Libro II, Capítulo IX EL SACRIFICIO MAGICO

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Hablemos primeramente del sacrificio en general.

¿Qué es el sacrificio?. El sacrificio es la realización del amor.

Es la sustitución del culpable por el inocente en la obra voluntaria de la expiación.

Es la compensación por la generosa injusticia del justo, que sufre la pena de la cobarde injusticia del rebelde que usurpó el placer.

Es la temperancia del sabio que hace contrapeso en la vida universal a las orgías de los insensatos.

He aquí lo que en realidad es el sacrificio y, más que todo, lo que debe ser.

En el mudo antiguo el sacrificio era raramente voluntario. El hombre culpado amaba entonces el suplicio, al que consideraba como una conquista o su propiedad.

Ahora bien, la magia negra es la continuación oculta de los ritos del mundo antiguo. La inmolación es el fondo de los misterios de la nigromancia, y los hechizos son sacrificios mágicos en los que el magnetismo del mal sustituye a la hoguera y la cuchilla. En la religión, lo que salva es la Fe; en la magia negra, lo que mata es la Fe.

Morir para salvar a otro es el sacrificio sublime. Matar a otro, para no morir, es el sacrificio impío.

Consentir el asesinato de un inocente, a fin de garantizar la impunidad de nuestros errores, sería la última y más imperdonable de las cobardías, si el ofrecimiento de la víctima no fuese voluntario y si ella no tuviese el derecho de ofrecerse como superior a nosotros y como señora absoluta de sí misma. Es así como fue sentida su necesidad para el rescate de los hombres.

Hablamos aquí de una creencia consagrada por siglos de adoración y por la fe de muchos millones de hombres, y como ya se dijo que el verbo colectivo y perseverante crea lo que afirma, podemos decir que esto es así.

Hoy, el sacrificio de la cruz se renueva y se perpetúa en el altar. Ahí es tal vez más admirable para el creyente. De hecho se halla allí el Dios-víctima, sin forma de hombre. Mudo y pasivo se entrega a quien quiere tomarlo y sin poner resistencia al que osa ultrajarlo. Y es una hostia blanca y frágil. Viene al llamado de un mal sacerdote, y no protestará si pretenden mezclarlo a los ritos más impuros. Antes del cristianismo, las Estriges  (1) comían la carne de los niños degollados; hoy, ellas se contentan con las santas hostias.

Se ignora qué poder sobrehumano de maldad extraen los devotos del abuso de los sacramentos. Nada es tan venenoso como un panfletario que comulga. "Tiene el mal vino", dicen de un beodo que golpea a su mujer cuando está ebrio. Cierto día, un pretendido católico me dijo que existía el buen Dios malo. Parece que en la boca de ciertos comulgantes se opera una segunda transustanciación. Dios es puesto en su lengua, pero engullen al diablo.

La hostia católica es, en verdad, una cosa formidable. Contiene todo el cielo y todo el infierno, pues es imantada por el magnetismo de los siglos y de las multitudes; magnetismo del bien, cuando la gente se aproxima a ella con la verdadera Fe; magnetismo concentrado del mal, cuando de ella se hace un empleo indigno. Por eso mismo, nada es más buscado y considerado tan poderoso en la confección de los maleficios, como las hostias consagradas por sacerdotes legítimos, pero desviados de su piadoso destino por el robo sacrílego.

Caemos aquí, en el fondo de la magia negra y sus horrores, pero ninguno suponga que, denunciándolo, pretendemos alentar tan abominables prácticas.

Gilles de Laval, señor de Raiz, hacía celebrar la misa negra por un jacobino apóstata, en la capilla secreta de su castillo de Machecoul. A la elevación degollaban una criatura y el mariscal comulgaba con un fragmento de la hostia empapada en la sangre de la víctima.

El autor del grimorio de Honorio dice que el operador de las obras de magia negra debe ser sacerdote. Las mejores ceremonias para evocar al diablo son, según él, las del culto católico, y de hecho, y de acuerdo con el propio Padre Ventura, el diablo nació de los actos de ese culto. En una carta dirigida al señor Gougenot Desmousseaux, y publicada por este último en la carátula interior de una de sus principales obras, el sabio clérigo no teme afirmar que el diablo es un bufón de la religión católica (al menos tal como lo entendía el Padre Ventura). He aquí sus propias expresiones:

"Satán, dice Voltaire, es el cristianismo; sin Satán, no hay cristianismo".

"Se puede, pues, decir que la obra prima de Satán es conseguir hacerse negar".

"Demostrar la existencia de Satán es restablecer uno de los dogmas fundamentales que sirven de base al cristianismo y sin el cual es apenas una mera palabra".

(Carta del Padre Ventura al caballero Gougenot Desmousseaux, en el frontis de su libro La Magia en el siglo XIX).

Vemos pues, que después de haber dicho Proudhon: "Dios es el mal", un sacerdote católico completa el pensamiento ateo, diciendo: "El cristianismo es Satán". Y dice esto con absoluto candor, ya que supone defender la religión que calumnia de modo tan horrible. Y es este mismo Padre Ventura quien decía al Papa: "Por causa de una migaja no comprometamos el reino de los cielos".

El Padre Ventura, personalmente, era un hombre de bien, y en muchas ocasiones en él predominaba el verdadero cristiano sobre su jerarquía eclesiástica.

Concentrar en un punto combinado y ligar a una señal todas las aspiraciones para el bien, es tener bastante fe para realizar a Dios en esta señal. Tal es el milagro permanente que se verifica todos los días en los altares del verdadero cristianismo.

La misma señal, profanada y consagrada al mal, debe realizar el mal de idéntica manera; y si es justo, después de la comunión, puede decir: "No soy yo quien vive, es Jesucristo que vive en mí, soy Jesucristo, soy Dios", también el comulgante indigno puede decir, con igual seguridad: "No soy más yo, soy Satán".

Crear Satán es hacerse Satán, tal es el Gran Arcano de la magia negra, y es lo que los hechiceros cómplices del señor de Raíz creían realizar para el, y lo que en efecto, lograban hasta cierto punto, oficiando la misa del diablo.

¿Se habría expuesto el hombre a crear al diablo si no hubiese temido la temeridad de querer crear a Dios dándole un cuerpo?. ¿No dijimos que un Dios corpóreo proyecta necesariamente una sombra y que esa sombra es Satán?. Sí, lo aseguramos, y nunca diremos lo contrario. Pero, si el cuerpo de Dios es ficticio, su sombra no puede ser real.

El cuerpo divino es apenas una apariencia, un velo, una nube: Jesús lo realizó por la Fe. ¡Adoremos a la Luz y no demos realidad a la sombra, pues que no es ella el objeto de nuestra Fe!. La Naturaleza quiso y quiere siempre que haya una religión en la tierra. La religión germina, florece y se desenvuelve en el hombre; es el fruto de sus aspiraciones y de sus deseos; debe, pues, ser regulada por la soberana razón. Las aspiraciones del hombre por lo infinito, sus deseos del bien eterno y, principalmente, su razón provienen de Dios.

NOTAS DEL TRADUCTOR

(1) Estrige. Ave nocturna, infausta y del mal agüero, de la que el vulgo creía que se cebaba en la sangre de las criaturas o niños de pecho. Se da el mismo nombre a la lechuza.

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