Libro III, Capítulo IXEL MOVIMIENTO PERPETUO

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El movimiento perpetuo es la ley eterna de la vida.

En todas partes se manifiesta, como la respiración en el hombre, por acción y repulsión.

Toda acción provoca una reacción, toda reacción es proporcional a la acción.

Una acción armoniosa produce su correspondiente en armonía. Una acción discordante necesita de una reacción en apariencia disconforme, pero en la realidad equilibrante.

Si oponéis la violencia a la violencia, perpetuáis la violencia, pero si opusieras a la violencia la fuerza de la dulzura, haréis triunfar la dulzura destruyendo la violencia.

Hay series de verdades que parecen mutuamente opuestas porque el movimiento perpetuo las hace triunfar una por vez.

El día existe y la noche también existe, y ambos existen simultáneamente, pero no en el mismo hemisferio.

Hay sombra en el día, hay claridades en la noche, y la sombra en el día lo torna más potente, como la claridad en la noche hace aparecer a la noche más oscura.

El día visible y la noche visible sólo existen así para los ojos. La luz eterna es invisible a los ojos mortales y llena de inmensidad.

El día en las almas es la verdad, la noche es para ellas la mentira.

Toda verdad supone y necesita una mentira, a causa del límite de las formas, y toda mentira supone y necesita una verdad en las rectificaciones de lo finito por lo infinito.

Toda mentira contiene cierta verdad, que es la precisión de la forma, y toda verdad está, para nosotros, envuelta en una cierta mentira, que es lo finito de su apariencia.

Así también será verdad, o solamente probable, que exista un inmenso individuo (o tres que hacen uno), invisible y que recompensa a los que le sirven dejándose ver; que está presente en todas partes, incluso en el infierno, donde tortura a los condenados privándolos de su presencia; que quiere la salvación de todos, pero dispensa su gracia a un pequeñísimo número; impone la ley del terror y consiente en todo lo que la haga dudosa. ¿Puede existir semejante Dios?. No, no; y ciertamente que no. La existencia de Dios presentada y afirmada en esta forma es una verdad disfrazada, envuelta totalmente en mentiras.

Debemos reconocer que todo existió y existirá, que la sustancia eterna se basta a sí misma y que la forma está determinada por el movimiento perpetuo; que de otro modo todo sería fuerza y materia y no existiría el alma, siendo el pensamiento apenas un producto del cerebro, y Dios, nada más que la fatalidad del ser. Rotundamente no; porque esta negación absoluta de la inteligencia repugnaría aun a los instintos de los animales. Es evidente que la afirmación contraria necesita la creencia de Dios.

¿Este Dios se manifestó fuera de la naturaleza, personalmente a los hombres, y les impuso ideas contrarias a la naturaleza y la razón?.

Ciertamente no, porque el hecho de tal revelación, si existiese, sería manifiesta para todos; y, además, aunque el hecho de una manifestación exterior proveniente de un desconocido fuese de una realidad incuestionable, si tal ente aparece en contradicción con la razón y la naturaleza, no puede ser Dios. Moisés, Mahoma, el papa y el gran Lama dicen, que Dios les habló a cada uno de ellos con exclusión de los otros, y aseguran, a cada cual, que otros son farsantes. Y entonces, ¿Son todos mentirosos?. No, se engañan cuando se dividen y dicen la verdad cuando concuerdan.

Más, ¿Les habló Dios o no?. Dios carece de boca y de lengua para hablar a la manera de los hombres. Si habla, es en las conciencias, y todos nosotros podemos oírlo.

Es El quien aprueba en nuestros corazones la palabra de Jesús, la de Moisés cuando es sabia, y la de Mahoma cuando es bella. Dios no está lejos de cada uno de nosotros, dice San Pablo, pues es en El que vivimos, nos movemos y estamos.

"Felices los corazones puros, porque verán a Dios", proclamó el Cristo. Luego, ver a Dios, que es invisible, es sentirlo en la propia conciencia, es oírlo en el propio corazón.

El Dios de Hermes, el de Pitágoras, de Orfeo, de Sócrates, de Moisés y de Jesucristo, es el único y mismo Dios que habló a todos. Cleanto de Lycos era inspirado como David, y la leyenda de Krishna es tan bella como el Evangelio de San Mateo. Hay páginas admirables del Corán; pero en las teologías de todos los cultos hay otras que son horribles y estúpidas.

El Dios de la Cábala, el de Moisés y de Job, el Dios de Jesucristo, de Orígenes y de Synesio, no puede ser el de los autos - de -fe.

Los misterios del cristianismo, como los entienden San Juan Evangelista y los sabios padres de la Iglesia, son sublimes; mas los mismos misterios explicados, o más bien vueltos inexplicables por los Garassus, los Escobar, los Veuillot, son ridículos e inmundos. El culto católico es espléndido o piadoso, según los sacerdotes y los templos.

Podemos, pues, así decirlo, con igual verdad, que el dogma es verdadero y que es falso, que Dios habló y que no habló, que la Iglesia es infalible y que se engaña todos los días, que ella destruye la esclavitud y conspira contra la libertad, que eleva al hombre y que lo embrutece.

Podemos encontrar creyentes admirables entre aquellos que ella llama ateos, y ateos entre los que para ella pasan como creyentes. ¿Cómo salir de estas contradicciones flagrantes?. Recordándonos que hay sombras en el día y clarores en la noche, no olvidando de encontrar el bien que muchas veces se halla en el mal, y guardándonos el mal que puede mezclarse con el bien.

El Papa Pío IX dio, bajo el nombre de Syllabus,  (1) una serie de proposiciones que reprueba, y cuya mayoría puede ser incuestionablemente verdadera, desde el punto de vista de la ciencia y la razón. Con todo, cada una de estas proposiciones contiene y encubre un sentido falso que es legítimamente condenado. ¿Debemos, por eso, renunciar al sentido verdadero y natural que presentan a primera vista?. Cuando la autoridad juega lo encubre y reencubre; búsquela quien quiera, que por nuestra parte nos basta reconocerlo cuando se muestra.

El inteligente obispo de Orleáns, el belicoso señor Dupanloup, probó, oponiendo el Papa a sí mismo, que el Syllabus, no significa y no podría significar lo que parece decir. Si fuera un logogrifo, vamos adelante, pues no somos iniciados en las profundidades de la corte de Roma.

¿Cómo grandes verdades están ocultas bajo fórmulas dogmáticas, oscuras en apariencia hasta el ridículo?. ¿Quieren ejemplos?. Si contasen a un filósofo chino, que los europeos adoran como Dios Supremo de los universos a un judío muerto en el último suplicio, que creen resucitarlo todos los días, y lo comen en carne y hueso, en forma de un panecillo, el discípulo de Confucio no tendrá dificultad en suponer capaces de tales atrocidades a pueblos para él bárbaros, aunque no completamente salvajes; y si le añadiéramos, que el judío nació por la incubación de un espíritu, cuya forma es de palomo, de una mujer que antes y en el parto fue físicamente virgen, y que ese espíritu es el mismo Dios, tal como el judío, ¿no creéis, vosotros, que su asombro y su desprecio iría hasta el disgusto? Y si reteniéndolo por la manga, le gritásemos al oído, que el judío-Dios vino al mundo a morir atormentado para aplacar a su padre, el Dios de los judíos, quien estaba contrariado por el poco judaísmo de sus hijos, y que con motivo de la muerte de su hijo abolió el judaísmo que él mismo juró sería eterno, ¿no estaría el chino en verdadero enojo?.

Todo dogma verdadero, para ser accesible, debe ocultar bajo la fórmula enigmática un sentido eminentemente razonable. Debe tener dos caras, como la cabeza divina del Zohar: una de luz y otra de sombra.

Si el dogma cristiano explicado en su espíritu no fuese aceptable para un israelita piadoso y esclarecido, había que decir que tal dogma es falso y su razón es simple, pues que en la época en el que el cristianismo se originó en el mundo, el judaísmo era la verdadera religión, y que el propio Dios rehusaba, y debe rehusar siempre, lo que esta religión no admitía. Es imposible que podamos adorar a un hombre o a una cosa cualquiera. Debemos atenernos, ante todo, al Teísmo puro y al espiritualismo de Moisés. Nuestra comunión de idiomas no es una confusión de la naturaleza; adoramos a Dios en Jesucristo y no a Jesucristo en lugar de Dios. Creemos que Dios se revela en la propia humanidad, que está en todos nosotros como el espíritu del Salvador, y esto, ciertamente, nada tiene de absurdo. Creemos que el espíritu del Salvador es el espíritu de la caridad, el espíritu de la piedad, el espíritu de inteligencia, el espíritu de ciencia y del buen consejo, y nada veo en todo esto que se asemeje al fanatismo ciego. Nuestros dogmas de la Encarnación, de la Trinidad y de la Redención son tan antiguos como el mundo, y hasta provienen de esa doctrina oculta que el Mosaísmo reservaba a sus doctores y sus sacerdotes. El árbol de los Sephirotes es una exposición admirable del misterio de la Trinidad. La caída del gran Adán, esta concepción gigantesca de la decadencia de toda la humanidad, exigirá un reparador no menos grande, que deberá ser el Mesías, pero que se manifestará con la bondad del parvulito que juega con los leones y llama a los paj arillos. El cristianismo bien comprendido es el más perfecto judaísmo, menos la circuncisión y la sujeción rabínica, pero sí la fe y la caridad en una admirable comunión.

Está bien averiguado, por las personas instruidas, que los sabios egipcios no adoraban ni a los perros, ni a los gatos, ni a las legumbres. El dogma secreto de los iniciados era precisamente el de Moisés y el de Orfeo. Un solo Dios universal, inmutable como la ley, fecundo como la vida, revelado en toda la naturaleza, pensando en todas las inteligencias, amando en todos los corazones, causa y principio del ser y los seres, sin confundirse con ellos, invisible, inconcebible, pero con certeza de existente, puesto que nada podría existir sin El.

No pudiendo verlo, los hombres lo soñaron y la diversidad de dioses no es más que la diversidad de sus sueños.

Si no sueñas como yo, serás eternamente reprobado, se dicen unos a otros los sacerdotes de los diferentes cultos. No razonemos como ellos; esperemos la hora del despertar.

Sobre el título que Michelet ya lanzó a publicidad, podría hacerse un bellísimo libro. Sería una concordancia de la Biblia, de los Puranas, de los Vedas, de los libros de Hermes, de los himnos de Homero, de las máximas de Confucio, del Corán de Mahoma y hasta de los Edda de los escandinavos.  (2).

Esta compilación, cuyo resultado sería ciertamente católico, podría llamarse legítimamente Biblia de la Humanidad. Desgraciadamente, esta anciano muy galante y atrayente, en vez de hacer el trabajo solamente lo indicó y esbozó ligeramente su prefacio.

La religión, en su esencia, nunca varió, pero en cada edad como en cada nación, tiene sus preconceptos y sus errores. Durante los primeros siglos del cristianismo temían que el mundo fuera a acabarse y despreciaban todo lo que embellecía la vida. Las ciencias, las artes, el patriotismo, el amor de la familia, todo caía en el olvido ante los sueños del cielo. Unos corrían al martirio, otros al desierto, y el imperio caía en ruinas. Después vino la locura de las disputas teológicas y los cristianos se degollaban mutuamente por palabras que no entendían. En la Edad Media, la simplicidad de los Evangelios dio lugar a las argucias de la escuela y las supersticiones pulularon. Al Renacimiento reapareció el materialismo, fue desconocido el gran principio de la unidad, y el protestantismo sembró en el mundo iglesias de fantasía. Los católicos fueron inmisericordes y los protestantes, implacables.

Vino enseguida el sombrío Jansenismo con sus tétricos dogmas, el Dios que salva y condena por capricho, el culto de la tristeza y de la muerte. La Revolución impuso luego la libertad por el terror, la igualdad a golpes de hacha y la fraternidad en la sangre. Siguió una reacción cobarde y pérfida. Los intereses amenazados tomaron la máscara de la religión y las arcas llenas hicieron alianza con la cruz. Y es así como aún aquí estamos. Los ángeles custodios del Santuario son sustituidos por zuavos, y el reino de Dios, que sufre violencia en el cielo, resiste la violencia en la tierra, mas no con desprendimiento y oraciones, pero sí con dinero y bayonetas. Judíos y protestantes aumentan el dinero de San Pedro. La religión ya no es más una cosa de fe, es una cuestión de partido.

Es muy cierto que el cristianismo aún no fue comprendido y que, al fin, reclama su lugar; por eso todo cae y todo caerá, mientras no quede establecido en toda su verdad y en todo su poder, para fijar el equilibrio del mundo.

Por consiguiente, las agitaciones que presenciamos nada tienen de extraño, son el resultado del movimiento perpetuo que derriba todo lo que los hombres quieren oponer a las leyes de su eterna balanza.

Las leyes que gobierna el mundo rigen también los destinos de todos los individuos humanos: el hombre nació para el descanso, pero no para la ociosidad. El descanso para él es la conciencia de su propio equilibrio, mas no puede renunciar al movimiento perpetuo, porque el movimiento es la vida. Es preciso sufrirlo o dirigirlo: cuando lo sufrimos, nos destruye, cuando lo dirigimos, nos regenera. Debe haber equilibrio y no antagonismo entre el espíritu y el cuerpo. La sed insaciable del ama es tan funesta como los apetitos desordenados de la carne. La concupiscencia, lejos de calmarse, se irrita por las privaciones insensatas. Los sufrimientos del cuerpo vuelven triste e impotente el alma, y ella sólo es efectivamente reina cuando los órganos, sus súbditos, están perfectamente libres y

tranquilos.

Hay equilibrio y no antagonismo entre la gracia y la naturaleza, porque la gracia es la dirección que el propio Dios da a la naturaleza. Es por la gracia del Altísimo que las primaveras florecen, los veranos producen las espigas y los otoños las uvas. ¿Por qué, pues, despreciaríamos las flores que embelesan nuestros sentidos, el pan que nos sustenta y el vino que nos fortifica?. El Cristo nos enseña a pedir a Dios el pan de cada día. Pidámosle también las rosas de cada primavera y las sobras de cada verano. Pidámosle, para cada corazón, al menos una verdadera amistad y para cada existencia un honesto y sincero amor.

Hay equilibrio y nunca debe haber antagonismo entre el hombre y la mujer. La ley de unión, entre ellos, es la consagración mutua. La mujer debe cautivar al hombre por la atracción, y el hombre, emancipar a la mujer por la inteligencia. Este es el equilibrio inteligente, fuera del cual se cae en el egoísmo fatal.

Al aniquilamiento de la mujer por el hombre corresponde el envilecimiento del hombre por la mujer. Haced de la mujer una cosa que se compra, ella se encarece y os arruina. Haced de ella una criatura de carne y fuego, y ella os corrompe y os mancha.

Hay equilibrio y no podría haber antagonismo entre el orden y la libertad, entre la obediencia y la dignidad humana.

Ninguno tiene derecho al poder despótico y arbitrario. No, ninguno, ni el mismo Dios. Nadie es señor absoluto del otro. Ni el mismo pastor es señor de su perro. La ley del mundo inteligente es la tutela; aquellos que deben obedecer sólo obedecen para su bien; se dirige su voluntad sin subyugarla; se puede comprometer su voluntad, pero no alienarla.

Ser rey, es consagrarse a proteger los derechos del rey contra los del pueblo, y cuanto más poderoso es el rey tanto más libre en realidad es el pueblo. Porque la libertad sin disciplina y sin protección es la peor de las servidumbres; se vuelve entonces anarquía, que es la tiranía de todos en el conflicto de las facciones. La verdadera libertad social es el absolutismo de la justicia.

La vida del hombre es alternada; vela y duerme alternativamente, sumergido por el sueño en la vida colectiva y universal; sueña con su existencia personal, sin tener conciencia del tiempo y del espacio. Entrando en la vida individual y responsable, en estado de vigilia, sueña con su conciencia colectiva y eterna. El sueño es la claridad en la noche. La fe en los misterios religiosos es la sombra que aparece en pleno día.

Probablemente que la eternidad del hombre también es alternada como su vida y debe componerse de vigilias y de sueños. Sueña cuando cree vivir en el imperio de la muerte, vela cuando continúa su inmortalidad y se recuerda de sus sueños.

Dios, dice el Génesis, envió el sueño a Adán y en cuanto éste dormía sacó de él a Chavat,  (3) a fin de darle un auxiliar semejante y Adán exclamó: "Esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos".

No olvidemos que, en el capítulo precedente, el autor del libro sagrado declara, que "Adán había sido creado macho y hembra", lo que expresa claramente que Adán es el individuo aislado tomado por la humanidad entera. ¿Qué es entonces esa Chavat o Eva, que sale de él durante su sueño para servirle de auxiliar y que, más tarde, debe llevarlo a la muerte?. ¿No será la misma cosa que la Maya de los Indianos, el recipiente corpóreo, la forma terrestre que es la auxiliar y algo como la forma del espíritu pero que se separa de él, que él se despierta, lo que llamamos la muerte?.

Cuando el espíritu adormece, después de un día de vida universal, hace por sí mismo su Chavat; lanza alrededor de sí su crisálida, y sus existencias, en el tiempo, son para él apenas sueños, que lo alivian de los trabajos de su eternidad.

Sube así por la escala de los mundos durante su sueño solamente, gozando en su eternidad de todo lo adquirido en conocimientos y fuerzas nuevas en sus ayuntamientos con la Maya, de quien debe servirse, pero sin esclavizarse de ella jamás. Pues la Maya triunfante echaría en su alma un velo que sólo el despertar rasgarías, y por acariciar pesadillas, expuesto a despertar en la locura, lo cual es el verdadero misterio de la vida eterna.

¿Qué seres hay más dignos de lástima que los locos?. La mayoría de ellos todavía no siente su terrorífica desgracia. Swedenborg osó decir algo que, con ser peligroso, no nos parece menos concerniente. Dice, que "los réprobos toman los horrores del infierno por bellezas, sus tinieblas por luces y sus tormentos por placeres". Como los condenados al suplicio de Oriente, embriagados con narcóticos antes de ser entregados al verdugo.

"Dios no puede impedir la pena que alcance a los violadores de su ley mas, como la muerte eterna ya es mucho, no quiere aumentarles su dolor. No pudiendo desviar el chicote de las furias, vuelve insensibles a los infelices que ellas han de castigar".

No podemos admitir estas ideas de Swedenborg, porque sólo creemos en la vida eterna. Estos alucinados e idiotas condenados, deleitándose en las sombras infectas, recogiendo hongos venenosos que toman por flores, nos parecen inútilmente castigados, puesto que no tienen conciencia de su castigo.

Este infierno, que sería un hospital de corrompidos, es menos bello que el de Dante, abismo circular que vuelve más estrecho a medida que desciende y que termina atrás de tres cabezas de la serpiente simbólica, por un camino estrecho, de donde basta retroceder para subir a la luz.

La vida eterna es el movimiento perpetuo y, para nosotros, la eternidad no puede ser más que la infinidad del tiempo.

Suponiendo que toda la felicidad del cielo consista en decir Aleluya, con una palma en la mano y una corona en la cabeza, que después de cinco millones de Aleluyas se tenga que recomenzar siempre lo mismo (¡asombrosa felicidad!) y, al fin, a cada Aleluya poderle dar un número; habrá uno en la frente, otro después; habrá sucesión, habrá duración, en fin, será el tiempo, porque esto comenzará.

La eternidad no tiene comienzo ni fin.

Una cosa es cierta, y es que nada sabemos de los misterios de la otra vida; más, también es verdad que ninguno de nosotros se recuerda haber comenzado, y que la idea de no existir más nos perturba el sentimiento y la razón.

Dice Jesucristo, que los justos irán al cielo, y llama cielo, la casa de su padre; afirma que en esta casa hay innumerables moradas; estas moradas serán evidentemente las estrellas. La idea, o si queréis la hipótesis de las existencias renovadas en los astros; no se aparta de la doctrina de Cristo. La vida de los sueños es esencialmente distinta de la vida real; tiene sus paisajes, sus amigos, sus recuerdos; en ella poseemos facultades que, ciertamente, pertenecen a otras formas y otros mundos.

En ella volvemos a ver seres amados que jamás conocimos en la tierra; encontramos a los vivos que murieron, nos sostenemos en el aire, andamos sobre el agua, como puede darse en los medios en que el peso de los cuerpos es menor; se hablan lenguas desconocidas y se encuentran seres gallardamente organizados; todo está ahí lleno de reminiscencias que no se refieren a este mundo, ¿No serán ellas vagas memorias de nuestras precedentes existencias?.

¿Será sólo el cerebro que produce los sueños?, y si él los produce, ¿Quién los inventa?. Muchas veces nos asustan y fatigan. ¿Cuál es el Callot o el Goya que trama las pesadillas?.

Cuando nos pareció cometer crímenes en el sueño, nos sentimos felices si al despertar nada tenemos que reprocharnos. Más, ¿Sería lo mismo para nuestras existencias veladas, para nuestros sueños ocultos bajo esta cubierta de carne? Nerón, despertando sobresaltado, podría exclamar: ¡Loado sea Dios! no hice asesinar a mi madre.

La habría encontrado viva y sonriente junto a sí, pronto a contarle sus crímenes imaginarios y sus malos sueños.

La vida presente parece, en veces, un sueño monstruoso y no más razonable que las visiones del sueño: de continuo vemos en ella lo que no debía existir, y que lo que debía existir, no existe. Creemos; en ocasiones, que la naturaleza hace extravagancias y que la razón se debate bajo un Efialtes terrible.  (4). Las cosas que pasan en esta vida de ilusiones y de vanas esperanzas son, ciertamente, tan insensatas en comparación de la vida eterna, como lo pueden ser las visiones del sueño comparadas a las realidades de esta vida.

Al despertar, no nos reprobamos los pecados cometidos en el sueño, y si fueran crímenes, la sociedad no pediría cuentas, al menos que hayan sido realizados efectivamente en estado de sonambulismo, como por ejemplo, un sonámbulo, que soñando matar a su mujer, le propina un golpe mortal. Es así como nuestros errores en la tierra pueden ser un hecho en el cielo, en consecuencia de una especial exaltación que haría vivir al hombre en la eternidad antes de dejar la tierra. Hay actos de la vida presente que pueden perturbar las regiones de la serenidad eterna. Existen pecados que, como se dice vulgarmente, hacen llorar a los ángeles. Son las injusticias de los santos, las calumnias que hacen subir al Ser Supremo, cuando presentan a éste como al déspota caprichoso de los espíritus, como el atormentador infinito de las almas. Cuando Santo Domingo y S. Pío V enviaban cristianos disidentes al suplicio, estos cristianos, hechos mártires y entrando por el derecho de sangre derramada en la gran catolicidad del cielo, eran acogidos, sin duda, en el número de los espíritus bienaventurados con gritos de terror y de piedad; y los feroces sonámbulos de la Inquisición no serían disculpados, aunque alegaran ante el Juez Supremo las divagaciones de sus sueños.

Falsear la conciencia humana, apagar el espíritu y calumniar la razón, perseguir a los sabios, oponerse a los progresos de la ciencia, estos son los verdaderos pecados mortales, pecados contra el Espíritu Santo, pecados que no pueden ser perdonados ni en este mundo ni en el otro.

NOTAS DEL TRADUCTOR

(1) Syllabus. Lista de las 80 principales herejías modernas formada por orden de Pío IX y publicada en 1864.

(2)  Puranas. Vedas. Eddas. Purana: cada uno de los 18 poemas sánscritos que contienen la teogonía y cosmogonía de la India antigua. Vedas: del sánscrito véda, ciencia, conocimiento; libros sagrados primitivos de la misma India. Eddas, colecciones de las tradiciones mitológicas y legendarias de los antiguos pueblos escandinavos.

(3)  Chaval. Nombre ternario de Eva, que agregado al de Adam forma el nombre de Jehova. Adam es el tetragrama humano que se resume en el Jod misterioso, imagen del falo cabalístico. Unidos forman el tetragrama divino, la palabra misteriosa que el Gran Sacerdote pronunciaba: Jodchéva, y que se pronuncia separadamente: Iod, Hé, Vau, Hé. Nombre santo, principio de la vida y del amor. Es la palabra que los Israelitas nunca pronunciaban y que se halla inscrita en el vértice de todas las iniciaciones, la que irradia en el centro del triángulo flamígero del grado 33 del Rito Masónico Escocés y que, en otra forma, se ostenta en la cima de los portales de nuestras catedrales, y significa El ser que fue, que es y que será. No debiendo ser pronunciado por los profanos se lo sustituía por la palabra Tetragrammaton ("cuatro letras"), o por Adonay (señor). El Jod, principio creador es el falo ideal, o Jakin, la unidad, representa el principio masculino, la fuerza, el hombre, el sol, todo lo activo y positivo. Chavat o Eve, el principio creado, el cteis formal, o Bohas, el binario, que significa el principio femenino, la hermosura, la mujer, la luna, todo lo pasivo y negativo, lo que aún no vive una vida personal, pero que irradia una fuerza recibida para transmitirla a su alrededor.

(4)  Efialtes. Griego famoso por su traición. En tanto que Leónides defendía el paso de las Termópilas. Efialtes enseñó a los persas un desfiladero que les permitió atacar por la espalda a los griegos. Traidor que huyó después a Tesalia, pero que habiendo vuelto a su país recibió la muerte en manos de Atenades por una causa extraña a su traición.

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