Libro III, Capítulo XIEL AMOR FATAL

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Los animales están sometidos por la Naturaleza a un estado fenoménico que los impele invenciblemente a la reproducción, estado al que llamamos celo. Sólo el hombre es capaz de un sentimiento sublime que le permite escoger su compañera y que tempera la aspereza del deseo por el afecto más absoluto. Este sentimiento se llama amor. Entre los animales, el macho trepa indistintamente sobre todas las hembras, y las hembras se someten a todos los machos. El hombre está hecho para amar a una sola mujer, y la mujer digna de respeto se conserva para un solo hombre.

En el hombre como en la mujer, el desborde de los sentidos no merece el nombre de amor, es algo que se asemeja al celo de los animales. Los libertinos y las libertinas son meros brutos.

El amor da al alma humana la intuición de lo absoluto, porque es por sí mismo absoluto, o no existe. El amor que se despierta en una gran alma es la misma eternidad que se despierta.

En la mujer que ama, el hombre ve y adora la divinidad materna y da para siempre su corazón a la virgen a quien aspira a honrar con la dignidad de madre.

La mujer adora en el hombre que ama la divinidad fecunda que debe crear en ella el objetivo de todos sus votos, el fin de su vida, la corona de todas las ambiciones: el hijo.

Estas dos almas no hacen más que una, que debe complementarse con una tercera. El hombre es único en tres amores, como Dios existe en tres personas.

Nuestra inteligencia está hecha para la verdad y nuestro corazón para el amor. Es por eso que San Agustín dice, con razón, dirigiéndose a Dios: Tú nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está atormentado hasta que haya encontrado su descanso en ti. Ahora bien, Dios que es infinito sólo puede ser amado por el hombre como intermediario. Se hace amar por el hombre en la mujer y por la mujer en el hombre. Esta es la razón por qué la honra y la felicidad de ser amados nos impone una grandeza y bondad divinas.

Amar es percibir lo infinito en lo finito. Es haber encontrado a Dios en la criatura. Ser amado es representar a Dios, es ser su plenipotenciario junto a un alma para darle el paraíso en la tierra.

Las almas viven de verdad y de amor, sin amor y sin verdad sufren y perecen como cuerpos privados de la luz y el calor.

¿Qué es la verdad?, preguntaba desdeñosamente a Jesucristo el representante de Tiberio, y el mismo Tiberio habría podido preguntar con desprecio insolente e ironía más amarga: ¿Qué es el amor?.

El despecho al no poder comprender nada y ante la imposibilidad de creer en algo, la rabia de no poder amar, ha ahí el verdadero infierno y ¿Cuántos hombres, cuántas mujeres no están entregadas desde esta vida a las torturas de esta espantosa condenación?.

A esto se deben los furores apasionados por la mentira; de ahí esas mentiras apasionadas de amor que entregan el alma a las fatalidades de la demencia. La necesidad de saber, siempre desesperada ante lo desconocido, y la necesidad de amar, siempre traicionada por la impotencia del corazón.

Don Juan va de crimen en crimen en la búsqueda del amor y acaba por morir sofocado pro los brazos de un espectro de piedra. Fausto, desesperando de la ciencia sin fe, busca distracciones y sólo encuentra remordimientos después de haber perdido a la muy crédula Margarita; no obstante, Margarita lo salvará, pues ella, la pobre criatura inocente, lo amó verdaderamente, y Dios no puede permitir o querer que ella sea separada para siempre de aquél a quien adora.

¿Queréis penetrar los secretos del amor?. Estudiad los misterios del celo. El celo es inseparable del amor porque el amor es una preferencia absoluta que exige la reciprocidad, y porque no puede existir sin una confianza absoluta, que el celo vulgar tiende naturalmente a destruir. Y es que el celo vulgar es un sentimiento egoísta, cuyo resultado común es sustituir la ternura por el odio. Es una calumnia secreta del objeto amado, una duda que lo ultraja y, muchas veces, un furor que lleva a maltratarlo y destruirlo.

Juzgad también el amor conforme a sus obras; si eleva el alma, inspira la devoción y las acciones heroicas; si apenas siente celos de la perfección y de la felicidad del ser amado, si es capaz de sacrificarse por la honra y el descanso del objeto de su amor, ello es un sentimiento inmortal y sublime; pero si aniquila el valor, si enerva la voluntad, si envilece las aspiraciones, si hace despreciar el deber, entonces es una pasión fatal, y es preciso vencer o morir.

Cuando el amor es puro, absoluto, divino, sublime, por sí mismo es el más sagrado de los deberes. Admiramos a Romeo y Julieta a pesar de todos los prejuicios y de todos los furores de los Capuletos y de los Montescos, y no pensamos que los odios de sus familias deberían separar para siempre a Píramo de Tisbe.  (1).

Admiramos también a Jimena solicitando la muerte del Cid para vengar a su padre porque Jimena, sacrificando el amor, se hace más digna del propio amor, ella sabe bien que si falta a su deber Rodrigo no la amaría más. Entre la muerte de su amante y el envilecimiento de su amor, la heroína no podía vacilar. ¿Justifica ella la gran sentencia de Salomón, que el amor es más inflexible que el infierno?.

El verdadero amor es una revelación luminosa de la inmortalidad del alma: su idea, para el hombre, es la pureza sin mancha, y para la mujer, la generosidad sin desaliento. Tiene celos de la integridad de este ideal, y celo tan noble debe llamarse Celotipia, o tipo de celo. El sueño eterno del amor es la madre inmaculada, y el dogma recientemente definido por la Iglesia, inspirado en el Cantar de los Cantares, no tuvo otro revelador sino el amor.

La impureza es la promiscuidad de los deseos; el hombre que desea todas las mujeres y la mujer que ama los deseos de todos los hombres, no conocen el amor y son indignos de conocerlo. La coquetería  (2) es la depravación de la vanidad femenina; su propio nombre viene de algo bestial y recuerda los coqueteos provocativos de las gallinas que quieren llamar la atención del gallo. Le está permitido a la mujer ser bella, pero ella sólo debe desear agradar al hombre que ama o al que podrá amar algún día.

La integridad del pudor de la mujer es el más especial ideal de los hombres y el motivo de su legítimo celo. La delicadeza y la dignidad del hombre es el sueño ideal de la mujer, y es en este ideal que ella encuentra el estimulante o el suicidio de su amor.

El casamiento es el amor legítimo. Un casamiento de conveniencia es un ayuntamiento de despecho. Es un convenio entre un macho y una hembra de la especie humana que acuerdan tener hijos bajo la protección de la ley; si ninguno de los dos amó, puede esperarse que el amor venga con la intimidad de la familia, pero, desgraciadamente, el amor no obedece siempre a las conveniencias sociales, y aquel que se casa sin amor, muchas veces se desposa con la probabilidad de adulterio.

La mujer que ama a otro u se casa con el hombre a quien no ama, hace un atentado contra la naturaleza. Julia de Volmar es inexcusable, y su marido un personaje imposible en el mismo romance; Saint Preux debió despreciar esa pareja. Una moza que se entrega y después se desdice deshonra su primer amor; porque ha aceptado el adulterio. Hay un ser ante quien una mujer digna de ese nombre nunca debe sonrojarse, es el hombre al que halló digno de su primer amor.

Celebramos que un hombre de corazón rehabilite a una joven honesta que fue seducida y después abandonada, pero que una joven que ya se entregó quiera darse a otro, cuando ya no pertenece a sí misma, alegando que si no obedece a su padre él la mataría o se moriría de pesar, como en el caso del barón de Etange, hallamos que aquí la indelicadeza de corazón se justifica mal con una franqueza o sensibilidad tonta. Un padre que habla de matar a una hija o de morir porque ella obre rectamente y con nobleza, no es un padre, es un egoísta feroz en su despotismo, a quien hay el derecho de censurarlo o de huirle. La Julia de Rousseau, es una moza reputada honesta, que atrae al mismo tiempo dos hombres. Su padre es un proxeneta que deshonra al mismo tiempo a su hija y a su amigo; Volmar es un cobarde y Sain-Preux un tonto. Cuando sabe que Julia se había casado no debía volver a verla.

Casar una mujer que se dio a otro y a quien este otro no abandonó, es desposar la mujer de otro, casamiento nulo ante la naturaleza y ante la dignidad humana. Esto es lo que Rousseau no comprendió. Admito el casamiento de aventuras de las heroínas de Enrique Murger que hacen de la vida una farsa de carnaval; pero no acepto el de Julia, que muestra la pretensión de tomar en serio el amor. Ser o no ser, he ahí la cuestión, como dice Hamlet; la virtualidad del ser humano está en su pensamiento y no en su amor.

Abjurar públicamente de su pensamiento sin estar convencido de que es falso, es la apostasía del espíritu; abjurar del amor, cuando la gente siente que él existe, es la apostasía del corazón.

Los amores que mudan son caprichos que pasan; aquellos de que tenemos que avergonzarnos son fatalidades cuyo yugo debemos sacudir.

Homero nos muestra a Ulises vencedor de los lazos de Calipso y Circe,  (3) haciéndose atar al mástil de su navío para oír los cantos deliciosos de las sirenas, sin ceder a ellas, lo que es el verdadero modelo del sabio que escapa de las decepciones del amor fatal. Ulises se debe enteramente a Penélope, que se conserva para Ulises, y el lecho nupcial del rey de Itaca, teniendo por columnas árboles eternos que se prenden a la tierra por fuertes raíces, es en la antigüedad, a veces un tanto licenciosa, el monumento simbólico del legítimo y casto amor.

El verdadero amor es una pasión invencible motivada por un sentimiento justo y nunca puede estar en contradicción con el deber; pues el deber se vuelve absoluto; pero la pasión injusta constituye un amor fatal y es a éste al que debemos resistir, aunque tengamos, en hora buena, que sufrir y morir.

Podríamos decir que el amor fatal es el príncipe de los demonios, porque es el magnetismo del mal armado con todo su poder, y nadie puede desarmarlo o limitar sus furores. Es una fiebre, es una demencia, es una fobia. Será preciso consumirse lentamente y sin piedad como el hachón de Altea. Los recuerdos nos torturan, los deseos engañados nos desesperan, saboreamos la muerte, y muchas veces preferimos antes sufrir y amar que morir. ¿Cuál es el remedio para esta dolencia?. ¿Cómo curar las heridas de esta flecha envenenada?. ¿Quién nos librará de las aberraciones de esta locura?.

Para curar del amor fatal es preciso romper la cadena magnética, precipitándose en contra corriente y neutralizando una electricidad por la electricidad contraria.

Alejáos de la persona amada; nada guardéis que vuelva a recordarla; abandonad hasta el vestido con el cual ella os haya visto. Imponeos ocupaciones fatigantes y múltiples, nunca quedéis ocioso, ni os entreguéis a los ensueños; agotaos de cansancio durante el día para dormir profundamente en la noche: alimentad una ambición o un deseo por satisfacer, y para encontrarlos subid por encima de vuestro amor. Así llegaréis a la tranquilidad si no al olvido. Lo que es preciso evitar, a toda costa, es la soledad nutridora de los enternecimientos y los sueños; esto, a menos que la persona no se sienta atraída por la devoción, como Luisa de la Valliére y el señor de Rancé, y que no busque en los suplicios voluntarios del cuerpo la dulcificación de las penas del alma.

Es preciso pensar siempre que lo absoluto en los sentimientos humanos es un ideal que nunca se realiza en este mundo, que toda belleza se altera y que toda vida se extingue; que todo pasa, al fin, con la rapidez, que parece ilusión; que la bella Elena se convirtió en una vieja de boca desdentada, después un poco de polvo y, al fin, en nada.

Todo amor que no pueda ni deba confesarse es un amor fatal. Fuera de las leyes de la naturaleza y de la sociedad nada hay de legítimo en las pasiones, y hay que condenarlas desde el nacimiento, destruyéndolas bajo este axioma: Lo que no debe existir, no existe. Cosa alguna disculpará el encesto o el adulterio. Son cosas cuyo nombre los oídos castos temen y cuya existencia no deben admitir las almas sinceras y puras. Los actos que la razón no justifica, no son actos, son bestialidades y locuras. Son caídas, después de las cuales es necesario redimirse y limpiarse para no guardar manchas; son torpezas que la decencia debe ocultar y que la moral, purificada por el soplo magnético, no podría admitir igualmente para castigarlas. Ved a Jesús en presencia de la mujer sorprendida de adulterio, no escucha a los que a acusan, no la mira para no ver su vergüenza; y cuando lo importunan para que la juzgue, él la reprende con estas sabias palabras que serían la supresión de toda penalidad impuesta por la justicia humana, si no quisiesen decir que, ciertos actos, deben quedar desconocidos, y como que imposibles ante el pudor de la ley: "Levantóos, y de ahora en adelante procurad no caer más".

He ahí lo único que el sublime Maestro halló para decir a la infeliz mujer cuyos acusadores rehusó oír.

Jesús no admite el adulterio; lo llama fornicación, y como único castigo autoriza al hombre a despedir a la que fue su mujer.

La mujer, a su vez, tiene el derecho de abandonar a un marido que la engaña. Y si no tiene hijos se vuelve libre ante la Naturaleza. Pero si fuere madre pierde el derecho sobre los hijos de su marido, a no ser que éste sea notoriamente infame. Renunciando a él, ella renuncia a sus hijos; y si no tiene el triste valor de abandonarlos y deshonrarse a sus ojos, será preciso que se resigne al heroísmo del sacrificio materno, considerándose viuda en el matrimonio y consolándose de los dolores de mujer en el cariño de madre.

Las hembras de los pájaros nunca abandonan su nido mientras sus pequeñuelos no tienen alas, ¿Por qué las mujeres sería peores madres que las hembras de los pájaros?.

El ideal de lo absoluto en amor, diviniza, por decir así, la generación del hombre y este ideal exige la unidad del amor. Este bello sueño del cristianismo es la realidad de las grandes almas, y era para no envilecerse en las promiscuidades del viejo mundo, que tantos corazones amantes fueron a los claustros a vivir y morir en un deseo eterno. Yerro a veces sublime, pero siempre lastimoso, ¿Pues será necesario renunciar a vivir por no ser inmortal?. ¿No comer más, porque el alimento del alma es superior al cuerpo, no andar más, porque no se tiene alas?.

¡Feliz el noble hidalgo Don Quijote, que cree adorar a Dulcinea al abrazar los grandes pies mal calzados de una campesina del Toboso!.

La Eloísa de Rousseau que ha poco criticábamos tan severamente desde el punto de vista de lo absoluto del amor, no por eso deja de ser una deliciosa creación, tanto más verdadera cuanto defectuosa, y reproduce en un romance realmente humano todas las contradicciones y flaquezas que hicieran de Rousseau, con las reminiscencias de un antiguo lacayo, el Don Quijote de la virtud. Después de haber procurado en vano hincar a Madama de Warens, de quien tuvo celos y haberla olvidado por causa de Madama Larnage, después de haber adorado a Madama Houdetot que amó a otro, se casó filosóficamente con su criada, y si es verdad que el pobre hombre murió a consecuencia del disgusto que le ocasionó el descubrimiento de una infidelidad de Teresa. es muy justo admirarlo y compadecerlo: su corazón era hecho para amar.

Para un corazón digno de amor sólo existe en el mundo una mujer, pero la mujer, esta divinidad de la tierra, se revela a veces en varias personas, como la divinidad del cielo y sus encarnaciones, que son también, en veces, más numerosas que los acatares de Vichnú. ¡Felices de los creyentes que jamás se desalientan y que, en los inviernos del corazón, esperan la vuelta de las golondrinas!.

El sol brilla en una gota de agua, es ahí un diamante, es un mundo; ¡feliz de aquel que, cuando la gota se seca, no piensa que el sol se va a propósito!. Todas las bellezas que pasan son apenas reflejos fugitivos de la Belleza eterna, objeto único de nuestros amores. Querría tener los ojos del águila y volar para el sol, pero si el sol viene a mí distribuyendo sus esplendores en las gotas de rocío, agradeceré a la Naturaleza, sin afligirme mucho cuando el diamante desaparezca. Para esta inconstante criatura que ya no me ama, para la sed de ideal de su corazón, yo también era una gota de agua, ¿Debo acusarla y maldecirla porque a sus ojos me torné una lágrima disuelta en que no ve más el sol?.

notas del traductor

(1)  Píramo de Tisbe. Príncipe mitológico de Asiria que se mató por creer que un león había devorado a su amada Tisbe.

(2)  Coquetería. Coqueta (del francés coquette, de coq, gallo), se dice de la mujer que busca agradar a muchos hombres, como las gallinas llaman la atención de los gallos, por medio de artificios y medios estudiados.

(3) Circe. Mitología. Hechicera que para retener a Ulises en la isla de Ea transformó en cerdos a los compañeros del héroe. Fue más tarde la esposa de Telémaco. Según el ocultismo, la verdadera baqueta de Cirse que transforma a los hombres en animales, es el ascendiente fatal que una persona ejerce sobre otra. Todas las fisonomías humanas traen una u otra semejanza de un determinado animal, que es la signatura de un instinto especializado. "Los instintos son equilibrados por los instintos contrarios y dominados por los instintos más fuertes", dice Levy en su "Llave de los Grandes Misterios". "Para dominar los carneros, el perro explota el miedo del lobo. Si sois perro y queréis que una bella gatita os ame, sólo tenéis un medio de lograrlo: metamorfosearos en gato." Y añade el mismo autor: "He aquí una fórmula en términos técnicos: Polarizar su propia luz animal, en antagonismo equilibrado con un polo contrario". "Este gobierno de nuestra polarización magnética puede ser hecho por medio de formas animales y que servirán para fijar la imaginación.

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