Capítulo 11 La psicología de la emoción

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Es posible pensar en las emociones independientemente del hábito. Podemos pensar con facilidad en adquirir hábitos de acción, e incluso de pensamiento, pero también podemos considerar las emociones como algo relacionado con «sentir» y bastante separado del esfuerzo intelectual. No obstante, y a pesar de la distinción entre ambos, los dos dependen en gran parte del hábito, y uno puede reprimir, aumentar, desarrollar y cambiar las propias emociones, igual que pueden regularse los hábitos en la manera de actuar y de ver las cosas.

La psicología sostiene el axioma: «Las emociones se hacen más profundas mediante la repetición». Si una persona permite que determinada sensación se apodere de ella, le resultará más fácil ceder a esa misma emoción en una segunda ocasión, y así, hasta que esa emoción o sensación en particular se convierta en una costumbre para ella. Si una emoción indeseable demuestra sentirse inclinada a morar de manera permanente en ti, lo más conveniente sería que empezases a trabajar para desembarazarte de ella, o al menos para dominarla.

Y el mejor momento para hacerlo es al principio, pues cada repetición hace que el hábito se enraíce más y que la tarea de desplazarlo resulte más difícil.

¿Alguna vez sentiste celos o envidia? Si es así, recordarás lo insidioso que fue su primera aproximación, de qué manera sutil vertió odiosas sugerencias en tu oído dispuesto a recibirlas, y cómo poco a poco, con la continuidad de esas sugerencias, finalmente acabaste viendo a través del prisma verde de la envidia o los celos (la envidia tiene un efecto sobre la bilis, y envenena la sangre. Por eso se la asocia con el color verde). Recordarás cómo pareció crecer, tomar posesión de ti hasta que apenas te la pudiste sacudir. La siguiente vez te resultó más fácil sentir envidia o celos. Parecía traer a tu presencia todo tipo de objetos que aparentemente justificaban tus sospechas y sensaciones. Todo parecía verde, ese monstruo gordo y verde.

Y lo mismo sucede con cada sensación o emoción. Si te abandonas a un ataque de cólera, te resultará más fácil sentirte colérico la próxima vez, frente a una provocación menor. El hábito de sentir y actuar «mezquinamente» no tarda mucho en echar raíces en un nuevo hábitat siempre que se le anime a hacerlo. La preocupación es el gran hábito que tiende a engordar. La gente empieza preocupándose de cuestiones importantes, y luego comienza a hacerlo sobre pequeñeces. Y entonces la menor insignificancia les preocupa y perturba. Se imaginan que está a punto de sobrevenirles todo tipo de hechos fatales. Si inician un viaje están seguros de que se estrellarán o naufragarán. Si llega un telegrama, indudablemente contiene noticias horribles. Si un niño parece estar un poco calmado, la madre preocupada sólo piensa en que enfermará y morirá. Si el marido parece pensativo y le da vueltas a algún negocio en su cabeza, la buena esposa está convencida de que está empezando a dejar de quererla, y se abandona al llanto. Es el cuento de nunca acabar—preocupación, preocupación, preocupación—y cada vez que te abandonas a ella, más fuerte se hace el hábito. Al cabo de poco tiempo ese pensamiento continuo pasa a la acción. No sólo la mente está envenenada por esos pensamientos tristes, sino que la frente empieza a mostrar profundas arrugas entre las cejas, y la voz adopta ese tono rasposo y quejumbroso tan común entre las personas preocupadas.

El estado mental conocido como «criticón» es otra emoción que engorda con el ejercicio. Primero se encuentra una falta en tal cosa, luego en esa otra, y finalmente en todo. La persona se convierte en una «gruñona» crónica, una pesadez para amigos y familiares, y alguien que los extraños prefieren evitar. Las mujeres pueden llegar a convertirse en grandes gruñonas, pero no porque los hombres sean mejores, sino porque sencillamente un hombre gruñón puede deshacerse del hábito gracias a otros hombres, que no le aguantarán la tontería. Se da cuenta de que no hace más que empeorar su situación y se sacude el hábito, mientras que una mujer tiene más oportunidades de recrearse en él. Porque este continuo gruñir no es más que una cuestión de costumbre. Nace y se desarrolla a partir de una pequeña semilla, y cada vez que uno se recrea en él, echa otra raíz, rama o zarcillo, afianzándose cada vez más en quien le ha proporcionado terreno para crecer.

La envidia, la falta de generosidad o las habladurías son hábitos de este tipo. Las semillas están latentes en el interior de todos los seres humanos, y sólo necesitan un buen terreno y un poco de riego para cobrar vigor y fortaleza.

Cada vez que te abandonas a esas emociones negativas, más fácil te resulta volver a caer en ellas o en otras parecidas. A veces, al animar una emoción indigna, resulta que se están creando las condiciones para el desarrollo de toda una familia de esas malas hierbas mentales.

Ahora bien, aquí no se está dando una prédica ortodoxa contra el pecado o los malos pensamientos. Se trata únicamente de llamarte la atención acerca de la ley que subyace a la psicología de la emoción. No es ninguna novedades vieja como el mundo, tan vieja que muchos de nosotros la hemos olvidado.

Si deseas manifestar esos rasgos desagradables e ingratos continuamente, y sufrir la infelicidad que aportan, no dejes de hacerlo: es asunto tuyo y estás en tu derecho. No es asunto mío, y no te estoy predicando, pues ya tengo bastante con estar atento a mis propios hábitos y actos indeseables. Sólo te estoy hablando de la ley que regula la cuestión y de ti depende el resto. Si deseas liquidar esos hábitos, es conveniente que sepas que tienes a tu disposición varias maneras de hacerlo. Por ejemplo, siempre que te descubras abandonándote a un pensamiento o sensación negativos, debes agarrarlos y decirles con firmeza: «¡Fuera de aquí!». Al principio no será tan fácil, y se le pondrán los pelos de punta, arqueará el lomo y gruñirá como si fuese un gato ofendido. Pero no te preocupes; sólo tienes que decir: «¡Desaparece!». La próxima vez no se mostrará tan confiado y agresivo, sino que manifestará un poco de miedo. En cada ocasión que reprimas o ahogues una tendencia de este tipo, más débil se tornará, y más fuerte serás tú.

Dice el profesor James:

"Niégate a expresar una pasión y ésta morirá. Cuenta diez antes de expresar tu cólera y entonces parecerá ridículo hacerlo. Silbar para reunir valor no es una simple figura retórica. Por otra parte, siéntate todo el día en una postura abatida, suspira y contesta a todo lo que te digan con voz lúgubre, y puedes estar seguro de que tu melancolía no desaparecerá. No hay en la educación moral un precepto más valioso que éste, como atestiguan todos los que lo han experimentado: si deseamos conquistar tendencias emocionales en nosotros mismos, debemos dedicarnos en principio, de manera asidua y con sangre fría, a practicar las disposiciones contrarias que preferiríamos cultivar. ... Relaja el ceño, ilumina la mirada, contrae el aspecto dorsal en lugar del ventral, habla en un tono más elevado y haz un cumplido genial; tu corazón debe de estar frígido de veras si con todo eso no empieza a deshelarse." [1]

[1. Inglés: "What is an Emotion?" (Que es una emocion), William James (1884), publicado por primera vez en Mind (La mente), 9, 188-205. Referencia ]

 

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