La psicología de las masas

Estudio sobre la psicología de las multitudes (1895)

Gustave Le Bon

(1841-1931)

Gustave Le Bon

Prólogo por el Autor y por el Traductor

This page in English: ..preface.htm

 

Prólogo del Autor

El siguiente trabajo está dedicado a un examen de las características de las masas.

El genio de una raza está constituido por la totalidad de las características comunes con las cuales la herencia dota a los individuos de esa raza. Sin embargo, cuando una determinada cantidad estos individuos está reunida en una muchedumbre con un propósito activo, la observación demuestra que - por el simple hecho de estar los individuos congregados -aparecen ciertas características psicológicas que se suman a las características raciales, siendo que se diferencian de ellas, a veces en un grado muy considerable.

Las muchedumbres organizadas siempre han desempeñado un papel importante en la vida de los pueblos, pero este papel no ha tenido nunca la envergadura que posee en nuestros días. La sustitución de la actividad conciente de los individuos por la acción inconsciente de las masas es una de las principales características de nuestro tiempo.

Me he propuesto examinar el difícil problema presentado por las masas de un modo puramente científico - esto es: haciendo un esfuerzo por proceder con método y sin dejarme influenciar por opiniones, teorías o doctrinas. Creo que éste es el único modo de descubrir algunas pocas partículas de verdad, especialmente cuando se trata de una cuestión que es objeto de apasionadas controversias como es el caso aquí. Un hombre de ciencia dedicado a verificar un fenómeno no debe preocuparse por los intereses que su verificación puede afectar. En una reciente publicación, un eminente pensador - M. Goblet d'Alviela - ha observado que, al no pertenecer a ninguna de las escuelas contemporáneas, ocasionalmente me encuentro en oposición a las conclusiones de todas ellas. Espero que este nuevo trabajo merezca una observación similar. El pertenecer a una escuela necesariamente implica abrazar sus prejuicios y sus opiniones preconcebidas.

Aún así, debería explicarle al lector por qué hallará que saco conclusiones de mis investigaciones que, a primera vista, podría pensarse que no se sustentan. Por qué, por ejemplo, aún después de observar la extrema inferioridad mental de las masas - incluyendo asambleas elegidas - afirmo que sería peligroso manipular su organización a pesar de esta inferioridad.

La razón es que una atenta observación de los hechos históricos me ha demostrado invariablemente que en los organismos sociales, al ser éstos en todo sentido tan complicados como los demás seres, no es sabio utilizar nuestro poder para forzarlos a padecer transformaciones repentinas y extensas. La naturaleza recurre, de tiempo en tiempo, a medidas radicales; pero nunca siguiendo nuestras modas, lo cual explica por qué nada es más fatal para un pueblo que la manía por las grandes reformas, por más excelente que estas reformas puedan parecer en teoría. Serían útiles solamente si fuese posible cambiar instantáneamente el genio de las naciones. Este poder, sin embargo, sólo lo posee el tiempo. Los hombres se gobiernan por ideas, sentimientos y costumbres - elementos que constituyen nuestra esencia. Las instituciones y las leyes son la manifestación visible de nuestro carácter; la expresión de sus necesidades. Al ser su consecuencia, las leyes y las instituciones no pueden cambiar este carácter.

El estudio de los fenómenos sociales no puede ser separado del de los pueblos en medio de los cuales han surgido. Desde el punto de vista filosófico, estos fenómenos pueden tener un valor absoluto. En la práctica, sin embargo, sólo tienen un valor relativo.

En consecuencia, al estudiar un fenómeno social, es necesario considerarlo sucesivamente bajo dos aspectos muy diferentes. Al hacerlo, se verá que con mucha frecuencia que lo enseñado por la razón pura es contrario a lo que enseña la razón práctica. Apenas si hay datos -incluidos los físicos - a los cuales esta distinción no sería aplicable. Desde el punto de vista de la verdad absoluta, un cubo o un círculo son figuras geométricas invariables, rigurosamente definidas por ciertas fórmulas. Desde el punto de vista de la impresión que causan a nuestros ojos, estas figuras geométricas pueden adquirir formas muy variadas. Por la perspectiva, el cubo puede transformarse en una pirámide o en un cuadrado; el círculo en una elipse o en una línea recta. Más aún, la consideración de estas formas ficticias es por lejos más importante que la de las formas reales, puesto que son ellas - y ellas solas - las que vemos y a las cuales podemos reproducir en fotografías o en dibujos. En algunos casos hay más verdad en lo irreal que en lo real. Presentar los objetos en su forma geométrica exacta implicaría distorsionar su naturaleza y volverla irreconocible. Si nos imaginamos un mundo en el cual sus habitantes sólo pudiesen copiar o fotografiar objetos pero estuviesen imposibilitados de tocarlos, sería muy difícil para esas personas obtener una idea exacta de la forma de dichos objetos. Más todavía: el conocimiento de estas formas, accesible sólo a un reducido número de personas instruidas, despertaría un interés sumamente restringido.

El filósofo que estudia fenómenos sociales debería tener presente que, al lado de su valor teórico, estos fenómenos poseen un valor práctico y que éste último es el único importante en lo que concierne a la evolución de la civilización. El reconocimiento de este hecho debería volverlo muy circunspecto en relación con las conclusiones que la lógica aparentemente le impondría a primera vista.

Hay también otros motivos que le dictan una reserva similar. La complejidad de los hechos sociales es tal que resulta imposible aprehenderlos en su totalidad y prever los efectos de su influencia recíproca. Parece ser, también, que detrás de los hechos visibles se esconden a veces miles de causas invisibles. Los fenómenos sociales visibles parecen ser el resultado de una inmensa tarea inconsciente que, por regla general, se halla más allá de nuestro análisis. Los fenómenos perceptibles pueden ser comparados con las olas que, sobre la superficie del océano, constituyen la expresión de disturbios profundos acerca de los cuales nada sabemos. En lo que concierne a la mayoría de sus actos, las masas exhiben una singular inferioridad mental. Sin embargo, existen otros actos en los que parecen estar guiadas por aquellas misteriosas fuerzas que los antiguos llamaban destino, naturaleza, o providencia, ésas que llamamos las voces de los muertos, cuyo poder es imposible de ignorar aún cuando ignoremos su esencia. A veces parecería que hay fuerzas latentes en el ser interior de las naciones que sirven para guiarlas. ¿Qué, por ejemplo, puede ser más complicado, más lógico, más maravilloso que un idioma? Y, sin embargo, ¿de dónde pudo haber surgido esta admirablemente organizada manifestación excepto como resultado del genio inconsciente de las masas? Los académicos más doctos, los gramáticos más renombrados, no pueden hacer más que tomar nota de las leyes que gobiernan los idiomas. Serían totalmente incapaces de crearlos. Aún respecto de las ideas de los grandes hombres, ¿estamos seguros de que son la exclusiva creación de sus cerebros? No hay duda de que esas ideas son siempre creadas por mentes solitarias pero ¿no es acaso el genio de las masas el que ha provisto los miles de granos de polvo que forman el suelo del cual esas ideas han brotado?

Sin duda, las masas son siempre inconscientes; pero esta misma inconciencia es quizás uno de los secretos de su fuerza. En el mundo natural, seres exclusivamente gobernados por el instinto producen hechos cuya complejidad nos asombra. La razón es un atributo demasiado reciente de la humanidad y todavía demasiado imperfecto como para revelar las leyes del inconsciente y más aún para suplantarlo. La parte que desempeña lo inconsciente en nuestros actos es inmensa y la parte que le toca a la razón, muy pequeña. Lo inconsciente actúa como una fuerza todavía desconocida.

Si deseamos, pues, permanecer dentro de los estrechos pero seguros límites dentro de los cuales la ciencia puede adquirir conocimientos y no deambular por el dominio de la vaga conjetura y las vanas hipótesis, todo lo que debemos hacer es simplemente tomar nota de los fenómenos tal como éstos nos son accesibles y limitarnos a su consideración. Toda conclusión extraída de nuestra observación es, por regla general, prematura; porque detrás de los fenómenos que vemos con claridad hay otros fenómenos que vemos en forma confusa y, quizás, detrás de estos últimos hay aún otros que no vemos en absoluto.

encima de página

 

Prólogo del traductor al español

Gustave Le Bon

Gustave Le Bon nació un 7 de mayo de 1841 en Nogent-le-Retrou y murió el 15 de diciembre de 1931 en París. Fue médico, etnólogo, psicólogo y sociólogo habiendo estudiado la carrera de Medicina, en la que se doctoró en 1876.

Después de doctorarse de médico se dedicó primero a los problemas de la higiene y luego emprendió numerosos viajes por Europa, África del Norte y Asia. La ampliación de su horizonte intelectual lograda a través de estas experiencias lo llevó a dedicarse intensivamente a la antropología y a la arqueología, actividades éstas que, a su vez, despertaron en él un interés cada vez mayor por las ciencias naturales en general y por la psicología en particular.

En su obra Les lois psychologiques de l'évolution des peuples (Las leyes psicológicas de la evolución de los pueblos - 1894) desarrolla la tesis que la Historia es, en una medida sustancial, el producto del carácter racial o nacional de un pueblo, siendo la fuerza motriz de la evolución social más la emoción que la razón.

Si bien no deja de percibir y afirmar que el verdadero progreso ha sido siempre y en última instancia fruto de la obra de minorías operantes y élites intelectuales, tampoco niega los hechos - de observación directa ya en su época - que apuntan a una cada vez mayor importancia e influencia de las masas. En su La psychologie des foules (La psicología de las masas) que data de 1895 - y que es, seguramente, su obra más conocida - establece y describe los fenómenos básicos relacionados con el comportamiento de las muchedumbres estableciendo las reglas fundamentales de este comportamiento: pérdida temporal de la personalidad individual conciente del individuo, su suplantación por la "mente colectiva" de la masa, acciones y reacciones dominadas por la unanimidad, la emocionalidad y la irracionalidad.

Lo notorio en este trabajo es que, si bien las investigaciones sobre el comportamiento colectivo han, naturalmente, continuado desde que Le Bon escribiera su obra más conocida, la verdad es que relativamente poco se ha agregado de verdaderamente importante a la tesis original. La psicología de las masas tiene, así, aún hoy, después de más de cien años de haber sido escrita, una vigencia y una actualidad sorprendentes.

Los conceptos

Con todo, hay algunos aspectos que el lector de nuestro tiempo debería tener presente puesto que, aún a pesar de la notable aplicabilidad de las ideas y conceptos de Le Bon a muchas de nuestras cuestiones actuales, cien años no han pasado en vano y, obviamente, existen algunas precisiones que resulta necesario hacer.

En primer lugar, convendría quizás aclarar los conceptos " civilización " y " cultura " y el significado que estos términos tienen dentro del contexto de la cultura francesa clásica. Para gran parte del pensamiento actual el término " cultura " es muchas veces entendido como un concepto genérico que incluye una " civilización" definida, a su vez, más bien en términos tecnológicos y económicos. Para el pensamiento francés clásico, " civilización " es el marco orgánico general dentro del cual la " cultura " es una manifestación de las facultades mentales y espirituales del ser humano. Demás está decir que Le Bon utiliza el término " civilización" más bien en este último sentido.

El otro concepto, sumamente controversial, que Le Bon emplea con frecuencia es el de la raza. Notará el lector que en el texto aparecen varias veces expresiones tales como " raza latina", " raza anglosajona" y, en ocasiones, hasta "raza francesa". Esto, probablemente, llevará a varios lectores actuales a recordar aquella ingeniosa frase de Paul Broca quien al respecto solía comentar: "La raza latina no existe por la misma razón por la cual tampoco existe un diccionario braquicéfalo".

Evidentemente, el adjudicar a fenómenos etnobiológicos criterios de clasificación que provienen de categorías linguísticas no parece ser ni aconsejable ni defendible. Sin embargo, no deberíamos olvidar varias cosas. Por de pronto, que hacia fines del Siglo XIX la palabra "raza" no expresaba exactamente lo mismo que hoy entendemos por ella. No se tenían aún los conocimientos sobre la genética que hoy poseemos, no se sabía absolutamente nada del ADN y su estructura molecular, y muchos mecanismos de la herencia se suponían bastante más de lo que se conocían.

Por el otro lado - y quizás esto sea lo más importante - Le Bon precisó bastante bien en otros trabajos su particular posición frente al concepto y no debería ser olvidado que a lo largo de La psicología de las masas, el término de "raza" se refiere a lo que en otra parte denominó como "razas históricas". Traduciendo de algún modo la terminología del Siglo XIX, hoy hablaríamos de etnoculturas, o bien - en el caso de intervenir en el concepto el ingrediente de una organización sociopolítica - de pueblos etnoculturalmente diferenciados.

Otro aspecto que quizás llame la atención del lector actual es la posición que Le Bon adopta frente a la cuestión educativa. El sistema educativo francés - al cual, de la mano de Taine, se le da bastante extensión en esta obra - es ya, en buena medida, una cuestión superada. Sin embargo, la crítica al saber obtenido casi exclusivamente de libros de texto sigue siendo fundamentalmente válida, aún cuando ya no esté de moda la memorización mecánica de estos textos. A pesar de que los oficios actuales exigen una preparación mental y teórica más intensiva que la que requería un obrero de fábrica o un empleado de oficina hacia fines del Siglo XIX, la discrepancia entre teoría y realidad, o abstracción y práctica, sigue siendo enorme en nuestros sistemas educativos presentes.

En muchos sentidos La psicología de las masas es una obra precursora en su tema. Ya hemos indicado que, a pesar de varios e importantes trabajos de investigación posteriores, no deja de llamar la atención lo relativamente poco que se ha avanzado en este terreno. Pero lo original y adelantado del pensamiento de Le Bon no se limita a este campo específico.

Llama la atención, por ejemplo, la importancia fundamental que ya en 1895 Le Bon otorgaba al inconsciente. Para tener una idea de lo que estamos indicando, acaso convenga recordar que 1895 es exactamente el mismo año en que Freud recién comenzaba a hacerse conocer publicando, en colaboración con Breuer, su Studien über Hysterie (Estudios sobre la Histeria). Tal como, con mucha precisión lo indica H. J. Eysenck : "Los apólogos de Freud lo presentan como si éste hubiera sido el primero en penetrar en los negros abismos del inconsciente (...) Desgraciadamente, nada está más lejos de los hechos. Como ha demostrado Whyte en su libro «El Inconsciente antes de Freud», éste tuvo centenares de predecesores que postularon la existencia de una mente inconsciente, y escribieron sobre ello con abundancia de detalles". [1] Bien mirado, cuando Freud llegó a ocuparse del tema de la psicología de las masas bastante más tarde, no hizo más que expandir la tesis básica de Le Bon, agregándole precisiones y detalles que, si bien pueden resultar útiles, no alteran en absoluto el fondo de la cuestión.

[1. Hans J. Eysenck " Decadencia y Caída del Imperio Freudiano", 1985 - Cap. 1 - Disponible en La Editorial Virtual.]

Otra idea precursora interesante es la que Le Bon expone, hacia el final de esta obra, respecto de la curiosa propiedad que parecen tener las civilizaciones en cuanto a pasar por determinados estadios, cumpliendo ciclos sorprendentemente semejantes, al menos en apariencia. Es una idea que Le Bon expresa aquí cuando Spengler tenía exactamente quince años ...

Y, por último, tampoco estará nunca de más detenerse a analizar la opinión que hombres como Le Bon tenían de acontecimientos considerandos insignes para nuestro sistema sociopolítico actual. Revisar, desde la óptica de estas opiniones, acontecimientos tales como la Revolución Francesa, el papel de Napoleón en la Historia de Francia, la guerra franco-prusiana, las posibilidades reales que ya se percibían en el socialismo dogmático emergente por aquella época, el papel de las masas y de las ideas democráticas, y toda una serie de cuestiones que a pesar del tiempo transcurrido no han perdido actualidad, seguramente ayudará a comprender también la problemática de nuestros tiempos.

Y todo lo que contribuya a comprender lo que nos sucede, a entrever lo que posiblemente nos puede llegar a suceder y a brindarnos ideas útiles sobre lo que podríamos hacer al respecto, debería ser bienvenido por todos los que aún cultivan la cada vez más rara costumbre de la honestidad intelectual.

encima de página