Capitulo III

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Los hombres han sido siempre de opinión que el cielo está localizado a muchos cientos, mejor dicho miles de millas de distancia de la faz de la tierra, y de que Dios reside en ese cielo.

Algunos hubo que hasta intentaron medir esta altura y esta distancia, y han fabricado al efecto artefactos extraños e incluso monstruosos. Y yo ciertamente creía que el cielo, antes de mi conocimiento y revelación de Dios, estaba constituido por esa circunferencia redonda, de azur, color celeste que se extiende sobre las estrellas; suponiendo que Dios, como Ser Absoluto tenía allí su residencia, reinando sobre el mundo solamente en el poder de su Espíritu Santo.

Pero como todo esto me había causado ya efectos chocantes, sin duda procedente del Espíritu, que parecía tener una debilidad por mí, caí en un estado de profunda melancolía y gran tristeza, especialmente cuando contemplaba el gran Abismo de este mundo, y también el sol y las estrellas, las nubes, la lluvia y la nieve, y entraba a considerar en mi espíritu la totalidad de la creación del mundo.

Encontré que todas las cosas contenían el bien y el mal; amor y cólera; tanto las criaturas inanimadas como la madera, piedras, tierra y elementos, y también el hombre y las bestias.

Y me detuve a considerar esa pequeña chispa de luz, el hombre, cómo debía ser considerado con respecto a Dios, en comparación con la gran obra del cielo y la tierra.

Y me compenetré del hecho que en todas las cosas residía tanto el bien como el mal, en los elementos como en las criaturas. Me vino una gran melancolía al considerar que ello ocurría con los buenos y con los malos por igual; al ver que incluso las gentes más bárbaras habitaban los mejores países y que en general tenían más prosperidad que los virtuosos y buenos. Ni la lectura de las Escrituras, aunque estaba muy versado en ellas, me daba ningún consuelo. El Demonio agitaba en mí esos pensamientos rebeldes que prefiero ni recordar siquiera.

En esta aflicción y preocupación tan grandes elevé mi espíritu; (aunque por entonces casi nada sabía al respecto), con todas mis fuerzas lo alcé hacia Dios, como en una gran tormenta que arrasara con todo mi corazón y mi mente, como asimismo con mis pensamientos y el total de mi voluntad y resolución, proyectándolo en su lucha hacia el Amor y la Misericordia de Dios, sin ceder hasta que él me bendijera, esto es hasta que me iluminara con su Espíritu Santo, haciéndome conocer su voluntad, lo que me libraría de la desesperación. Y entonces, súbitamente, mi espíritu irrumpió...

En un arrebato de celo decidí tomar al cielo por asalto, y al infierno si fuere necesario, como si tuviese listas reservas extras de virtud y poder, con la firme resolución de arriesgar mi vida en ello (lo cual evidentemente no dependía de mí, sin la asistencia del Espíritu de Dios), y entonces súbitamente mi espíritu iluminado por Dios rompió las puertas del Infierno y se precipitó hacia Lo Profundo de la Divinidad y sentí su abrazo de amor, como un novio que abrazara, por fin, a su bienamada.

La certeza del triunfo que inundó mi espíritu y la grandeza de todo ello, fue tal que no cabe en palabras, ni dichas ni escritas; ni puede ser comparada con cosa alguna sino tal vez con sentir como la vida surge en medio de la muerte.

Es como resucitar de entre los muertos. Con esta luz mi espíritu fue capaz de ver a través de todas las apariencias, de ver a Dios en todas las criaturas, aun en las hierbas y el césped; supo quién era, como era y cuál es Su voluntad. Y en esa luz, mi voluntad sintió el impetuoso impulso de describir el Ser de Dios.

Pero como no podía entonces aprehender los más sutiles movimientos de Dios y comprenderlos a nivel racional, pasamos casi doce años sin que me fuera concedida la exacta comprensión de todo esto.

Y sucedió conmigo como con un árbol nuevo, que es plantado en el suelo y al principio parece joven y tierno, floreciente al ojo, especialmente por la lozanía de su crecimiento, pero no da fruto todavía y aunque tiene su florescencia, los capullos caen: hace falta que sea batido por los vientos fríos, y azotado por el cierzo helado y la nieve para que aquella madurez se traduzca en flor y fruto.

Así pasó conmigo: ese primer fuego solo fue un principio y no una luz constante y duradera; y desde entonces muchas veces el frío viento se abatió sobre él, pero sin lograr jamás extinguirlo.

A menudo el árbol sintió la tentación de ver si podía dar ya fruto y se llenó de capullos. Pero los capullos fueron arrancados hasta ahora en que ha llegado el momento del fruto.

Es de esta luz que yo obtengo ahora mi conocimiento, mi voluntad, mi impulso y mis esfuerzos. Por lo tanto escribiré este conocimiento de acuerdo con mi capacidad y dejaré al Señor hacer su voluntad. Y aunque enfureciera a todo el mundo, al Diablo y a todas las puertas del infierno, lo haré y observaré hasta ver qué intenta hacer el Señor de él.

Porque soy demasiado débil para conocer sus propósitos. Y aunque el Espíritu a veces permite que a través de esa luz puedan visualizarse algunas cosas futuras, de acuerdo con el hombre exterior soy demasiado débil para aprehenderlas.

El espíritu animado o alma, que desenvuelve sus poderes y se une a Dios, le comprende bien, pero el cuerpo animal solo obtiene un reflejo, un relámpago breve de comprensión. Este es el estado de movimiento interior del alma, cuando atraviesa la cutícula exterior por acción del Espíritu Santo. Pero lo exterior se cierra de nuevo porque allí se enciende la ira del Señor así como el fuego eclosiona de la piedra y lo sujeta cautivo en su poder.

Entonces se aleja el conocimiento del hombre exterior y él camina de acá para allá, afligido y ansioso, como mujer en trabajo de parto, que de buena gana daría a luz si pudiera, pero no puede hacerlo y continúa sufriendo.

Así pasa con el cuerpo animal cuando ha gustado una vez siquiera de la dulzura de Dios. Se le abre el apetito y anda ávido, con hambre y sed de él; pero el Diablo en el poder de la ira de Dios se opone con todas sus fuerzas, y el hombre en este estado vive en perpetua ansiedad y no le queda otra cosa que hacer sino combatir y luchar.

No escribo esto para mi gloria sino para confortar al lector. Así tal vez, si se aviene a cruzar conmigo por este estrecho puente, no se sentirá súbitamente desanimado y desconfiado cuando las puertas del infierno y la ira de Dios le salgan al paso y se hagan presentes ante él.

Cuando nos reunamos, sobre este estrecho puente de la carne, para ir hacia aquella verde pradera hasta la cual la ira de Dios no llega, seremos recompensados por todo lo que hemos tenido que soportar. Y aunque hasta ahora el mundo nos tome por necios, debemos permitir que el Diablos nos domine, apremie y ruja sobre nosotros.

Ahora fíjate; si diriges tus pensamientos en lo que se refiere al cielo y concibes en tu mente lo que es, donde está y cómo es, no necesitas llevar tus pensamientos a muchos kilómetros de distancia, porque ese lugar, ese cielo, no es tu cielo.

Y aunque, en verdad, eso está unido con tu cielo como un solo cuerpo, constituyendo un único cuerpo con Dios, tú no has sido hecho para ser una criatura de ese lugar que está a muchos cientos de miles de kilómetros de distancia, sino que fuiste hecho para un cielo de este mundo, que contiene también tal abismo como nadie puede ni siquiera imaginar.

El verdadero cielo está en todas partes, aun en ese lugar donde estás. Y así cuando tu espíritu presiona a trabé del astral y de la carne y aprehende el movimiento interior de Dios, entonces allí está muy realmente en el cielo.

Es innegable que hay un glorioso cielo con sus tres planos en alto por sobre el abismo de este mundo, en el cual el Ser de Dios, en compañía de sus ángeles se mueve y regocija con gran pureza, brillo y belleza. Y solo podría negarlo el que no procede de Dios.

Tú debes saber que este mundo en sus pliegues profundos e interiores desenvuelve sus propiedades y poderes, en unión con el cielo que está más arriba. Así hay un Corazón, un Ser, una Voluntad, un Dios, todo en todo.

* * *

El movimiento exterior de este mundo no puede captar el movimiento exterior del cielo que está sobre él, porque son el uno con respecto al otro como la vida y la muerte; o como el hombre y una piedra son recíprocamente.

Hay un sólido firmamento dividiendo el exterior de este mundo y el del cielo superior, y ese firmamento se llama Muerte, que reina por doquier en el exterior de este mundo y constituye un gran golf entre ambos.

* * *

El segundo movimiento de este mundo está en la vida; es el astral, del cual se genera el tercer y sagrado movimiento. Y allí el amor y la ira se entrechocan permanentemente. Porque el segundo movimiento yace en los siete espíritus de este mundo, y está en todas partes y en todas las criaturas como asimismo en el hombre. Pero el Espíritu Santo también reina en este segundo movimiento y ayuda a generar el tercero, el santo movimiento.

Este, el tercero, es el claro y sagrado cielo que se une con el Corazón de Dios, distinto de todos los cielos, y sobre todos ellos, como un corazón.

Por lo tanto, hijo del hombre, no te descorazones, ni seas timorato, ni pusilánime. Si en tu celo y honesta sinceridad tú siembras la semilla de tus lágrimas, no la siembres en la tierra, sino en el cielo, porque en tu movimiento astral las siembras y en tu alma la maduras y en el reino del Cielo la posees y gozas.

* * *

Si los ojos del hombre fueran abiertos vería a Dios en todas partes en su cielo; pues el cielo consiste en la profundidad de todo.

Cuando Esteban vio el cielo abierto y al Señor Jesús a la derecha de Dios, entonces su espíritu no ascendió al cielo superior sino que penetró en el movimiento interior, donde el cielo está por doquier.

Ni pienses tampoco que Dios es un ser que permanece en el cielo superior y que el alma cuando sale del cuerpo asciende alejándose a miles de kilómetros. No necesita hacer eso. Se ubica en el movimiento interior y allí está con Dios, y con todos los santos ángeles y puede de súbito estar arriba y de pronto abajo; no hay nada que la obstaculice.

Porque en el interior la Deidad superior o inferior forma un solo cuerpo y es una puerta abierta. Los santos ángeles conversan y caminan para arriba y para abajo en el interior de este mundo, al lado de nuestro Rey Jesucristo; en la misma forma en que lo hacen en las alturas en sus mansiones, regiones o cortes.

¿Dónde estaría o quisiera estar mejor el alma del hombre que con su Rey y Redentor Jesucristo? Porque cerca y lejos en Dios es una y misma cosa, una posibilidad de captación, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por doquier, en todas partes están.

La puerta de Dios en el cielo Superior, no es otra, ni es tampoco más brillante, que la que está acá en este mundo. Y ¿dónde podría haber dicha mayor que en ese lugar donde en cada hora, en cada momento, hermosos, encantadores y adorables niños recién nacidos y ángeles llegan al Cristo, pasando de la muerte a la vida? ¿Dónde podría haber mayor alegría que allí donde en medio de la muerte, la vida se genera continuamente? ¿No aporta cada alma consigo un nuevo triunfo? Y por supuesto hay acá para ella un calidísimo y cordial saludo de bienvenida.

¿Consideras que mi manera de escribir es muy terrenal? Si pudieras asomarte a mi ventana no pensarías que lo es. Aunque deba usar un lenguaje terrenal, bajo él subyace un sentido auténticamente celestial que en mi lenguaje exterior no soy capaz de expresar.

Me doy perfecta cuenta de que lo que digo referente a los tres movimientos no puede ser aprehendido por el corazón de cualquier hombre, especialmente si éste está sumergido, ahogado, inmerso en la carne. Pero no puedo expresarlo en otra forma, porque es así no más; y como yo me refiero al puro espíritu, porque en rigor de verdad no hay otra cosa, tal corazón es totalmente inhábil de comprender esto, no pudiendo captar otra cosa que no sea lo carnal.

No debes suponer que lo que escribo aquí es algo dudoso, susceptible de ser cuestionado si es así o no; pues las puertas del cielo y del infierno permanecen abiertas para el espíritu y en la Luz él ensaya pasar a través de ambas, contemplándolas, probándolas y examinándolas.

Y aunque el Diablo no puede arrebatarme la Luz, suele escondérmela a través del movimiento exterior carnal, de modo tal que el astral sufre ansiedad y la sensación de encierro, como si le aprisionaran.

Pero estos son solo sus turbios manejos con los cuales disimula y oscurece la semilla del paraíso. Referente a esto el Santo apóstol Pablo dijo que le habían puesto una gran espina en su carne y que él había rogado fervorosamente al Señor lo apartara de sí, a lo cual el Señor le respondió: Bástate mi gracia.

Porque él también había llegado a este lugar y hubiese de buena gana preferido poseer la Luz sin obstáculos ni impedimento, sentirla suya en el movimiento astral. Pero no podía ser así; porque la ira mora en el movimiento carnal y allí reside la corrupción. Si la ira fuese totalmente retirada del astral, entonces él allí sería como Dios y sabría todas las cosas como Dios las sabe.

Lo cual ahora en esta vida solo es accesible como conocimientos al alma que desenvuelve sus poderes en unión con la luz de Dios, y aun así esa alma no puede traerla de vuelta otra vez al astral. En la misma forma que una manzana en un árbol, no puede entregar de nuevo su olor y sabor al árbol o a la tierra, aunque proceda de ese árbol; así mismo sucede con la naturaleza humana.

El santo hombre Moisés estaba tan profundamente inmerso en la Luz que aquella glorificó, clarificó e hizo resplandecer también el astral, de tal manera que incluso la apariencia exterior de su cara radiaba el mismo esplendor.

El también deseaba ver la luz de Dios perfectamente en el astral; pero no podía ver pues el obstáculo de la ira yace ante ella. Aun la naturaleza entrega y universal del astral en este mundo no puede aprehender la Luz de Dios; por lo tanto el Corazón de Dios está escondido, aunque resida en todo lo creado e interpenetrándolo todo.

Tú ves cómo la ira de Dios yace escondida en el exterior de la naturaleza, y no puede ser despertada, a no ser que el hombre la despierte, el cual lo hace a través de su envoltura carnal que desarrolla una capacidad de activarse y unirse con la ira de la envoltura exterior de la naturaleza.

Por lo tanto si alguno es condenado al infierno no debiera decir que Dios lo ha hecho, o que desea que sea así. El hombre despierta el fuego de la ira en sí mismo y si esto es atizado se une a la ira de Dios y al fuego infernal como una sola y misma cosa.

Porque cuando tu luz se extingue, entonces permaneces en la oscuridad. Dentro de la oscuridad se esconde la ira de Dios y si la despiertas, arde dentro de ti.

Hasta dentro de una piedra hay fuego; si no la golpeas, el fuego yace escondido; pero si la golpeas, el fuego estalla y si en la cercanía hay un elemento combustible, éste se encenderá y arderá convirtiéndose en un gran fuego. Asimismo sucede con el hombre, cuando inflama el fuego de la ira que de otro modo yace dormido.

 

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