Lección 3 La mística juventud de Jesús

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Leyendas místicas y tradiciones

La historia esotérica de la juventud de Jesús es poco o nada conocida de las iglesias, que sólo poseen la cáscara, propiedad de las masas, mientras que el meollo de la verdad es de unos cuantos elegidos. Las tradiciones de las místicas fraternidades y órdenes ocultas han conservado intacta la historia cuya esencia vamos a exponer.

Al final de nuestra primera lección dejamos a José, María y el niño Jesús en Egipto, a donde habían huido de la cólera del tirano Herodes, y hasta cuya muerte moraron allí.

Volvióse entonces José con su mujer y su hijo a su tierra, y por razones que ignoran los familiarizados con las tradiciones, decidió José no establecerse en Judea sino encaminar sus pasos hacia la costa y acomodarse de nuevo en Nazaret, donde había conocido y desposado con María. Así transcurrió la niñez de Jesús en Nazaret, la pequeña ciudad montesina y según la tradición oculta todos los años recibía la familia, de manos de encubiertos mensajeros de los Magos, donativos en oro que aliviaban su pobreza.

Refiere la tradición que a los cinco años de edad comenzó Jesús el estudio de la ley de Moisés, y que mostró mucho talento y rara habilidad, no sólo en el dominio de la letra, sino también en el del espíritu de las Escrituras hebreas, de suerte que aventajó en mucho a sus condiscípulos. Asimismo refiere la tradición que desde muy temprano le disgustó el árido formalismo de sus instructores hebreos, con viva tendencia a penetrar derechamente en el corazón de los textos y discernir el espíritu que los animaba, con lo cual se concitó frecuentemente las censuras de sus instructores, que aferrados a la letra desdeñaban el espíritu de las enseñanzas.

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Nazaret

Nazaret era una población chapada a la antigua y tanto ella como sus habitantes eran el blanco de las mofas y chacotas de las gentes de Judea. La palabra «nazareno» era sinonima de «patán», «palurdo», «majagranzas», etc., para los habitantes de más cultas comarcas.

Lo apartado de la ciudad la separaba también del resto del país; pero este apartamiento influyó notablemente en la infancia y juventud de Jesús. A causa de su peculiar situación, era Nazaret punto de tránsito de varias caravanas, y gentes de diversos países pasaban por la ciudad y en ella pernoctaban o se detenían durante algunos días. Viajeros procedentes de Samaria, Jerusalén, Damasco, Grecia, Roma, Arabia, Siria, Persia, Fenicia y otras tierras se mezclaban con los nazarenos. y la tradición refiere que el mismo Jesús conversaba secretamente con los viajeros versados en la sabiduría oculta y fue asimilando sus enseñanzas hasta quedar instruido en ellas tan completamente como un místico de mediana edad. [1]

[1. Error corregido aquí: "as a mystic of middle age (como un místico de mediana edad)" se tradujo mal: "como siglos después lo estuvieron los místicos medioevales."]

Añade la tradición que a menudo dejaba el niño asombrados a los viajeros ocultistas con su intuición de la doctrina secreta, de suerte que los más sabios de ellos, al ver cuán despierto e inteligente era el niño, prolongaban a propósito su estancia en Nazaret para ampliar los ocultos conocimientos que éste ya poseía. Por otra parte, los Magos encargaban a algunos de estos viajeros que no dejasen de instruir al niño de Nazaret en las verdades para cuya comprensión estaba ya dispuesto.

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Fiesta de la Pascua

Así fue creciendo Jesús día tras día y año tras año en conocimiento Y sabiduría, hasta que ocurrió en su vida un suceso muy comentado desde entonces por los exégetas del Nuevo Testamento, pero que no es posible comprender sin la precedente explicación.

La Pascua cayó en el mes de abril cuando Jesús tenía trece años. Era esta festividad una de las más solemnes del calendario judío y su observancia era un sacratísimo deber para todo hebreo. Se había establecido la fiesta en memoria perpetua de aquel importantísimo suceso de la historia del pueblo judío, cuando el Ángel Exterminador pasó por todo Egipto matando al primogénito de cada familia egipcia sin distinción de clase social, pero respetando las casas de los oprimidos hebreos que habían teñido el umbral con la sangre del sacrificio en testimonio de su fe. Nos limitamos a mencionar este suceso, pues no entra en nuestro propósito explicar sus causas, que los ocultistas saben que fueron de índole natural.

Los legisladores de Israel habían instaurado la fiesta de la Pascua como símbolo de aquel suceso tan importante para la nación y todo judío que bien se estimase se consideraba obligado a tomar parte en la fiesta, y subir a Jerusalén si le era posible.

Cuando la celebración de la Pascua a que nos referimos, acababa Jesús de cumplir trece años, edad en que según las leyes eclesiásticas ya podía compartir con los adultos la cena de Pascua y alternar con ellos en las sinagogas.

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Viaje a Jerusalén

Aquel año subió con sus padres a Jerusalén e hizo la segunda visita a la ciudad santa, pues había hecho la primera cuando a los cuarenta días de nacido lo llevó allí su madre desde Belén para presentado en el templo, de conformidad con la ley judía, y el anciano Simeón y la profetisa Ana declararon explícitamente la divina naturaleza espiritual del niño.

Padre, madre y niño, la divina trinidad del humano parentesco, viajaron lentamente por la calzada de Nazaret a Jerusalén. El padre y la madre conversaban acerca de los pormenores del viaje con entremezcla de piadosos pensamientos sobre la fiesta de que iban a participar; pero la mente del niño estaba muy lejos de las cosas que embargaban la de sus padres, pues pensaba en las profundas verdades místicas que tan rápidamente había asimilado durante los pasados años, y esperaba con deleitosa anticipación el encuentro con los ancianos místicos en el templo y lugares públicos de Jerusalén.

Conviene decir que en las formalistas enseñanzas eclesiásticas de los judíos, de las masas populares conocidas, subyacía gran copia de ocultismo y misticismo oculto, tan sólo asequible a unos cuantos elegidos, quienes estudiaban detenidamente la Cábala o Escrituras ocultas judías, cuyo texto, con otras enseñanzas análogas, se transmitía verbalmente de instructor a estudiante y formaba la doctrina secreta de la religión hebrea. Hacia los eruditos instructores de esta secreta doctrina dirigía Jesús pasos y mente, aunque sus padres lo ignoraban.

Cuatro o cinco días tardaron en el viaje, y al fin apareció ante su vista la ciudad santa de Jerusalén con el admirable templo de Salomón, que descollaba de entre los demás edificios. Los grupos de peregrinos, de los que la familia de José formaba parte, se colocaron ordenadamente, y conducidos por los tañedores de flauta marcharon gravemente por las calles de la ciudad santa, entonando los himnos sagrados que los fieles cantaban en aquella solemne ocasión. Y el niño iba en el grupo, cabizbajo y con ojos que parecían ver cosas mucho más lejanas del escenario circundante.

Se celebraron los ritos, se cumplieron los deberes y se observaron las ceremonias de la Pascua, que duraba unos ocho días, de los cuales los dos primeros eran ceremonias de precepto. Cada familia hacía la ofrenda del cordero sacrificial y amasaba y comía el pan ázimo o sin levadura.

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Sacrificio de sangre

La hermosa idea de la Pascua había degenerado en una horrible fiesta sanguinaria, pues se dice que se inmolaban 250.000 inocentes corderos para ofrecerles en sacrificio a Jehová, a quien se le suponía complacido en el derrame de sangre inocente. A consecuencia de tan bárbara idea, el altar y los patios del templo de Dios vivo estaban inundados con la sangre de aquellos pobres animales, y las manos y vestimentas de los ungidos sacerdotes de Jehová empapadas como las de los carniceros, para alimentar la vanidad de un bárbaro concepto de Dios.

Y todo esto por «¡la gloria de Dios!» ¡Qué sarcasmo! Considere mas al pensar en ello, cuáles serían los sentimientos que tan horrible espectáculo despertaría en el místico ánimo de Jesús. ¡Cuán lastimada quedaría su alma por la profanación del rito sagrado! ¿Y qué hubiese pensado si supiera que siglos después los ministros de una religión amparada con su nombre persistirían en la misma falsa idea de la sangre sacrificial y la vocería en himnos, diciendo: «Una fuente llena con la sangre fluyente de las venas de Emmanuel que lava la culpa de los pecadores?»

¡Ay de la prostitución de las sagradas verdades y enseñanzas!

No es maravilla que un pueblo saturado de la abominable idea de un Dios que se goza en ver fluir ríos de sangre, inmolara después al más excelso hombre de su raza, que venía a enseñarles las supremas verdades místicas y ocultas. Sus mantenedores han persistido en el transcurso de los siglos hasta nuestros días, insistentes en la idea del sacrificio truculento y la muerte expiatoria, indigna de todo pueblo menos de los adoradores de alguna maligna divinidad en las selvas del África tenebrosa.

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Grandes maestros de la ley

Disgustado y afligido por tan bárbaro espectáculo, se apartó el niño Jesús de sus padres y se internó por las recónditas cámaras del templo, en donde los doctores de la ley y de la Cábala aleccionaban a sus estudiantes. Entre ellos se sentó Jesús para escuchar las enseñanzas y discusiones de los doctores, yendo de uno a otro grupo para escuchar, examinar y pensar. Comparó las enseñanzas y sometió las diversas ideas a la piedra de toque de la verdad, según él la concebía en su mente. Las horas le pasaban sin sentir al niño que por vez primera se hallaba en un tan propicio ambiente.

Las conversaciones con los viajeros de las caravanas resultaban insignificantes en comparación de las de los insignes instructores ocultistas de Israel. Porque conviene advertir que los doctores de aquel tiempo acostumbraban enseñar de este modo a los adictos a su compañía; y como Jerusalén era el centro de la cultura y erudición de Israel, allí residían los principales doctores. Por lo tanto, se hallaba entonces Jesús en la originaria fuente de la secreta doctrina hebrea y en presencia de sus más altos exponentes.

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En el tercer dia

El tercer día de la Pascua empezó a disgregarse la enorme masa de dos millones de personas que habían subido en peregrinación a la ciudad santa. Los de escasos recursos se marchaban una vez terminadas las obligatorias ceremonias de los primeros días; y José y María eran de los que preparaban la vuelta a su lejano hogar.

Se reunieron con los amigos y vecinos y ya estaban todos a punto de emprender la marcha, cuando los padres echaron de menos a su hijo. Sobresaltáronse por ello, pero los amigos les dijeron que habían visto al muchacho salir horas antes por el mismo camino en compañía de algunos parientes y vecinos. Tranquilizados José y María se separaron del grupo con intento de adelantarse en el camino por ver si alcanzaban a su hijo antes de caer la noche; pero amargo fue su desconsuelo cuando llegados a la primera estación de la ruta de las caravanas, que era la aldea de Beroth, ya anochecía y el muchacho no estaba con los parientes y vecinos. Muy poco durmieron aquella noche, y al rayar el alba se separaron de los compañeros y emprendieron la vuelta a Jerusalén en busca del muchacho, a quien creían perdido entre la turbamulta de peregrinos en la gran capital.

Todas las madres y todos los padres compartieron los sentimientos de José y María en su frenética vuelta a la ciudad para buscar al muchacho, y preguntaron por doquiera sin que en parte alguna encontraran sus huellas. Llegó la noche sin un rayo de esperanza y al día siguiente fueron igualmente inútiles sus pesquisas y lo mismo al otro día. Durante tres días los amantes padres revolvieron la ciudad buscando a su querido hijo, pero ni una palabra de aliento recibieron. Seguramente había desaparecido el muchacho entre la multitud que llenaba las tortuosas calles, y José y María se increpaban por su falta de cuidado y precaución. Nadie sino quien sea padre o madre puede imaginar cuál fue su angustia y temor.

Recorrieron varias veces los atrios del Templo, pero no vieron ni oyeron a su hijo. Los ensangrentados altares, las ostentosas vestiduras de los sacerdotes, los cantos y lecturas les parecían una burla a ellos inferida. Deseaban volver a su humilde lugar con el muchacho a su lado, y rogaban el favor de Jehová en súplica de que les satisficiese aquel deseo, pero no obtenían respuesta.

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Jesús enseñando con autoridad

Por fin, al tercer día ocurrió un extraño suceso. Los fatigados padres, con el corazón transido de dolor, entraron una vez más en el Templo y recorrieron uno de los atrios menos frecuentados, en donde echaron de ver un grupo de gente como si algo extraordinario sucediese.

Casi instintivamente se acercaron al grupo, y en el profundo silencio de los circunstantes oyeron una voz infantil que hablaba con tono de autoridad y en diapasón adecuado a un numeroso auditorio. ¡Era la voz de su hijo Jesús!

José y María se abrieron anhelosamente paso por entre el grupo hasta colocarse en primera fila, y ¡oh maravilla de las maravillas!, vieron a su hijo en el centro de los más famosos doctores de la ley en todo Israel. Con estáticos ojos, como si contemplaran cosas no de este mundo, el niño Jesús asumía una posición y actitud de autoridad, y a su alrededor se agrupaban las más preclaras mentalidades de la época, y el país, escuchándole con respetuosa atención, mientras que a mayor distancia se agolpaba en ancho ruedo el vulgo de las gentes.

Al considerar que de la raza judía era característico rasgo la reverencia por los ancianos y la sumisión de los jóvenes, se comprende mucho mejor el insólito espectáculo que se ofreció a la vista de José y María. Cosa inaudita era que un muchacho apenas salido de la infancia se atreviese a hablar francamente ante los ancianos doctores de Israel, y parecía milagro que presumiera de argüir, disputar y enseñar en semejante asamblea. ¡Y milagro era!

El muchacho hablaba con el aire y tono de un Maestro. Rebatía los más sutiles argumentos y objeciones de los ancianos con la fuerza de su agudo entendimiento y espiritual intuición. Rechazaba con despectiva frase los sofismas y restituía el tema a su punto vital.

Engrosaba el grupo de oyentes, y era cada vez mayor el respeto con que los ancianos le escuchaban.

Para todos era evidente que un Maestro se había levantado en Israel con el aspecto de un niño de trece años. El tono, el gesto y el discurso denotaban al MAESTRO. El místico había encontrado su primer auditorio, compuesto de los más doctos pensadores del país. ¡Estaba comprobada la intuición de los Magos!

En una momentánea pausa del discurso, se oyó un agudísimo grito de mujer, el de su madre. Los circunstantes miraron con aire de reproche a María, que no había podido reprimir su emoción. Pero Jesús dirigió a sus padres una melancólica pero afectuosa mirada de confianza, al propio tiempo que les indicaba que permanecieran allí hasta que él terminara su discurso. Y los padres obedecieron la recién despertada voluntad de su hijo.

Terminada la enseñanza, bajó el muchacho de su asiento con la apostura de un anciano doctor y reunióse con sus padres, que lo substrajeron tan rápidamente como les fue posible a la admiración de los circunstantes. Entonces su madre le reprendió por la desazón que les había causado al buscado. El muchacho la escuchó tranquila y pacientemente hasta que hubo concluido, y entonces les preguntó con el recientemente adquirido aire de autoridad: «¿Por qué me buscabais?» Ellos le respondieron que por lo mucho que le amaban, y él repuso: «¿No sabéis que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» Y sus padres, sin entender estas palabras, comprendían no obstante que algún misterio había envuelto a su hijo, y con él salieron silenciosamente del Templo.

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Los próximos 17 años

Aquí termina en el Nuevo Testamento la historia de la infancia de Jesús, y no vuelve a hablar de él hasta diecisiete años después, cuando ya hombre de treinta años aparece en el lugar de la predicación de Juan el Bautista.

¿En dónde y cómo pasó aquellos diecisiete años? El Nuevo Testamento guarda absoluto silencio sobre el particular. Quien haya leído lo antes expuesto, ¿podrá imaginar que Jesús estuvo aquellos diecisiete años en que de púber pasó a viril, trabajando de carpintero en el banco de su padre en la aldea de Nazaret? ¿No hubiera insistido el Maestro en vigorizar sus halladas facultades? ¿Podía el divino genio, después de reconocerse, quedar satisfecho entre oscuros menesteres materiales? El Nuevo Testamento calla; pero las ocultas tradiciones y místicos relatos nos enseñan la historia de aquellos diecisiete años, según vamos a exponer.

Las tradiciones y relatos de las místicas y ocultas fraternidades dicen que después de la discusión con los doctores de la ley y del encuentro con sus padres, se acercaron a éstos algunos miembros de la sociedad secreta a que pertenecían los Magos, y les representaron la sinrazón de tener al muchacho sujeto al banco del carpintero, cuando tan concluyentes pruebas había dado de maravilloso desenvolvimiento espiritual y preclaro talento en la discusión de arduas cuestiones. Se refiere que después de larga y detenida consideración del asunto, consintieron al fin los padres en el plan proyectado por los Magos, y les entregaron al muchacho para que se lo llevaran a su país, en cuyos retirados parajes pudiera recibir las enseñanzas que anhelaba su alma y para las que estaba su mente dispuesta.

Cierto es que el Nuevo Testamento nada dice de todo esto, pero también es verdad que nada expone en contrario. Guarda silencio respecto de este importante período de diecisiete o dieciocho años. Recordemos que cuando Jesús se presenta en el lugar donde ejercía su ministerio Juan el Bautista, éste no lo reconoce, mientras que si Jesús hubiese permanecido en su país y en su casa, su primo Juan hubiera estado seguramente familiarizado con SU fisonomía y su aspecto personal.

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Viajes lejanos, leyendas ocultas

Las enseñanzas ocultas nos dicen que durante los diecisiete o dieciocho años de la vida de Jesús sobre los que guarda silencio el evangelio, viajó por lejanos países, donde le instruyeron en la oculta erudición y sabiduría de las diferentes escuelas. Lo llevaron a la India, Egipto, Persia y otras luengas tierras, y permaneció algunos años en cada uno de los centros más importantes, siendo iniciado en las diversas comunidades, órdenes y corporaciones que tenían allí su sede.

Algunas órdenes egipcias conservan la tradición de un joven Maestro que habitó con ellos, y lo mismo sucede en India y Persia. Aun en las lamaserías escondidas en el Tíbet y los Himalayas subsisten tradiciones y relatos referentes al admirable joven Maestro que un tiempo los visitó y asimiló su sabiduría y secreto conocimiento.

Los brahmanes, budistas y parsis mantienen la respectiva tradición referente a un joven Maestro extranjero que, aparecido entre ellos, enseñaba admirables verdades y levantó acérrima oposición de los sacerdotes de las religiones de India y Persia, porque predicaba contra el sacerdocio y el formalismo y también vituperaba acerbamente la distinción de castas. Esto concuerda con las ocultas tradiciones que afirman que, desde los veintiún años hasta cerca de los treinta, ejerció Jesús una misión en India, Persia y países colindantes, hasta regresar a su nativa tierra, donde desempeñó su ministerio durante los tres últimos años de su vida.

Refieren las tradiciones ocultas que despertó vivo interés en las gentes de cada país visitado, y que en cambio suscitó terrible oposición entre los sacerdotes, porque se oponía al sacerdocio y al formulismo, con intención de conducir a las gentes al Espíritu de Verdad y apartadas de las ceremonias y fórmulas que siempre han eclipsado la Luz del Espíritu. Insistentemente enseñaba la paternidad de Dios y la confraternidad de los hombres. Procuraba poner las fundamentales verdades ocultas al nivel de la mentalidad de las masas populares, que con la observancia de extensos formulismos y presumidas ceremonias habían perdido el Espíritu de Verdad.

Se dice que en la India concitó las iras de los brahmanes mantenedores de la diferencia de castas, maldición de la India. Moraba en las cabañas de los sudras, la casta inferior de aquel país, cuyas clases superiores le miraban desdeñosamente como un paria. Por doquiera le tildaban los sacerdotes y gobernantes de incendiario y subversor del establecido orden social. Era para ellos un agitador, un rebelde, un hereje, un anarquista, un hombre peligroso y por tanto indeseable.

Pero las semillas de la Verdad quedaban debidamente sembradas, y en la actual religión hinduista y en las enseñanzas de otros países orientales se encuentran huellas de la Verdad, cuya analogía con las transmitidas enseñanzas de Jesús demuestran que proceden del mismo origen y han confundido a los misioneros cristianos que desde entonces visitaron dichos países.

Así lenta y pacientemente encaminó sus pasos hacia Israel, su patria, donde había de completar su ministerio durante tres años de labor entre sus compatriotas y concitarse de nuevo las iras de los sacerdotes y los gobernantes que le acarrearían la muerte. Se rebelaba contra el establecido orden de cosas y halló el destino reservado a quienes se adelantan a su época.

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Un profeta mundial

Como desde el principio al fin del ministerio de Jesús así también hoy las verdaderas enseñanzas del Hombre de las Aflicciones llegan más fácilmente al corazón de las gentes sencillas, mientras que las denigran y combaten las autoridades civiles y eclesiásticas, aunque se afanan de servir a Jesús y llevar su librea. Jesús fue siempre amigo de los pobres y oprimidos y rechazaba a los soberbios y autoritarios.

Así vemos que según las enseñanzas ocultas fue Jesús un instructor mundial en vez de un particular profeta judío. El mundo fue su sala de audiencia y todas las razas sus oyentes.

Sembró las semillas de Verdad en el seno de varias religiones y no de una sola, y estas semillas empiezan a dar sus mejores frutos en estos nuestros tiempos, cuando el verdadero principio de la paternidad de Dios y de la fraternidad de los hombres va penetrando por igual en el ánimo de todas las naciones y llegará a ser lo bastante firme y robusto para destruir el error que enemistó a los hermanos y separó los credos.

El verdadero cristianismo no es un simple credo religioso sino una capital verdad humana y divina que se sobrepone a todas las mezquinas distinciones de raza y credo, y que al fin ha de iluminar igualmente a todos los hombres, congregándolos en un sólo abrazo de Fraternidad universal. reed from creed. Christianity—true Christianity—is not a mere creed, but a great human and divine Truth that will rise above all petty distinctions of race and creed and will at last shine on all men alike, gathering them into one fold of Universal Brotherhood.

Ojalá llegue pronto tan fausto día!

Dejamos a Jesús encaminando lentamente sus pasos hacia Judea, la tierra de su padre y el lugar de su nacimiento. Siguió su camino dejando caer aquí una palabra y plantando allá una semilla. Visitaba de paso una oculta fraternidad y se detenía algún tiempo en un paraje retraído, recorriendo de vuelta el camino de su juventud. Pero mientras el viaje de ida fue el de un estudiante anheloso de completar su educación en el extranjero, regresaba hecho todo un Maestro e Instructor con la simiente de una capital Verdad que había de germinar y dar óptimos frutos, que andando el tiempo se desparramarían por el mundo en su prístina pureza, a pesar de haberse corrompido en manos de aquellos a quienes los confió al dejar el escenario de su labor.

Advino Jesús como un profeta mundial y no como un particular santo judío, y menos aún como un Mesías hebreo, destinado a sentarse en el trono de David, su padre. Dejó su huella en todos los países de la tierra por donde anduvo.

Isa, Jesoph

En toda Persia se conserva la tradición de Issa, el joven Maestro que apareció en aquel país hace siglos y enseñó la paternidad de Dios y la fraternidad de los hombres. Entre los hinduistas subsiste el recuerdo de Jesoph o Josá, un joven asceta que pasó por la India hace muchísimo tiempo, combatiendo la establecida ley de castas y conviviendo con las gentes del pueblo, que como en Israel «le recibían gozosamente».

También en China se escuchan relatos sobre un revolucionario y joven religioso que predicaba la confraternidad humana y se le llamaba el Amigo del Pobre. Proseguía Jesús su camino sembrando las semillas de la humana libertad y la emancipación del yugo de la tiranía eclesiástica y del formulismo religioso, semillas que aún brotan en nuestros días. El Espíritu de las verdaderas enseñanzas de Jesús fructifica todavía en el corazón de los hombres, y aunque ya hayan transcurrido cerca de dos mil años, el «alma» de sus religiosas enseñanzas sigue dando la vuelta al mundo.

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