Capitulo II - Lo Real y lo Irreal

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"Allah ! Bi' -smi' -llah ! – Dios es uno." – Corán

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Forma y esencia

En la dilatada expansión del universo vemos por doquier una casi infinita diversidad de formas pertenecientes a distintos reinos y especies que ofrecen ilimitada variación de aspectos. De lo poco que sabemos, inferimos que estas formas están substancialmente constituidas por la misma materia primordial, aunque las cualidades de los distintos cuerpos difieran entre sí; porque más razonable es suponer que la única y eterna materia primordial aparece en el curso de la evolución en diversidad de formas, que admitir originariamente cierto número de substancias creadas de la nada o por cualquier otro procedimiento creador.

No sabemos qué sea esta substancia inmaterial o primordial esencia,* pues tan sólo la conocemos por su manifestación en las formas objetivas. Todo lo que halla expresión en una u otra forma es para nosotros un objeto, y todo objeto o cosa puede mudar de forma sin que se altere la substancia. El agua se solidifica en hielo o se convierte en vapor, que a su vez se descompone químicamente en oxígeno e hidrógeno; pero en las debidas condiciones, la energía que previamente formó el agua volverá a formarla de nuevo, es decir, que las formas y las propiedades cambian y los elementos permanecen siempre los mismos y vuelven a combinarse en proporciones definidas con arreglo a la ley de afinidad.


* El akasa de los brahamanes; el iliaster de Paracelso; el Proteo universal.


Como quiera que nuestros sentidos no pueden percibir las propiedades de este hipotético principio o substancia primordial, no nos es posible conocer la verdadera esencia de las cosas. Aunque alteremos la forma de una cosa y la privemos de alguna cualidad, seguirá siendo la misma cosa mientras conserve su carácter; y cuando al destruir la forma se disgregue su materia constitutiva, subsistirá la idea en el mundo subjetivo, donde no podemos destruirla, sino, por el contrario, revestirla de nuevas cualidades y reproducirla en otra forma en el mundo objetivo.

Una cosa existe mientras subsiste su carácter, y únicamente cuando cambia de carácter transmuta su naturaleza esencial. Las cosas materiales no son ni más ni menos que símbolos o representaciones de una idea, y aunque les demos un nombre, la idea permanece oculta tras el velo. Si en el mundo físico lográramos privar a una cosa de su carácter y darle otro distinto, transmutaríamos un cuerpo en otro, como, por ejemplo, los metales viles en oro; pero mientras no podamos mudar el carácter de una cosa, el cambio de forma sólo influirá en su aspecto.

Pongamos por ejemplo un bastón de madera, que aunque no fuese de esta materia, sino de otra, sería también bastón. No percibimos el bastón en sí; tan sólo echamos de ver sus atributos, su tamaño, color y peso y el ruido que da al romperlo. Podemos alterar cada una o todas estas cualidades, y sin embargo seguirá siendo un bastón mientras no pierda este carácter, porque lo que constituye su carácter esencial es su aplicación y propósito, esto es, una idea independiente de toda cualidad. Si damos a esta idea distinta aplicación, transmutaremos su carácter y habremos mudado nuestro ideal bastón en lo que quisimos convertirlo.

En el mundo físico no podemos transmutar el cobre en oro ni convertir un hombre en niño; pero sí podemos ir transformando diariamente nuestros deseos, anhelos e inclinaciones, esto es, nuestro carácter, si acertamos a dar nuevo propósito a nuestra vida. Al hacerlo así convertimos al hombre en otro ser, aún en el mundo físico.

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Esencia del hombre

Nadie vio jamás al verdadero hombre, pues tan sólo descubrimos sus peculiares cualidades. El hombre no puede verse a sí mismo. Habla de su cuerpo, de su alma, de su espíritu, esto es, de los tres elementos que lo constituyen; pero el verdadero Ego, donde reside el carácter, es algo cuya naturaleza tan sólo conocemos cuando advertimos el propósito de su existencia.

El Ego, como idea, y con propósito definido, desciende al mundo de la materia para asumir nueva personalidad y obtener mayor experiencia y conocimiento al pasar por las vicisitudes de la vida, y a través del valle de la muerte entrará otra vez en aquel reino donde con el transcurso del tiempo se desvanecerá su forma externa para reaparecer en otra nueva cuando suene la hora de su salida a escena. El cuerpo y la personalidad mudan de propósito; y sin embargo, el Ego permanece esencialmente el mismo, aunque modificado por las nuevas cualidades adquiridas durante la vida, que alteran sus características.*


* La recta comprensión de la esencial naturaleza del hombre demostrará que es de necesidad científica la repetida reencarnación de la mónada humana en sucesivas personalidades. ¿Cómo le sería posible al hombre alcanzar la perfección si el período de su desenvolvimiento espiritual se contrajese a una breve existencia en la tierra? Si le fuese posible progresar sin cuerpo físico ¿qué necesidad tendría entonces de él? Absurdo es suponer que el germen espiritual de un hombre comienza a existir en el momento de nacer físicamente o que los padres del niño pueden ser los progenitores de la mónada espiritual. Si la mónada espiritual existía ya antes de que naciese el cuerpo y pudo desenvolverse sin él ¿a qué encarnar en el cuerpo?


Vemos que una planta cesa de medrar cuando la desarraigamos del suelo y que vuelve a crecer en cuanto la replantamos. De la propia manera, el alma humana arraiga en el organismo humano con propósito de alcanzar plena conciencia y va formando su carácter; pero cuando la muerte la desarraiga, el alma descansa y cesa de progresar hasta que halla nuevo organismo para adquirir nuevas cualidades y continuar su desenvolvimiento.

Este Yo interno que vive después de la muerte y progresa durante la vida ¿qué puede ser sino un rayo espiritual de Vida cuya conciencia se va desenvolviendo en contacto con la materia? ¿Hay hombre alguno convencido de su propia existencia? Todas las pruebas que podamos tener de que existimos están en la conciencia de nuestro ser, en el sentimiento del yo soy, que nos convence de nuestra existencia.

Cualquier otro estado de conciencia está sujeto a mudanza. La conciencia difiere en cada momento del momento anterior, según se alteren las circunstancias y varíen nuestras sensaciones. Ansiamos la mudanza y la muerte porque la inmutabilidad nos sería tortura. A las viejas sensaciones suceden otras nuevas y nos complace ver que las viejas mueren y las substituyen las nuevas.

Nosotros no nos forjamos nuestras sensaciones sino que las recibimos del mundo exterior. Si fuese posible que dos hombres nacieran y se educaran en idénticas condiciones, de modo que tuviesen el mismo carácter y recibieran las mismas sensaciones, su conciencia sería idéntica y les podríamos considerar como una sola entidad. El hombre que olvidara todas las sensaciones mentales hasta entonces recibidas y no recibiera otras nuevas podría existir siglos enteros en perpetua imbecilidad, sin otra conciencia que la del yo soy, que no se desvanecería mientras su personalidad fuese capaz de reconocerse a sí misma.*


* Tal sería la única condición en que pudiera existir el hombre que no hubiese alcanzado conocimiento espiritual y cesara de recibir sensaciones del mundo exterior. Semejante a este estado puede ser el hombre después de muerto el cuerpo, si durante la vida no adquirió mayor conocimiento del relativo a las cosas perecederas. Como no tendría conciencia espiritual no podría tener tampoco percepciones espirituales; y por lo tanto, sólo llevaría al mundo espiritual su propia ignorancia.

Sus sensaciones acaban con la muerte y se le desvanecen las imágenes mentales recibidas en vida. Se extinguirán las fuerzas intelectuales puestas en acción por sus empeños científicos, y aunque en vida haya sido intelectual insigne, quedará después de la muerte como imbécil en tinieblas, atraído irresistiblemente a la reencarnación para renacer en circunstancias que le substraigan a la inanidad y le restituyan a la existencia activa.

Pero el que adquiera autoconciencia espiritual será autoluminoso y vivirá en la luz eterna. Él trae una luz con él a la oscuridad, y esa luz no se extinguirá, porque es eterna, mientras que la luz de este mundo es oscuridad para él.


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Vida relativa

En cualquier forma que resida es la vida tan sólo relativa. La piedra, la planta, el animal, el hombre, Dios, tienen cada cual de por sí existencia propia y únicamente existen para los demás mientras éstos sean conscientes de su existencia. El hombre considera incompleta la existencia de los seres inferiores y éstos apenas se dan cuenta de la de él. Muy poco sabe el hombre respecto de los seres superiores, y sin embargo tal vez haya alguno que le mire tan compasivamente como él mira a un ser inferior, por ejemplo, un mono todavía inconsciente de su propia naturaleza.

Quienes tienen suposición de sabios nos dicen que en el universo no hay ser superior al hombre consciente de su divina e inmortal naturaleza; pero sí hay innumerables seres invisibles muy superiores o muy inferiores al hombre terreno. En otros términos: los seres superiores del universo son los que ya fueron hombres; pero el hombre de la presente civilización ha de progresar aún durante millones de siglos para llegar al estado de perfección de los seres superiores.

RELATIVIDAD DE LA EXISTENCIA.

Hay en mí algo que me mueve a vivir y pensar. Llámele Yo o Dios será intelectualmente incomprensible y no tendré conciencia de que existe mientras no me percate de la relación entre ese algo desconocido y mi humana naturaleza. Sin embargo, existe; porque si nada fuese, no me movería a vivir y pensar. Es la fuente de mi ser, y por tanto, es mi existencia cuya manifestación es mi naturaleza.

Al convencerme de que existo, es para mí una realidad la existencia, y el convencimiento de la divinidad de mi ser equivale al estado de perfección.

Tenemos la costumbre de diputar por real cuanto percibimos con nuestros sentidos y por irreal todo lo demás, a pesar de que la experiencia cotidiana nos enseña a no confiar en los sentidos si deseamos distinguir lo verdadero de lo falso. Vemos salir el sol por Oriente y cruzar el firmamento durante el día para desaparecer por Occidente; pero hasta los niños saben ya que este movimiento ilusorio proviene de la rotación de la tierra.

Vemos de noche sobre nuestras cabezas las estrellas que llamamos fijas y parecen insignificantes en comparación de mares y continentes; y sin embargo, sabemos que son brillantes soles en cuya comparación resulta mota de polvo nuestra madre tierra. Nada nos parece tan quieto y firme como las sólidas rocas que hollamos con nuestros pies; y no obstante, el planeta en que vivimos gira con tremenda velocidad en el espacio. Las montañas parecen eternas; pero los continentes se hunden bajo las aguas del océano y otros nuevos se alzan de su fondo. Bajo nuestros pies se mueve en flujos y reflujos la fundente entraña de nuestra en apariencia sólida madre tierra. Sobre nuestras cabezas no hay al parecer nada tangible; y sin embargo, vivimos en el fondo del océano aéreo, sin conocer lo que tal vez viva en sus corrientes o en su superficie.

Un río de luz parece descender del sol a nuestro planeta; y no obstante, se dice que entre el sol y la atmósfera terrestre reinan las tinieblas por no haber materia meteórica que determine la reflexión, cuando estamos rodeados de un océano de luz de orden superior, que nos parece obscuridad porque los nervios de nuestro cuerpo no son lo suficientemente delicados para recibir la influencia de la luz astral. La imagen reflejada en el espejo le parece real a la mente inculta y la voz del eco puede confundirse con la voz humana. A menudo soñamos despiertos y dormimos cuando creemos estar despiertos.

RELATIVIDAD DE LA PALABRA "CONCIENCIA".

No es correcto decir que dormimos mientras no sabemos quién somos. Tan sólo podemos decir que tales o cuales funciones del organismo físico o del psíquico, que llamamos nuestras, están dormidas o inactivas mientras otras están activas y despiertas. Podemos estar completamente despiertos para una cosa y dormidos para otra. El cuerpo del sonámbulo se halla en un estado parecido a la muerte, mientras que su conciencia superior está completamente vívida y muestra mayor lucidez de percepción que si estuviese empleada en cumplir las funciones del organismo inferior.

RELATIVIDAD DE LOS TÉRMINOS "MATERIA" Y "MOVIMIENTO".

Ambos conceptos se refieren a manifestaciones de algo que no conocemos y podemos llamar "Espíritu". No hay movimiento sin materia ni materia sin movimiento; y por lo tanto, toda fuerza es substancial. Una masa sólida de materia es energía condensada que representa cierta cantidad de fuerza latente, y toda fuerza es una substancia invisible en movimiento.

RELATIVIDAD DEL ESPACIO, EXTENSIÓN Y TIEMPO.

Las cualidades de estos conceptos varían según sea nuestro tipo de medida y nuestra modalidad de percepción. Al infusorio puede parecerle un océano la gota de agua en que vive, y para el insecto tal vez sea un mundo la hoja en que reside. Si durante el sueño se redujera el mundo visible al tamaño de una nuez o agrandara mil veces el que tiene, no advertiríamos la mudanza al despertar, pues el cambio habría afectado igualmente todas las cosas, incluso a nosotros mismos.

El niño que no concibe la relación del espacio, quiere asir la luna con la mano, y el ciego de nacimiento que cobra la vista, no aprecia debidamente las distancias. Nuestro pensamiento no tiene cuenta del espacio cuando cruza de uno a otro punto del globo. El concepto de nuestra relación con el espacio está fundado en la experiencia y recuerdos adquiridos en nuestra actual condición. Si nos moviéramos en condiciones completamente diferentes, nuestra experiencia y por lo tanto nuestros conceptos serían también diferentes. El espacio, en cuanto a las formas que concebimos, sólo tiene tres dimensiones, porque todas las formas constan de las tres dimensiones de longitud, latitud y altura.

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Conciencia relativa

La conciencia en el Absoluto es inconciencia con relación a las cosas. No cabe concebir un ser consciente no relacionado con alguna cosa. Una conciencia en relación consigo misma es autoconciencia.

El Absoluto es independiente de sus manifestaciones; pero toda manifestación depende de la presencia de lo manifestado. Dios puede existir en su propia naturaleza divina sin revelar Su presencia a las criaturas; pero las criaturas no pueden existir sin Dios. Sabemos que existe el espacio; pero no lo podemos concebir sin que se nos revele por medio de una forma. Las formas son el espacio objetivado. Sin la manifestación de los cuerpos de tres dimensiones no podríamos formarnos concepto del espacio. Conocemos que Dios existe; pero no podremos concebir Su existencia a menos que Su naturaleza se revele trínicamente en nosotros.

Las dimensiones del espacio existen en nuestra mente. No concebimos dimensiones en el punto matemático, y análogamente la auto-conciencia existe en sí misma sin relación con cosa alguna. Por lo tanto, podríamos llamar a esto el espacio de una sola dimensión. Respecto al espacio de dos dimensiones, todos conocemos la diferencia que hay entre el bien y el mal, el amor y el odio, etc., y al advertir esta diferencia concebimos el espacio de dos dimensiones. El espacio de tres dimensiones es el mundo de las formal corpóreas; pero también hay una cuarta dimensión del espacio, conocida tan solo de los iluminados que saben cuadraturar el círculo, porque cuatro es el número de la verdad y tres lo es de la forma.

Relativo como nuestro concepto del espacio es también nuestro concepto del tiempo. No tenemos conciencia del tiempo, sino de su medida, y el tiempo nada es si no está relacionado con nuestra asociación de ideas. La mente humana solo puede recibir un corto numero de sensaciones por segundo; si solo recibiéramos una sensación por hora, nuestra vida parecería muy corta; y si pudiéramos recibir, por ejemplo, la de una simple onda de un rayo amarillo de luz, cuyas vibraciones suman 509 billones por segundo, un solo día de nuestra vida nos parecería una eternidad sin fin.*

Al preso ocioso en su cárcel, el tiempo le parece muy largo, mientras que para quien está activamente ocupado, pasa muy pronto. Durmiendo, no tenemos idea del tiempo; pero una noche de insomnio y sufrimiento nos parece muy larga. Al soñar pasamos en muy pocos momentos por experiencias que necesitarían regular número de años en el ordinario curso de los sucesos, mientras que en estado de inconciencia el tiempo no existe para nosotros.**


* Carl du Prel. "Die Planetenbewohner." Los habitantes de los planetas.

** In books on mystical subjects we find often accounts of a person having dreamed in a short moment of time, things which we should suppose that it would take hours to dream them; for instance the following: "A traveller arrived late at night at a station. He was very fatigued, and as the conductor opened the door of the car, he entered, and immediately fell asleep. He dreamed that he was at home, and living with his family; that he fell in love with a girl and married her; that he lived happy until he meddled with political affairs, and was arrested on the charge of having entered into a conspiracy against the government. He was tried, and condemned to be shot, and led out to be executed. Arrived at the place of execution, the command was given, and the soldiers fired at him, and he awoke at the noise caused by the shutting of the door of the car, which the conductor had shut behind him when our friend entered. It seems probable that the noise produced by shutting that door caused the whole dream."


Los que actúan plenamente en el mundo subjetivo no reciben impresiones del mundo objetivo. Quienes, como en sueños y locura, actúan sólo parcialmente en el mundo subjetivo, mezclan las sensaciones transportadas al semi-consciente cerebro con las ideas nacidas en el mundo subjetivo y producen imágenes contrahechas y caricaturescas. En tal estado, cuando las experiencias del mundo interno se entremezclan con las sensaciones de la conciencia externa, resultan las más erróneas impresiones, porque el intelecto funciona, pero la razón no actúa con vigor suficiente para discernir lo verdadero de lo falso.

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Objetivo y subjetivo

¿Cuál es, pues, la diferencia entre los estados subjetivo y objetivo de existencia? Nuestro cuerpo no cesa de vivir mientras dormimos, pero en cada uno de aquellos estados tenemos diferente percepción. La idea vulgar es que las sensorias percepciones objetivas son las verdaderas, y que las subjetivas resultan de la imaginación; pero reflexionando un poco, comprenderemos que toda percepción, tanto objetiva como subjetiva, resulta de la "imaginación".

Al mirar un árbol no se nos entra en los ojos, sino que se retrata en la mente; al mirar una forma, percibimos la impresión causada en la mente por la imagen de un objeto existente más allá de los límites del cuerpo; al mirar una imagen subjetiva forjada por nosotros mismos, percibimos su impresión en la mente. En cualquiera de ambos casos las imágenes existen en la mente y percibimos sus impresiones.

Todo aparece objetivo o subjetivo, según el estado de conciencia del que percibe; y lo que en un estado le parece enteramente subjetivo, en otro puede parecerle objetivo. Las supremas verdades ideales tienen para quien las comprende una existencia objetiva, mientras que las más groseras formas materiales no existen para quien no las percibe.

Aquí se origina una importante cuestión: ¿Quién o qué es este desconocido ser que percibe las imágenes existentes en su propia mente y las sensaciones transmitidas a su conciencia? ¿Qué esto que llamamos nuestro Yo, que conoce cuanto nosotros conocemos y también conoce nuestra ignorancia? ¿Qué es este ser que no es cuerpo ni mente, sino que de ambos se vale como de instrumentos? Quien conociese este invisible ser, podría soltar desde luego este libro, que nada le diría de nuevo, porque conocería a Dios y sería el más sabio de los hombres.

Toda manifestación de poder mágico tiene por base el conocimiento de las relaciones entre los estados objetivo y subjetivo de conciencia y la fuente de que dimanan.

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Imágenes mentales proyectadas

Si concebimos mentalmente una cosa ya vista, aparecerá en nuestra mente su forma objetiva compuesta de substancia de nuestra propia mente. Si por continuada práctica adquirimos poder bastante para mantener esta imagen e impedir que la ahuyenten o disipen otros pensamientos, llegará a ser relativamente densa y se proyectará sobre la esfera mental de los demás, hasta el extremo de creer que ven objetivamente lo que sólo existe como imagen en nuestra mente; pero el incapaz de mantener un pensamiento y dominarlo a voluntad, no puede reflejarlo en la mente ajena, y así fracasan estos experimentos, no por imposibles, sino por debilidad de los experimentadores, que no pueden dominar sus pensamientos y plasmarlos lo suficiente para transmitirlos.

Todo es real o ilusorio según lo consideremos. Las palabras real e irreal son términos relativos; y lo que parece real en un estado de existencia, parece ilusorio en otro. El dinero, el amor, el poderío, etc., les parecen muy reales a quienes los necesitan; pero son ilusorios para quien ha trascendido su necesidad.

Lo que comprendemos es para nosotros verdadero, aún cuando aparezca ilusorio a los demás. Si mi imaginación es bastante poderosa para representarme la presencia de un ángel, el ángel estará allí viviente y verdadero, porque es mi propia creación, aunque sea invisible e ilusoria para otro. Si vuestra mente es capaz de crear un paraíso en un desierto, este paraíso existirá objetivamente para vosotros. Todo cuanto existe tiene existencia en la mente universal; y si la mente individual tiene conciencia de su relación con una cosa, comienza a percibirla.

Nadie puede tener idea de una cosa extraña a su experiencia ni puede conocer aquello con lo que no esté relacionado. Para percibir son necesarios tres elementos: la percepción, el perceptor y el objeto de percepción. Si estos elementos están en distintos planos sin relación mutua, no será posible la percepción. Si quiero verme la cara y no puedo salir de mí, he de valerme de un espejo para establecer una relación entre mí mismo y el objeto de mi percepción. El espejo no siente y no puedo verme en él sino en mi mente. La reflexión en el espejo produce para mi mente individual otra objetiva que yo percibo.

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La naturaleza original del hombre

La consideración de estos hechos nos dan la clave para comprender la naturaleza original del hombre y la necesidad de que "cayera de su estado de gracia". No podemos ver objetivamente la luz o la verdad, mientras estemos en el cuerpo de una o de otra. Sólo cuando nos alejamos de la esfera de la luz vemos su fulgencia y cuando caemos en error aprendemos a estimar la verdad.

Mientras el hombre primitivo estuvo unido al poder universal del cual emanó en un principio, como rayo o entidad espiritual, no podía reconocer la divina fuente de que dimana. La voluntad y la imaginación de la Mente universal eran su propia voluntad e imaginación. Sólo al "salir de su divino ser" existió como ser individual, y al obrar contra la ley advirtió su vigencia.

Ilusoria es la existencia del hombre independientemente de la existencia de Dios; pero es necesario que el hombre se convenza experimentalmente de esta ilusión y se capacite para trascenderla y reconocer su unidad con Dios. Un Dios inconscience de su divina naturaleza no sería capaz de gozarla. Cuando el hombre, como entidad espiritual, logra la perfección y vuelve a su origen, pierde todo sentimiento de separación y adquiere conocimiento. Para ver una cosa es necesario que sea objetiva. Para saber qué es amor necesitamos apartarnos del ser amado. Cuando comprendemos acabadamente una cosa, nos unimos a ella y la conocemos por conocernos a nosotros mismos.

Un ejemplo explicará la ley fundamental de la creación. La gran Causa primera viene a ser su propio espejo y al desdoblarse se relaciona consigo misma. "Dios" ve su rostro reflejado en la Naturaleza; la Mente universal se ve reflejada en la mente individual del hombre. Dios se relaciona conscientemente con su propia naturaleza; pero cuando de nuevo se retraiga en Sí mismo, cesará la relación y volverá a ser uno consigo mismo sin relatividad de conciencia. "Brahma dormirá" hasta que amanezca el nuevo día de la creación. Pero así como el hombre sabe que continúa existiendo aún después de cesar de relacionarse con el mundo exterior y no necesita mirarse continuamente a un espejo para recordar este hecho, así también la absoluta conciencia del supremo Yo soy es independiente de la objetiva existencia de la Naturaleza, pues como dice el Apocalipsis:

"Y vi un gran trono blanco y uno que estaba sentado sobre él, de cuya vista huyeron la tierra y el cielo".*


* S. Juan, Apocalipsis XX ii.


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Percepción

Las superiores facultades de la percepción interna, las posee el hombre interno y se desarrollan luego que éste despierta a la conciencia de sí mismo. Corresponden dichas facultades a los sentidos del hombre externo: vista, oído, tacto, gusto y olfato.

Las percepciones sensorias son necesarias para percibir las cosas objetivas; las percepciones internas son necesarias para percibir las cosas internas. La materia física es tan invisible para la visión espiritual, como los cuerpos astrales para la física; pero como todo objeto físico tiene su duplicado astral en la forma física, es posible ver, oír, tocar, gustar y oler con los sentidos astrales, y conocer así los atributos de los objetos físicos tan bien o mejor que el hombre físico con los sentidos corporales; pero ni éstos ni los astrales pueden percibir cosa alguna si no están animados por la energía del espíritu.

En general consideramos una cosa verdadera, cuando varias personas la ven del mismo modo, mientras que si sólo la ve uno y no los demás, la consideramos ilusoria; pero como toda impresión produce cierto estado mental, quien la reciba ha de hallarse en condición de relacionarse con el estado mental producido por la impresión.

Todos los que se hallen en el mismo estado mental y reciban igual impresión percibirán lo mismo; pero si sus estados mentales son diferentes, también lo serán sus percepciones, aunque la impresión sea la misma. Cuantos tengan los sentidos normalmente desarrollados verán de la misma manera un caballo o un león si se hallan todos en el mismo estado mental; pero si uno de ellos está excitado por el terror, su percepción diferirá de la de los demás, porque su estado mental altera la impresión recibida. Un beodo en estado de delirium tremens puede creer que esta viendo gusanos y serpientes sobre su cuerpo; y aunque la experiencia le dé a entender que no existen externamente, son para él horrorosas realidades como productos de su estado mental, pero no existen para quienes no se hallan en el mismo estado, por más que quienes estuvieran en análoga condición verían los mismos gusanos y serpientes.

Por lo tanto, nuestras percepciones difieren, no sólo según difieren las impresiones provenientes de los objetos de percepción, sino también según nuestra capacidad de recibir las impresiones, o según nuestro estado mental. Si pudiéramos desarrollar un nuevo sentido de percepción, nos creeríamos en un mundo nuevo, y si nuestra capacidad para recibir impresiones se limitase a un solo sentido, sólo podríamos concebir aquéllo que se nos pudiera manifestar por medio de tal sentido.

Supongamos un ser capaz tan sólo de determinado estado de conciencia, por ejemplo el del odio. Como tendría concentrada su conciencia en dicha pasión dominante, nada conocería sino el odio y fuera cual un "dios del odio", incapaz de mudar de estado mental ni de percibir más que lo relacionado con él. A semejante ser el mundo entero le parecería obscuro y vacío, y los mares y montañas, bosques y ríos no tendrían para él existencia; pero cuando un hombre o un animal se enfurecieran, acaso percibiría en las tinieblas un lóbrego resplandor que llamándole la atención y atrayéndolo, al acercarse a él podría estallar en llamas que consumieran al enfurecido.

Cualquier otro estado mental o pasión de ánimo puede servir de ejemplo. El odio atrae aborrecimiento y el amor atrae amor; y una persona llena de odio es tan incapaz de amar como otra llena de amor es incapaz de odiar.

Dice el Bhaqavad Gita:

Los hombres de naturaleza demoníaca ignoran la acción y la omisión. Ni pureza ni honradez ni verdad hay en ellos. Así dicen: "En el universo nada hay que sea verdad ni tampoco hay Dios alguno que lo rija. Todos los seres proceden de la sexual unión sin más causalidad que la lujuria".*


* Bhagavad Gita, L. xvi.


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Unidad

Quienes suponen que todo existe a consecuencia de la inconsciente atracción de dos principios, olvidan que no podría haber atracción sin causa que la produjese, y que dejaría de existir tan pronto como ésta cesara. Son los engañados discípulos de una doctrina en que no pueden creer seriamente. Están de acuerdo en que nada puede salir de la nada; y sin embargo, creen que la atracción inconsciente puede engendrar conciencia.

Son los discípulos del absurdo Dos, que no tiene existencia real, porque el eterno Uno dividido en dos partes, no serían dos Unos, sino dos mitades del Uno dividido. Uno es el número de unidad, y Dos es división; el Uno dividido en dos cesa de existir como Uno, y por lo tanto nada nuevo produce. Si el plan de la construcción del mundo obedeciese a las ideas de los partidarios del dualismo, nada podría haber venido a la existencia, porque la acción y la reacción hubieran sido iguales, aniquilándose una a otra, sin que hubiera podido realizarse el actual progreso.

Pero tras las manifestaciones del poder está el eterno poder en sí mismo, la fuente de toda perfección manifestable. Es la real Unidad en que no existe división y de la que todo procede y a la que todo ha de volver. Se le llama "Bien" considerado como la fuente de perfección a que todas las cosas propenden y anhelan alcanzar.

Sea lo que fuere este poder del bien, no es capaz el hombre de describirlo ni de darle nombre apropiado, porque está más allá de nuestra comprensión. Dar nombre a lo que todo lo incluye es limitar el todo a una de sus partes. Se le ha llamado "Dios", y en este concepto tiene "muchas fases", porque su aspecto varía según el punto de donde lo miramos.

Es la Causa suprema de cuanto existe y por lo tanto ha de ser conciencia absoluta, sabiduría, poder, amor, inteligencia y vida, porque estos atributos existen en sus manifestaciones y no podrían existir sin El. Es necesariamente uno e ilimitado, y por lo tanto no puede conocerlo la limitada inteligencia del hombre. Solo puede ser conocido por Si mismo; pero si se revela en nuestra alma, participará ésta de su conocimiento. Así dijo Angel Silesio:

"Dios mora en una luz lejanísima de la humana percepción. Sé tú esta luz y podrás verlo."

Cuando le rogaron a Gautama el Buddha que describiese el origen supremo de todos los seres, quedó silencioso, porque los que han logrado la condición que les facilita conocer la realidad no tienen palabras para describirla,* y los que no la han logrado no podrían comprender la descripción.


* 2 Corintios XII. 4. [3. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), 4. que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.]


Para describir lo Absoluto, tendríamos que revestirlo de atributos comprensibles, y entonces sería relativo. Así toda discusión teológica respecto a la naturaleza de "Dios" es inútil, porque "Dios" es el Todo y no difiere de cosa alguna, aunque no todas las cosas son Dios, pues no todas las cosas son conscientes de su divina naturaleza o sea el reconocimiento de la presencia de Dios.

Negar la existencia de Dios es un absurdo equivalente a la negación de nuestra existencia, porque toda existencia es prueba de Dios, que sólo puede ser conocido espiritualmente y no descrito científicamente, por lo que la lucha entre deístas y ateos es una disputa sobre palabras sin definido significado. Todo hombre es una manifestación de Dios; y así como el carácter de cada cual difiere del de los otros, así la idea de cada uno respecto a Dios es diferente, pues cada uno tiene su Dios (su ideal) propio. Cuando todos nos unamos en el supremo ideal, tendremos todos el mismo Dios.

El poder de Dios no existe para quien no lo posee; pero Dios existe para quien percibe su presencia y nada podría arrancarle su convencimiento. No puede el ignorante darse cuenta de la existencia del conocimiento hasta que por sí mismo conozca; mientras que a quienes conocen nada podrá quebrantarles el conocimiento.

Las caricaturas de dioses, establecidas por varias iglesias como representaciones del solo y verdadero Dios, son conatos para describir lo indescriptible. Así corno todo hombre tiene un ideal superior (su Dios) símbolo de sus aspiraciones, así toda iglesia tiene su dios especial; resultante de sus necesidades ideales. Para ellos son verdaderos dioses, porque les sirven en lo que necesitan, y conforme se cambian las necesidades de la iglesia, así cambian también sus dioses, desechando los viejos y reemplazándolos con nuevos.

El Dios de los cristianos difiere del de los hebreos, y el Dios cristiano del siglo XIX es muy distinto del que en tiempo de Torquemada y Pedro Arbues se complacía en los tormentos y autos de fe. Mientras los hombres sean imperfectos, también lo serán sus dioses; al perfeccionarse los hombres, los dioses irán tomando mayor perfección; y cuando todos los hombres sean igualmente perfectos, todos tendrán el mismo perfecto Dios, el mismo supremo ideal espiritual y la misma realidad universal reconocida por la ciencia y por la religión; porque no puede haber mas que un Ideal supremo, una Verdad absoluta, cuya realización es la Sabiduría, cuya manifestación es el poder expresado en la Naturaleza y cuyo perfectísimo resultado es el hombre ideal.

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Siete peldaños

Siete peldaños tiene la escala que representa el desarrollo religioso de la humanidad. En el primer peldaño, el hombre parece un animal, consciente sólo de sus instintos y deseos corporales, sin concepto alguno del elemento divino. En el segundo, empieza a presentir la existencia de algo superior. En el tercero, busca este superior elemento, pero los inferiores todavía preponderan sobre sus aspiraciones superiores.

En el cuarto, los deseos superiores e inferiores se equilibran; a veces busca los superiores; a veces le atraen los inferiores. En el quinto, busca con anhelo lo divino; pero como lo busca en el exterior, no lo encuentra, y entonces lo busca en sí mismo. En el sexto, encuentra el elemento divino en sí mismo, y se desenvuelve la conciencia espiritual del Yo, que en el séptimo es conocimiento de sí mismo. Al llegar al sexto, se avivan activamente sus sentidos espirituales, de modo que puede reconocer la presencia de otras entidades espirituales existentes en el mismo plano.

[En el séptimo encuentra que él mismo es el Dios que ha estado buscando.] [1] Entonces, su voluntad se liberta de todo deseo egoísta, su pensamiento se somete a la voluntad y su palabra se convierte en acción. Este ser espiritual puede vivir con cuerpo humano en la tierra sin manifestar declarada superioridad respecto de los demás hombres, porque su personalidad no es Dios. Vive y sin embargo no vive, pues vive en él Dios, el divino Yo, la eterna Realidad.

[1. Esta oración fue traída de la versión en inglés.]

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