Lección 1 La Venida Del Maestro

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El precursor

Rumores extraños llegaban hasta Jerusalén a oídos de sus habitantes. Expandíase la voz de que en el desierto de la Judea septentrional, sobre las riberas del Jordán, había aparecido un nuevo profeta que enseñaba doctrinas sorprendentes, semejantes a las de los profetas antiguos. Su exhortación: «Arrepentios, que el reino de los cielos se acerca», despertaba recuerdos de los antiguos instructores de Israel, y las gentes del vulgo se miraban unos a otros con asombro y las clases directoras fruncían el ceño y se miraban gravemente al oír el nombre de quien hablaba así.

Al hombre a quien las gentes del vulgo calificaba de profeta y los primates motejaban de impostor, se le llamaba Juan el Bautista, y moraba en el desierto, alejado de la turbulencia de la gente. Vestía a la manera de los ascetas nómadas, cubría el cuerpo con una piel de camello no curtida, ceñida a la cintura por una grosera correa de cuero. Su dieta sencilla y sobria, se componía de langosta [1] y miel silvestre.

[1. Dice textualmente el Evangelio de San Mateo que se alimentaba de langostas y miel silvestre. Esas langostas, no son, sin embargo, e! crustáceo conocido por este nombre, sino su homónimo e! insecto que asuela los campos y es llamado en España, vulgarmente, saltamontes. --T. ]

Era Juan, a quien apellidaban «el Bautista», hombre de alta estatura, delgado, pero robusto, nervioso y de ruda complexión. El sol y los vientos de la intemperie habían atezado su cutis. Su larga cabellera negra caíale flotante sobre los hombros, y cuando hablaba se agitaba como melena de león. Su barba era vasta y enmarañada. Sus ojos relucían como carbones encendidos e inflamaban el alma de cuantos le escuchaban. Se reflejaba en su rostro el ardimiento religioso de quien ha venido con un mensaje para el mundo.

Envolvía sus enseñanzas en muy vigorosas palabras este selvático profeta, pues era sumamente enérgico. Su mensaje estaba exento de primores retóricas y de sutilezas de argumentación. Fulminaba sobre la multitud, derechamente, los rayos de su palabra cargada con la energía y el fervor dimanante de sí mismo, con tal vitalidad y magnetismo, que estallaba en medio del auditorio como una chispa eléctrica, haciendo caer a las gentes de rodillas e infundiéndoles la verdad con la violencia de un explosivo. Manifestaba que el grano iba a ser entrojado en los alfolíes y consumida la paja por fuego tan ardiente como el de un horno: y que abatiría la segur de los árboles que no dieran fruto. Se acercaba en realidad para sus oyentes y secuaces el «Día del Señor prometido desde hacía tanto tiempo por los profetas».

Muy pronto reunió Juan a su alrededor un número grande de prosélitos, pues las gentes acudían en tropel para escucharle desde todos los puntos del país, incluso de Galilea. Comenzaron a conversar sus prosélitos entre ellos, y se preguntaban si no sería aquel hombre el Maestro prometido desde hacía tan largo tiempo, el Mesías que todo Israel había esperado durante siglos. Estos comentarios, fueron oídos por el profeta, quien en una de sus pláticas contestó a ellos: «... viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado». Llegaron a saber así sus discípulos y cuantos lo escuchaban sin verlo, que él, aunque potente predicador, sólo era el heraldo de otro mucho mayor que él, que le seguiría, o sea, que Juan era el precursor del Maestro, conforme a la alegoría oriental que representaba al heraldo de los magnates sentado en la delantera de la carroza de su señor, indicando en alta voz a las gentes que se agolpaban en el trayecto, que abriesen paso, porque venía el magnate y gritaba repetidamente: «Abrid paso, abrid paso para el Señor».

Se agitaron en consecuencia nuevamente los discípulos de Juan al escuchar esta promesa de la venida del Señor, del Maestro, que quizá fuese el Mesías de los judíos, y difundiendo la nueva rápidamente por las comarcas cercanas, de manera que muchísimos más se acercaron a Juan y aguardaron con él la venida del Maestro.

Juan el Bautista había nacido en las montañas de Judea unos treinta años antes de su aparición como profeta. Su padre pertenecía a la casta sacerdotal que servía en el templo de Jerusalén, y ya muy viejo vivía con su mujer, de edad provecta también, retirado del ruido del mundo, en espera del que había de venir para todos los hombres por igual. Sin que lo esperaran, ya en su vejez tuvieron por especial favor de Dios un hijo al que pusieron el nombre de Johanan, que significa en hebreo «gracia del Señor».

Fue educado Juan en casa de sus padres, y saturóse de las esotéricas enseñanzas reservadas para unos pocos y que se encontraban retraídas del conocimiento de las masas. Le descubrió su padre los secretos escondidos de la Cábala, aquel sistema hebreo de ocultismo y misticismo en el que estaban tan versados los primates del sacerdocio judío; y nos dice la tradición oculta que Juan fue iniciado en el Círculo Esotérico de los místicos hebreos, integrado solamente por sacerdotes de cierta categoría y por sus hijos. Juan alcanzó a ser místico y ocultista. Al llegar a su pubertad, salió de la casa paterna y se fue al desierto «mirando a Oriente, de donde viene la Luz». Dicho de otra manera, se convirtió en asceta y moró en el desierto, de la misma suerte que aun hoy en día los jóvenes hijos de brahmán en la India dejan su casa, los halagos y comodidades de la vida y se van al yermo, por donde durante años enteros vagan como ascetas, vestidos sencillamente y alimentados con frugalidad, para desenvolver su conciencia espiritual. Juan permaneció recluido hasta que a la edad de treinta años, salió del yermo para predicar la «venida del Señor», obedeciendo a los impulsos del Espíritu Consideremos qué fue y qué hizo en los quince años de su vida en el desierto y en aquellos apartados parajes de Judea.

Las tradiciones conservadas por los ocultistas acerca de los esenios, guardadas por los ocultistas, enseñan que en los días en que Juan observó vida ascética, se compenetró bien de las enseñanzas de aquella Fraternidad Oculta de los esenios, y que profesó la Orden después del noviciado, llegando a grados superiores que sólo se conferían a los iniciados de espiritualidad muy elevada y evidente poder. Se dice que niño aún reclamó y demostró su derecho a ser iniciado en los misterios de la Orden, por lo cual se le tuvo por la reencarnación de uno de los antiguos profetas hebreos.

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Los esenios

Eran los esenios una oculta Fraternidad hebrea ya existente desde muchos siglos antes de la época de Juan. Tenían su sede en la costa oriental del Mar Muerto, aunque su influencia se extendía por toda Palestina y en todos los desiertos moraban sus ascéticos hermanos. Muy estrecha era la regla de la Orden y sus ritos y ceremonias de muy superior grado oculto y místico. El neófito había de pasar un año de postulante y después dos de noviciado antes de profesor. Necesitaba pasar algún tiempo para ascender de grado y para los superiores se exigía además del tiempo, positivo conocimiento, poder y obras concretas. Como en todas las genuinas órdenes ocultas, el candidato debía «lograr su propia salvación», pues de nada absolutamente valían el favor ni el dinero. Tanto el neófito como el iniciado y el maestro de grado superior debían absoluta obediencia a las reglas de la Orden, absoluta pobreza de bienes materiales y absoluta continencia sexual. Así se comprende la repugnancia que las solicitaciones amorosas de Salomé inspiraron a Juan, quien prefirió perder la vida antes de romper los votos de su Orden.

Una de las ceremonias de los esenios era el bautismo, que literalmente significaba «inmersión en agua», y se administraba a los novicios con solemne ritual. El místico significado de la ceremonia, que aún hoy comprenden todas las órdenes ocultas, formaba parte del ritual de los esenios, como peculiar característica de su orden. La práctica del bautismo por Juan durante su ministerio y su posterior adopción por la Iglesia cristiana, aunque hoy día se ha substituido por el derrame del agua en sólo la cabeza del niño, constituye un evidente enlace entre los esenios y el cristianismo, en el que imprime firmemente el sello del misticismo y ocultismo, a pesar de que la generalidad de las gentes no lo admitan, llevadas de su ignorancia y materialistas propensiones.

Los esenios creían y enseñaban la doctrina de la reencarnación, la inmanencia de Dios y muchas otras verdades ocultas, cuyas huellas aparecen constantemente en las enseñanzas cristianas según veremos en el transcurso de estas lecciones. Por mediación de su egregio hermano Juan el Bautista, la Orden transmitió sus enseñanzas a la primitiva Iglesia cristiana, injertándose así permanentemente en una nueva planta religiosa que a la sazón aparecía en el escenario del mundo. Y aún existen las ramas injertadas. Desde luego que la verídica historia de la real conexión entre los esenios y el cristianismo sólo se puede hallar en las tradiciones de los esenios y otras antiguas órdenes místicas. Muchas de estas tradiciones no se han impreso jamás, sino que se han ido transmitiendo de maestro a discípulo en el transcurso de los siglos hasta nuestros días entre las fraternidades ocultas. Mas para demostrar que nada afirmamos sin evidente comprobación, remitimos al lector a la Nueva Enciclopedia Internacional, que en el artículo «Esenios» dice así:

«Es una interesantísima cuestión averiguar cuánto debe el cristianismo a los esenios. Parece que hubo motivo de definido contacto entre Juan el Bautista y dicha Fraternidad, pues se preparó en el desierto cercano al Mar Muerto. Su predicación sobre la rectitud de conducta y la justicia respecto del prójimo eran enseñanzas esenias, así como su insistencia acerca del bautismo estaba de acuerdo con la importancia que los esenios daban a las purificaciones.»

El mismo artículo dice que la Fraternidad de los esenios enseñaba una cierta opinión relativa al origen, actual estado y futuro destino del alma, a la que consideraban preexistente y encerrada en el cuerpo como en una cárcel.

Juan salió del desierto cuando contaba unos treinta años de edad, dando comienzo a su ministerio que ejerció durante algunos años, hasta su decapitación por orden de Herodes. Reunió en su tomo numerosa multitud, compuesta en un principio de gentes de clase humilde, pero que más adelante contuvo personas de las clases altas de la sociedad. Con sus más adelantados oyentes formó un cuerpo de discípulos con reglas referentes al ayuno, el culto, el ceremonial, el rito, etc., análogas a los que observaban los esenios. Esta corporación subsistió hasta la muerte de Juan, y entonces se fusionó con los discípulos de Jesús y tuvo señalada influencia en la primitiva Iglesia cristiana.

Según dijimos, uno de los principales requisitos que exigía Juan de sus discípulos, era el bautismo, el rito esenio, del cual derivó el familiar apelativo de «Bautista».

Pero conviene recordar que para Juan era el bautismo una sacratísima, mística y simbólica ceremonia cuyo profundo significado oculto no comprendían muchos de los que a él acudían con fervorosa emoción religiosa y lo consideraban ingenuamente como una ceremonia mágica que «lavaba los pecados de su alma», como lavaba la suciedad de sus cuerpos; creencia que aún parece predominar entre la multitud.

Juan trabajaba diligentemente en su misión, y los «bautistas» o «discípulos de Johanan» como ellos se llamaban, aumentaron rápidamente. Sus reuniones eran acontecimientos muy emocionantes para los millares de gentes que se congregaban de toda Palestina para ver y oír al profeta del desierto, al esenio que había salido de su retraimiento.

En sus reuniones solían acontecer cosas extrañas, como con, versiones repentinas, visiones, éxtasis, etc., y algunos aducían desacostumbrados poderes y facultades. Pero un día se celebró una reunión que iba a tener fama mundial. Fue el día en que se acercó a Juan el Bautista el MAESTRO, de cuya venida había recibido Juan frecuentes anuncios y promesas. JESÚS EL CRISTO apareció en escena y encaróse con su precursor.

La tradición refiere que Jesús llegó sin anunciarse y sin que ni Juan ni las gentes lo reconocieran. El Precursor ignoraba la índole y grado de su huésped y solicitante del Bautismo. Aunque eran primos, no se habían vuelto a ver desde la niñez, y de pronto no reconoció Juan a Jesús. Las tradiciones de las órdenes místicas añaden que entonces dio Jesús a Juan los varios signos de las ocultas fraternidades a que ambos pertenecían, empezando por los signos del grado inferior y siguiendo hasta uno que aún no poseía Juan, a pesar de tenerlo muy alto entre los esenios. De ello infirió Juan que no era aquel hombre un vulgar solicitante de bautismo, sino, por el contrario, un adepto místico de muy alto grado, un Maestro oculto superior a él en categoría y evolución.

Entonces le dijo Juan a Jesús que no era propio ni estaba de acuerdo con las costumbres de las fraternidades que el inferior bautizase al superior.

El Nuevo Testamento se refiere a este suceso en las palabras siguientes: «Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí?» (Mateo 3, 14).

Pero Jesús insistió en que Juan lo bautizase, diciendo que quería pasar por aquella ceremonia con objeto de estampar en ella su aprobación y demostrar que se consideraba como un hombre entre los hombres y que iba a vivir la vida de los hombres.

Tanto las tradiciones ocultas como el Nuevo Testamento afirman que siguió al bautismo un místico acontecimiento, pues el Espíritu de Dios se posó en Jesús como una paloma, y hubo una voz de los cielos que decía:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».

En aquel momento quedó cumplida la misión de Juan el Bautista como precursor, porque el Maestro había aparecido para emprender su obra.

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El Maestro

Volvamos ahora las páginas del Libro del Tiempo hasta treinta años atrás de los sucesos que acabamos de referir. Consideremos los acontecimientos aledaños al nacimiento de Jesús, a fin de señalar las místicas y ocultas fuerzas operantes desde el principio del cristianismo.

En estos treinta años ocurrieron sucesos de suma importancia. Empecemos por el místico relato de Jesús el Cristo, tal como al neófito de cada orden oculta se lo transmite el Maestro instructor, narrándole un suceso ocurrido un año antes del nacimiento.

Dice el Evangelio de San Mateo:

«Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.»

Estas sencillas palabras expresan un suceso que en mucho más extenso relato forma parte importante de las esotéricas enseñanzas de las fraternidades místicas y órdenes ocultas de Oriente, y que también conocen los miembros de las órdenes secretas afiliadas, del mundo occidental. La historia de Los MAGOS está encajada en las tradiciones de los místicos orientales, Y bosquejaremos brevemente la que el hierofante relata al neófito y el guru al chela.

Mas para comprender la historia es necesario saber lo que eran los Magos.

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Los magos o sabios

Los traductores del Nuevo Testamento designaron con la frase «sabios de Oriente» a aquellos visitantes de lejos llegados; pero en el texto original griego, san Mateo los llama magos, según puede verse en las traducciones directas del original griego y en la versión revisada que cita la palabra griega en una nota al pie. Cualquiera enciclopedia de primer orden corroborará esta afirmación. La palabra magos es exactamente la empleada por san Mateo en el original griego en que escribió su evangelio, y la palabra «sabios» fue cosa de los traductores ingleses. Sobre este punto están de acuerdo todos los exégetas bíblicos, aunque el vulgo desconoce la relación y no identifica a los sabios con los magos orientales.

La palabra mago deriva literalmente del griego, que a su vez la tomó por sucesivas derivaciones de las lenguas de Persia, Media, Caldea y Asiria. Significa «el que hace prodigios» y se aplicó a los miembros de las ocultas órdenes sacerdotales de Persia, Media y Caldea, que fueron adeptos místicos y ocultos maestros. La historia antigua rebosa de referencias a estas corporaciones cuyos individuos fueron los seculares custodios del oculto conocimiento del mundo y los inestimables tesoros de enseñanzas esotéricas que hoy posee la humanidad proceden de las manos de los magos, quienes guardaron los sagrados fuegos del misticismo y mantuvieron viva la llama. Al pensar en la tarea de los magos acuden a la memoria los versos de Eduard Carpenter, que dicen:

«¡Oh!, no dejéis extinguir la llama. Cuidadla siglo tras siglo en las oscuras criptas y en sus sagrados templos. Que alimentada por puros místicos de amor, no se extinga la llama.»

El título de mago tenía muy alta estima en aquellos días, pero cayó más tarde en descrédito por su creciente aplicación a los hechiceros u operantes de obras malignas o de «magia negra». Sin embargo, la Nueva Enciclopedia Internacional dice acertadamente:'

«El término está empleado por Mateo en su verdadero sentido aplicado a los sabios que de Oriente vinieron a Jerusalén para adorar a Cristo. Este suceso es muy significativo porque la doctrina mesiánica estaba desde muy antiguo establecida en el zoroastrismo.»

La misma Enciclopedia dice de los Magos que «creían en la resurrección, en la vida futura y en la venida de un Salvador».

Para comprender la índole de los magos en relación con su oculta taumaturgia, conviene estudiar la siguiente definición que Webster da de la palabra magia:

«La oculta sabiduría atribuida a los magos, respecto a las fuerzas ocultas de la naturaleza cuyos secretos poseían y dominaban.»

Así se ve fácilmente con cuánta razón afirmamos que los sabios o magos que vinieron a adorar al niño Jesús eran en realidad representantes de las grandes fraternidades místicas y órdenes ocultas de Oriente, es decir, adeptos, maestros y hierofantes. Por lo tanto, tenemos en ellos los ocultos y místicos taumaturgos, los hermanos de alto grado de las grandes logias orientales de oculto misticismo, que aparecen en los albores de la historia de la cristiandad y denotan vivísimo interés por el mortal nacimiento del egregio Maestro, del Maestro de Maestros, cuya venida habían esperado por tanto tiempo. Y todos los místicos y ocultistas se complacen y justamente se enorgullecen de que los magos de Oriente, los enviados desde el centro de los místicos círculos esotéricos fuesen los primeros en reconocer la divina naturaleza de aquel humano infante. A los sedicentes cristianos, para quienes todo cuanto atañe al misticismo y ocultismo del cristianismo les duele, les llamamos la atención hacia este íntimo enlace entre los Maestros y el MAESTRO.

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La estrella de oriente

Pero el relato místico comienza mucho antes de la visita de los Magos a Belén. Dijeron los magos: «¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.» ¿Qué significan las palabras: «hemos visto su estrella en Oriente?».

Para la mayoría de cristianos la «estrella de Belén» significa una refulgente estrella que de súbito apareció en el cielo como un faro de luz, que milagrosamente guió los pasos de los magos en su dilatado camino, hasta que se detuvo sobre la casa donde estaba el niño Jesús, a la sazón de edad de entre uno y dos años. Creen generalmente los cristianos que guió constantemente a aquellos hábiles místicos, ocultistas y astrólogos en su viaje desde el lejano Oriente, en el que tardaron cosa de un año, y que después los condujo a Belén, donde se detuvo sobre la casa de José y María.

Lástima que durante tan largo tiempo haya oscurecido un hermoso suceso místico esta vulgar tradición de la ignorante multitud, y que por lo evidentemente inverosímil y anticientífica motivara la burla de millares de gentes respecto de la verdadera historia de la «estrella de Belén». A las tradiciones místicas les toca disipar las nubes de ignorancia que encubren esta hermosa historia y restablecerla en la mente de los hombres como un natural y científico suceso.

El error de la «estrella ambulante» deriva de las supersticiones y absurdas ideas de muchos cristianos de los tres primeros siglos posteriores a la muerte de Cristo. Estos cuentos se interpolaron en los manuscritos legados por los discípulos y muy luego se consideraron parte integrante de los auténticos evangelios y epístolas, aunque los modernos exégetas están depurándolos de tan groseras y caprichosas interpolaciones. Conviene advertir que los exégetas afirman que las más antiguas copias manuscritas del Nuevo Testamento datan de por lo menos tres siglos después de los escritos originales, de los que son copias de copias, indudablemente añadidas, alteradas y adulteradas por los copistas. Esta afirmación no es gratuita, sino plenamente comprobada por los exégetas y por la alta crítica, a cuyas obras remitimos a cuantos duden de nuestra afirmación.

La parte del versículo 9 del capítulo 2 de San Mateo, que dice:

«y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño», es una caprichosa interpolación en la historia de los Magos, según saben las Órdenes místicas y ocultas a cuyas tradiciones y registros es contraria semejante interpolación, como también contraria a la razón y a las leyes científicas, habiendo sido causa del incremento de los llamados «infieles.» que no pueden creer en tal patraña.

Toda persona inteligente sabe que una «estrella» no es un tenue punto centelleante en la llamada bóveda celeste, aunque así lo creyeran las gentes de la antigüedad y aún siguen creyéndolo hoy día los ignorantes. Las personas cultas saben que una «estrella» es, o bien un planeta de nuestro sistema solar, análogo a su hermana la Tierra, o bien potente sol, probablemente muchas veces mayor que nuestro sol y a millones de millones de kilómetros de distancia de nuestro sistema solar. Sabemos también que los planetas tienen invariables órbitas, y definido curso, con tal exactitud, que pueden predecirse sus movimientos con siglos de antelación o de postergación. Y asimismo sabemos que los lejanísimos soles y centros de sistemas solares análogos al nuestro tienen su lugar en el universo y sus universales relaciones y movimientos. Todos cuantos han estudiado siquiera los textos escolares de astronomía saben estas cosas; y, sin embargo, se les incita a que engullan el absurdo de la estrella que fue delante de los Magos durante cerca de un año, y al fin se detuvo sobre la casa de Jesús para señalar el término de la investigación. Compararemos ahora este anticientífico cuento con las tradiciones y leyendas de los místicos, y que cada cual escoja.

Si hubiera aparecido semejante estrella, seguramente que los antiguos historiadores mencionarían en sus textos el insólito acontecimiento, porque en aquel entonces había en Oriente sabios y eruditos, y era la astrología una ciencia cuidadosamente estudiada, por lo que es seguro que vieran la estrella y anotaran el suceso en sus escritos y lo mencionaran en sus tradiciones.

Pero no se encuentra ni la más remota alusión a tal estrella en la bibliografía de los pueblos de Oriente ni en los documentos de los astrólogos. En cambio, se ha conservado otra tradición según vamos a ver.

En realidad, hubo una «estrella de Belén» que guió los pasos de los magos a la casa del niño Jesús. Tenemos las siguientes pruebas de ello:

1° Las tradiciones y enseñanzas de las Órdenes místicas transmitidas secularmente de maestro a discípulo.

2° Las declaraciones y anales de los antiguos astrónomos, comprobados por los cálculos modernos.

3° Los cálculos de los modernos astrónomos según indicaremos más adelante.

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Los reyes magos y la astrología

Estas tres fuentes de información nos dan el mismo relato. Pero antes del análisis de esta triple prueba, detengámonos un momento a considerar la relación entre los Magos y la astrología. Para comprender el relato de la visita de los Magos a Jesús, hemos de advertir que eran maestros en astrología. Persia y los aledaños países orientales fueron la prístina fuente de las enseñanzas astrológicas. Y aquellos Magos eran maestros, adeptos y hierofantes y por consiguiente sabían todo cuanto se enseñaba en las escuelas de astrología de aquel tiempo. Gran parte de sus conocimientos astrológicos se han perdido, pero tanto como la química moderna debe a los alquimistas, debe la moderna astronomía a aquellos antiguos sabios.

Durante largo tiempo habían esperado los Magos la venida y encarnación del Gran Maestro de Maestros profetizado hacía muchos siglos por algunos hierofantes de las órdenes místicas, y cada generación esperaba ser testigo presencial de la venida. Se les había dicho que los astros anunciarían la efectividad del suceso, con arreglo a la alta astrología, y así lo comprenderá quien haya estudiado nuestra fragmentaria astrología moderna. Por lo tanto, esperaban los Magos y escrutaban el cielo en busca del signo.

Las tradiciones de las órdenes ocultas nos informan de que por fin observaron los Magos una peculiar conjunción de planetas: primero la de Saturno y Júpiter en la constelación de Piscis, a los que después se añadió Marte, de modo que los tres planetas en relativa posición ofrecían un sorprendente e insólito espectáculo de profundo significado astrológico. Ahora bien, como saben todos los astrólogos antiguos y modernos, la constelación de Piscis presidía la existencia nacional de Judea. Al observar los Magos la profetizada conjunción de los planetas en la constelación relacionada con Judea, así como la situación de los demás planetas, infirieron de la observación dos sucesos:

1. Que había nacido el Mesías.

2. Que había nacido en Judea según indicaba la constelación en que ocurría la conjunción.

Y después de calcular exactamente el momento de la conjunción emprendieron su largo viaje a Judea en busca del Maestro de Maestros.

Los documentos astrológicos conservados por las ocultas fraternidades orientales en sus monasterios, etc. comprueban que pocos años antes de la era cristiana ocurrió dicha conjunción planetaria en la constelación simbólica de los destinos de Judea, que indicaba la encarnación o avatar de la Gran Alma divina, del Maestro de Maestros, del Místico de los Místicos. Conviene advertir que los individuos de dichas órdenes no profesan el cristianismo y los cristianos vulgares los llamarían «paganos», por lo que su testimonio es imparcial y sin tendencias partidistas en favor del cristianismo.

Además, los cálculos de la moderna astronomía demuestran indiscutiblemente que en el año 747 de la fundación de Roma (siete antes de la era cristiana), los planetas Saturno y Júpiter estuvieron en conjunción en la constelación de Piscis, y que a ellos se añadió el planeta Marte en la primavera del año 748.

El famoso astrónomo Kepler trazó por vez primera este cálculo el año 1604, Y lo han corroborado los cálculos modernos. A quienes objetan que todo esto ocurrió siete años antes de la fecha comúnmente aceptada para el nacimiento de Cristo, les diremos que todas las obras modernas sobre la cronología del Nuevo Testamento, Y todas las enciclopedias y tratados referentes al asunto, demuestran que de los primeros cálculos resultaron algunos años más de los del cómputo vulgar, y que otros sucesos mencionados en los evangelios, como el del empadronamiento que llevó a José y María a Belén, capacitan a los modernos exégetas para fijar la fecha del nacimiento de Cristo seis o siete anos antes de la comúnmente aceptada. Así es que las modernas investigaciones corroboraron plenamente los cómputos astrológicos y las místicas tradiciones.

De lo expuesto se infiere que la visita de los Magos estuvo en correspondencia con los signos astrológicos en cuya interpretación eran adeptos y maestros. Conocida esta verdad ¡cuán pueril y mezquino resulta el mito de la «estrella ambulante» de la comúnmente aceptada versión exotérica! Y las descripciones y pinturas de los Magos guiados por un movible cuerpo celeste que viaja a través del firmamento hasta detenerse sobre la choza de José, con que se llena la mente de los chicos de las escuelas, deben echarse en el mismo cesto de papeles rotos donde ya están las estampas bíblicas un tiempo tan populares, que representaban a Jehová en figura de un viejo calvo, con larga barba blanca y cubierto de flotante túnica. ¿Es extraño que haya aumentado el número de escépticos, de infieles y de burlones de las verdades espirituales, cuando se les puso en el dilema de creer en semejante patraña o condenarse eternamente? ¿Y no es esta conexión de la astrología con el primitivo cristianismo una repulsa a la moderna Iglesia cristiana que escarnece la ciencia astrológica en sus relaciones con los sucesos de este mundo y la tilda de «grosera superstición», propia tan sólo de mentecatos e ignorantes?

Nuestra descripción de los Magos esclarece la idea tenida primitivamente por fábula irrisoria, propia tan sólo de chiquillos que la escuchaban gozosos a causa de su intuitiva percepción de toda subyacente verdad. Y la mística versión capacita a los adultos para gozarse en el relato lo mismo que los niños.

Sobre el particular, dice la Nueva Enciclopedia Internacional:

«Algunos Padres de la Iglesia arguyen contra las enseñanzas de la antigua astrología, mientras que otros las aceptaban con determinadas modificaciones, pues realmente formaban parte de los fundamentos de su religión en el relato evangélico de la visita a Belén de los Magos de Oriente, quienes eran magos o astrólogos caldeos.»

Tal es el testimonio de todos los autores que han tratado de este asunto; y, sin embargo, pocos lo conocen.

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La importancia del acontecimiento

Para comprender la importancia del acontecimiento que llevó a los Magos a Belén, conviene advertir que la venida del Maestro fue un tema favorito de especulación y discusión en las ocultas y místicas corporaciones de todos los países orientales. Se había profetizado en todas las lenguas que vendría al mundo un excelso Maestro, un avatar o encarnación de la Divinidad en forma humana, para salvar al mundo del materialismo que lo amenazaba. Las Escrituras Sagradas de la India, Persia, Caldea, Egipto, Media, Asiria y otros países habían vaticinado desde muchos siglos antes este acontecimiento, y todos los místicos y ocultistas anhelaban el día en que «apareciese el Maestro». También tenían los judíos muchas tradiciones referentes al advenimiento del Mesías que había de nacer de la estirpe de David en Belén, y creían que estaba destinado a ser un poderoso rey terrenal para librar a Israel del yugo romano. Así es que las místicas y ocultas fraternidades orientales consideraron las tradiciones judías de inferior importancia, pues para los místicos y ocultistas sería el avatar o encarnación de la Divinidad, un Dios en forma humana que se posesionaría de su sede como Gran Maestro de la Gran Logia Universal de los místicos. Sería el descenso del puro Espíritu a la materia. Seguramente era este concepto mucho más elevado que el de los judíos.

De lo dicho se infiere el porqué los Magos buscaban con tanto ardor y entusiasmo al recién nacido infante. Tuvieron que recorrer muchas leguas y tardaron cosa de un año en el viaje. Llegaron a Belén cuando ya hacía un año del nacimiento de Cristo y de la conjunción planetaria que les determinó a emprender el viaje.

No buscaban a un recién nacido, como generalmente se cree, sino a un niño nacido un año antes. [2]

[2. El lector puede consultar cualquier obra de exégesis moderna para comprobar la veracidad de esta afirmación. Las láminas de los textos escolares en que aparecen los Magos adorando a un niño recién nacido en un pesebre son tan apócrifas como las otras ya mencionadas. Los Magos no tuvieron nada que ver con el pesebre, porque según vetemos más adelante, José y María se alojaron en una casa de Belén. ]

Rey Herodes

Al fin, después de largo y fatigoso viaje por cuestas y llanos, montañas y desiertos, llegaron los Magos a Jerusalén e inquirieron diligentemente el paradero del Maestro de Maestros, el Prometido cuya venida se había profetizado durante siglos en los pueblos orientales. Los judíos a quienes los Magos preguntaron, aunque desconocedores de las predicaciones referentes a un Maestro místico o avatar de la Divinidad, estaban enterados de las profecías relativas al advenimiento del Mesías hebreo y se figuraban que de este esperado rey terrenal de los judíos pedían noticias los Magos. Así es que derramaron la voz de que los Magos habían venido de Oriente a Jerusalén en busca del Mesías, del rey de los judíos que debía librar a Israel del yugo romano. El Evangelio de San Mateo nos dice:

«Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él» (Mateo 2, 3).

Era natural que se turbase Herodes, si se tiene en cuenta que los judíos esperaban la venida de un Mesías que había de heredar el reino; y así fue que congregó a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas de Jerusalén y les mandó que le refiriesen los pormenores atinentes a las profecías relacionadas con el Mesías, y en dónde esperaban que naciese. Los sacerdotes y escribas respondieron: «En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta...".

Al escuchar el astuto Herodes el testimonio de los sacerdotes y escribas, temeroso de que si se cumplía aquel antiguo vaticinio hebreo le costara la corona, llamó a los Magos a su palacio, y en consulta privada inquirió de ellos el objeto de su diligente investigación. Y cuando los Magos le dijeron lo del signo astrológico, excitóse todavía más el rey Herodes con vivos deseos de saber dónde estaba el peligroso niño. Preguntó Herodes a los Magos cuándo habían visto la estrella, pues sabiendo la fecha de su nacimiento podría serie más fácil encontrar al niño de Belén (véase Mateo 2, 7). Enterado Herodes de ello, les dijo a los Magos que fuesen a Belén para encontrar al niño que buscaban, y añadió astutamente: «y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore».

Así disimulando hábilmente su intención de apoderarse del niño y matarlo, procuró Herodes valerse de los Magos como de pesquisidores, fingiendo compartir su deseo de encontrar al divino niño.

Belén

Llegaron los Magos a Belén y preguntaron diligentemente por los niños nacidos en la época de la conjunción planetaria. Por supuesto que habían nacido varios niños en aquel mismo mes y fue la investigación difícil. Pero no tardaron en oír rumores acerca de un niño que les había nacido a unos forasteros llegados a Belén por aquel tiempo y cuyo nacimiento estuvo acompañado de un extraño suceso, según refiere el Evangelio de San Lucas (2, 8-20), quien dice que cuando Jesús nació en el pesebre, unos pastores que durante la noche velaban sus rebaños, vieron un ángel ante ellos y «la gloria del Señor los rodeó de resplandor». El ángel les dijo que no temieran porque les venía a dar nuevas de gran gozo, pues había nacido aquella noche en la ciudad de David un Salvador, el Señor ungido. Y el ángel les dio por señal que hallarían al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: «¡Gloria a Dios en

las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres!» Y los pastores fueron a la ciudad e hicieron notorio lo que se les había dicho del niño, por lo que tanto el niño como sus padres fueron objeto de más o menos interés público.

Cuando los Magos comenzaron sus investigaciones se les informó a su tiempo de aquel singular suceso, y visitaron la casa de José y María y vieron al niño. De las preguntas que formularon a los padres, coligieron que el nacimiento del niño había coincidido exactamente con el signo astrológico. Entonces trazaron el horóscopo del niño y observaron que la visión de los pastores coincidía con su mágica ciencia, y que realmente aquel niño era el Ser a quien durante siglos habían esperado los místicos y ocultistas orientales. ¡Habían encontrado al Maestro! El Niño del signo estelar estaba ante ellos.

Símbolos místicos

Entonces, los adeptos, maestros y hierofantes, hombres egregios en sus respectivas tierras, se postraron en el suelo ante el niño, y le saludaron con el ceremonial debido únicamente al excelso Maestro oculto de los Maestros, que venía a ocupar el trono del Gran Maestro de la Gran Logia. Pero el niño nada sabía de esto, y se limitaba a sonreír dulcemente a aquellos extranjeros pomposamente vestidos, y les alargaba sus tiernas manecitas. Pero la tradición oculta afirma que con los dedos de la diestra extendidos hacia los Magos, hizo el niño inconscientemente el místico símbolo de la oculta bendición de los maestros y hierofantes (ahora usada por el Papa en la bendición papal) y dio a sus adorantes la bendición de Maestro. De esta suerte dio el tierno Maestro de Maestros su primera bendición recaída en sus discípulos y fervorosos adoradores.

Pero su trono no era entonces el de la Gran Logia, sino otro aún más excelso: el regazo de una Madre.

Los Magos hicieron entonces las místicas y simbólicas ofrendas al niño: oro, incienso y mirra. Le ofrendaron oro como tributo pagado a un rey. Le ofrendaron incienso como símbolo de adoración, pues era el purísimo y rarísimo incienso usado por las fraternidades y órdenes ocultas y místicas en sus ritos y ceremonias, cuando contemplaban el sagrado símbolo del Absoluto Señor del Universo. El tercero y último símbolo fue la mirra, que en el oculto y místico simbolismo denota la amargura de la vida mortal. La mirra amarga y punzante, pero al propio tiempo aromática y aséptica, daba a entender que aquel niño, aun que esencialmente divino, tenía cuerpo y mente mortales y debía experimentar el amargo sabor de la vida. Ciertamente la mirra simbólica es apropiadamente la vida mortal porque tiene virtud aséptica para evitar la corrupción y, sin embargo, amarga y pica. El oro, el incienso y la mirra eran una profecía, un símbolo, una revelación de la vida del Hijo del Hombre en quien el puro Espíritu moraba. ¡Verdaderamente eran sabios aquellos Magos!

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Los magos parten

Cumplidos sus ritos y ceremonias se marcharon de Belén los Magos; pero no olvidaron al niño y tuvieron noticia de Él hasta volverlo a ver. Parecerá extraña esta afirmación, porque nada dicen los evangelios de esta segunda entrevista y silencien algunos años de la vida de Jesús. Sin embargo, los registros y tradiciones de los místicos orientales están llenos del conocimiento esotérico de dichos años, según veremos más adelante. Aunque de él se habían despedido los Magos, fue creciendo el Niño bajo su amorosa solicitud y desenvolviéndose en cuerpo y mente.

Advertidos los Magos por revelación en sueños de que no volviesen al astuto y artero Herodes, «regresaron a su tierra por otro camino» (Mateo 2, 12).

En vano aguardó Herodes la vuelta de los Magos, y al saber que se habían marchado sin verle, ordenó cruelmente el degüello de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén y sus alrededores. Calculó Herodes que habían transcurrido dos años desde la aparición del signo astrológico de que le habían hablado los Magos. El Evangelio de San Mateo, según la versión llamada Vulgata, dice sobre el particular:

«Herodes entonces, como se vio burlado por los Magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos.»

Herodes trataba de matar al temido Mesías, al rey de los judíos, que amenazaba destronarle, matando a todos los niños nacidos en Belén desde el astrológico indicio señalado por los Magos.

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Huida a Egipto, tierra de Isis

Pero fracasó aquella maquinación, porque «un ángel avisó a José en sueños», [3] diciéndole que con la madre y el niño huyeran a Egipto y permaneciesen allí hasta la muerte de Herodes. Y así José, María y Jesús, huyendo de la cólera de Herodes, ocultamente se marcharon a Egipto.

[3. Según saben los ocultistas, este ángel fue la forma astral de uno de los Magos. ]

La tradición oculta nos enseña que con el oro ofrecido por los Magos, quienes les dijeron a los padres que lo guardaran para el niño, pudieron aquel pobre carpintero y su familia costearse el viaje a una tierra extraña, fugitivos y sin probabilidades de ganar dinero durante el viaje. Así el oro de aquellos místicos ocultistas salvó de la matanza al Fundador del Cristianismo. ¡Cuán miserablemente ha pagado la cristiandad esta deuda si consideramos las persecuciones de que en toda época ha sido objeto por los sedicentes cristianos a quienes llaman «paganos» orientales!

¡Y tengamos en cuenta que con el oro de los Magos fueron José, María y Jesús a Egipto, la sede del misterio y del ocultismo, la tierra de Isis! Había de ser un apropiado lugar de reposo para el Gran Maestro Oculto. Y la tradición oculta nos informa también de que una noche, rendida la familia por las fatigas del largo viaje, pernoctaron en el paraje de la esfinge y las pirámides. Y que la Madre y el Niño reposaron entre las garras delanteras de la esfinge que los mantuvo salvos y seguros, mientras que José se tendió ante ellos en la base del coloso para guardarles el sueño. ¡Qué escena! El Maestro, en la infancia, protegido por la esfinge, el antiguo emblema y símbolo ocultista, y cerca de allí, erguidas como potentes y vigilantes centinelas, las pirámides de Egipto, la obra maestra de los místicos egipcios, cada una de cuyas líneas y medidas simboliza una esotérica enseñanza... ¡verdaderamente el cristianismo se meció en el regazo del misticismo!

Las enseñanzas místicas son las eficacísimas reconciliadoras de la fe y la razón.

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