Lección 2 El Misterio De La Virginidad

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Teología y Racionalidad

Uno de los puntos de contradicción entre la teología dogmática por una parte, y por otra el racionalismo, la alta crítica y la mitología comparada es el del virginal nacimiento de Jesús. Acaso logremos mostrar más claramente los puntos diferenciales, exponiendo los opuestos conceptos y revelando después las tradiciones conservadas sobre el asunto por las ocultas fraternidades y corporaciones. Podemos exponer imparcialmente las distintas opiniones porque nos apoyamos en las enseñanzas ocultas con la convicción de que estamos situados independientemente y muy por encima de la lucha entablada entre las dos escuelas de teólogos cristianos. Esperamos que el lector reserve su Juicio hasta completar en esta lección el estudio del asunto. Creemos que las enseñanzas ocultas han de dar la clave del misterio y conciliar los dos distintos puntos de vista teológicos que amenazan dividir las iglesias en dos campos:

1° El de los teólogos ortodoxos.

2° El de los adheridos al concepto racionalista y de alta crítica.

La escuela teológica ortodoxa que sostiene la virginidad de María antes del parto, en el parto y después del parto en que nació Jesús, y cuyas enseñanzas aceptan por fe los fieles, se expresa como sigue:

María, una joven doncella de Judea, se desposó con José, carpintero de Nazaret en Gali1ea. Antes de consumar el matrimonio le anunció una visión angélica que concebiría milagrosamente un hijo a quien ella daría nacimiento, el cual reinaría en el trono de David y se le llamaría Hijo del Altísimo. Esta enseñanza tiene por único fundamento las afirmaciones contenidas en los evangelios de Mateo y Lucas, y dice:

«Y el nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.

Y José su marido, como era justo, y no quería infamada, quiso dejarla secretamente.

Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.

Y dará luz a un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo:

He aquí, una virgen concebirá y dará luz a un hijo, y llamará su nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros.

Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer.

Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús» (Mateo 1,18-25).

El relato de Lucas es el siguiente:

«Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado de Dios a una ciudad de Gali1ea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.

Y entrando el ángel a donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.

Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería ésta.

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.

Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús.

Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono

de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón.

Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1, 26-35).

Tal es la enseñanza comúnmente aceptada por la ortodoxa teología cristiana. Está contenida en los dos credos principales de las iglesias cristianas y declarada artículo de fe por la mayoría de las iglesias ortodoxas.

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Doctrina, el nacimiento virginal

En el Credo de los apóstoles, formulado hacia el año 500 de la era vulgar y que según se afirma fue modificación de otro credo anterior está expuesta la doctrina en estos términos:

«... y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María...»

En el credo de Nicea, que data del año 325, se expone así la doctrina:

«... y en el Señor Jesús Cristo, el unigénito Hijo de Dios, engendrado por su Padre... y encarnado por el Espíritu Santo de María Virgen...»

Tal es la enseñanza firmemente mantenida como de fe por las iglesias ortodoxas de hoy día, aunque no siempre fue así, porque este punto de doctrina suscitó muchas discusiones y discrepancias de opinión en los primeros siglos de la Iglesia, hasta que la actual enseñanza prevaleció contra las adversas y fue aceptada más allá de toda duda y discusión por los cristianos ortodoxos.

Pero en nuestros tiempos hay en las iglesias cristianas muchos hombres de talento que no aceptan la doctrina tal como está expuesta, y la voz de la alta crítica resuena cada día más potente en el mundo, de suerte que muchas enseñanzas incuestionablemente aceptadas por los laicos las abandonan los clérigos, aunque mantienen su discrepancia en «discreto silencio». Pero aquí y allí se oyen valerosas voces que declaran explícitamente lo que su razón y su conciencia les dictan. Consideremos estas diversas opiniones.

Conviene advertir que no simpatizamos con la opinión de los incrédulos para quienes la virginidad de María es una leyenda inventada para encubrir el ilegítimo nacimiento de Jesús. Semejante parecer no se funda ni en inteligente investigación ni en severa crítica ni en enseñanzas ocultas. La inventaron arbitrariamente los incapaces de aceptar el dogma definido y que al ser expulsados de las iglesias se entretuvieron en trazar un tosco sistema de reconstrucción de la historia bíblica. Por lo tanto, prescindiremos de tan arbitrario concepto y pasaremos a examinar las opiniones heterodoxas de los eruditos, y después consideraremos las enseñanzas ocultas.

En primer lugar, los teólogos favorables a la opinión de la alta crítica, al negar la virginidad de María se apoyan en los siguientes fundamentos:

  • 1° La historia de la divina concepción por una mujer, de un hijo, sin intervención de padre humano y por milagrosa obra de Dios, se encuentra repetida en las tradiciones, leyendas y creencias de muchas naciones precristianas. Casi todas las religiones orientales, anteriores de muchos siglos al cristianismo, contienen relatos de esta índole referentes a sus dioses, profetas y caudillos. La crítica sostiene que la historia de la divina concepción en la Virgen María es enteramente copia de las leyendas paganas, y se incorporó a las Escrituras cristianas después de la muerte de Cristo.
  • 2° La virginidad de María no fue doctrina del cristianismo primitivo, sino que se introdujo en las enseñanzas a fines del siglo I o principios del II de la era cristiana, según demuestra la circunstancia de que únicamente dos evangelios, el de San Mateo y el de San Lucas hablan con no mucha extensión del asunto, sin que nada digan los de San Marcos y San Juan, lo cual no hubiera sido posible si la virginidad de María fuese ya dogma definido en la primitiva iglesia cristiana. Además, en ninguna epístola se menciona para nada a la Virgen María, y aun el mismo san Pablo guarda absoluto silencio sobre este punto. De esto infieren los contrarios al dogma de la virginidad que no lo conocieron los primitivos cristianos y que no se oyó hablar de tal cosa hasta que muchos años después se copió de las leyendas paganas.
  • En apoyo de esta opinión, según ya dijimos, alegan que los más antiguos textos del Nuevo Testamento que conocen los exégetas nada dicen de la virginidad de María, y san Pablo, y otros autores no hablan absolutamente de ella.
  • 3° En los evangelios de San Mateo y San Lucas se descubren evidentes indicios de que los pasajes de referencia se interpolaron posteriormente.

Consideraremos este último punto según el criterio de la alta crítica teológica, dentro del mismo seno de la Iglesia.

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Evangelio de Mateo

Consideremos primeramente el Evangelio de San Mateo. La generalidad de la gente cree que este evangelio lo escribió palabra por palabra el apóstol san Mateo de su puño y letra durante su ministerio. Sin embargo, los clérigos eruditos reconocen que no fue así, según puede comprobarse por las obras tea lógicas publicadas en estos últimos años o por una buena enciclopedia. Los investigadores han hecho diligentes indagaciones en averiguación de los probables autores de los libros del Nuevo Testamento, y sus informes sorprenderán a muchos cristianos desconocedores de las circunstancias del caso. Aparte de la tradición de la costumbre no hay fehaciente testimonio de que san Mateo escribiera, al menos en su actual texto, el evangelio que se le atribuye. Sin profundizar en el argumento de los investigadores (que puede hallarse en cualquiera obra moderna sobre la historia de los evangelios), diremos que según la opinión generalmente aceptada, el evangelio atribuido a san Mateo es obra de una o varias manos desconocidas, que escribieron en griego a fines del siglo 1, o más probablemente fue una ampliación o adaptación de un texto arameo titulado «Sentencias de Jesús», que se supone escrito por san Mateo. Es decir, que aun los críticos más reacios reconocen hoy que el actual Evangelio de San Mateo es una ampliación adaptada por un texto de san Mateo escrito muchos años antes. Los críticos más radicales opinan menos respetuosamente sobre el particular. Por lo tanto, se echa de ver con cuanta facilidad pudo el último amañador interpolar la entonces ya corriente leyenda de la virginidad de María tomada de fuentes paganas.

Otra prueba de la interpolación aducida por los críticos es que el Evangelio de San Mateo dice que José era tan sólo el padre putativo del hijo de María; y, sin embargo, el mismo evangelio da la genealogía de Jesús desde David a José, el marido de María, para demostrar que Jesús era de la «Casa de David», de acuerdo con la tradición mesiánica. El capítulo primero del Evangelio de San Mateo empieza con las palabras: «Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham».

Después enumera catorce generaciones de Abraham a David; otras catorce desde David a la transmigración de Babilonia; y catorce más desde los días de Babilonia hasta el nacimiento de Jesús. Los críticos llaman la atención hacia este recitado de la descendencia de Jesús, mediante José, de la Casa de David, el cual es uno de los tantos indicios de que el texto original de Mateo se inclina resueltamente a la opinión de que Jesús era el Mesías hebreo que había de reinar en el trono de David, y no una encarnación de la Divinidad.

Dicen los críticos que si José no hubiese sido el verdadero padre de Jesús, ¿no fuera insensato el intento de probar que por José descendía de David? Preguntan pertinentemente los críticos: ¿Qué necesidad había ni qué propósito encerraba la enumeración de la genealogía de José aplicada a Jesús, si realmente no era Jesús verdadero hijo de José?

Opinan los críticos que el texto original de san Mateo no contenía nada acerca del nacimiento virginal de Jesús, pues nada sabía Mateo de esta leyenda pagana, y así dio la genealogía de Jesús desde David y Abraham.

Si se omiten los versículos 18 a 25 del Evangelio de San Mateo, se advierte en seguida el lógico enlace entre la genealogía y el resto del relato, pues si no se omiten resulta paradójico, contradictorio y ridículo y aparecen los puntos y costuras de la añadidura.

Isaías

Pero cabe preguntarse cómo el versículo 23 del primer capítulo del Evangelio de San Mateo menciona la profecía mesiánica, que seguramente es una directa referencia a la profecía de Isaías 7, 14.

Examinemos esta llamada «profecía», de la que tanto se ha dicho y en la que tanto se ha visto con referencia al nacimiento de Jesús.

Pero antes veamos las siguientes palabras que la preceden: «Y habló también Jehová a Acaz diciendo: Pide para ti señal de Jehová tu Dios, demandándola ya sea de abajo en lo profundo, o de arriba en lo alto.»

Y respondió Acaz: «No pediré, y no tentaré a Jehová.»

Dijo entonces Isaías: «Oíd ahora, casa de David. ¿Os es poco el ser molestos a los hombres, sino que también lo seáis a mi Dios?» (Isaías 7, 10-13).

Después sigue la profecía:

«Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel» (Isaías 7,14).

Esta es la «profecía» citada por el autor del Evangelio de San Mateo, y que durante siglos se ha considerado en las iglesias cristianas como una predicción del milagroso nacimiento de Jesús. En realidad, los teólogos sensatos saben que en modo alguno se refiere a Jesús dicho pasaje, sino a otro suceso que muy luego veremos; Y fue interpolado en el evangelio con el único propósito de apoyar la idea del autor.

Conviene añadir que las más prestigiosas autoridades afirman que es inexacta la traducción de la palabra almah por la griega equivalente a «virgen» en su acepción usual. La palabra hebrea almah, empleada en el texto original hebreo de lsaías, no significa «virgen» en la acepción usual, sino muchacha casadera o núbil, pues los hebreos tenían otra palabra para el ordinario concepto de virginidad. La palabra almah se emplea en otros pasajes del Antiguo Testamento para indicar «una doncella», «una muchacha», según se advierte en Proverbios 30, 19, al referirse al «rastro del hombre en la doncella».

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La alta crítica y el Messaiah esperado

Pero dice la alta crítica que no hay necesidad de entrar en discusiones de esta índole, porque la llamada «profecía» se refiere a otra cosa completamente distinta. Dicen los críticos que Acaz, débil rey de Judá, estaba afligidísimo porque Rezín, rey de Siria, y Peka, rey de Israel, se habían coligado contra él y dirigían sus combinadas fuerzas hacia Jerusalén. Movido Acaz de temor trató de aliarse con el rey de Asiria, pero Isaías desaprobó esta alianza y reprendía a Acaz por proponerla.

El rey estaba muy desazonado por el temor de escuchar los argumentos de Isaías, quien entonces profetizó a la manera de los videntes orientales que, de seguir aquella política suicida, quedaría el país devastado y la miseria vinculada en Israel.

Sin embargo, dejaba entrever la esperanza de un brillante porvenir cuando se disparan las nubes de la adversidad. Un nuevo y prudente príncipe se levantaría para reponer la prístina gloria de Israel. Aquel príncipe nacería de una joven madre y su nombre sería Emmanuel, que significa: «Dios con nosotros». Todo esto se refería a sucesos de un futuro razonablemente cercano, sin nada que ver con el nacimiento de Jesús algunos siglos más tarde, quien no había de ser un príncipe que se sentara en el trono de Israel ni había de dar gloria y renombre a este pueblo, porque no era tal su misión.

Varios eruditos hebreos y cristianos han expuesto la opinión de que Isaías aludió al nacimiento de Ezequías.

No hay prueba alguna en la historia del pueblo judío, correspondiente a los siete siglos interpuestos entre Isaías y Jesús, de que los hebreos consideraran dicha profecía de Isaías con referencia al esperado Mesías, sino que por el contrario la creyeron relacionada con un no tan principal suceso de su historia.

Dice acertadamente un autor judío:

«En toda la vasta bibliografía judía no hay ni un solo pasaje que dé a entender que el Mesías había de ser milagrosamente concebido.»

Otros autores declararon lo mismo, demostrando que la idea de un nacimiento virginal era extraña a la mentalidad judía, pues los hebreos siempre honraron y tuvieron en alta estima la vida matrimonial y miraban a sus hijos como benditos dones de Dios.

Un autor eclesiástico dice: «Una fábula como la del nacimiento del Mesías de una virgen podría haber surgido en cualquier parte menos entre los judíos, cuya doctrina de la unidad divina abría un infranqueable abismo entre Dios y el mundo, y su alta consideración por el matrimonio hubiera hecho odiosa semejante idea.»

Otros autores coinciden con esta opinión y dicen que la idea del nacimiento virginal de Jesús no fue nunca la que se halla en las profecías hebreas, sino que, procedente de paganos manantiales, fue inoculada en la doctrina cristiana a fines del siglo 1, y la creyeron los cristianos por influencia de los paganos conversos que la encontraban conforme con sus antiguas creencias.

El reverendo R. J. Campbell, [1, 2] ministro del City Temple de Londres, dice en su Nueva Teología:

«Ningún pasaje del Nuevo Testamento puede considerarse ni directa ni indirectamente como una profecía del virginal nacimiento de Jesús. A muchos les parecerá que insistir en esto es lo mismo que vapulear a un espantajo, pero el espantajo aún conserva bastante vitalidad.»

[1. (1867-1956) en.wikipedia.org/wiki/Reginald_John_Campbell ]

[2. The New Theology, Chapman & Hall, London (1907). By R. J. Campbell. Epub y otras versiones aquí (inglés): https://www.gutenberg.org/ebooks/27500 ]

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Evangelio de Lucas

El segundo relato del evangelio acerca del nacimiento virginal es el ya citado de San Lucas.

Mucho se ha discutido acerca del verdadero autor del evangelio atribuido a san Lucas, pero los exégetas están generalmente acordes en que es el último de los tres evangelios sinópticos y que fuese quien fuese el autor no presenció personalmente los sucesos de la vida de Cristo. Algunos exégetas opinan que el autor fue un gentil, probablemente griego, pues su estilo aventaja en mucho al vulgar por su copioso vocabulario y admirable dicción. Se cree generalmente que la misma mano escribió los «Hechos de los Apóstoles». La tradición afirma que el autor fue un tal Lucas, convertido al cristianismo después de la muerte de Jesús, que formó parte de la compañía de san Pablo en el viaje de Troas a Macedonia y compartió el encarcelamiento de éste en Cesárea así como el naufragio del mismo apóstol durante su viaje a Roma. Se cree que escribió el evangelio mucho después de muerto san Pablo, para instrucción de un personaje de calidad, llamado Teófilo, residente en Antioquía.

Opinan los críticos de alto vuelo que el relato del nacimiento virginal fue interpolado en el texto de san Lucas por un autor subsiguiente o bien que el mismo san Lucas, en su vejez, adoptó la idea que ya iba cundiendo entre los cristianos procedentes del paganismo, ya que de esta misma procedencia era san Lucas. Se arguye que como quiera que san Pablo no habla para nada y ni siquiera alude al nacimiento virginal de Jesús ni menciona jamás a María, y siendo san Lucas íntimo amigo y discípulo de san Pablo, debió san Lucas conocer posteriormente la leyenda e insertada en su evangelio si en realidad es todo él obra suya, pues de haberla conocido san Pablo no la hubiera omitido.

También es de Lucas la genealogía de Jesús desde Adán a través de Abraham, David y José. Las palabras «según se creía», puestas entre paréntesis en el versículo 23 del capítulo 3 de san Lucas, se supone que las interpoló en el texto un autor subsiguiente, pues no fuera sensato trazar la genealogía de Jesús a través de un «supuesto» o putativo padre. El citado versículo dice así:

«Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, (según se creía) de José, hijo de Elí...»

Los exégetas advierten notable diferencia entre la genealogía dada por Lucas y la de Mateo, lo que revela falta de conocimiento por una u otra parte.

En general, los eruditos consideran sumamente extraño que san Lucas relatara el virginal nacimiento de Jesús, puesto que era muy fervoroso discípulo de san Pablo, quien desconocía la leyenda o no hizo caso de ella si la oyó referir. Seguramente que un hombre como san Pablo hubiera insistido reiteradamente en tan maravilloso suceso, de haber creído en él o si en su tiempo hubiera formado parte de las enseñanzas cristianas. Muy inverosímil es que Lucas escribiera dicho pasaje, y así muchos opinan que es mucho más seguro aceptar la hipótesis de una posterior interpolación en el texto de san Lucas, sobre todo si se tiene en cuenta los corroborantes indicios.

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Resumen de la Alta Crítica

Resumiendo las opiniones de la alta crítica, podemos señalar los puntos en que se apoyan los impugnadores del virginal nacimiento de Jesús.

  • 1° El relato del nacimiento virginal sólo se encuentra en el comienzo de dos de los cuatro evangelios, los de san Mateo y san Lucas, y aun en éstos el relato denota haber sido interpolado por subsiguientes escritores.

  • 2° Tanto Mateo como Lucas no vuelven a hablar de la virginidad de María después del relato inserto en la parte introductora de sus evangelios, la cual no hubiesen silenciado si en realidad fuesen ellos los autores del relato y en él creyeran, pues semejante silencio por su parte es contrario a las costumbres de los escritores.

  • 3° Los evangelios de San Marcos y San Juan no dicen absolutamente nadie sobre este punto. El evangelio más antiguo de estos dos, el de Marcos, no contiene ni el menor vestigio de la leyenda, y lo mismo cabe decir del de San Juan.

  • 4° Las demás escrituras del Nuevo Testamento no rezan ni media palabra sobre el particular. El libro de los «Hechos de los Apóstoles», generalmente atribuido también a san Lucas, no dice nada absolutamente del asunto. San Pablo, maestro de san Lucas e insigne escritor de la primitiva Iglesia, o desconoce por completo lo referente al nacimiento virginal de Jesús, o si lo conoce nada dice de propósito por desdeñado, lo cual es increíble en semejante apóstol. Pedro, el príncipe de los apóstoles, no menciona dicha doctrina en ninguna de sus dos epístolas, lo cual es inconcebible si hubiese conocido la leyenda y creído en ella. El libro del Apocalipsis tampoco dice una palabra sobre una enseñanza que tan suma importancia cobró posteriormente en la Iglesia. Los escritos del Nuevo Testamento, a excepción de los dos breves pasajes ya citados de Mateo y Lucas, guardan asimismo absoluto y significativo silencio sobre el particular.

  • 5° Hay en los evangelios y en las epístolas muchos versículos que demuestran o que los autores desconocían la leyenda del nacimiento virginal de Jesús o que no la aceptaban. Se citan las genealogías de José para probar que Jesús descendía de David, lo cual depende enteramente de la efectiva paternidad de José. A Jesús se le llama repetidamente y sin reservas hijo de José. Pablo y los demás apóstoles sostuvieron firmemente la doctrina de la necesidad de la muerte de Jesús, de su resurrección de entre los muertos, de su ascensión, etc., pero nada dijeron acerca de la necesidad de reconocer que había nacido de una virgen. Sobre este punto guardan absoluto silencio, aunque tenían sumo cuidado en no omitir ningún punto esencial de la doctrina. Pablo dice que Jesús «era del linaje de David según la carne...» (Romanos 1,3).

  • 6° El nacimiento virginal de Jesús no constaba en las tradiciones ni en las doctrinas de la primitiva Iglesia, sino que era entonces una idea completamente desconocida. La predicación y las enseñanzas de los apóstoles ni siquiera aluden a ella, como puede verse en los «Hechos de los Apóstoles», donde no era posible omitir un tan esencial punto de doctrina.

    Esta situación debió de durar hasta cerca del siglo n, cuando comenzaron a infiltrarse las creencias paganas a causa del gran número de paganos convertidos.

  • 7° Hay muchas razones para creer que la leyenda derivó de otras leyendas, pues las religiones de otros pueblos contenían relatos de milagrosos nacimientos de héroes, dioses, profetas, reyes y sabios.

  • 8° La aceptación de la leyenda no es ni debe ser prueba de creencia en Cristo y en el cristianismo. Así lo demuestra el reverendo doctor Campbell [ver ref. arriba] en su Nueva Teología, al decir:

    «La fe en el significado del cristianismo no queda en modo alguno afectada por la doctrina del nacimiento virginal, a no ser porque interpone una barrera entre Jesús y el género humano y le convierte en algo que no puede llamarse propiamente humano... »

El teólogo alemán Soltau [3] dice sobre el particular:

«Quien exija que un cristiano evangélico crea en las palabras «concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María virgen» peca contra el Espíritu Santo y contra el genuino evangelio transmitido por los apóstoles y los cristianos de la era apostólica.

[3. Referencia. desconocido, posiblemente citas del Dr. Campbell, arriba.]

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Las enseñanzas ocultas

Tal es el resumen de la contienda entablada entre la escuela conservadora y dogmatizante de teólogos cristianos, por una parte, y por otra la escuela teológica, también cristiana pero liberalmente radical.

Hemos señalado las posiciones de ambos bandos para que el lector comprenda el problema. Pero antes de considerar las enseñanzas ocultas, preguntemos: En vista de las pruebas aducidas contra el nacimiento virginal de Jesús, ¿cómo compatibiliza la alta crítica la indudable doctrina de la paternidad de Dios, tan claramente señalada en todo el Nuevo Testamento! ¿Por qué tan frecuente y repetidamente le llama a Jesús el Hijo de Dios? ¿Cuál era la secreta doctrina subyacente en la divina filiación de Jesús para que las leyendas paganas corrompieran en el dogma teológico del nacimiento virginal? Tememos no hallar las respuestas en los textos y alegatos de la alta crítica ni en los de los teólogos conservadores. Veamos ahora qué luz arrojan las ocultas enseñanzas en punto tan oscuro. Hay una doctrina esotérica que explica el misterio.

En primer lugar, las enseñanzas ocultas nada dicen respecto a que el nacimiento físico de Jesús estuviera señalado por milagrosas características. No las niegan, pero tampoco las declaran y se contraen a decir respecto de Jesús que José fue su padre y María su madre, esto es, que se considera la familia compuesta de padre, madre e hijo, como en el caso análogo de cualquier otra familia. Las enseñanzas ocultas dan, según veremos, muchos pormenores respecto de la espiritual afiliación de Jesús, sin que nada mencionen acerca de una milagrosa concepción y nacimientos físicos.

Fácilmente comprenderemos por qué la leyenda del nacimiento virginal no ocupó la atención de los ocultistas, si tenemos en cuenta que éstos dan poca importancia al cuerpo físico, excepto cuando lo consideran como templo del espíritu y morada del alma. Para los ocultistas, el cuerpo físico es una envoltura material cuyas células constituyentes cambian de forma continua, que sirve de casa al alma del individuo, y, una vez desechado, no es más que cualquier masa de materia en desintegración. Saben los ocultistas que el alma existe separada del cuerpo, no sólo después de la muerte física, sino aun durante la vida terrena, cuando actúa en el mundo astral y otros casos análogos. De muy diversas maneras es natural para los ocultistas considerar el cuerpo físico como una «envoltura» que se ha de tratar con cuidado, usada debidamente y después desechada a voluntad o cambiada por otra.

De lo anteriormente expuesto se infiere sin dificultad que, cualquier doctrina según la cual el absoluto Dios cobijará el humano cuerpo de una mujer y determinará en ella la concepción de un hijo, resultaría grosera, bárbara, innecesaria y contraventora de las naturales leyes establecidas por la Causa de las causas. El ocultista ve en la concepción de todo ser humano la obra de la divina Voluntad y en toda concepción y nacimiento un milagro. Pero en roda ello ve la acción de la ley natural, porque cree que la divina Voluntad siempre opera según las leyes naturales, de modo que lo en apariencia milagroso es resultado de la actuación de alguna ley, generalmente desconocida. Pero el ocultista no conoce ninguna ley capaz de determinar la concepción más que la del proceso fisiológico.

En suma, el ocultista no considera el cuerpo físico de Jesús como si fuese el mismo Jesús, pues sabe que el verdadero Jesús es algo mucho más que su cuerpo; y por consiguiente, no ve mayor necesidad de una milagrosa concepción de su cuerpo que la de una milagrosa confección de sus vestidos. El cuerpo de Jesús era tan sólo sustancia material. El verdadero Jesús era espíritu. Los ocultistas no consideraban a José como el padre del verdadero Jesús, pues ningún ser humano puede engendrar o crear un alma. Así es que el ocultista no ve razón para aceptar la antigua doctrina pagana del físico nacimiento virginal que procedente de extrañas fuentes se deslizó en el cristianismo. Para el ocultismo hay un nacimiento virginal de muy diferente índole, según vamos a ver.

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Leyendas y doctrinas paganas

Sin embargo, no lo creían así las gentes que a fines del siglo 1 se agolparon como borregos en las filas del cristianismo, procedentes de los pueblos gentiles, y trajeron con ellos las leyendas y doctrinas de sus respectivas religiones. Aquellas gentes creían que el cuerpo es el verdadero hombre, y por lo tanto le daban suma importancia. Eran casi materialistas a causa de su pagano concepto de la vida. Empezaron a influir en el corto número de cristianos primitivos y no tardaron las doctrinas originales en quedar sofocadas bajo el peso de las paganas. Por ejemplo, no comprendieron las hermosas ideas que sobre la inmortalidad profesaban los primitivos cristianos, quienes sostenían que el alma sobrevive a la muerte y desintegración del cuerpo. No entendían esta verdad trascendental ni conocían el significado de la palabra alma, por lo que introdujeron la doctrina de la resurrección del cuerpo físico. Creían que en un tiempo futuro llegada un gran día en que los muertos resucitados de sus tumbas volverían a vivir. Muy penosa es la tosquedad de esta idea, comparada con la hermosa doctrina de la inmortalidad del alma mantenida por los primitivos cristianos y por los discretos de hoy día. Y sin embargo, aquellos paganos convertidos sofocaron las verdaderas enseñanzas con su grosera doctrina de la resurrección del cuerpo.

Aquellas gentes no eran capaces de comprender cómo podía vivir un hombre sin cuerpo físico, y para ellos la vida futura significaba la resurrección de sus cuerpos, muertos que vivirían de nuevo. Según ellos, los cuerpos muertos permanecerían en tal estado hasta el Gran Día, en que volverían a vivir. No hay entre tales gentes enseñanza alguna relativa al alma que deja el cuerpo para vivir en planos superiores. Nada de esto sabían aquellas gentes, incapaces de tan altas ideas e ideales, porque eran materialistas y estaban identificados con sus queridos cuerpos animales, y creían que milagrosamente recobrarían la vida sus cuerpos muertos en un tiempo futuro, cuando volviesen a vivir en la tierra.

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Conocimiento moderno

Si consideramos el moderno conocimiento relativo a la naturaleza de la materia y que la constituyente hoy del cuerpo de una persona puede mañana formar parte del de otra, pues la materia se está transmutando y retransmutando continuamente para formar los cuerpos de los hombres, animales y plantas y constituir los gases químicos, y las combinaciones de los cuerpos inorgánicos, resulta la «resurrección del cuerpo» lastimoso desvarío de la mente de un primitivo e ignorante pueblo y en modo alguno una enseñanza espiritual. Desde luego que cabría la duda de que tal cosa se les enseñare a los cristianos de aquel tiempo, a no ser por los fidedignos testimonios históricos y la huella que esta enseñanza dejó en el llamado «Credo de los Apóstoles» en la frase que dice: «creo en la resurrección de la carne» que diariamente se reza en las iglesias, pero que ya apenas se enseña hoy día y muy pocos cristianos la creen, pues la mayoría la desconocen o niegan.»

Dice el doctor James Beattie:

«Aunque el género humano ha tenido siempre la creencia en la inmortalidad del alma, la resurrección del cuerpo fue una doctrina peculiar del primitivo cristianismo.»

Y declara S. T. Coleridge:

«Algunos de los más influyentes autores cristianos de los primeros tiempos fueron materialistas, pues enseñaban que el alma era material y corpórea. Parece que en aquel entonces eran pocos los creyentes en la inmaterialidad del alma según el concepto de Platón y otros filósofos; pero los teólogos cristianos ortodoxos tildaban esta idea de impía y contraria a las Escrituras.»

Justino Mártir arguyó en contra de la naturaleza platónica del alma. Y aun algunos autores de más cercana época no han vacilado en adherirse a la opinión de los primitivos ortodoxos. Así dice el doctor R. S. Candlisch:

«Volveremos a vivir en el cuerpo, en este nuestro cuerpo, con todas las esenciales propiedades y para todos los propósitos prácticos del en que ahora vivimos. Yo no he de vivir como un fantasma, un espectro o un espíritu, sino que entonces viviré como vivo ahora en el cuerpo».

La Iglesia primitiva insistió con tanto empeño en la doctrina de la resurrección de la carne, porque la esotérica escuela de los gnósticos sostenía lo contrario, y el partidista espíritu de la mayoría los empujó al extremo opuesto, hasta que rotundamente negaron toda otra idea e insistieron en la resurrección y reviviscencia del cuerpo físico. Mas a pesar de que la oficial adopción de esta grosera teoría fue perdiendo poco a poco su valimiento, aunque todavía persiste su sombra en las palabras del credo, su espíritu se retrajo y desvaneció ante la progresiva idea de la inmortalidad del alma que vuelve una y otra vez al mundo hasta lograr la victoria.

Dice el profesor Nathaniel Schmidt, en su artículo sobre el particular en una prestigiosa enciclopedia: «...La doctrina de la natural inmortalidad del alma humana fue parte tan importante del pensamiento cristiano, que el dogma de la resurrección de la carne fue perdiendo su viril significado y no está incluido en ninguno de los sistemas filosóficos trazados por los pensadores cristianos en los tiempos modernos». Sin embargo, la Iglesia continúa repitiendo las ya insulsas palabras: «creo en la resurrección de la carne». Aunque en realidad nadie cree en ella, su recitado y la declaración de fe es todavía indispensable requisito para el ingreso en la Iglesia cristiana. De tal modo persisten las ideas y fórmulas entre los vivientes.

De lo dicho se infiere fácilmente por qué los primitivos cristianos de fines del siglo I daban tanta importancia a la concepción y nacimiento físico de Jesús, pues para ellos el cuerpo físico de Jesús era el mismo Jesús. Lo demás es pura consecuencia, incluso el nacimiento virginal y la resurrección física. Confiamos en que el lector haya comprendido esta parte del tema.

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Nacimiento virginal de espíritu

Hemos conocido muy devotos cristianos que se estremecían a la idea de que Jesús hubiese nacido como los demás hombres de un padre y una madre humanos. Se figuraban que esto tenía toques de impureza. Semejante idea deriva del prejuicio que disputa por impuro cuanto se refiere a la santidad de las funciones naturales en que todo es puro. ¡Cuánta perversión de criterio supone el tildar de impuras las sagradas paternidad y maternidad humanas!

El hombre verdaderamente espiritual ve en la divina trinidad de Padre, Madre e Hijo, algo que le da al hombre un vislumbre de su divina naturaleza, que con el tiempo despertará en la humanidad. Cada uno de los hechos de la vida de Jesús simboliza y es tipo de la vida individual de cada alma y de toda la humanidad.

¿Es el hermoso bebé, sostenido en el cariñoso abrazo de su madre, un símbolo y tipo de impureza? ¿Es el cuidado vigilante y el amor del Padre del bebé, un resultado impuro de una causa impura? ¿No le dice el propio corazón lo contrario? Mire la imagen bien conocida del Viaje a Egipto, con María cargando al bebé, y ambos custodiados y protegidos por el esposo y padre, José, ¿no es este un hermoso símbolo de la santidad de la Paternidad? Confiamos en que la mayoría de los que leen estas páginas han avanzado espiritualmente más allá del punto en que La Familia es cosa de sugestión y relación impura.*

Y, ahora, ¿cuáles son las Enseñanzas Ocultas —la Doctrina Secreta— acerca del Real Nacimiento Virginal de Jesús? Sólo esto: que el Espíritu de Jesús era fresco del seno del Absoluto, Espíritu de ESPÍRITU, un Nacimiento Virginal de Espíritu. Su Espíritu no había recorrido el fatigoso camino ascendente de la Reencarnación y los repetidos Renacimientos, sino que era un Espíritu Virgen recién nacido del ESPÍRITU, un Hijo mismo del Padre, engendrado, no creado. Este Espíritu Virgen se encarnó en Su cuerpo, y allí comenzó la vida del Hombre, no plenamente consciente de Su propia naturaleza, pero despertando gradualmente al conocimiento como toda alma humana, hasta que al fin irrumpió en él la verdadera naturaleza de Su Ser, y vio que en verdad era Dios encarnado.*

En su corta vida de treinta y tres años—treinta años de preparación y tres años de ministerio—Jesús tipificó y simbolizó la Vida de la Raza. Así como él despertó a una percepción de su Naturaleza Divina, así la raza despertará a tiempo. Cada acto en la Vida de Jesús tipificó y simbolizó la vida de cada alma individual y de la raza.*

* Estos tres párrafos faltaban en la versión en español. —Editor

Todos tenemos nuestro huerto de Getsemaní, a todos nos crucifican y ascendemos a los planos superiores. Tal es la oculta enseñanza del nacimiento virginal de Jesús. ¿No es más valiosa y al menos un concepto de la mente humana muy superior a la leyenda del virginal nacimiento físico?

En sucesivas lecciones expondremos los pormenores de las enseñanzas ocultas referentes a la divina naturaleza de Cristo, o sea el Espíritu encarnado en forma humana, y entonces se verá más claramente la índole espiritual del virginal nacimiento de Jesús.

A los cristianos primitivos se les instruyó en la verdad relativa al nacimiento virginal, aunque sólo a los bastante inteligentes para comprenderla. Pero después de la muerte de los principales instructores, los que les sucedieron mostraron excesivo celo en convertir a los gentiles, cuya influencia se fue poco a poco sobreponiendo a las originales enseñanzas, y el virginal nacimiento físico de Jesús y la resurrección de la carne se declararon artículos de fe y de vital importancia por los ortodoxos dogmatizantes. Se han necesitado siglos de lucha mental y de espiritual desenvolvimiento para que la Luz de la verdad iluminara este oscuro punto de la fe; pero la obra está ya en libre marcha y las más esclarecidas mentalidades de dentro y fuera de la Iglesia cristiana, ya empiezan a desechar la vieja leyenda como una gastada reliquia de los tiempos en que las nubes de la ignorancia eclipsaban la Luz de la Verdad.

Dr. Campbell, Nueva Teología.

Terminaremos la lección transcribiendo el siguiente pasaje del eminente teólogo doctor Campbell, en su Nueva Teología.

«Pero ¿por qué vacilar en este asunto? La grandeza de Jesús y la valía de su revelación al género humano no se acrecientan ni disminuyen en modo alguno por la manera de venir al mundo.

Todo nacimiento es precisamente tan admirable como pudiera ser un nacimiento virginal, y tan directa obra de Dios. Una concepción sobrenatural no tiene nada que ver con la valía moral y espiritual de la entidad que se supone viene al mundo de tan insólita manera.

«Quienes persistan en tal doctrina correrán el peligro de tener que probar demasiado, porque apremiados por la lógica conclusión, excluyen a Jesús de la real categoría de la humanidad.»

Reconciliación

Esperamos que la alta crítica llegue a conocer las verdades de las enseñanzas ocultas que proporcionan la perdida clave y favorecen la conciliación de cómo y por qué Jesús es verdaderamente EL HIJO DE DIOS, engendrado y no creado, consustancial con el Padre, una partícula de purísimo Espíritu tomada del Océano del Espíritu y libre del karma de pasadas encarnaciones. Era humano y sin embargo más que humano.

En nuestra próxima lección retomaremos el relato de la vida secreta de Jesús desde su aparición, de niño en el Templo, entre los Ancianos, hasta que a la edad de treinta años apareció en el escenario del ministerio. de Juan el Bautista, y comenzó su propio ministerio breve de tres años que fue cerrado por la Crucifixión y la Ascensión. Esta es una fase del tema de intenso interés y naturaleza sorprendente, debido a la falta de conocimiento de las tradiciones ocultas por parte del público en general.*

* Párrafo faltaba en la versión en español.

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