considerado solo como un aspecto el Fuego, Boehme a veces habla de esta esfera física como del tercer Principio Divino o espera del Espíritu Santo, el "Señor y Dador de Vida"; quien es así asignado a una posición muy cercana al concepto de la Psiquis de Plotino, o "Alma del Mundo".

Este mundo exterior, dice él, es "tanto lo bueno como lo malo, lo terrible tanto como lo encantador" ya que en él el amor y la ira están siempre luchando recíprocamente.

"La vida de la naturaleza se transforma en Fuego y la vida del Espíritu en Luz". El problema permanente del universo tanto como de la vida humana, la esencia de su "salvación", radica en extraer la Luz de su origen de Fuego, o sea extraer la belleza espiritual de la materia prima que abunda en la energía de la propia naturaleza. Esta permanente maduración de la vida desde la raíz oscura hacia la luz del espíritu es a veces llamada por Boehme el "nuevo nacimiento de Cristo" y otras "el crecimiento del lirio". Ello está sucediendo todo el tiempo; es la triunfante autorealización de la perfección de Dios. Él ve el universo como un vasto proceso alquímico, una marmita, perpetuamente destilando los metales viles para transmutarlos en oro celestial.

Y como es en el cosmos, así también es en el microcosmos que es el hombre. El también está en proceso de devenir. La "gran obra" de los herméticos debe cumplirse en él, y él debe aceptar su "angustia" -el conflicto entre el fuego y la luz.

"El hombre debe estar en guerra consigo mismo si desea ser un ciudadano del cielo". El combate es inevitable y la victoria es posible porque tenemos la esencia de los tres mundos dentro de nosotros, y estamos "hechos de todos los poderes de Dios".

La Luz eterna "resplandece" en cada conciencia. "Cuando veo un justo -dice Boehme-veo allí presentes los tres mundos". Por esta razón, la vida humana es "una bisagra entre la luz y las tinieblas, y a cualquiera de ellas que se entregue, en esa arderá".

Las posibilidades de aventura son infinitas. El arco a través del cual oscila es tan ancho como la diferencia entre el cielo y el infierno. Del fuego -angustia, esfuerzo y conflicto- no puede escapar, ya que éste es la manifestación de esa voluntad que es la vida.

Pero puede escoger entre el tormento de su propio y aislado "oscuro fuego" -el anhelo centrado en la propia voluntad que es la esencia del pecado- o el abandono de sí mismo al divino fuego de la incansable voluntad divina hacia la perfección.

El uno eleva un vórtice dentro del eterno proceso: el otro contribuye con su reserva de energía y amor a ese trabajo universal que transmuta los elementos oscuros en luz, y supera la hendedura aparente entre "naturaleza" y "espíritu".

"Toda nuestra enseñanza" -dice Boehme- "se reduce a mostrar al hombre como encender en sí mismo el divino mundo de la luz". Ese mundo está aquí y ahora; y lo único a que aspiraba él era a abrir los ojos de los otros hombres a esta realidad circundante e interpenetrante. Todo se halla en la dirección de la voluntad: "Lo que somos capaces de hacer de nosotros, eso somos".

Para él, el universo era ante todo y primero que todo un hecho religioso: sus fogosas energías, sus impulsos hacia el crecimiento y el cambio, eran significativos porque eran aspectos de la vida de Dios. Su visión cósmica era la resultante directa de su experiencia espiritual; él la narró porque deseaba estimular en todos los hombres la vida espiritual, hacerles darse cuenta que "El Cielo y la Tierra están presentes por todas partes, y no es necesario más que un giro de la voluntad hacia el amor de Dios o hacia Su ira, lo que nos coloca dentro de ellos".

Cuando el ansia o inquietud del devenir, el desesperado anhelo, que debiera conducir tanto el destino individual como el cósmico hacia su límite; vuelve sobre sí mismo y se transforma en un fogoso deseo de autodestrucción, una "rueda de angustia"; eso significa que el proceso alquímico se echó a perder. Entonces se produce lo que Boehme llama "la turba"; y la turba es la esencia del infierno. Pero todo el que se somete al impulso de la Luz, por ese mero acto tiene acceso al cielo del corazón de Dios; porque "el Cielo no es nada más que la manifestación del Eterno, donde todo labora y desea en la quietud del amor".

De aquí que al fin de esta vasta y dinámica visión, esta deslumbrante armonía del universo científico y cristiano, encontramos que los imperativos que gobiernan la entrada del hombre en la verdad son morales; la paciencia, el coraje, el amor, el renunciamiento (entrega de la voluntad). Estas virtudes evangélicas son la condición de nuestro conocimiento de la realidad; porque "Dios reside en todo lo creado pero nada lo llega a entender a menos que se haga uno con ÉL". Esta es la doctrina de todos los grandes místicos, y ellos han probado esta verdad con sus propias vidas.

Esa armonía de lo divino y lo humano es el objetivo real del cristianismo: y nosotros no debemos olvidar que Boehme por sobre todas las cosas fue un cristiano práctico; para quien su religión era un proceso vital y no meramente un credo. El se quejó de que a los ortodoxos de su tiempo les satisfacía creer que Cristo había muerto una vez por ellos, pero que tal aceptación de la historia no salvaba a nadie. "Un verdadero cristiano no es meramente un nuevo hombre histórico" -él es un hecho biológico, la corona de la "gran obra" de la alquimia espiritual.

La historia cristiana es solo "la cuna del Niño"; la estructura dentro de la cual la ley de regeneración se manifiesta perpetuamente y el "hombre celestial", ciudadano del eterno mundo de la luz, es dado a luz en el mundo del tiempo. Esto, dice Boehme "querríamos de todo corazón que los que se titulan cristianos de los dientes para afuera, pudieran descubrirlo y experimentarlo por sí mismos, y así pasar de la historia a la sustancia".

Fue justamente de la plenitud de su propia experiencia que él escribió, como lo muestra la colección de sus declaraciones personales. En ella vemos cuán próxima es la conexión entre su vida interior y su visión "mística"; las grandes demandas morales y los perpetuos conflictos que condicionaron su conocimiento intuitivo de la realidad. Ese conocimiento fue el fruto de la "honesta búsqueda" continuada desde la adolescencia hasta el fin de su vida terrenal; de la voluntad y anhelos porfiadamente y humildemente centrados en un único objetivo racional de su deseo, y haciendo converger hacia ese único centro todos y cada uno de los elementos de su naturaleza triple.

Tan rendida dedicación es el fundamento de todo sano misticismo, y solo se produce en aquellos que adquieren un notable incremento de conciencia, un enriquecimiento de la vida inconcebible para los demás.

"Elabora bien todos estos conceptos -decía Boehme - y rápidamente verás y sentirás aparecer otro hombre con otro sentido, y pensamientos y comprensión. Hablo de lo que sé y he descubierto por experiencias; un soldado entiende de la guerra. Esto lo escribo por amor, como uno que dice en su espíritu cómo le han pasado las cosas a él, para que sirva de ejemplo a otros; para ver si alguno lo quiere seguir y descubra por sí mismo que ha dicho la verdad".

– Evelyn Underhill

 

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