Capitulo XIII

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La razón exterior dice "¿Cómo puede un hombre en este mundo ver en el profundo de Dios, en lo profundo de otro mundo, y declarar qué es Dios? Eso no puede ser; debe tratarse sin dada de una pura fantasía con la cual el hombre se divierte y engaña a sí mismo".

Hasta allí puede llegar la razón; no puede buscar más lejos para poder descansar; y si yo perteneciera al mismo arte, diría lo mismo, porque el que no ve nada dice que allí no hay nada; él conoce solo lo que ve y no conoce nada que este más allá de sus narices.

Yo le preguntaría al hombre enteramente terrenal y despreciativo, si el cielo está ciego, como asimismo el infierno y Dios mismo.

O si el mundo divino tiene la capacidad de ver: y si también el Espíritu de Dios ve tanto en el mundo de amor de la luz, como en el mundo de la ira, en la fiera cólera.

¿Dice él que existe la capacidad de ver allí dentro? Eso es muy cierto, entonces él debiera cuidar de no estar tan a menudo mirando con los ojos del Diablo, en su deliberada malicia.

Si él quisiera expulsar al Diablo, podría darse cuenta de la estupidez hacia la cual el Diablo le ha conducido. Pero está tan ciego que no percibe que ve a través de los ojos del Diablo.

De la misma manera, el santo ve con los ojos de Dios, lo que Dios se propone, eso es lo que el Espíritu de Dios en el nuevo nacimiento ve, a través de esos ojos humanos de la imagen de Dios. Para el sabio, es ver y hacer.

En el sendero, a través de la muerte de Cristo, el nuevo hombre ve en la profundidad del mundo angélico, es mucho más fácil y claro de aprehender para él que el mundo terrenal y lo hace naturalmente, no con los ojos de la fantasía sino mirando con sus propios ojos, con los ojos de ese espíritu que procede del fuego del alma.

Ese espíritu ve en el cielo, contempla a Dios y a la eternidad. Es la noble imagen acorde a la similitud de Dios.

Con esa visión ha escrito esta pluma, no de otros maestros, ni por conjeturas, sean verdaderas o no. Aunque ahora en realidad una criatura no es sino una fracción y no una consumación total, así es que vemos solo en parte, no obstante lo cual lo que está aquí escrito debe ser examinado y es fundamental.

La Sabiduría de Dios no puede ser escrita porque es infinita, sin número ni comprensión; conocemos solo en parte.

Y aunque en realidad sepamos mucho más, la lengua humana no puede alcanzar la altura necesaria para declararlo: sólo usa palabras de este mundo y no palabras del mundo interior, aunque la mente las retenga en el hombre interior.

Por lo tanto siempre unos entienden de una manera y otros de otra, según la cantidad de Sabiduría con que están dotados; y asimismo de acuerdo con ella aprehenden y pueden explicarla.

No todos comprenderán mis escritos, de acuerdo con lo que y he querido decir. Tal vez no haya ninguno que lo haga. Todos comprenderán de acuerdo con sus dones, para su beneficio. Unos más que otros, de acuerdo con la cantidad en que el Espíritu esté en él.

Porque el Espíritu de Dios a menudo está sujeto al espíritu del hombre, cuando éste se atiene a lo que es conducente, y con ello lo capacita e impide que nadie lo perjudique en sus buenas obras para que por sobre todas las cosas se haga la voluntad y el deseo de Dios.

¿Qué es lo que hay en nosotros que es extraño a nosotros, y que nos impide ver a Dios? este mundo y el Diablo son la causa de que no veamos con los ojos de Dios, y fuera de eso no hay otro obstáculo.

Y si alguien dice que no ve nada divino, tendría que empezar por considerar que la carne y la sangre, además de la sutileza y astucia del Diablo, son a menudo los factores que le perjudican, ya que por su propia soberbia mental y para su propia honra él quiere ver a Dios, y por el hecho de que muy a menudo se trata de un ser totalmente atiborrado de malignidad terrena.

Déjenlo mirar en las huellas de Cristo y entrar en la nueva vida, y entregarse por estar bajo la Cruz de Cristo, y desear únicamente la entrada de Cristo en sí mismo: ¿qué le impedirá ver al Padre, su Salvador Cristo, y el Espíritu Santo?

¿Acaso el Espíritu Santo es ciego cuando habita en un hombre? ¿O es que yo escribo para mi propia jactancia?

No es así, pero el lector debe desechar su error, y con los ojos divinos podrá ver las maravillas de Dios y así se hará la voluntad de Dios. Es con este fin que esta pluma ha escrito todo esto, que es bastante, y no en su honor ni en homenaje a los placeres del mundo.

Queridos hijos de Dios, vosotros que buscáis con suspiros y lágrimas, os digo con la mayor sinceridad: vuestra vista y conocimiento está en Dios, él se manifiesta a cada uno en este mundo tanto como lo desea, tanto como él sabe que es conveniente para ese hombre.

El que obtiene su visión de Dios, tiene que realizar el trabajo de Dios, él tiene y debe ordenar, hablar, y hacer lo que él está viendo y si no lo hace como el riesgo de que le quiten esa facultad concedida; porque este mundo no es digno de la visión de Dios.

Pero en bien de las maravillas y de la revelación de Dios, se les concede a muchos esa visión; así el Nombre de Dios puede manifestarse al mundo. Nosotros no nos pertenecemos, sino somos de aquel a quien servimos en su luz. No conocemos nada de Dios, él, Dios mismo, es nuestro conocimiento y nuestra vista; no somos nada a fin de que él pueda ser todo en nosotros. Seríamos ciegos, sordos y mudos y no sabríamos de la vida en nosotros, si no fuera porque él es nuestra vida y nuestra visión, y porque nuestro trabajo es el suyo.

Cuando hacemos algo bueno no digamos "nosotros hemos hecho esto" sino "el Señor ha hecho esto en nosotros. Bendito y alabado sea su nombre".

Pero ¿qué es lo que hace el mundo ahora? Si alguien dice: Esto ha hecho el Señor en mí", y si es bueno, dirá el mundo "¡Necio! Tú lo hiciste; Dios no está en ti. Mientes" y así hacen un mentiroso y un necio del Espíritu de Dios.

Cuando vosotros veáis que el mundo le ataca, persigue, desprecia o calumnia por su conocimiento y el Nombre de Dios, pensad que tenéis al Diablo negro ante vosotros. Entonces suspirad y anhelad que el reino de Dios venga hacia nosotros, y que el aguijón del Diablo logre ser destruido, para que el hombre, tan influido por el Diablo, pueda, mediante vuestros anhelos, suspiros y plegarias ser liberado. Entonces estaréis trabajando en la viña de Dios y expulsando al Diablo de su reino.

En el amor y la mansedumbre nos transformamos en recién nacido salidos de la ira de Dios, en el amor y la mansedumbre debemos luchar contra el Diablo acá en el mundo. Porque el amor es veneno para él; constituye un fuego de terror dentro del cual no puede permanecer. Si él tuviera la más mínima partícula de amor dentro de sí mismo, la expulsaría de sí o se destruiría para verse libre de ella. Por lo tanto el amor y la mansedumbre constituyen nuestra espada, con la cual podemos luchar con el Diablo y con el mundo.

El amor es el fuego de Dios; el Diablo y el mundo son su enemigo. El amor tiene los ojos de Dios y ve en lo profundo en Dios; la cólera tiene los ojos de la fiera ira que ve en lo profundo del infierno, en el tormento y la muerte.

El mundo supone exclusivamente que un hombre debe ver a Dios con los ojos terrenales, siderales, no sabe que Dios reside en lo interior y no en lo exterior.

Si no ve nada admirable o maravilloso en los hijos de Dios, dice: "Oh, éste es un idiota, un necio, él es de temperamento melancólico". Así tanto conoce.

Escuchad atentamente, sé muy bien lo que es la melancolía. También sé bien qué es lo que proviene de Dios. Conozco ambas cosas y a ti también en tu ceguera; pero ese conocimiento no me lo da la melancolía, sino mi lucha incesante hasta obtener la victoria.

No se concede a nadie sin que se esfuerce, a no ser que se trate de un vaso elegido del Señor, de otra manera deberá luchar para poder lucir la guirnalda.

Es verdad que muchos hombres son elegidos desde el vientre de su madre; elegidos para que abran y descubran las maravillas que el Señor proyecta, pero no todos son elegidos así. Muchos son aceptados por su paciente búsqueda; porque Cristo dijo "Buscad y hallaréis, golpead y se os abrirá. Y también "los que vengan a mí no serán separados".

Aquí dentro se encuentra el ver por el espíritu de Cristo, y por obra del Reino de Dios, en el poder del Verbo, con los ojos de Dios y no con los ojos de este mundo y de la carne exterior.

Tú, mundo ciego, sabrás así con qué vemos cuando hablamos y escribimos de Dios, y dejarás tranquilo tu falso juicio; mira con tus ojos y deja que los hijos de Dios miren con los suyos; mira a través de tus dones y permite que otros lo hagan a través de los tuyos.

Que cada uno vea como Dios quiere que lo haga y que hable entonces según lo que ha visto. No hablamos todos del mismo tema sino cada uno de acuerdo con sus dones y vocación de servir para honra y gloria de Dios.

El espíritu de Dios no permite que lo aten o liguen, como querría la razón exterior, con decretos, cánones y concilios en los que siempre una cadena del Anticristo está unida a otra, para que los hombres puedan juzgar al Espíritu de Dios, y sostener que sus propias opiniones y pensamientos son la de Dios, como si Dios no estuviera cómodo en este mundo o como si ellos mismos fueran Dioses sobre la tierra.

Yo digo que todos esos convenios y ataduras constituyen el Anticristo y deben considerarse irreligión; por más que aparenten otra cosa. El Espíritu de Dios no tolera ataduras; no entra en esos tratos u obligaciones, sino que penetra libremente en la mente simple, humilde, anhelante, de acuerdo con sus dones y capacidad.

El aún se somete a ella, si esa mente sinceramente lo desea. ¿Que pueden ofrecer a esa mente las instituciones de este mundo, con toda su prudencia e ingenio, si ella pertenece al honor de Dios?

La charla amistosa y los coloquios son muy convenientes y necesarios, para que unos presenten o impartan sus dones a otros, pero esos dogmas son una cadena contra Dios.

Dios ya hizo una vez una alianza con nosotros, en Cristo, eso es suficiente por la eternidad, ya no hace más. Él una vez se hizo cargo de la humanidad en esa alianza y la selló con sangre y muerte; eso es suficiente.

No es poca cosa el llegar a ser un buen cristiano; en realidad es la empresa más difícil de todo; la voluntad debe ser un soldado en la lucha contra la voluntad corrompida. Debe liberarse de la voluntad terrenal y quedar inmersa en la muerte de Cristo rompiendo el poder de la voluntad terrenal.

Eso requiere mucho coraje y arriesgar la vida terrenal sin ceder un ápice, hasta que se ha logrado romper la voluntad terrenal. La cual ha sido una dura batalla para mí.

No es poca cosa luchar por la guirnalda de la victoria. Nadie la gana hasta que vence, y para ella, contar exclusivamente con la propia fuerza es insuficiente.

El debe hacer como si su voluntad hubiese muerto, y así vivirá en Dios y se sumergirá dentro del amor de Dios, y eso, aunque viva todavía en el reino exterior.

Me refiero a la guirnalda de la victoria, que se obtiene en el mundo paradisíaco si se logra penetrar al fin en él; pues allí se siembra la noble semilla y el debe recibir la altamente preciosa promesa del Espíritu santo, que después es su guía y le dirige constantemente.

Y aunque deba en este mundo atravesar un valle sombrío, en que el Diablo y la maldad continuamente se abalanzan rugientes sobre él, logrando a menudo dirigirlo hacia el mal y esconder la noble semilla; esta noble semilla no permitirá ser mantenida a raya por nadie.

Germina esta semilla y se transforma en un árbol que crece en el reino de Dios, a pesar de todos los desvaríos y enfurecimientos del Diablo y sus seguidores y dependientes.

Y cuanto más atenciones se le prodiguen al noble árbol, mejor y más vigorosamente crece, sin permitir que le destruyan, aunque ello le cueste la vida exterior.

Dios se ha hecho hombre en Cristo y el espíritu de la fe está también en el hombre nacido en Cristo. En ese hombre, el espíritu de la voluntad conversa o camina, en Dios, porque es un solo espíritu con Dios, y labora en la divina obra de Dios.

Y aunque pueda pasar que la vida terrenal lo esconda de tal manera que un hombre no conozca el trabajo que él ha generado en la fe, tan pronto como se rompa su cuerpo terrenal éste se hará manifiesto. Estando en conocimiento de todo eso, no deberíamos permitir que el terror y el temor nos hagan retroceder; porque nosotros cosecharemos abundantemente y os regocijaremos eternamente. Lo que hemos sembrado aquí en angustia y fatiga, nos conformará eternamente. Amén.

 

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