Libro II, Capítulo VII EL PODER QUE CREA Y QUE TRANSFORMA

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La voluntad es esencialmente realizadora, podemos hacer todo cuanto razonablemente creemos poder ejecutar.

En su esfera de acción, el hombre dispone de la omnipotencia de Dios; puede crear y transformar.

Pero este poder debe ejercerlo primeramente, sobre sí mismo. Cuando viene al mundo, sus facultades son un caos, las tinieblas de la inteligencia cubren el abismo de su corazón, y su espíritu, como arrastrado por las ondas del mar, está agitado por la incertidumbre.

Le es dada entonces la razón, pero esta razón aún es pasiva y es él mismo quien debe volverla activa; es a él a quien corresponde enfrentar las olas y exclamar: ¡Hágase la luz!.

Así el hombre se tornará una razón, una conciencia; se hará un corazón. La ley divina le será dada en medida de lo que él realice, y la Naturaleza entera corresponderá a sus deseos.

La eternidad entrará y permanecerá en su memoria. Dirá al espíritu: sé materia, y a la materia, sé espíritu, y el espíritu y la materia le obedecerán.

Toda sustancia se modifica por la acción, toda acción es dirigida por el espíritu, todo espíritu se dirige conforme una voluntad, y toda voluntad es determinada por una razón.

La realidad de las cosas está en su razón de ser. Esta razón de las cosas es el principio de lo que es.

Todo es sólo fuerza y materia, dicen los ateos. Lo que equivale a afirmar, que los libros son apenas papel y tinta.

La materia es auxiliar del espíritu, sin el cual ella no tendría razón de ser y no existiría.

La materia se transforma en espíritu por intermedio de nuestros sentidos y esta transformación, sensible solamente a nuestras almas, es lo que llamamos el placer.

El placer es el sentimiento de una acción divina. Alimentarse es crear la vida y transformar, del modo más maravilloso, las sustancias muertas en sustancias vivas.

¿Por qué la Naturaleza impulsa los sexos, uno hacia el otro, con tanto arrebato y tanta embriaguez?. Es que ella nos convida a la gran obra por excelencia, la obra de la eterna fecundidad.

¿Qué se hable de los goces de la carne?. La carne no tiene tristezas ni goces: es un instrumento pasivo. Nuestros nervios son las cuerdas del instrumento con el cual la Naturaleza nos hace oír y sentir la música de la voluptuosidad, y todos los goces de la vida, aún los más perturbadores, son parcela exclusiva del alma.

¿Qué es la belleza, sino la expresión del espíritu sobre la materia?. ¿Acaso el cuerpo de la Venus de Milo tiene que ser de carne para recrear nuestros ojos y exaltar nuestro pensamiento?. La belleza de la mujer es el himno de la maternidad; la forma agradable y delicada de su seno nos recuerda, continuamente, la primera sede de nuestros labios; queremos retribuirle en besos eternos lo que nos dio en suaves efusiones. ¿Es pues de la carne que estamos enamorados?. Despojadas de su adorable poesía, ¿qué nos inspirarían estas inciertas, flexibles y angulosas mujeres, de piel morena las unas, de blanco rosáceo las otras?. ¿Y qué sería de nuestras más hermosas emociones si la mano del amante, cesando de temblar, tuviese que armarse del lente del físico o el escalpelo del anatomista?.

En una fábula ingeniosa, relata Apuleyo que un experimentador inhábil, después de seducir a la criada de una maga, quien le proporcionó una pomada preparada por su señora, trató de transformarse en pájaro, pero sólo consiguió metamorfosearse en asno. Le dicen que para readquirir su primera forma le bastará con comer rosas, lo cual al principio juzgó cosa fácil. Mas luego comprendió que las rosas no están echas para los asnos. Quiere aproximarse a un rosal y lo repelen a garrotazos, sufre mil males y, al fin, sólo pudo ser liberado por la intervención directa de la Divinidad.

Se sospecha que Apuleyo haya sido cristiano, pues en esta leyenda el asno ha querido verse una crítica velada a los misterios del cristianismo. Los cristianos, ansiosos por volar al cielo, habrían desconocido la ciencia y caído bajo el yugo de esa fe ciega que los arrastraba a adorar, en los primeros siglos, la cabeza de un asno, según afirman sus detractores.

Esclavos de una austeridad fatal, se volvieron indiferentes a todas las bellezas naturales simbolizadas en la fábula de Apuleyo por las rosas. El placer, la belleza, la naturaleza y la vida misma, eran anatematizadas por estos rudos e ignorantes conductores, que palpaban en su frente al pobre asno de Bethlem. Fue entonces cuando la Edad Media soñó con el romance de la Rosa y los Iniciados en las ciencias antiguas, ansiosos por reconquistar a la ROSA, sin abjurar de la CRUZ, reunieron ambas imágenes y tomaron el nombre de ROSA-CRUZ, a fin de que la Rosa fuese de nuevo sobre la Cruz, y que la Cruz, a su vez, pudiese inmortalizarse a través de la Rosa.

Sólo existe verdadero placer, verdadera belleza, verdadero amor, para los sabios que son verdaderamente creadores de su propia felicidad. Ellos se abstienen para aprender a usar bien, y si se privan es para adquirir una felicidad.

¿Hay acaso miseria más deplorable que la del alma?. ¡Cuán dignos de lástima son los que empobrecen su corazón!. Comparad la pobreza de Homero y la riqueza de Trimalcion y decidme ¿cuál de los dos es más miserable?. ¿Qué son los bienes que nos pervierten y que nunca poseemos, puesto que siempre debemos perderlos o dejarlos para otros?. ¿Para qué sirven, si nuestras manos no los convierten en instrumentos de sabiduría?. Aumentar las necesidades de la vida animal; embrutecernos en la saciedad y en el disgusto, ¿Será el fin de la existencia, lo positivo de la vida?. ¿No es esto, por el contrario, el ideal más falso y más depravado?. Emplear el alma para engordar el cuerpo ya es de por sí gran locura; pero matar el alma y el cuerpo para dejar un día una gran fortuna a un joven idiota que la arrojará a manos llenas a los pies de la primera cortesana, ¿No es el colmo de la demencia?. Y, sin embargo, esto es lo que hacen los hombres serios que llaman soñadores a los filósofos y a los poetas.

Lo que hallo deseable, decía Curio, no es tener riquezas sino mandar a los que las poseen, y San Vicente de Paul, sin pensar en la máxima de Curio, reveló toda su grandeza en el ejército de la beneficencia. ¿Qué soberano habría podido fundar tantos hospitales, dotar tantos asilos?. ¿Qué Rotschild hubiera encontrado tantos millones para esto?. El pobre padre Vicente de Paul deseó y pidió las riquezas y éstas obedecieron.

Porque poseía el poder que crea y que transforma: una voluntad perseverante y sabia, apoyada en las leyes más sagradas de la Naturaleza. Aprended a querer lo que Dios quiere, y todo lo que quisiereis se realizará ciertamente.

Sabed también que los contrarios se realizan por los contrarios: la codicia es siempre pobre, el desinterés es siempre rico.

El orgullo provoca el desprecio, la modestia atrae la alabanza, el libertinaje mata el placer, la temperancia purifica y renueva los goces. Con seguridad, siempre obtendréis lo contrario de lo que queráis injustamente, y siempre recibiréis el céntuplo de lo que sacrifiquéis por la justicia. Así pues, si queréis cosechar a la izquierda, sembrad a la derecha; y meditad en este consejo que tiene la apariencia de una paradoja, pero que os hará entrever uno de los mayores secretos de la filosofía oculta.

¿Queréis atraer?. Haced el vacío. Esto se realiza en virtud de una ley física análoga a una ley moral. Las corrientes impetuosas siempre buscan las profundidades inmensas. Las aguas son hijas de las nubes y siempre buscan los valles. Los goces verdaderos vienen de lo alto, ya lo dijimos: es el deseo el que os atrae y el deseo es un abismo.

La nada atrae al todo y es por eso que los seres más indignos de amor son, muchas veces, los más amados. La plenitud busca el vacío y el vacío atrae la plenitud. Los animales y las almas bien lo saben.

Píndaro,  (1) nunca habría amado a Safo  (2) y Safo debió resignarse a todo el desdén de Faon. Un hombre y una mujer de genio son hermano y hermana; su unión sería un incesto, y el hombre que es solamente un hombre nunca amará a una mujer de barba.

Rousseau pareció haber presentido esto cuando se casó con una criada, un marimacho estúpido y ávido. Pero nunca pudo hacer comprender a Teresa su superioridad intelectual, y él le era, evidentemente, inferior en las groserías de la existencia. En el hogar, Teresa era el hombre y Rousseau la mujer. Rousseau era demasiado altivo para aceptar semejante posición. Protestó contra el hogar, enviando los hijos de Teresa a la casa de expósitos, puso así la naturaleza entre él y ella y se expuso a todas las venganzas de la madre.

¡Hombres de genio, no tengáis hijos; vuestros únicos y legítimos hijos son vuestros libros. Nunca os caséis; vuestra esposa es la gloria!. Guardad vuestra virilidad para ella; y si en buena hora encontráis una Eloísa, no os expongáis por una mujer al destino de Abelardo.

NOTAS DEL TRADUCTOR

(1)  Píndaro. Príncipe de los poetas líricos griegos.

(2)  Safo. Célebre poetisa griega.

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