Capitulo IV

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Cuando contemplas el abismo que se extiende sobre la tierra, no debieras decir que esa no es la puerta de Dios, donde Dios reside en su grandeza; No, no, no pienses eso, porque la Santísima Trinidad entera, Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo residen en el centro, bajo el firmamento del cielo, aunque ese mismo firmamento no puede comprenderlo.

En realidad todo es como si se tratara de un solo cuerpo, el movimiento exterior y el interior más el firmamento del cielo, como también el movimiento astral que está allí dentro y en el cual reside la ira de Dios, pero así y todo ellos son entre sí como el gobierno, estructura o constitución en el hombre.

La carne significa el movimiento exterior, y es la mansión de la muerte. El segundo movimiento en el hombre es el astral, en el que se establece la vida, y donde permanecen juntos el amor y la ira de Dios, luchando mutuamente. Hasta aquí se conoce el hombre a sí mismo, porque el astral genera la vida del plano exterior, es decir de la carne. El tercer movimiento se genera entre el astral y esa cutícula exterior y es llamado el espíritu animado o alma y es tan grande como el total del hombre.

Ese movimiento, el hombre exterior no lo conoce ni aprehende, ni tampoco el astral; pero cada espíritu fuente comprende a esa fuente de donde procede, que se parece al cielo.

El hombre animado o alma debe presionar a través del firmamento del cielo hacia Dios y vivir con Dios, y si no lo hace, el hombre total no puede venir al cielo hacia Dios.

El hombre no puede ser integralmente libre de la ira y del pecado porque los movimientos del abismo de este mundo tampoco son totalmente puros ante el Corazón de Dios; siempre el amor y la ira luchan entre sí.

En el segundo, el astral, donde el amor y la ira están mutuamente en contra, reside un espíritu de vida y del firmamento del cielo, el cual procede del espíritu.

Y el diablo puede llegar hasta la mitad de este movimiento, solo hasta donde llega la ira y no más lejos; por lo tanto el Diablo no puede saber cómo se genera la otra parte de este movimiento. Esta otra parte del astral, que pertenece al amor, es el firmamento del cielo que sujeta en cautividad la ira inflamada, junto con todos los demonios que allí no pueden entrar. En ese cielo reside el Espíritu Santo, que procede del Corazón de Dios, y lucha contra la ira, generando para sí mismo un templo en medio de la ferocidad de la ira de Dios.

Y en este cielo reside el hombre que teme a Dios, incluso mientras todavía está dentro del cuerpo aquí en la tierra; pues ese cielo está en el hombre, en la misma forma que en el abismo sobre a tierra. Y en la misma forma también en que en ese abismo se debaten el amor y la ira, asimismo lo hacen en el interior del hombre hasta que el alma se separa del cuerpo, pero cuando esto sucede, ella reside solo en el cielo del amor o solo en la ira.

Y en este cielo los santos ángeles residen entre nosotros, mientras los diablos lo hacen en la otra parte. En este cielo el hombre vive entre el cielo y el infierno y debe sufrir de la ira y soportar muchos golpes, tentaciones y persecuciones, y a veces hasta tormentos y opresiones.

La ira es llamada la Cruz, y el cielo del amor es llamado paciencia, y el espíritu que se alza allí se llama esperanza y fe, que une con Dios y lucha con la ira hasta vencerla y obtener la victoria.

¡Oh, teólogos! El espíritu aquí abre una puerta para ustedes. Si no son capaces de ver ahora y alimentar vuestros corderos y ovejas en la verde pradera, en vez del matorral seco, se harán responsables de ello ante el severo implacable y colérico juicio de Dios; por lo tanto tened esto en cuenta.

Tomo al cielo por testigo de que aquí yo cumplo mi parte. El Espíritu me conduce a hacer esto y estoy obligado, sin poder liberarme de esta responsabilidad, pase lo que pase, y cueste lo que cueste.

El tercer movimiento en el cuerpo de Dios en este mundo está escondido. En él reside el todopoderoso y sagrado Corazón de Dios, donde nuestro Rey Jesucristo, con su cuerpo natural se sienta a la derecha de Dios, como Rey y Señor de todo el cuerpo de este mundo.

El cuerpo de Cristo no es ya de la consistencia dura, sino de la divina, de la naturaleza de los ángeles. Nuestros cuerpos también lo serán en la resurrección, no teniendo ya la carne dura y los huesos, sino serán como los ángeles; y aunque contendrán dentro de sí todos los poderes y formas, ya no serán de la actual consistencia.

Cristo dice a María Magdalena en el jardín de José, en el sepulcro, luego de la resurrección: "No me toques, porque todavía no he ascendido a mi Dios y a tu Dios", como si dijera: "Ya no tengo más mi cuerpo animal, aunque me muestro ante ti con mi antigua forma, porque si no lo hiciera, tú con tu cuerpo animal no podrías verme".

Así durante los cuarenta días posteriores a su resurrección, no siempre caminó en forma visible entre sus discípulos, sino invisiblemente, de acuerdo con su propiedad angélica y divina. Cuando hablaba con sus discípulos, se mostraba en forma palpable y conversaba en su propio lenguaje, pues lo corruptible no puede aprehender lo divino. Y una prueba de que su cuerpo era de calidad angélica es el hecho de que fue hacia sus discípulos a través de las puertas cerradas.

Así puedes entender que su cuerpo se unió con los siete espíritus de la naturaleza en el movimiento astral y en la zona del amor; manteniendo al pecado, la muerte y al Diablo cautivos en la zona de la ira.

Tú puedes así apreciar cómo tú estás en este mundo por todos lados tanto en el cielo como en el infierno y que te mueves permanentemente entre el cielo y el infierno en constante peligro. Puedes ver como el cielo está en el hombre santo, y que por doquiera vayas o estés, si tu espíritu coopera con Dios, en lo que se refiere a esa parte estás en el cielo, y tu alma es en Dios. Es por eso que Cristo dice: "Mis ovejas me pertenecen y ningún hombre puede arrebatármelas".

De la misma manera tú ves también cómo estás siempre en el infierno y entre los demonios si te mueves en la ira; si tus ojos fueran abiertos verías cosas maravillosas, pero permaneces entre el cielo y el infierno y no puedes ver ninguno de los dos, porque caminas por un puente muy angosto.

Algunos hombres han logrado muchas veces, en el espíritu astral entrar allí, a través de un éxtasis, como los hombres designan este estado, y a pesar de estar en esta vida, han podido ver las puertas del cielo y del infierno, y luego han dado testimonio de que muchos hombres residen en el infierno con sus cuerpos vivientes. Haciendo gala de ignorancia e indiscreción, el mundo ha reído de ellos con desprecio y escanio, pero lo que estos hombres decían era abs olutamente verídico y tal como ellos lo declaraban.

 

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