Sección II Comentarios por M.C.

This page in English: ../section-2-comments.htm

Comentarios de Mabel Collins sobre los primeros cinco aforismos en la parte superior de Sección 1

Publicados originalmente en "Lucifer" (1887-1888)

encima de página

 

Parte I

"Antes que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar".

Debe tenerse bien presente por todos los lectores de "Luz en el Sendero" que éste es un libro que aparenta encerrar alguna filosofía, pero muy poco sentido para los que creen que ha sido escrito en lenguaje ordinario. Para los muchos que leen de este modo será, no tanto caviar, como aceitunas muy fuertes por su sal. Estad sobre aviso y leed poco de este modo.

Hay otra manera de leer, que es, verdaderamente, la única útil respecto a algunos autores. Es leer, no entre líneas, sino entre palabras. En resumen: es como descifrar una cifra profunda.

Todas las obras de alquimia están escritas en la cifra de que hablo, ha sido usada por los grandes filósofos y poetas de todos los tiempos. Los Adeptos la emplean sistemáticamente en lo que se refiere a la vida y los conocimientos, y dando aparentemente su más profunda sabiduría, ocultan en las palabras mismas que la constituyen, el verdadero misterio.

No pueden hacer más. Hay una ley en la Naturaleza que exige que el hombre lea por sí mismo estos misterios. No puede obtenerlos por otro método. Un hombre que desea vivir tiene que comer él mismo sus alimentos; esto es una simple ley de la naturaleza que se aplica igualmente a la vida superior. El hombre que quiere vivir y obrar en ella, no puede ser alimentado con cuchara como un niño; tiene que comer él mismo.

Me propongo exponer en un lenguaje nuevo y más claro parte de "Luz en el Sendero"; pero si este esfuerzo mío ha de ser de a1guna utilidad, es lo que no puedo decir. Para el hombre sordo y mudo no será una verdad inteligible, si con objeto de hacerla más clara algún lingüista mal aconsejado traduce las palabras en que está expresada en todas las lenguas vivas y muertas, y grita en su oído estas diversas frases. Pero para aquellos que no son sordos ni mudos, una sola lengua es generalmente más fácil que las demás; y éstos son a quienes me dirijo.

El primer aforismo de "Luz en el Sendero", contenido en la parte I, sé muy bien que ha permanecido como pliego sellado en lo que concierne a su sentido interno, para muchos que, por otra parte, han seguido el propósito del libro.

Hay cuatro verdades probadas y ciertas, respecto a la entrada en el Ocultismo. Las Puertas de Oro cierran el vestíbulo; sin embargo, hay algunos que atraviesan sus umbrales y descubren lo sublime y sin límites del más allá, En el transcurso de largos períodos de tiempo, todos pasarán estas puertas; pero yo desearía que el tiempo, el gran engañador, no fuera tan por completo dueño de la situación. Aquéllos que le conocen y le aman, no tengo nada que decir; pero a los otros -que no son tan pocos como algunos se imaginan- para quienes el paso del Tiempo es como el golpear del gran martillo de fragua, y que consideran el espacio como los barrotes de una jaula, les traduciré y volveré a traducir, hasta que lleguen a comprender por completo.

Las cuatro verdades escritas en la primera página de "Luz en el Sendero", se refieren a la prueba de iniciación del aspirante a ocultista. Hasta que la haya pasado, no podrá ni siquiera llegar al llamador de la Puerta que da entrada al conocimiento. El conocimiento es la herencia más grande del hombre; ¿ por qué, pues, no ha de intentar alcanzarlo por todos los caminos posibles? El laboratorio no es el único terreno de experimentación; debemos tener presente que science (ciencia) se deriva de sciens, participio presente de scire, "conocer"; su origen es similar al de la palabra, "discernir", "saber".

Por tanto, la ciencia no trata tan sólo de la materia aun en sus formas más sutiles y oscuras. Semejante idea es sólo hija del espíritu frívolo de la época. Ciencia es una palabra que abarca todas las formas del conocimiento. Es sumamente interesante oír lo que descubren los químicos, y verlos ir encontrando su camino a través de las densidades de la materia hacia sus formas más finas; pero hay otras clases de conocimientos, y no todos limitan su deseo (estrictamente científico) de saber, sólo a los experimentos capaces de ser comprobados por los sentidos físicos.

Todo el que no sea torpe o no haya sido reducido a la imbecilidad por algún vicio predominante, ha adivinado y hasta quizá descubierto con alguna certeza, que dentro de los sentidos físicos existen otros sentidos sutiles; en esto no hay nada de extraordinario; si nos tomáramos el trabajo de interrogar con detenimiento a la Naturaleza, veríamos que todo lo que es perceptible a la vista ordinaria tiene algo, aun más importante, oculto dentro; el microscopio nos ha abierto un mundo; pero dentro de esas formas que el microscopio nos revela, existe un misterio que ningún instrumento puede alcanzar.

El mundo todo está animado e iluminado hasta en las formas más materiales por un mundo interno. Este mundo interno es llamado Astral por alguna gente, y es un término tan bueno como cualquier otro, aun cuando significa meramente estrellado; pero las estrellas, como indicó Locke son cuerpos luminosos que alumbran por sí mismos. Esta cualidad es característica de la vida que mora en la materia; pues los que la ven no necesitan para ello de lámpara alguna.

La palabra star (estrella) se deriva del stir-an, to ster, to stir, anglo-sajón, moverse, y es indudable que la vida interna es dueña de la externa, del mismo modo que el cerebro del hombre guía el movimiento de sus labios. Así pues, aunque la palabra astral no es en sí un término muy excelente, me contento con ella para el objeto que ahora me propongo.

Toda la "Luz en el Sendero" está escrita en una clave astral, y por lo tanto, sólo puede ser descifrada por el que lee astralmente. Su enseñanza se dirige a la educación y desarrollo de la vida astral. Hasta que no se haya dado el primer paso en este desarrollo, el veloz conocimiento que se llama la intuición con la certeza, es imposible para el hombre y esta intuición positiva y cierta, es la única forma de conocimiento que permite a un hombre trabajar con rapidez, o alcanzar su verdadero estado elevado dentro de los limites de su esfuerzo consciente.

Obtener conocimientos por medio de los experimentos, es un método demasiado fastidioso para los que desean realizar un verdadero trabajo; el que lo obtiene por intuición segura, pone manos en sus varias formas con rapidez suprema, por un fiero esfuerzo de la voluntad; lo mismo que el obrero determinado empuña sus herramientas indiferente a su peso o a cualquier otra dificultad que pueda presentársele. No se entretiene en probarlas una por una, sino que usa aquellas que le parecen más apropiadas.

Todas las reglas contenidas en "Luz en el Sendero" han sido escritas para todos los discípulos, pero sólo para los discípulos, esto es, para aquellos que adquieren el conocimiento. Para nadie que no sea estudiante de esta escuela, tienen interés sus leyes, ni le son de ninguna utilidad.

A todos los que se interesan seriamente en el Ocultismo, les digo en primer término: adquirid el conocimiento. A quien lo posee, le será dado. Es inútil esperar obtenerlo. La matriz del tiempo se cerrará para vosotros, y en edades muy lejanas permaneceréis sin nacer, desprovistos de poderes. Por tanto, digo a aquellos que tienen hambre y sed de conocimiento: estad atentos a estas reglas.

No son obra ni invención mía. Son la mera expresión verbal de las leyes de la Naturaleza superior, la manifestación por medio de palabras, de verdades tan absolutas en su propia esfera, como las leyes que rigen las funciones de la tierra y de su atmósfera.

Los sentidos de que se habla en estas cuatro declaraciones, son los sentidos astrales o internos.

Ningún hombre desea ver esa luz que ilumina el Alma, hasta que el dolor, el pesar y la desesperación lo han apartado de la vida de la humanidad ordinaria. Primeramente agota el placer, después agota el dolor, hasta que al fin sus ojos son incapaces de verter lágrimas.

Ésta es una verdad indudable, aunque sé muy bien que será recibida con una negativa vehemente por muchos que simpatizan con los pensamientos nacidos de la vida interna. Ver con el sentido astral de la vista, es una forma de actividad que es difícil de comprender de pronto.

El hombre científico sabe muy bien qué milagro ejecuta cada niño que nace al mundo, cuando por primera vez conquista la visión y la obliga a obedecer a su cerebro. Un milagro semejante se realiza ciertamente para cada sentido; pero este ordenamiento de la vista es quizás el esfuerzo más estupendo. Sin embargo, el niño lo hace casi inconscientemente, por la fuerza poderosa de la costumbre heredada. Nadie se da cuenta ahora de haberlo hecho nunca, del mismo modo que no podemos recordar los movimientos individuales que nos permitieron subir una montaña hace un año. Esto proviene del hecho de que nos movemos y vivimos, y tenemos nuestro ser en la materia. Nuestro conocimiento de ella se ha hecho instintivo.

Con nuestra vida astral sucede una cosa muy distinta. Durante largas edades del pasado, el hombre le ha prestado poca atención, tan poca, que ha perdido prácticamente el uso de sus sentidos.

Es verdad que en todas las civilizaciones se levanta la estrella, y el hombre confiesa con mayor o menor necedad y confusión que reconoce la existencia propia. Pero muy a menudo lo niega, y siendo un materialista, se convierte en ese ser extraño que no puede ver su propia luz; un ser viviente que no quiere vivir, un animal astral que tiene ojos y oídos, lenguaje y poder, y que, sin embargo no quiere usar ninguno de estos dones.

Tal es el caso; y el hábito de la ignorancia se ha confirmado de tal modo, que ya nadie quiere ver con la visión interna, hasta que la agonía del sufrimiento haya quitado a los ojos físicos, no sólo la vista, sino las lágrimas, el rocío de la vida.

Ser incapaz de llorar es haber hecho frente y vencido a la simple naturaleza humana, y haber alcanzado el equilibrio que no pueden hacer perder las emociones personales. No implica ninguna dureza de corazón ni indiferencia. No implica el agotamiento del pesar, cuando el alma que sufre parece impotente para seguir sufriendo de un modo agudo: no significa el frío de la vejez, cuando la emoción se entorpece porque las cuerdas que la hacían vibrar se están gastando.

Ninguna de estas condiciones son propias de un discípulo, y si alguna de ellas existe en él, tiene que ser dominada antes de que pueda entrar en el Sendero. La dureza de corazón es propia del hombre egoísta, para quien la Puerta siempre está cerrada. La indiferencia pertenece al necio y al falso filósofo; aquéllos cuya tibieza los convierte en meros muñecos que carecen de fuerza para afrontar las realidades de la existencia.

Cuando el dolor o el pesar ha gastado lo agudo del sufrimiento, el resultado es un letargo parecido al que acompaña a la vejez, el cual es experimentado comúnmente por los hombres. Semejante estado hace imposible la entrada en el Sendero porque el primer paso es muy difícil y requiere un hombre fuerte, lleno de vigor psíquico y físico para intentarlo.

Es una verdad, según Edgar Allan Poe dijo, que los ojos son las ventanas del alma, las ventanas del palacio encantado en que ella mora. Ésta es la interpretación más acertada del significado del texto. Si el pesar, la decepción, el abatimiento o el placer pueden estremecer el alma de manera que la hagan perder su asidero o la calma del Espíritu que la inspira, y el rocío de la vida brota, ahogando el conocimiento en la sensación, entonces todo se borra, las ventanas se oscurecen, la luz es inútil.

Éste es un hecho tan literal como el de que si un hombre a la orilla de un precipicio pierde sus nervios por alguna emoción repentina, ciertamente caerá. La postura del cuerpo y el equilibrio tienen que ser conservados, no sólo en sitios peligrosos, sino hasta en terrenos llanos, y con toda la ayuda que la Naturaleza nos concede por la ley de la gravitación.

Así sucede con el alma; es el eslabón entre el cuerpo externo y el Espíritu sidéreo del otro lado; la Chispa divina mora en el lugar silencioso en donde ninguna convulsión de la Naturaleza puede estremecer el aire; así sucede siempre. Pero el alma puede perder su asidero y su conocimiento de aquélla, aun cuando las dos son parte de un todo; sólo por la emoción y por la sensación se pierde la ligadura.

El sufrir, el placer o el dolor causa una vibración vívida, que, para la conciencia del hombre, es vida. Ahora bien; esta sensibilidad, lejos de disminuir cuando el discípulo principia su educación, aumenta; tiene que sufrir, que gozar o soportar más sutilmente que otros hombres, en la misma proporción que se ha impuesto un deber que no existe para los demás: el de no permitir que su sufrimiento lo aparte de un determinado propósito. En resumen: desde el primer paso tiene que cuidar con firmeza de sí mismo, y llevar el bocado a su propia boca; nadie puede hacerlo por él.

Los primeros cuatro aforismos de "Luz en el Sendero", se refieren exclusivamente al desarrollo astral. Este desarrollo tiene que llevarse a efecto, hasta cierto punto—esto es, debe aprenderse resueltamente antes que el resto del libro llegue a ser realmente inteligible más que para el intelecto; en una palabra, antes que pueda leerse como un tratado práctico, no como un tratado metafísico.

En una de las grandes Fraternidades místicas hay cuatro ceremonias que se verifican a principios de año, las cuales ilustran y dilucidan prácticamente estos aforismos. Hay ceremonias en las que sólo toman parte los novicios, porque son sencillamente oficios del vestíbulo. Pero se verá claro cuán grave cosa es hacerse discípulo cuando se entienda que todas son ceremonias de sacrificio. La primera es la que he venido tratando. El goce más sutil, el dolor más amargo, la angustia de la pérdida y la desesperación, se acumulan sobre el alma temblorosa que aún no ha encontrado la luz en la oscuridad, que está desamparada como un ciego; y hasta que estos choques puedan sufrirse sin perder el equilibrio, los sentidos astrales tienen que permanecer cerrados. El "médium" o el "espiritista" que se precipita en el mundo psíquico sin preparación, es un violador de la ley, un trasgresor de las leyes de la naturaleza superior. Los que violan las leyes de la Naturaleza pierden su salud física; los que violan las leves de la vida íntima, pierden su salud psíquica.

Los "mediums" suelen volverse locos, suicidas, seres miserables, desprovistos de sentido moral, y a menudo concluyen siendo incrédulos, por dudar de aquello mismo que sus propios ojos han visto. Al discípulo se le obliga a ser su propio maestro antes de que se aventure en esta peligrosa senda e intente colocarse frente a frente de esos seres que viven y actúan en el mundo astral, a quienes llamamos Maestros, por razón de su gran conocimiento y de sus poderes, no sólo para dominarse a si mismos, sino a las fuerzas que les rodean.

El estado del Alma cuando hace la vida de las sensaciones, en contraposición de la del conocimiento, es vibratorio u oscilante, en oposición al fijo. Ésta es la interpretación literal más aproximada del hecho; pero es sólo literal para la inteligencia, no para la intuición. Para esta parte de la conciencia del hombre, se requiere un vocabulario diferente. La idea de lo "fijo" pudiera expresarse quizá por la de "en casa". En la sensación no se puede tener casa permanente, porque el cambio es la ley de esta existencia vibratoria. Este hecho es el primero que debe aprender el discípulo. Es inútil detenerse y llorar por una escena de un kaleidoscopio que ha pasado.

Es un hecho muy conocido, y que Bulwer Lytton trató con gran precisión, que la primera de todas las experiencias del neófito en Ocultismo, es una tristeza intolerable. Se apodera de él un sentimiento de vacío que convierte al mundo en un desierto y a la vida en una lucha vana. Con sólo proponerse contemplar el misterio inefable de su propia naturaleza superior, suscita la presentación de la prueba inicial. La oscilación entre el placer y el dolor cesa quizá por un momento; pero esto es bastante para hacerle desprender de los fuertes lazos que lo ataban al mundo de la sensación. Ha experimentado aunque brevísimamente la vida más grande; y continúa en la existencia ordinaria abrumado por un sentimiento de no realidad, de negación vacía y horrible. Ésta fue la pesadilla del neófito de Bulwer Lytton en "Zanoni"; y hasta el mismo Zanoni, que había aprendido grandes verdades y que se hallaba dotado de grandes poderes, no había pasado realmente el umbral en donde el temor y la esperanza, la desesperación y la alegría, parecen en un momento dado realidades absolutas y al siguiente instante meras formas de la fantasía.

Esta prueba inicial nos la acarrea a menudo la misma vida; porque, después de todo, la vida es el gran maestro. Volvemos a estudiarla cuando hemos adquirirlo poder sobre ella, del mismo modo que el maestro de química aprende e n el laboratorio más que sus discípulos. Hay personas que se hallan tan cerca de la puerta del conocimiento, que la vida misma las prepara para él, y ninguna mano individual tiene que invocar al horroroso guardián de la entrada. Éstas tienen, naturalmente, que ser organizaciones sutiles y vigorosas, capaces del placer más vívido; luego viene el dolor y llena su gran deber. Las formas más intensas del sufrimiento caen sobre semejante naturaleza, hasta que al fin se despierta del estupor de su conciencia. y por la fuerza de su vitalidad interna pasa por el umbral a un lugar de paz. Entonces, la vibración de la vida pierde su poder tiránico. La naturaleza sensible tiene aún que sufrir; pero el alma se ha libertarlo y se mantiene apartada, guiando la vida hacia su grandeza. Los que son vasallos del Tiempo y pasan lentamente por todos sus espacios, viven una larguísima serie de sensaciones, y sufren la mezcla constante del placer y del dolor. No se atreven a asir con vigor 1a serpiente del yo y vencerla, haciéndose así divinos; sino que prefieren continuar sufriendo las diversas experiencias, recibiendo golpes de las opuestas fuerzas.

Cuando uno de estos vasallos del Tiempo se decide a entrar en la senda del Ocultismo, ésta es su primera tarea. Si la vida no se la ha enseñado, si no es bastante fuerte para enseñarse a sí mismo, y si tiene el poder suficiente para pedir la ayuda de un Maestro, entonces se le impone esa terrible prueba descrita en "Zanoni". La oscilación en que vive se para un momento, y tiene que sobrevivir al choque de afrontar lo que le parece el abismo de la nada.

Hasta que no haya aprendido a mirar en este abismo y haya encontrado la paz que allí existe, es imposible que sus ojos lleguen a ser incapaces de verter lágrimas.

encima de página

 

Parte II

"Antes que el oído pueda oír, tiene que haber perdido su sensibilidad."

Las primeras cuatro reglas de "Luz en el Sendero" son indudablemente, por rara que parezca la afirmación, las más importantes de toda la obra, salvo una sola. La razón de su gran importancia es porque contienen la ley vital, la esencia misma creadora del hombre astral. Y sólo en la conciencia astral (o iluminada por sí) es donde tienen algún significado vivo las reglas que aquéllas siguen. Una vez alcanzado el uso de los sentidos astrales y comenzado su empleo, sirven de guía las reglas últimas. Al hablar así, quiero decir, por supuesto, que las primeras cuatro reglas son las que tienen importancia e interés para los que las leen impresas en letras de molde. Cuando se hayan grabado en el corazón del hombre y en su vida de un modo indubitable, entonces las otras reglas se hacen, no tan sólo interesantes, o declaraciones extraordinarias metafísicas, sino hechos reales en la vida, que hay que penetrar y experimentar.

Las cuatro reglas se hallan escritas en la gran cámara de toda Logia verdadera de una Fraternidad viva. Ya sea que el hombre vaya a vender su alma al diablo, como Fausto; ya tenga que ser vencido en la batalla, como Hamlet, o bien que esté destinado a pasar dentro del recinto, en cualquier caso estas palabras son para él. El hombre puede escoger entre la virtud y el vicio, pero no antes de que llegue a ser hombre; un niño o un animal salvaje no pueden hacer semejante elección. Así sucede con el discípulo; primeramente tiene que ser discípulo, aun antes de que él pueda ver las sendas para escoger entre ellas. El esfuerzo de convertirse en discípulo, el nacer de nuevo, ha que hacerlo por sí mismo sin ningún Maestro. Hasta que no se aprenden las cuatro reglas, ningún Maestro puede serle útil, y por esta razón se menciona a los "Maestros" en la forma que se hace. Ningún verdadero Maestro adepto con poderes, ya pertenezca a la derecha, ya a la izquierda, podrá influir en hombre alguno mientras no se hayan pasado estas cuatro reglas.

Las lágrimas, como he dicho, pueden ser llamadas el rocío de la vida. El Alma debe haber dejado a un lado las emociones de la humanidad, tiene que haber alcanzado un equilibrio que la desgracia no puede hacer perder antes que sus ojos puedan abrirse al mundo de lo sobrehumano.

La voz de los Maestros recorre siempre el mundo; pero sólo la oyen aquellos cuyos oídos ya no perciben los sonidos que afectan la vida personal. La risa no alivia ya al corazón, la cólera ya no le enciende, las palabras dulces no producen su balsámico efecto. Porque aquello interno para lo cual son los oídos como una puerta externa, es en sí mismo un sitio de paz impasible que nada puede perturbar.

Así como los ojos son las ventanas del alma, asimismo son los oídos sus puertas. Por su medio viene el conocimiento de la confusión del mundo. Los Grandes Seres que han conquistado la vida, que han llegado a ser más que discípulos, permanecen en paz, imperturbables en medio de la vibración y movimiento kaleidoscópico de la humanidad. Poseen dentro de sí conocimientos ciertos, así como una paz perfecta; y por esto no pueden excitarse ni emocionarse por los erróneos y parciales fragmentos de información que aportan a sus oídos las voces de los que les rodean.

Cuando hablo del conocimiento, me refiero al conocimiento intuitivo. Esta información cierta no puede nunca obtenerse por el mucho trabajo ni por el experimento; pues estos métodos son tan sólo aplicables a la materia, y la materia es en sí una sustancia perfectamente incierta, constantemente afectada por el cambio. Las Leyes más absolutas y universales de la vida natural y física, como la entienden los hombres de ciencia, desaparecerán cuando desaparezca la vida de este universo y quede sólo su Alma en el silencio. ¿Qué valor tiene entonces el conocimiento de sus leyes adquirido por el trabajo y la observación?

Ruego a los lectores y críticos que no crean que con lo que acabo de decir trato de rebajar la importancia del conocimiento adquirido, o la obra de los hombres científicos.

Al contrario, entiendo que los hombres de ciencia son los precursores del pensamiento moderno. Los días de la Literatura y del Arte en que poetas y escultores vieron la luz divina y la interpretaron con su gran lenguaje, yacen sepultados en el lejano pasado con los escultores anteriores a Fidias y con los poetas anteriores a Homero. Los Misterios no gobiernan ya el mundo del pensamiento y de la belleza; la vida humana es el poder que dirige y no aquello que existe más allá de ella.

Pero los trabajadores científicos están progresando, no tanto por su propia voluntad, como por la mera fuerza de las circunstancias, hacia la línea lejana que divide las cosas interpretables de las no interpretables. Cada nuevo descubrimiento los hace dar un paso adelante; por tanto, estimo muy altamente el conocimiento que se adquiere por el trabajo y la experiencia.

Pero el conocimiento intuitivo es una cosa muy distinta. No se adquiere de ningún modo, sino que es, por decirlo así, una facultad del Alma; no del alma animal, de esa que se convierte en un fantasma después de la muerte, cuando la pasión, la atracción o la memoria de malos hechos la retienen en la vecindad de los seres humanos, sino el Alma divina que anima todas las formas externas del ser individualizado.

Ésta es una facultad que reside en esta Alma, de la cual es inherente. El aspirante o discípulo tiene que elevarse a la conciencia de ella por un esfuerzo fiero, resuelto e indomable de la voluntad. Uso la palabra indomable por una razón especial. Sólo aquel que es indomable, que no puede ser dominado, que sabe que tiene que ejecutar el papel de Señor sobre los hombres, sobre los hechos, sobre todas las cosas, salvo su propia divinidad, puede despertar esa facultad. "Con la fe, todas las cosas son posibles." Los escépticos se ríen de la fe y se vanaglorian por haberla ahuyentado de sus propias mentes. Lo cierto es que la fe es una gran máquina, un poder enorme, que verdaderamente puede realizar todas las cosas; pues es el contrato o compromiso entre la parte divina del hombre y su yo inferior.

El uso de esta máquina, es del todo necesario para obtener el conocimiento intuitivo; si el hombre no cree que lleva en sí mismo este conocimiento, ¿cómo ha de pretenderlo y emplearlo?

Sin él hállase más desamparado que cualquier madero o resto de naufragio entre las grandes olas del Océano. Es llevado de aquí para allí; así puede suceder al hombre por los cambios de fortuna. Pero tales aventuras son puramente externas y de muy poca importancia. Un esclavo puede ser arrastrado por las calles cargado de cadenas, y, sin embargo, retener el alma tranquila del filósofo, como se vio en la persona de Epicteto. Un hombre puede poseer grandes riquezas y poderes mundanos, y, según toda apariencia, ser dueño absoluto de su destino, y, sin embargo, no saber lo que es la paz ni la certeza, porque dentro de sí se halla a merced de todas las corrientes de pensamientos que chocan en él. Y estas corrientes distintas no arrastran tan sólo al hombre corporalmente de aquí para allí, como leño flotante en las aguas; esto no sería nada, sino que penetran por 1as puertas del Alma, la anegan y la vuelven ciega y vacía de toda inteligencia permanente, de manera que la afecten las impresiones transitorias.

Para aclarar más el sentido de lo que he dicho, pondré un ejemplo. Considérese un autor disponiéndose a escribir, un pintor concibiendo un cuadro, un compositor escuchando las melodías que despuntan en su alegre imaginación; haced que cualquiera de estos trabajadores pase las horas del día en una ventana mirando una calle de mucho tránsito. El poder de la vida animada ciega igualmente a la vista y al oído, y el gran tráfico de la ciudad no es para él más que una escena pasajera. Pero si un hombre cuya mente está vacía, cuyos días no tienen objeto, se hallare en esta misma ventana, observará a los transeúntes y recordará las caras que por algún concepto le interesaron. Así sucede a las mentes en su relación con la verdad eterna. Si no trasmiten ya sus fluctuaciones, sus conocimientos parciales, sus inseguras informaciones al Alma, entonces, en el sitio interno de paz, se convierte en llama la luz del verdadero conocimiento; entonces los oídos principian a oír. Al principio, muy débil, muy vagamente. Y en verdad, son tan débiles y tiernas estas primeras indicaciones del principio de la vida real, que algunas veces son rechazadas como meras fantasías, meras imaginaciones.

Pero antes de que éstas puedan convertirse en algo más que fantasía, tiene que afrontarse el abismo de la nada en otra forma. El silencio completo, que sólo puede venir cerrando los oídos a todo ruido transitorio, viene romo un horror más espantoso que el mismo informe vacío del espacio. Nuestro concepto mental único del espacio vacío, es, a lo que creo, cuando se reduce a la expresión más sencilla del pensamiento, negra oscuridad. Esto constituye un gran terror físico para la mayor parte de las personas, y cuando se le considera como un hecho eterno e inmutable, tiene que traer a la mente la idea de la aniquilación más que otra cosa. Pero es la extinción sólo de un sentido; y el sonido de una voz puede venir y aportar consuelo hasta en las más profundas tinieblas. Una vez que el discípulo ha encontrado su camino en esta oscuridad, la cual es el espantoso abismo, debe cerrar de tal modo las puertas de su Alma, que ningún consolador pueda penetrar allí, así como ningún enemigo.

Y al hacer este segundo esfuerzo, es cuando el hecho de que el dolor y el placer no son más que una sensación, se hace notorio para aquellos que hasta entonces no habían podido apercibirse de ello. Porque cuando se alcanza la soledad del silencio, el Alma siente tan fiero y apasionado apetito de sensación en que reposar, que una sensación dolorosa sería recibida con tanta ansia como una de placer. Cuando se llega a este estado de conciencia el hombre animoso, asiéndolo y reteniéndolo, puede destruir de golpe la "sensibilidad". Cuando el oído cesa de distinguir entre lo placentero y lo doloroso, ya no volverá a ser afectado por la voz de los demás, y entonces está fuera de peligro y puede abrir las puertas del Alma.

La "vista" es el primer esfuerzo y el más fácil, porque se alcanza en parte por un impulso. La inteligencia puede conquistar el corazón, como es bien sabido en la vida ordinaria. Por tanto, este paso preliminar se halla todavía dentro de los límites de la Materia. Pero el segundo paso no permite semejante ayuda ni ninguna clase de auxilio. Por supuesto, por ayuda material quiero significar la acción del cerebro o las emociones del Alma Humana. Al obligar a los oídos a escuchar tan sólo el silencio eterno, el ser que llamamos hombre se convierte en algo que ya no es hombre. Un examen muy superficial de las mil y una influencias con que los demás nos afectan, demostrará que esto debe ser así. Un discípulo debe llenar todos los deberes de su virilidad; pero los llenará con arreglo a su propio sentimiento de rectitud, y no con arreglo al de otra persona o corporación. Éste es un resultado muy evidente de seguir la doctrina del conocimiento, en lugar de cualquiera de las creencias ciegas.

Para obtener el silencio puro necesario al discípulo, hay que poner a un lado el corazón y las emociones, el cerebro y sus intelectualidades. Unos y otros son mecanismos que perecen juntamente con la breve vida del hombre. La esencia en el más allá, aquello que es causa motora y que hace vivir al hombre, es lo que ahora le obliga a animarse y a obrar. Ésta es la hora de mayor peligro. En la primera prueba, los hombres se vuelven locos de temor; sobre esta primera prueba es sobre lo que escribió Bulwer Lytton. Ningún novelista ha hablado de la segunda prueba, aunque sí lo han hecho algunos poetas. Su peligro sutil y grande consiste en el hecho de que en la medida de la fuerza de un hombre, está la medida de sus probabilidades de pasar más adelante o de poder siquiera luchar. Si tiene poder suficiente para despertar esa parte no acostumbrada de sí mismo, la Esencia Suprema, entonces, tendrá fuerzas para abrir las Puertas de Oro; entonces está el verdadero alquimista en posesión del elixir de vida.

En este punto de la experiencia es donde el ocultista se separa de todos los demás hombres y entra en una vida peculiar suya en el sendero de los hechos individuales, en lugar de la mera obediencia a los genios que gobiernan nuestra tierra. Esta elevación propia a un poder individual le identifica realmente con las fuerzas más nobles de la vida y le convierte en uno con ellas. Porque ellas están más allá de los poderes de esta tierra y de las leyes de este universo. En este punto se encuentra la única esperanza de éxito del hombre en el gran esfuerzo: salvar de un salto la distancia desde su presente situación a la próxima y convertirse desde luego en parte intrínseca del poder divino, así como ha sido parte intrínseca del poder intelectual de la gran Naturaleza a la cual pertenece. Él se halla siempre más avanzado que sí mismo, si semejante contradicción puede comprenderse. Los hombres que se adhieren a esta posición, que creen en su poder innato de progreso y en el de la raza entera, son los Hermanos Mayores, los precursores. Todo hombre tiene que dar el gran salto por sí mismo y sin ayuda; sin embargo, es algo en que apoyarse el saber que otros han pasado por este camino. Es posible que se hayan perdido en el abismo; no importa, han tenido el valor de entrar. La razón porque digo que es posible que se hayan perdido en el abismo, es por el hecho siguiente: que el que haya pasado no es reconocible hasta que el otro estado, completamente nuevo, haya sido alcanzado por ambos. No hay necesidad de ocuparnos ahora de lo que es este estado.

Sólo diré que cuando el hombre empieza a entrar en el estado del silencio, pierde el conocimiento de sus amigos, de los seres queridos, de todos los que ha amado; y también pierde de vista a sus Instructores ya aquellos que le han precedido en su camino. Explico esto porque raro es que al pasar por este estado no se queje con amargura. Si 1a mente se hiciera cargo de antemano que el silencio tiene que ser completo, seguramente no se elevaría esta queja como un obstáculo en el Sendero. Vuestro Maestro o vuestro predecesor puede tener vuestra mano en las suyas y ofreceros la mayor simpatía de que es capaz el corazón humano. Pero cuando el silencio y la oscuridad vienen, perdéis todo conocimiento de Él; estáis solo, y Él no puede auxiliaros, no porque su poder haya desaparecido, sino porque vos habéis invocado a vuestro gran enemigo.

Por vuestro gran enemigo significo vos mismo. Si sois capaces de afrontar vuestra propia Alma en la oscuridad y en el silencio, habréis conquistado el yo animal o físico, el cual mora tan sólo en la sensación.

Esta declaración me temo parecerá confusa, pero en realidad es muy sencilla. Cuando el hombre ha alcanzado la madurez, y la civilización está en su apogeo, hallase entre dos fuegos. Si pudiese siquiera exigir su gran herencia, se desembarazaría de la carga de la vida animal sin dificultad. Pero no lo hace, y así las razas de hombres florecen, y luego caen y mueren y marchitan la faz de la tierra, por más espléndido que haya sido el florecimiento. Y se deja al individuo que haga este gran esfuerzo: rehusar ser espantado por su naturaleza superior, resistir el impulso de retroceso que viene de su yo menor o más material. Todo individuo que ejecuta eso, es un redentor de la raza. Puede no hacer ostentación de sus hechos, puede permanecer en el secreto y en el silencio; pero es un hecho que él constituye un eslabón entre el hombre y su parte divina; entre lo conocido y lo desconocido; entre el bullicio del mercado y la calma de los nevados Himalayas. No tiene que andar entre los hombres para formar este eslabón; en lo astral él es el eslabón, y este hecho hace de él un ser de otro orden que el resto de la humanidad. Aún en el principio del camino hacia el conocimiento, cuando sólo ha dado el segundo paso encuentra que su planta está más segura y se hace consciente de que él es una parte reconocida del todo.

Ésta es una de las contradicciones de la vida que ocurren tan a menudo y que proporcionan materia al escritor de ficciones. El ocultista las ve mucho más marcadas cuando trata de vivir la vida que ha elegido. A medida que se retira dentro de sí y se hace dependiente de sí mismo, encuéntrase, de un modo más definido, que forma parte de una gran marea de determinado pensamiento y sentimiento. Cuando ha aprendido la primera lección, cuando ha conquistado el hambre del corazón y ha rehusado vivir en el amor de otros, se siente más capaz de inspirar amor. Al echar de sí la vida, ésta viene a él en una nueva forma y con un nuevo significado. El mundo ha sido siempre un sitio de muchas contradicciones para el hombre; cuando se convierte en discípulo, ve que la vida se describe como una serie de paradojas.

Éste es un hecho en la Naturaleza y la razón de ello es bastante comprensible. El alma del hombre "mora como una estrella aparte" aun la más vil de entre nosotros, mientras que su conciencia está bajo la ley de la vida vibratoria y de sensaciones. Esto solo es bastante para causar esas complicaciones de carácter que son el material para el novelista; cada hombre es un misterio, tanto para sus amigos como para sus enemigos. Sus motivos son a menudo indescifrables, y no pueden probar ni saber por qué hace esto o aquello. El esfuerzo del discípulo es el de despertar la conciencia en esta estrellada parte de sí mismo, donde su poder y divinidad duermen. Cuando esta conciencia se despierta, la contradicción en el hombre mismo se marca más que nunca, y así sucede con las paradojas que muestra en su vida. Porque, por supuesto, el hombre crea su propia vida; y aquello de que "las aventuras son para los aventureros", es uno de sus sabios proverbios sacados de los hechos reales que abarcan toda el área de la experiencia humana.

La presión sobre la parte divina del hombre reacciona sobre la parte animal. Así que el alma silenciosa se despierta, hace la vida ordinaria del hombre más determinada, más viva, más real y responsable. Refiriéndonos a los dos ejemplos ya mencionados, el Ocultista que se ha retirado dentro de su propia fortaleza, ha encontrado su fuerza e inmediatamente reconoce las exigencias que el deber le impone. Él no obtiene su fuerza por su propio derecho, sino porque es una parte del todo; y tan pronto como se halla libre de la vibración de la vida y puede permanecer inquebrantable, el mundo externo le grita que venga y que trabaje con él. Lo mismo sucede con el corazón. Cuando ya no desea tomar, se le pide que dé con abundancia.

"Luz en el Sendero" ha sido llamado un libro de paradojas, y muy justamente; ¿qué otra cosa podía ser cuando trata de la experiencia personal efectiva del discípulo?

El haber adquirido los sentidos astrales de la vista y el oído, o en otras palabras, haber alcanzado la percepción y abierto las puertas del Alma, son tareas gigantescas que pueden exigir el sacrificio de muchas sucesivas encarnaciones. Y, sin embargo, cuando la voluntad ha alcanzado su fuerza, todo el milagro puede obrarse en un segundo de tiempo. Entonces el discípulo deja de ser el servidor del Tiempo.

Estos dos primeros pasos son negativos, esto es, implican la retirada de un presente estado de cosas más bien que un avance hacia otro. Los dos siguientes son activos e implican el avance a otro estado de ser.

encima de página

 

Parte III

"Antes que la voz pueda hablar en presencia de los maestros, debe haber perdido el poder de herir".

El lenguaje es el poder de comunicación; el momento de la entrada en la vida activa está marcado por su adquisición.

Y ahora, antes de seguir adelante, permitidme hacer una corta explicación acerca del modo como están combinadas las reglas expuestas en "Luz en el Sendero". Las siete primeras de las numeradas son subdivisiones de las dos primeras reglas sin numerar, de las cuales he tratado en las anteriores páginas. Las reglas numeradas son simplemente un esfuerzo para hacer más inteligibles las no numeradas. Estas reglas numeradas, desde la regla "ocho" hasta la "quince", pertenecen a la no numerada que constituye mi presente texto.

Como he dicho, estas reglas están escritas para todos los discípulos, para nadie más; no interesan a ninguna otra persona. Por tanto, espero que ningún otro vuelva a tomarse el trabajo de seguir leyendo estos escritos. Las dos primeras reglas comprenden toda aquella parte del esfuerzo que necesita el uso del bisturí. Pero es de esperar que el discípulo luche con la serpiente, su yo interior, sin ayuda ajena, reprimiendo sus pasiones y emociones humanas con la fuerza de su propia voluntad. Sólo puede pedir el auxilio de un Maestro cuando ha ejecutado esto, o por lo menos, en parte. De otro modo las ventanas y puertas de su Alma están obstruidas, cegadas y oscurecidas, y ningún conocimiento puede llegar a él. No es mi propósito en estos escritos decir al hombre cómo ha de manejarse con su propia Alma; mi propósito es simplemente dar el conocimiento al discípulo. Si aún ahora no escribo de manera que todo el que se interese pueda leer, debido es a que la Naturaleza Superior lo impide con sus propias inmutables leyes.

Las cuatro reglas que he escrito para aquellos que en Occidente deseen estudiarla, están escritas, como ya he dicho, en la antecámara de toda Fraternidad viva; digo más: en la antecámara de toda Fraternidad u Orden viva o muerta, o todavía por formar. Cuando hablo de una Fraternidad o de una Orden, no quiero decir cualquiera constitución arbitraria formada por escolásticos e intelectualistas; significo con ello un hecho efectivo en la Naturaleza Superior, un estado de desarrollo encaminado hacia el Dios o Bien absoluto. Durante este desenvolvimiento, el discípulo encuentra armonía, conocimiento puro, verdad pura en diferentes grados, y, así que entra en estos grados, se ve que se está convirtiendo en parte de lo que groseramente pudiera llamarse una Capa de conciencias humanas. Se encuentra con sus iguales, hombres que tienen su propio carácter impersonal, y con ellos se asocia de un modo indisoluble y permanente porque esta asociación está fundada en un parecido vital de la naturaleza. Con ellos se une con tales votos, que no requieren expresión ni forma en palabras ordinarias. Esto es un aspecto de lo que indico por Fraternidad.

Si las primeras reglas son dominadas, el discípulo se encuentra en el vestíbulo. Entonces si su voluntad es suficientemente resuelta, adquiere el poder de hablar: un poder doble; pues a medida que avanza así, se encuentra entrando en un estado de florecimiento, donde cada capullo se abre y lanza sus diversos rayos o pétalos. Si ha de ejercitar un nuevo don, debe usarlo en su carácter doble. Encuentra en sí mismo el poder de hablar en presencia de los Maestros; en otras palabras, tiene derecho de pedir el contacto con elementos más divinos de ese estado de conciencia en que ha entrado. Pero se ve obligado, por la naturaleza de su estado, a obrar de dos maneras a la vez. No puede lanzar su voz a las alturas donde se hallan los dioses hasta que haya penetrado en los sitios profundos en donde sus luces no brillan de ningún modo. Hallase entre las garras de una ley de hierro. Si pide ser un neófito, en el mismo momento se convierte en un servidor. Sin embargo, su servicio es sublime, aunque no sea sino por el carácter de los que lo comparten. Porque los Maestros son también servidores. Ellos sirven y piden su recompensa después. Parte de su servicio es dejar que su conocimiento lo toque; su primer acto de servicio es dar algo de este conocimiento a aquellos que aún no están en condiciones para estar donde él está. Esto no es ninguna decisión arbitraria, impuesta por ningún Maestro o Instructor, ni por cualquier persona semejante por más divina que sea. Es la ley de la vida en que el discípulo ha penetrado.

Por esto estaba escrito en la puerta interior de las Logias de la antigua Fraternidad egipcia: "El labrador es digno de su salario".

"Pide y se te dará", suena como algo demasiado fácil y sencillo para ser creíble. Pero el discípulo no puede "pedir", en el sentido místico en que se usa la palabra en esta escritura hasta que ha adquirido el poder de ayudar a otros.

¿Por qué es esto? ¿Suena esta declaración demasiado dogmáticamente?

¿Es demasiado dogmático decir que un hombre debe apoyar el pie en tierra firme antes de poder saltar? La posición es la misma. Si ayuda, si trabaja, entonces hay un derecho efectivo, no lo que se llama un derecho personal de pago, sino el derecho de la co-naturaleza. Los divinos dan; ellos piden que vos también deis ante que podáis ser de su familia.

Esta ley se muestra tan pronto como el discípulo trata de hablar; pues el lenguaje es un don que sólo viene al discípulo de poder y de conocimiento. El espiritista entra en el mundo psíquico astral, pero no encuentra ningún lenguaje cierto, a menos que lo pretenda en seguida y prosiga obrando así. Si está interesado en los "fenómenos" o en las meras circunstancias y accidentes de la vida astral, entonces no penetra en ningún rayo directo de pensamiento y objeto; no pasa de existir allí, y se divierte en la vida astral, así como ha existido y se ha divertido en la vida física. Ciertamente hay una o dos sencillas lecciones que lo psíquico astral puede enseñarle, del mismo modo que hay lecciones sencillas que aprender de la vida material e intelectual. Y estas lecciones tienen que aprenderse; el hombre que se propone entrar en la vida del discípulo sin haber aprendido las primeras y sencillas lecciones, tiene que sufrir siempre por su ignorancia. Son vitales y deben estudiarse de una manera vital; deben experimentarse del modo más completo y una y otra vez de manera que cada parte de la naturaleza haya sido penetrada por ellas.

Volviendo al asunto. Al pretender el poder de hablar, según se le llama, el neófito dirígese al Gran Ser, que está el primero en el Rayo del conocimiento en el cual ha entrado, para que le guíe. Cuando hace esto, su voz es rechazada por el poder al cual se ha aproximado, resonando su eco en los más recónditos retiros de la ignorancia humana. De un modo confuso, borroso, llega a cuantos hombres quieren escucharlo la noticia de que hay conocimiento y un poder benéfico que enseña. Ningún discípulo puede cruzar el vestíbulo sin comunicar esta noticia y sin consignarla de algún modo.

Detiénese horrorizado ante el modo imperfecto y falto de preparación en que se ha hecho esto, y entonces viene el deseo de hacerlo bien, y con el deseo de ayudar así a los demás, viene el poder. Porque es un deseo puro el que siente: él no puede obtener crédito alguno ni gloria, ni recompensa personal llevándolo a cabo, y por eso obtiene el poder de cumplirlo.

La historia de todo el pasado, tan remotamente como podemos verla, demuestra muy claro que no hay crédito, ni gloria, ni recompensa que ganar en esta primera tarea que se da al neófito. Los místicos siempre han sido desdeñados y los Videntes no creídos; aquéllos que han tenido además el poder de la inteligencia, han dejado a la posteridad sus escritos, los cuales, para la mayor parte de los hombres, parecen sin sentido y visionarios, hasta cuando los autores han tenido la ventaja de hablar en un remoto pasado. El discípulo que emprende la tarea, esperando secretamente la fama o éxito de aparecer como un maestro y apóstol ante el mundo, fracasa aun antes de haberla emprendido, y su oculta hipocresía envenena su propia Alma y las almas de los que enseña. Él se rinde culto a sí mismo, en secreto, y esta práctica ególatra tiene que acarrear la debida retribución.

El discípulo que tiene poder para entrar y es bastante fuerte para salvar todas las barreras, se olvidará por completo de sí mismo cuando el mensaje divino llegue a su Espíritu, en la nueva conciencia que le invade. Si este elevado contacto puede realmente despertarlo, conviértese en uno de los Divinos, en su deseo de dar más bien que de tomar, en su deseo de ayudar más bien que ser ayudado, en su resolución de alimentar al hambriento, más bien que recibir el maná del cielo mismo. Su naturaleza se transforma, y el egoísmo que impulsa las acciones de los hombres en la vida ordinaria le abandona por completo.

encima de página

 

Parte IV

"Antes que la voz pueda hablar en presencia de los maestros, debe haber perdido el poder de herir". (cont.)

Los que sólo conceden una atención pasajera y superficial al asunto del Ocultismo—su nombre es legión—preguntan constantemente por qué, si existen en la vida Adeptos, no aparecen en el mundo y muestran su poder. El que la corporación principal de estos Sabios se sepa que mora más allá de los desiertos de los Himalayas, parece una prueba suficiente para demostrar que son tan sólo figuras de paja. De otro modo, ¿por qué situarlos tan lejos?

Desgraciadamente, la Naturaleza ha hecho esto, y no ningún arreglo ni impulso personal. Hay ciertos lugares en la tierra donde el avance de la "civilización" no se siente, y donde la fiebre del siglo XX no penetra. En estos favorecidos lugares siempre hay tiempo, siempre hay oportunidad para las realidades de la vida; no están llenas de los hechos de una sociedad aglomerada, ansiosa de dinero y de placeres. Mientras haya Adeptos en la tierra, ésta debe reservarles sitios retirados. Esto es un hecho en la Naturaleza, el cual es sólo una expresión externa de un hecho profundo en la Naturaleza Superior.

La reclamación del neófito queda sin oír hasta que la voz en que se pronuncia ha perdido todo el poder de herir. Esto es, porque la vida astral divina ** es lugar donde reina el orden como reina en la vida natural. Hay siempre, por supuesto, el centro y la circunferencia como lo hay en la Naturaleza. Muy cerca del corazón central de la vida, en cualquier plano existe el conocimiento; allí el orden reina por completo, y el caos hace vago y confuso el margen exterior del círculo. En resumen: la vida en todas sus formas tiene una semejanza más o menos pronunciada a una escuela filosófica.

** Por supuesto, todo ocultista sabe al leer a Éliphas Lévi y a otros autores que el plano "astral" es un plano de fuerzas desiguales, y que necesariamente prevalece un estado de confusión. Pero esto no se aplica al plano "divino astral", que es un plano donde prevalece la sabiduría y, por lo tanto, el orden.

Hay siempre los devotos del conocimiento, que olvidan su propia vida en persecución del mismo; hay siempre la multitud locuaz, que va y viene. De éstos dijo Epicteto, que era tan fácil enseñarles la filosofía como comer natillas con tenedor. El mismo estado existe en la vida supra astral; y el Adepto tiene allí una reclusión más profunda en que mirar. Este retiro está tan fuera de peligro, tan guarecido, que ningún son discordante puede llegar a sus oídos. ¿Por qué ha de ser esto, se preguntará, si Él es un ser de tan gran poder como dicen los que creen en su existencia? La contestación es patente. Él sirve a la humanidad y se identifica con el mundo todo; Él está pronto a sacrificarse por éste en cualquier momento—viviendo, no muriendo por él—¿Por qué no ha de morir por él? Porque Él vive bajo leyes de orden que no quiere violar. Su vida no le pertenece, sino a las fuerzas que obran tras Él. Él es la flor de la Humanidad, la florescencia que contiene la Semilla Divina. Él es en su propia persona un tesoro de la Naturaleza universal, el cual se guarda y se defiende a fin de que la fructificación sea perfecta. Sólo en ciertos períodos definidos de la historia del mundo se le permite andar entre el rebaño de hombres como su Redentor. Pero para aquellos que tienen el poder de separarse de este rebaño, se halla Él siempre dispuesto. y para aquellos que son bastante fuertes para conquistar los vicios de la naturaleza personal humana, según se ha explicado en estas cuatro reglas, se halla Él conscientemente dispuesto, fácilmente reconocido, pronto a contestar.

Pero esta conquista del yo implica la destrucción de las cualidades que la mayor parte de los hombres consideran, no sólo como indestructibles, sino como deseables. El "poder de herir" comprende mucho de lo que el hombre aprecia no sólo en sí, sino en otros. El instinto de la propia defensa y conservación, es una parte de ello, así como la idea de que uno tiene derecho o derechos, ya como ciudadano o como hombre, o como individuo, la satisfacción que causa la conciencia del propio respeto y de la virtud. Esto es duro para muchos; sin embargo, es verdad; pues estas palabras que ahora escribo, y las que he escrito sobre el asunto, no son, en ningún sentido, mías. Son sacadas de las tradiciones de la Logia, de la Gran Fraternidad, que fue en un tiempo el esplendor secreto de Egipto. Las reglas escritas en su antecámara eran las mismas que se hallan ahora escritas en la antecámara de Escuelas existentes.

En todos los tiempos los Sabios han vivido aparte de la masa. y hasta cuando algún propósito u objeto temporal induce a Uno de Ellos a venir en medio de la humana vida, su reclusión y seguridad son conservadas tan completamente como siempre. Es una parte de su herencia, parte de su posición, tiene derecho efectivo a ello, y no puede desecharla, así como el Duque de Westminster no puede decir que no quiere ser Duque de Westminster. En todas las grandes ciudades del mundo vive un Adepto un corto tiempo de vez en cuando, o quizás sólo pasa por ella; pero todas son en ocasiones ayudadas por el poder efectivo y la presencia de uno de estos Hombres.

Aquí en Londres, lo mismo que en París y en Petrogrado, hay hombres de elevarlo desarrollo. Pero sólo se les conoce como místicos por aquellos que tienen el poder de conocer; poder obtenido por la conquista del yo. De otro modo ¿cómo podrían ellos existir, ni aun una hora, en semejante atmósfera mental y psíquica como la creada por la confusión y desorden de una ciudad? A menos de estar protegidos y seguros, su crecimiento sería impedido, su obra perjudicada. El neófito puede encontrar un Adepto en la carne, puede vivir en la misma casa que Él, y sin embargo, estar imposibilitado de reconocerle y de hacer que oiga su voz. Porque ninguna proximidad de espacio, ninguna intimidad de relaciones puede hacer desaparecer las leyes inexorables que dan al Adepto su reclusión. Ninguna voz penetra en su oído interno hasta que ha llegado a ser una voz divina, una voz que no tiene palabras para los gritos del yo. Cualquier llamada inferior sería tan inútil, un gasto de fuerza y de poder tan superfluo, como el que un profesor de filología enseñase el alfabeto a los niños. Hasta que el hombre no llegue a ser en su corazón y espíritu un discípulo, no existe para aquellos que son Maestros de discípulos. Y se llega a ser esto sólo por un medio: la renuncia de la humanidad personal.

Para que la voz llegue a ser incapaz de herir, tiene el hombre que haber alcanzado aquel punto en donde se ve solamente como uno de tantos entre la vasta multitud que vive: uno de los granos de arena arrastrados de aquí para allí por el mar de la existencia vibratoria. Se dice que cada grano de arena en el lecho del Océano es arrastrado por turno a la orilla, y permanece por un momento a la claridad del sol. Así sucede con los seres humanos; son arrastrados de aquí para allí por una gran fuerza, y cada uno a su vez siente los rayos del sol. Cuando un hombre es capaz de considerar, de este modo, su propia vida como parte de un todo, no seguirá luchando para obtener algo para sí. Ésta es la renuncia de los derechos personales. El hombre ordinario espera, no el participar de igual fortuna que el resto del mundo, sino salir mejor librado que los demás en todo lo que le interesa. El discípulo no espera esto. Por tanto aunque sea un esclavo encadenado como Epicteto, nada tiene que decir. Sabe que la rueda de la vida da vueltas incesantemente. Burne Jones lo ha demostrado en un maravilloso cuadro; la rueda da vueltas, ya ella están atados los pobres y los ricos, los grandes y los pequeños; cada uno tiene su momento de buena suerte, cuando la rueda la lleva a lo más alto; el rey se eleva y cae, el poeta es festejado y olvidado, el esclavo es dichoso y después abandonado. Cada cual es a su vez aplastado a medida que la rueda da vueltas. El discípulo sabe que esto es así; y aunque su deber es sacar el mayor partido posible de la vida que es suya, ni se queja ni se engríe por ello, así como tampoco se queja de la mejor suerte de otros. Todos igualmente, como él sabe muy bien, no hacen más que aprender una lección; y se sonríe ante el socialista y el reformador que tratan de reorganizar por la mera fuerza las circunstancias que surgen de las fuerzas de la misma naturaleza humana. Esto es dar coses contra el aguijón, un gasto inútil de vida y de energía.

Al penetrarse de esto el hombre renuncia a sus imaginarios derechos individuales de cualquier clase que sean. Esto hace desaparecer un agudo aguijón que es común a todo hombre ordinario.

Cuando el discípulo ha reconocido por completo que hasta el pensamiento mismo de los derechos individuales es sólo la expresión de la venenosa cualidad que en él reside, que es el silbido de la serpiente del yo, que envenena con su mordedura su propia vida y la vida de los que lo rodean, entonces se encuentra pronto a tomar parte en una ceremonia anual que está abierta a todos los neófitos que están preparados para ella. Todas las almas defensivas y ofensivas son desechada;: todas las armas de la mente y del corazón, del cerebro y del espíritu. Ya no podrá considerar a otro hombre como a persona a quien haya de criticar o condenar; ya no podrá el neófito levantar su voz para excusa o defensa propias. Desde esta ceremonia vuelve al mundo tan desamparado, tan indefenso como un recién nacido.

Esto, en verdad, es lo que él es. Ha principiado a nacer de nuevo en el plano superior de vida, esa llanura bien alumbrada y barrida por la brisa, desde donde los ojos distinguen inteligentemente y miran al mundo con una nueva percepción.

He dicho, un poco antes, que después de abandonar el sentido de los derechos individuales, el discípulo tiene también que desprenderse del sentido propio del respeto y de la virtud. Esto puede parecer una doctrina terrible, pero es un hecho. Aquel que se cree más santo que los demás; aquel que siente algún orgullo por estar exento de vicios y de locuras; aquel que se cree sabio o en algún modo superior a sus semejantes, es incapaz de ser un buen discípulo. El hombre tiene que convertirse en niño antes de entrar en el reino de los cielos.

La virtud y la sabiduría son cosas sublimes, pero si pueden crear orgullo y conciencia de separatividad del resto de los humanos en la mente del hombre, entonces no son más que la serpiente del yo reapareciendo en una forma más sutil. En cualquier momento puede revestir su forma más grosera, y morder con tanta rabia, como si inspirase la acción de un asesino que mata por lucro o por odio, o la de un político que sacrifica la masa por su propio interés o el de su partido.

En resumen: el ser incapaz de herir implica que la serpiente, no sólo está inutilizada, sino muerta. Cuando sólo está sumida en estupor o adormecida, vuelve a despertar, y entonces el discípulo emplea su conocimiento y su poder en fines propios, y es un discípulo de los muchos maestros del Arte Negro, pues el camino hacia la destrucción es muy ancho y fácil, y puede encontrarse a ciegas. Que es el camino hacia la destrucción, es evidente; pues cuando un hombre principia a vivir para el yo, estrecha constantemente su horizonte, hasta que por fin la fiera corriente hacia dentro no le deja sino el espacio de una cabeza de alfiler en que morar. Todos hemos visto este fenómeno ocurrir en la vida ordinaria. El hombre que se hace egoísta se aísla, se vuelve menos interesante y menos agradable a los demás. El espectáculo es espantoso, y las gentes se apartan finalmente de una persona muy egoísta como de una fiera. ¡Cuánto más terrible es esto cuando ocurre en un plano más avanzado de la vida, con la añadidura de los poderes del conocimiento y a través del remolino de sucesivas encarnaciones!

Por tanto, digo, deteneos y pensad bien en el vestíbulo. Porque si la reclamación del neófito se hace sin la purificación completa, no penetrará en el retiro del Adepto divino, sino quo evocará las terribles fuerzas que esperan en el lado sombrío de nuestra humana naturaleza.

encima de página

 

Parte V

"Antes que el alma pueda erguirse en presencia de los maestros, tienen sus pies que lavarse en la sangre del corazón".

La palabra Alma que se lisa aquí, quiere decir el Alma Divina o "Espíritu sidéreo".

"Ser capaz de erguirse es tener confianza; y tener confianza significa que el discípulo está seguro de sí mismo, que ha renunciado a sus emociones, a su propio yo y hasta a su humanidad; que es incapaz de temores y de dolor inconsciente; que su conciencia toda está concentrada en la Vida Divina, expresada simbólicamente por el término "los Maestros"; que sólo tiene ojos, oídos, lenguaje y poder por el Rayo Divino, en el cual ha tocado su sentido más elevado. Entonces está exento de temor, libre de sufrimiento, libre de ansiedad o abatimientos; su Alma, sin apocarse ni desear aplazamiento, se encuentra por completo dentro de la llama de la Luz Divina, la cual compenetra totalmente su ser. Entonces ha tomado posesión de su herencia y puede reclamar su puesto entre los Instructores de los hombres; él está erguido, ha levantado su cabeza, respira el mismo aire que Ellos.

Pero antes que le sea posible hacer esto, los pies del Alma tienen que lavarse en la sangre del corazón.

El sacrificio o renuncia al corazón de hombre y a sus emociones, es la primera regla; implica el "alcanzar el equilibrio que no puede ser destruido por las emociones personales". Esto lo hace el filósofo estoico; él también está aparte y considera con igual actitud sus propios sufrimientos y los de los demás.

Del mismo modo que las "lágrimas" en el lenguaje del Ocultismo expresan el alma de las emociones, no su apariencia material, así la sangre expresa, no esa sangre esencial a la vida física, sino el principio vital creador de la naturaleza del hombre, que lo arrastra a la vida humana, a fin de experimentar el dolor y cl placer, la alegría y el pesar. Cuando ha dejado correr la sangre de su corazón, hallase en presencia del Maestro como un Espíritu puro, que ya no desea encarnar por las emociones y las experiencias. Por grandes ciclos quizá le aguardan muchas encarnaciones sucesivas: pero él ya no las desea; el deseo crudo de vivir le ha abandonado. Cuando asume la forma del hombre en la carne, lo hace siguiendo un objetivo divino: el llevar a efecto la obra de "los Maestros" y con ningún otro fin. No busca el placer ni el dolor; no pide cielo alguno y no teme ningún infierno; sin embargo, ha entrado en posesión de una gran herencia, que no es tanto una compensación por las cosas que se han renunciado, como un estado que simplemente borra en absoluto la memoria de ellas. Él no vive en el mundo, sino con él; su horizonte se ha extendido a la amplitud de todo el universo.

 

[ fin ] 

encima de página