Capitulo XV

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Hablaré ahora a aquellos que sienten muy realmente dentro de ellos, el deseo de arrepentirse, y a pesar de ello no logran reconocer y deplorar los pecados cometidos, pues la carne se mantiene diciéndole continuamente al alma "Un momento más... sí estamos bien así... " o si no "Ya habrá tiempo mañana". Y cuando llega el mañana la carne dice de nuevo "Mañana". El alma, mientras tanto, suspirando y desmayándose, no logra ni lamentar los pecados cometidos, ni un poco siquiera de consuelo. Para ése, repito, indicaré un proceso o sendero, a través del cual yo he ido personalmente, para que sepa que debe hacer y lo que pasó conmigo, si por ventura él se siente inclinado a entrar en él y seguirlo.

Cuando un hombre percibe dentro de sí mismo, presionando su mente y su conciencia, una avidez o deseo de arrepentirse, a pesar de lo cual no siente dentro de él compunción alguna por los errores cometidos, sino solo el anhelo de sentirla; de modo tal que esa pobre alma cautiva suspira continuamente, teme y siente que debe reconocerse culpable de pecados ante el juicio de Dios; tal persona, repito, no puede hacer nada mejor que esto, que consiste en envolver juntos los sentidos, la mente y la razón, y hacerse a sí mismo, tan pronto como detecte la aspiración de arrepentirse, el fuerte e inexorable propósito de que entrará en esa misma hora, qué digo hora, en ese mismísimo minuto, en el proceso de arrepentimiento, y abandonará el camino del mal, sin tomar en cuenta para nada el parecer de los demás ni del mundo en general.

Sí. Y si fuese necesario que él deserte y desestime todas las cosas, en pro de ese arrepentimiento; y que nunca se aparte de esa resolución que hizo, aunque se convierta en el hazmerreír y el estúpido máximo para todo el mundo, de que con todas las fuerzas de que se sienta capaz en su mente, él se apartará de la gloria y placeres del mundo y pacientemente entrará en la pasión y muerte de Cristo, poniendo toda su esperanza y confianza en esa vida que vendrá; que aun ahora en integridad y verdad él entrará en la vida de Cristo, y allí dentro realizará la voluntad de Dios, que en el Espíritu y voluntad de Cristo él iniciará y terminará todas sus acciones en este mundo; y que por la palabra de Cristo y su promesa, que nos asegura una recompensa celestial, gustosamente aceptará y soportará toda adversidad y toda cruz, para de este modo ser admitido en la comunión y hermandad de los hijos de Cristo.

Debe firmemente imaginarse a su alma enteramente envuelta en esta persuasión, de que realizando tal propósito él obtendrá el amor de Dios en Jesucristo, y que Dios le dará esa noble promesa del Espíritu Santo por seña; que en la humanidad de Cristo renovará su mente con amor y poder, fortaleciendo su débil fe. También que en sus ansias divinas él recibirá la carne y sangre de Cristo por alimento y bebida para el deseo de su alma, que está hambrienta y sedienta de ese, el único alimento que puede saciarla; y la sed de esa alma bebe el agua de vida eterna que procede de la pura fuente de Jesucristo.

El debe asimismo entera y firmemente imaginarse, y colocar ante él, el gran amor de Dios. Debe persuadirse de que Dios en Cristo le oirá más fácilmente y le recibirá en su gracia; que Dios en el amor de Cristo, en el más amado y precioso nombre de Jesús, no puede permitir ningún mal; y que no puede haber ninguna mirada colérica en este hombre, sino solo el más alto y más profundo amor y fidelidad; la más inmensa dulzura de Dios.

Teniendo todo esto en consideración él debe firmemente imaginarse que en esta misma hora y momento, Dios está realmente presente dentro y fuera de él. El debe saber y creer que en su hombre interior él permanece realmente delante de Dios, a quien su alma ha dado la espalda, y debe, con los ojos de su mente, en postura de temor y de la más profunda humildad, empezar a confesar sus pecados e indignidad ante la cara de Dios de la manera que sigue:

"Oh tú gran Dios inescrutable, Señor de todas las cosas; Tú que en Jesucristo, por tu gran amor hacia nosotros, te has manifestado en nuestra humanidad: Yo, pobre, indigno y miserable pecador venga ante tu presencia, aunque no soy digno de levantar mis ojos hacia ti, reconociendo y confesando que soy culpable de haber renunciado a tu gran amor, y a la gracia que tan libremente nos otorgaste. Mi alma ni siquiera se conoce a causa del lodo del pecado; como un forastero ante ti, indigno de desear tu gracia.

"Oh Dios en Jesucristo, tú que por los pobres pecadores te hiciste hombre para ayudarlos, a ti recurro. El Diablo me ha envenenado y ya ni reconozco a mi Salvador; he pasado a ser una rama salvaje en tu árbol. Para mí mismo me he convertido en un necio; estoy desolado y desnudo, y mi vergüenza se alza ante mis ojos sin que yo pueda ocultarla; tu juicio me espera. ¿Qué puedo decirte y a ti, que eres el juez de todo el mundo?

"Oh, Dios misericordioso, es debido a tu amor y sufrimiento que no estoy ya en el infierno. Yazgo ante ti como un moribundo cuya vida se exhala de sus labios, como una chispa que se apaga; enciéndela de nuevo, oh, Señor, y eleva de nuevo el aliento de mi alma ante ti".

El hombre debe considerar muy seriamente en su mente este asunto. Si alguna vez llega a obtener el divino amor, la unión con la noble Sabiduría de Dios, debe hacer un voto en su propósito y en su mente.

Bienamado lector, porque te amo no te ocultaré lo que me ha sido dado conocer. Si todavía estás aferrado a la vanidad de la carne, y no tienes un propósito firme de caminar hacia el nuevo nacimiento, intentando convertirte en un nuevo hombre, entonces no concedas importancia a las palabras de esa plegaria y no las digas; o si no, ellas se convertirán en un juicio de Dios sobre ti. No debes tomar los santos nombres en vano; ellos solo pertenecen a las almas sedientas. Pero si tu alma está realmente consumida por la sed, ella descubrirá por propia experiencia lo que son esas palabras.

Amada alma; Cristo fue tentado en el desierto, y si anhelas seguirle debes rehacer su camino desde su misma encarnación hasta su ascensión. Aunque no seas capaz ni se te exija hacer lo que él hizo, debes introducirte de lleno en su proceso y desde allí morir continuamente para la corrupción. Porque la Virgen, la Santa Sabiduría, no se desposa con el alma sino cuando esta alma, a través de la muerte de Cristo, se yergue como una nueva planta, que se alzara en el cielo.

Por lo tanto fíjate bien en lo que haces: cuando has hecho esa promesa, tienes que cumplirla entonces la Sabiduría te coronará más pronto de lo que debieras ser coronado. Pero debes estar seguro que cuando el Tentador venga a ti con el placer y la gloria del mundo, tu mente lo va a rechazar. La libre voluntad de tu alma debe sostener el embate más fuerte como un guerrero y un campeón. Si el Diablo no puede prevalecer contra tu alma con la vanidad, volverá a la carga con sus indignidades y su catálogo de pecados. Allí debes luchar fuerte, porque en este conflicto los pobres pecadores suelen pasarlo tan mal, que la razón exterior piensa que están fuera de sí o que están poseídos por un espíritu maligno. En este tipo de combate, el cielo y el infierno luchan el uno contra el otro. Pero un soldado que ha ido a la guerra debe saber cómo pelear e incluso adiestrar a otro que se vea en idéntica condición.

He consignado aquí para ayudar al lector, una plegaria muy eficaz para luchar contra la tentación, de modo que sepa qué hacer si está en esa situación.

"Amantísimo amor de Dios en Jesucristo, no me abandones en esta angustia. Te confieso que soy culpable de los pecados que se agitan ahora en mi conciencia y en mi mente; si me abandonas, pereceré. ¿Pero ¿no me has prometido en tus propias palabras, cuando dices: "Si una madre pudiera olvidar a su hijo (lo que es muy difícil), ¿cómo podrías tú olvidarme?". Me has colocado como un signo en tus manos que fueron atravesadas con agudos clavos, y en tu costado abierto de donde manó sangre y agua. ¡Pobre infeliz de mí! Dependiendo de mi propia habilidad no hay nada que yo pueda hacer ante ti; me sumerjo en tus heridas y en tu muerte; en ti me sumerjo con la angustia de mi conciencia; haz lo que quieras de mí".

* * *

Bienamado lector, éste no es asunto banal; el que así piensa no ha pasado por él. Su conciencia todavía duerme. Feliz el que pasa por este fuego en su juventud, antes de que el Diablo tenga tiempo de erigir una fortaleza en su interior; puede ser que sea un trabajador en la viña celestial, y que siempre su semilla en el jardín de Cristo, donde a su debido tiempo cosechará el fruto. Este proceso dura un buen tiempo, con algunas pobres almas, muchos años, si no se ponen seriamente, y cuanto antes, la armadura de Cristo. Pero para aquel que con firme propósito se esfuerza por escapar de sus malignos caminos, la tentación no será tan ardua, ni durará mucho tiempo. Pero debe continuar valientemente hasta que obtenga la victoria contra el Diablo. Él tendrá mucha ayuda y todo saldrá a pedir de boca para él; de modo que después, cuando el día amanezca en su alma, él convierta toda su penuria en un himno de alabanza por la gloria de Dios.

 

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