Capitulo VIII

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Amado lector, te digo esto, que cada cosa tiene su impulso en su propia forma. Siempre hace aquella misma cosa con la cual el espíritu está impregnado y el cuerpo actúa laboriosamente en esa dirección en que se ha inflamado el espíritu. Cuando entro a considerar y pienso por qué escribo, así todas estas maravillas en vez de dejar que lo hagan otros ingenios más agudos que el mío, descubro que mi espíritu arde con todo esto que escribo; porque hay un fuego vivo que mueve estas cosas en mi espíritu y alrededor suyo, por más que yo me proponga otra cosa; sin embargo afloran permanentemente a la superficie y me sojuzgan, imponiéndoseme como una labor a la que soy incapaz de sustraerme. Por lo tanto viendo que mi trabajo está en la dirección en que mi espíritu me impulsa, lo realizará como un memorial, exactamente cono fluye de mi espíritu y como lo capto. Y no podré escribir otra cosa sino aquello que yo mismo he experimentado y conocido, a riesgo de que mi Dios me considere un traidor.

Si hubiese alguno que tuviese el deseo de seguirme y quisiera tener acceso al conocimiento que poseo, le aconsejo acompañarme en este camino, no con la pluma en la mano sino con el trabajo de su mente; y pronto sabrá como esto ha sido escrito.

Teniendo en cuenta el tema del arrepentimiento, acredito al lector con toda seriedad que esta pluma que me fue dada estuvo a punto de ser quebrada por el Opresor. Por ello me trencé en lucha con él denodadamente, pero me habría derribado si no hubiese contado con la ayuda del Espíritu de Dios, y solo así he podido alzarme de nuevo.

Por lo tanto, si vamos a hablar de este tema tan importante, debemos ir de Jerusalén a Jericó, y ver como nos encontramos entre asesinos que de tal modo nos han herido y golpeado que nos han dejado medio muertos; y debemos buscar entre nosotros al Samaritano con su bestia, que vendará nuestras heridas y nos conducirá a la posada. Oh, qué penoso y lamentable es que, aunque estamos tan malheridos por el asesino que estamos casi muertos, sin embargo ya no sentimos el escozor de esas heridas.

Oh, si llegara el médico y asistiera nuestras heridas, para que nuestra alma pudiese renacer y vivir, ¡cómo nos regocijaríamos! Así se expresa nuestro deseo y está tan lleno de ansias.. y aunque el médico está aquí, la mente no logra tener la sabiduría de percibir su presencia, porque está tan herida, tan medio muerta...

Mi querida mente, tú supones que eres muy sana, pero estás tan golpeada que ya ni percibes tu enfermedad. ¿Ni siquiera notas que te acerca a la muerte? ¿Cómo puedes sentirte tan sana? Oh, querida Alma, no te jactes de tu salud. Tú yaces férreamente encadenada, sí, y en una muy tenebrosa celda; nadas en aguas profundas que ya te llegan a la boca, y la única expectativa que pareces tener es la muerte. Además, el Opresor, tu propia naturaleza corrupta, está detrás tuyo, en compañía de un montón de tus peores enemigos, y se empuja con sus cadenas irremisiblemente hacia el espantoso abismo del infierno; y sus secuaces te asaltan desde todos los ángulos, corriendo detrás de ti, como sabuesos detrás de su presa.

Y la Razón se pregunta: "¿Por qué todo eso? Oh, querida Alma, ellos tienen grandes motivos para eso; tú has sido su presa y te les has escapado además te has revelado tan fuerte que les has echado abajo los muros de sus dominios y te has apoderado de su morada. Eres su peor enemigo y ellos de ti; si tú hubieses solamente huido de ellos, estarían contentos, pero todavía está dentro de su propio recinto, lo cual hace que la lucha no haya terminado ni termine hasta que el Arcano de los Días venga, y te separe.

Debes suponer que estoy loco para escribir así. Si no lo viera y supiera me mantendría silencioso. ¿Sigues pensando que estás en el jardín de rosas? Si piensas que estás ahí, fíjate bien si no estás en la pradera del Diablo y eres su pieza favorita y te mantiene en engorde hasta que llegue el día en que te sacrifique para su fiesta.

Oh, Alma querida, vuélvete, y no permitas que el Diablo te aprisione; no hagas caso del sarcasmo del mundo; todas tus penurias se transformarían en gozo. Y aunque en este mundo no te acordarán ningún gran honor, poder ni riquezas, eso no tiene ninguna importancia; tú no sabes si mañana te toca morir. ¿Por qué persigues entonces con tal tenacidad los honores mundanos que son transitorios? Mas vale que te esfuerces tras el árbol del paraíso, que puedes llevar contigo y en el cual te regocijarás eternamente por su crecimiento y sus frutos.

¡Oh! ¿No es una bendición cuando el alma se atreve a mirar dentro de la Santa Trinidad, de la cual está plena, de tal modo que sus poderes crecen y florecen en el paraíso, entre canciones de alabanza; donde la fruta madura perennemente de acuerdo con tus deseos; donde no hay amor, envidia, ni penurias; donde hay mutuo amor, donde cada cual se regocija y deleita en la forma y belleza del otro?

Bienamada Mente, si deseas todo esto y quieres obtenerlo, debes proceder muy seriamente; no puede ser solo palabrería mientras el corazón está ausente. No; así no se obtiene. Debes recoger tu mente con todos tus propósitos y razones, en una sola voluntad y resolución y deseo de abandonar todas las abominaciones, centrando tus pensamientos en Dios y su bondad, con absoluta confianza en su misericordia. Entonces llegarás a tu meta.

Debes continuar imperturbable en este propósito y resolución; y aunque no ganes fuerza en tu corazón, y aunque el Diablo castigue tu lengua de modo que te impida rogar a Dios, no debes cejar en tu empeño y seguir delante en tu pensamiento y propósito. Cuanto más te esfuerces hacia adelante, más débil será la acometida del Diablo; cuando más te apartes del Diablo y tus pecados, más fuerza adquiere el reino de Dios dentro de ti. Ten la precaución de no apartarte de este propósito hasta que hayas recibido la joya, la perla de la divina sabiduría y conocimiento aunque no se te entregue de la mañana a la noche, y día tras día, si tu seriedad es grande, tu joya será grande en proporción a tu victoria.

Nadie sabe lo que aquello es, sino los que han pasado la experiencia. Es el más precioso de los huéspedes; cuando entra en el alma eso significa un gran triunfo. El novio abraza a su bienamada, y resuena el aleluya del paraíso. Oh, ¿No debiera el cuerpo terrenal temblar y conmocionarse? Y aunque ignora lo que pasa todos sus miembros se regocijan. ¡Qué bella ciencia trae consigo la Virgen de la Divina Sabiduría! Ella hace doctores ciertamente; y aunque uno fuera mudo, de tal modo está el alma deslumbrada con las maravillas de Dios, que tiene que describir esas maravillas; en el alma no queda nada mas que el deseo de hacerlo, y el Diablo debe retirarse, agotado y exhausto.

Así se siembra la semilla del paraíso. Pero observa bien; no se transforma automáticamente en un árbol. ¡Cuántos tormentos debe el alma soportar y resistir! Cuán a menudo es abrumada por los pecados. Porque todo en el mundo conspira contra ella, y es como si la abandonaran en soledad; hasta los hijos de Dios la asaltan; y el Diablo hostiga a la pobre alma tratando de desviarla, ya sea usando halagos para que se adule a sí misma o recargándola de pecados. Nunca cesa, y hay que volver a la carga porque es así como hacemos crecer el árbol del paraíso; como el trigo crece azotado por vientos tempestuosos. Si crece vigorosamente y florece, gozarás su fruto y comprenderás mejor qué es lo que he escrito y qué me llevó a escribirlo. Porque pasé un largo periodo en esta situación, y muchas tormentas soplaron sobre mi cabeza. Por lo tanto esto quedará como una eterna conmemoración y continuo recuerdo para mí.

"Por lo demás, dice la Razón, no veo en ti, tú en ninguno de los que son como tú, nada distinto a los otros pobres pecadores; y tentada estoy de pensar que se trata sólo de hipócritas pretensiones; además -continúa la Razón- yo también he entrado por ese camino y sin embargo permanezco perversa y haciendo lo que no quisiera hacer, todavía me dejo llevar por la codicia la cólera y la malicia. ¿Cómo es esto que un hombre no puede hacer lo que se propone, pero que hace lo que él mismo censura en los demás y lo que sabe que no está bien?"

Este que así habla no sabe lo que es el árbol del paraíso. Observa amada Razón, que este árbol no se siembra en el hombre exterior, porque éste no es digno, porque éste pertenece a la tierra; y la pobre alma a menudo es empujada a cometer pecados en que no quería consentir, arrastrada por el cuerpo a lo que no quiere hacer. Cuando esto sucede así, no es el alma la que lo efectúa. El alma dice "Esto no está bien" pero el cuerpo alega "Tenemos que vivir". Y así, una y otra vez. Y si un verdadero cristiano no se conoce a sí mismo, ¿cómo lo podrán conocer los demás? Además el Diablo puede ocultarlo lo suficiente para que pase desapercibido; ésta es su obra maestra, atraer a un cristiano hacia la maldad, hacerle pecar, sin que siquiera sepa que lo está haciendo, y repare en las faltas de los demás sin fijarse en lo que él está haciendo exteriormente.

Yo no digo que el pecado en el hombre viejo no daña; aunque no puede desquiciar al hombre nuevo, lo escandaliza. Debemos con nuestro hombre nuevo vivir en Dios y servirle, aunque no sea posible ser perfectos en este mundo, debemos continuar adelante y mantenernos en la línea; el nuevo hombre está en un campo donde el suelo es frío, amargo, agrio y carente de vida.

 

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