Capitulo XVI

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Toda pena, angustia y temor que se refiere a asuntos espirituales, por los cuales un hombre se siente abatido o aterrorizado dentro de sí mismo, procede del alma. El espíritu exterior, que viene de las estrellas y elementos, no se perturba ni confunde así; porque vive en su propia matriz, la que le generó. Pero la pobre alma ha entrado en alojamiento extraño, al pasar al espíritu de este mundo, el cual no es su propio hogar. Debido a ello esta delicada criatura aparece deslucida y estropeada y además mantenida en sujeción, cautiva en un calabozo oscuro.

El alma es en primera instancia una mágica fuente del fuego de la naturaleza de Dios. Es un intenso e incesante deseo de la Luz divina.

Así pues, el alma, por ser en sí misma un mágico y ávido espíritu de fuego, desea la virtud espiritual con el fin de mantener y preservar con ella su vida de fuego y apaciguar la voracidad de su fuente.

Pero visto que en su avidez el alma, desde el vientre materno, se ve envuelta en el espíritu del gran mundo y en su propio temperamento, se alimenta a partir de su nacimiento, y aun desde el vientre materno, del espíritu de este mundo. El alma se nutre con alimento espiritual de acuerdo a su temperamento; es la manera que tiene de encender su propio fuego. El combustible de ese fuego debe ser, o su propio temperamento o una subsistencia que le venga de Dios.

Así podemos comprender la causa de esa infinita variedad que existe en las voluntades y acciones de los hombres. De acuerdo con aquello que es lo que nutre esa alma, con lo cual esa vida de fuego es abastecida, es que esa alma es dirigía y gobernada.

Si se evade de su propio temperamento hacia el fuego del amor de Dios, dentro de la sustancia celestial que es la del propio Cristo, entonces se nutre de Cristo y de la mansedumbre de la luz de su majestad, donde se halla la fuente de la vida eterna.

De aquí el alma obtiene una voluntad divina y obliga al cuerpo a hacer aquello que de acuerdo con su natural inclinación y el espíritu de este mundo, no haría. En esa alma, no es el temperamento el que gobierna; a lo más ejerce su dominio sobre el cuerpo exterior. Ese tipo de hombre experimenta un vivo anhelo de Dios.

A menudo, cuando su alma se nutre de la divina esencia del amor, le transmite una exultante sensación de triunfo incluso un divino saber que llega hasta el temperamento mismo. Así el cuerpo entero es afectado por todo esto y llega en momentos hasta a temblar de dicha, siendo exaltada a tales extremos de sensación divina, como si llegase hasta los límites mismos del paraíso.

Pero estos estados de rapto extático no duran mucho. Pronto se nubla dentro del alma a causa de cualquier incidente de otra naturaleza que emana del espíritu de este mundo, del cual hace un espejo, desde el cual empieza a especular con su imaginación exterior. Así sale bien pronto del Espíritu de Dios y es a menudo enlodada con la inmundicia del mundo, si la Virgen de la Divina Sabiduría no la llama otra vez hacia el arrepentimiento y el retorno al primer amor. Y si el alma se lava de nuevo en el agua de vid eterna, a través de una profunda contrición, es renovada otra vez en el fuego del amor de la mansedumbre de Dios, y en el Espíritu Santo, como un niño recién nacido. Vuelve a beber esa agua y finalmente recobra su vida en Dios.

No hay temperamento en el cual la voluntad del Diablo y sus sugestiones puedan ser más claramente descubiertas, si el alma ha sido iluminada siquiera una vez, que en el temperamento melancólico, como muy bien sabe el que ha sido tentado y ha defendido con entereza y éxito su plaza fuerte.

Oh, cuán sutil y maliciosamente extiende el Diablo sus redes para atrapar tales almas, como hace el cazador con los pájaros. Muy a menudo las aterroriza en sus plegarias, especialmente de noche, cuando está oscuro, introduciéndoles sus sugestiones, y llenándoles de temores de que la ira de Dios caerá sobre ellos. Así puede hacer la comedia de que ejerce poder sobre el alma del hombre y que ésta le pertenece, aunque no tiene poder ni para tocar un pelo de su cabeza. A menos que el alma desespere y se entregue inerme a él, él no se atreve espiritualmente, y realmente a tomarla, y ni aún a tocarla.

Tiene más de una manera de tentar al alma melancólica. Porque si no puede en absoluto reducidas a la desesperación para conseguir que se le rindan por esa causa, las abruma de tal manera con temores y pesadumbres acerca de su estado presente y de su condenación futura, que bajo semejante carga son empujadas hacia pensamientos e ideas de autodestrucción. El no se anima a destruir un hombre; el hombre mismo debe hacerlo. Porque el alma tiene libre albedrío. Si resiste al Diablo y no hace lo que éste le aconseja, no obstante cuanto pueda tentarle, él no tiene poder ni siquiera para tocar el cuerpo externo del pecador.

La perturbación del ánimo a que nos referimos es más bien un asunto de la misericordia de Dios que de su ira. El no quebrará la caña cascada ni extinguirá la mecha que aún humea. Nuestro Señor Jesucristo, en su bendito ofrecimiento y promesa dijo: "Venid a mí todos los que están trabajados y cargados y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas".

Este yugo de Cristo no es otro que la Cruz de la naturaleza y la providencia. Ese es el yugo que el hombre debe tomar y llevar tras de Cristo con paciencia y con entera sumisión. Entonces la pesadumbre, cualquiera que ella sea, lejos de herir al alma le hace mucho bien. Porque mientras el alma permanece en la casa del dolor no está en la del pecado; o en el orgullo, la pompa, y el placer. Dios, como un padre estricto, a través de la tribulación, la mantiene alejada del placer pecaminoso de este mundo.

El alma perturbada se siente perpleja y se atormenta porque no logra abrir con sus anhelos la fuente de la divina dicha en el corazón. Suspira, se lamenta, y teme que Dios no quiera saber nada con ella porque es incapaz de sentir el consuelo de su presencia visible.

Así me sucedió a mí, antes de la época de mi iluminación y alto conocimiento. Requerí un largo y doloroso sendero antes de recibir la noble guirnalda. Entonces fue cuando aprendí que Dios no reside en el exterior corazón carnal, sino en el centro del alma, en el sí mismo, en su propio principio.

Fue entonces también cuando primero percibí en mi espíritu interior que era Dios mismo quien me había atraído hacia él, en y por el deseo. Lo que no había sido capaz de emprender antes, porque me imaginaba que el buen deseo procedía de mí, y que Dios estaba muy distante de nosotros los hombres. Pero después descubrí con toda claridad, y ello me regocijó muchísimo, cómo es que Dios abunda en gracia con nosotros. Por eso escribo esto como un ejemplo y advertencia para otros, para que no se desesperen si el Consolador tarda en llegar, sino más bien recuerden el reconfortante estímulo que significan las palabras de David en el Salmo: "La pesadumbre puede durar una noche, pero la dicha llega con la mañana". [Salmo 30]

Es así como ha sucedido con los más grandes santos de Dios. Ellos se vieron forzados a luchar denodadamente y por largo tiempo para obtener la noche guirnalda. Con la cual es evidente que ningún hombre será coronado, a menos que se esfuerce y obtenga la victoria.

En realidad ella está colocada en el alma, pero si un hombre desea colocársela en su vida mortal, debe luchar por ella. Y entonces, si no la obtiene en este mundo, ciertamente que la recibirá luego que haya partido de su tabernáculo terrenal. Porque Cristo dijo: "En el mundo tendréis aflicción, pero en mi hallaréis la paz; pero confiad, yo he vencido al mundo".

* * *

No tengo pluma que pueda escribir, ni palabras que puedan expresar lo que la inefable y dulce gracia de Dios en Cristo, es. Yo, personalmente, lo he descubierto por propia experiencia, y así hablo desde una base firme. Y es con la mejor disposición y desde lo más profundo de mi corazón que yo desearía compartir todo esto con mis hermanos en el amor de Cristo, quienes, si siguen fielmente estos pueriles consejos que les doy, a su vez descubrirán por propia experiencia como esta simple mente mía ha podido conocer y comprender estos inmensos misterios.

 

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